CONFRONTANDO EL PECADO
SERIE DE
SERMONES SOBRE DANIEL “TRANSFORMADORES: CÓMO IMPACTAR A NUESTRO MUNDO”
TEXTO
BÍBLICO: DANIEL 5
INTRODUCCIÓN
A nadie
le gusta que le digan que ha cometido un error o que ha fracasado. A nadie le
es plato de buen gusto tener que escuchar de otros lo mal que hemos hecho algo
o lo equivocado de nuestras decisiones. Por regla general, el ser humano no
desea ser reconvenido, regañado o acusado, ni siquiera aunque las personas que
lo hacen lo hagan con razón. Somos como esos gatos a los que se les lanza un
cubo de agua: corremos despavoridos con un bufido de desaprobación y con el
ceño fruncido por el disgusto. Normalmente, cuando con buenas formas y buena
voluntad queremos afear determinada conducta contraria al civismo o a la moral
a alguien al que amamos, solemos recibir una mueca de fastidio, una recusación
que nos deja de piedra o un despectivo ademán que nos manda a freír espárragos.
No somos precisamente muy receptivos a los consejos edificantes o a las
reprimendas cargadas de justificación. Nos cruzamos de brazos esperando el
sermón, levantamos los ojos al cielo para aguantar el chaparrón y cerramos las
esclusas de nuestra mente para evitar que las palabras que nos dicen penetren
en nuestra conciencia. La mayoría de las ocasiones nos cerramos en banda y nos
convertimos en auténticos muros de silencio e indiferencia.
Visto lo
visto, y considerando que esta parece ser la naturaleza habitual de todo ser
humano que conocemos, ¿cómo poder denunciar las fechorías que cometen personas
a las que amamos? ¿Cómo encontrar la valentía suficiente como para señalar sin
juzgar, y para confrontar el pecado de sus vidas con la voluntad de Dios? El
hecho de amonestar a una persona que no está caminando prudentemente por la
vida se ha convertido en una práctica de riesgo. Debes colocarte la cota de
malla, el yelmo y la coraza, abrazar el escudo y asumir con paciencia infinita
lo que por la boca de la persona puede salir cuando queremos reconducir su
distorsionada manera de entender la vida. Denunciar el pecado sin que nos
tachen de hipócritas o de metomentodos es una cosa harto difícil. Por ello,
antes de confrontar el pecado de una persona, hemos de realizar un examen
personal que nos coloque en la tesitura de evitar pasar de amonestadores a
amonestados. Creo que vista la gran responsabilidad que comporta denunciar el
pecado y la ingratitud que expresa el amonestado en primera instancia, mucha
gente prefiere tragarse sus palabras y sus opiniones, no meterse en camisas de
once varas y ocuparse de sus asuntos. Sin embargo, para ser transformadores en
este mundo, no podemos permanecer silenciosos ante las afrentas, los crímenes y
las injusticias que se perpetran a nuestro alrededor. Como esa sal que previene
la corrupción y como esa luz que desenmascara el carácter perverso del ser
humano en nuestra sociedad, la iglesia de Cristo debe asumir que su ministerio
es el de alumbrar las tinieblas y descubrir las tramas y urdimbres de los
malvados.
En la
historia de Daniel que hoy nos ocupa, el hijo y sucesor de Nabucodonosor,
Belsasar, prepara un gran banquete para demostrar su poderío y favor para con
sus príncipes y altos dignatarios de la corte. El vino corría que daba gusto y
las borracheras comienzan a afectar a los presentes. De una manera particular,
Belsasar se desinhibe por causa de los efectos del alcohol de una manera tan imprudente
que decide reírse de Dios. Para ello manda traer todos los vasos sagrados
pertenecientes al Templo de Jerusalén para servir el vino de la vergüenza, la
lujuria y el pecado más desatado. Mientras todos libaban de esas copas
consagradas a Dios que solo se usaban para su servicio en momentos especiales
del año judío, se dejaban mecer por el delirio idólatra de la adoración a las
divinidades mudas, ciegas y sordas de metal, piedra y madera. En medio de tanta
ostentación blasfema y de tanta borrachera etílica, un prodigio se obra ante
los ojos de todos los presentes. No se trataba ya del delirium tremens
provocado por la ingesta abusiva de vino y otros licores; era la pavorosa
visión de los dedos de la mano de un hombre que escribía en la pared de
palacio. De repente, las risas cesan, el jolgorio se silencia y el temor
comienza a cundir entre todos los asistentes, Belsasar incluido: “Entonces el rey palideció, y sus
pensamientos lo turbaron, y se debilitaron sus lomos, y sus rodillas daban la
una contra la otra.” (v. 6). El rey supo inmediatamente que había metido la
pata hasta el corvejón trayendo los vasos santos del Templo de Jerusalén, y
todo su ser comenzó a temblar como un flan.
Tal era
el paroxismo y el desconcierto del rey ante esta visión terrible y
sobrenatural, que empieza a gritar como un poseso a todos sus subalternos
ordenando que le trajeran a alguien que pudiera descifrar el enigma escrito en
la pared. Y del mismo modo que hiciera su padre Nabucodonosor en otros tiempos,
ofrece gloria, poder y riquezas a cualquiera que pudiese interpretar el texto
misterioso que se hallaba ante sus ojos llenos de miedo. Tras muchos intentos,
nadie en el reino pudo dar sentido a las palabras y signos de la pared, lo que
provocó un aumento de la turbación y del pánico de los comensales reales. En
medio de este escenario tremebundo, la reina da con la solución adecuada.
Recuerda que hay un hombre que puede dar cumplida interpretación de las
palabras escritas por la mano ultraterrena. Su nombre es Daniel, y su
trayectoria de ayuda a Nabucodonosor en la interpretación de sueños es el mejor
curriculum vitae posible para un misterio como el que se ha dado. Sin mayor
dilación, Daniel es presentado ante el rey para intentar sacar de la duda y del
temor al monarca imprudente. Rechazando toda recompensa y gloria que le ofrece
Belsasar, Daniel procede a dilucidar el sentido de la inscripción de la pared.
A.
LECCIONES DE UN PADRE A UN HIJO
“El
Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu padre el reino y la grandeza, la
gloria y la majestad. Y por la grandeza que le dio, todos los pueblos, naciones
y lenguas temblaban y temían delante de él. A quien quería mataba, y a quien
quería daba vida; engrandecía a quien quería, y a quien quería humillaba. Mas
cuando su corazón se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo,
fue depuesto del trono de su reino, y despojado de su gloria. Y fue echado de
entre los hijos de los hombres, y su mente se hizo semejante a la de las
bestias, y con los asnos monteses fue su morada. Hierba le hicieron comer como
a buey, y su cuerpo fue mojado con el rocío del cielo, hasta que reconoció que
el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre
él al que le place.” (vv. 18-21)
El dicho “de tal palo, tal astilla” tiene su
cumplimiento en Belsasar en esta ocasión. Consciente de que su padre había sido
orgulloso y soberbio en demasía, él consiente en seguir su mismo camino. A
Daniel no le duelen prendas en dejar claras las cosas. Conocedor de la
situación que había desembocado en el juicio de Dios sobre Belsasar, pone como
ejemplo de la imprudencia de caer en la altivez y el orgullo desmedido a su
padre. Ante todo, Daniel quiere que quede meridianamente cristalina una idea:
Dios existe y está por encima del poder terrenal. Además, Dios debe ser reconocido
y no despreciado, debe ser amado y no burlado, debe ser reverenciado en vez de
ser vituperado con acciones propias de un insensato. Las consecuencias del
corazón ególatra no se hicieron esperar, y todo le fue arrebatado de sus manos
hasta que por fin se dio cuenta de su yerro, y aprendió la lección más
importante de su vida, que con Dios no se juega.
Es triste
comprobar cómo las enseñanzas que recibieron nuestros padres en la vida son
insensiblemente lanzadas al olvido por las nuevas generaciones. Prácticamente
son pocos los hijos que no son capaces de considerar el sacrificio y el trabajo
que sus padres tuvieron que realizar para sacar adelante un hogar. Pocos son ya
aquellos que valoran en su justa medida los desvelos, las experiencias, los fracasos
y las meteduras de pata de sus progenitores. Tal vez el problema sea de los
padres que han mimado y protegido en demasía a sus hijos sin inculcarles el
precio de ser personas honradas y humildes, dándoles lo que desean en vez de lo
que necesitan. Pero también es posible que las nuevas generaciones hayan
pensado que son otros tiempos y que la libertad puede estirarse hasta llevarla
a dimensiones propias del libertinaje. Todos tenemos culpa de ver cómo nuestros
hijos y nietos no quieren aprender de nuestros consejos y vivencias positivas y
negativas. No quieren ser agobiados por nuestro deseo de revertir sus malos
caminos. “Predícame, padre, por uno me
entra y por el otro me sale”, es el leit motif de mucha de la juventud hoy
día. Belsasar no quiso aprender de la trayectoria vital de su padre, y el
precio de esa desmemoriada conciencia había llegado para atormentarle tras la
peor decisión de su vida: tentar y desafiar a Dios.
B. LA LISTA
DE PECADOS DEL HIJO
“Y tú, su
hijo Belsasar, no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto; sino que contra
el Señor del cielo te has ensoberbecido, e hiciste traer delante de ti los
vasos de su casa, y tú y tus grandes, tus mujeres y tus concubinas, bebisteis
vino en ellos; además de esto, diste alabanza a dioses de plata y oro, de
bronce, de hierro, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen, ni saben; y al
Dios en cuya mano está tu vida, y cuyos son todos tus caminos, nunca honraste.”
Después
de intentar hacer recapacitar a Belsasar sobre la estupidez de sus actos apelando
a la memoria de su padre, Daniel emplea una contundencia abrumadora en su
amonestación al rey. Daniel confronta sin miedos al rey y a su pecaminosa
manera de vivir y actuar. Le recrimina ante todo que sabiendo lo que se le vino
encima a su padre, y teniendo en cuenta que a Dios no se le provoca en balde,
ha caído en el tremendo error de mostrarse soberbio y desafiante burlándose de
Él con la profanación de los utensilios consagrados del Templo de Jerusalén. A
la blasfemia se le añade el pecado de idolatría, de atribuir la gloria real a
dioses y diosas vacíos que nada pueden hacer por el ser humano. En vez de
recordar y reencontrarse con el Dios Altísimo al que su padre dio al fin la
gloria y la honra debida, había preferido deshonrar su nombre adorando a
estatuas y efigies carentes de alma y ser. Había despertado la ira de Dios al
pretender atribuir su esplendor y majestad a obras hechas por manos de hombres.
A Daniel no le duelen prendas tener que denunciar el gran pecado que Belsasar
había cometido. La verdad y la experiencia estaban de su parte y sabía que esto
era necesario decirlo antes de considerar dar una explicación de la escritura
en la pared.
Del mismo
modo que hizo David, así hemos de hacer nosotros. De nuestra denuncia y
confrontación con el pecado no debemos esperar gran cosa, porque el que
convence de pecado es el Espíritu de Dios. No convenceremos a nadie de confesar
sus malas prácticas y de arrepentirse de sus pecados, pero sí que somos el
canal que Dios emplea para que el contraste entre pecado y santidad sea tan
nítido que todo el mundo pueda verlo. Daniel no pretendía hacer amigos, o
granjearse la confianza del rey con palabras aterciopeladas y ligeras, o lograr
auparse entre las élites del reino. Daniel conocía la verdad de los hechos y
las repercusiones que estos hechos tendrían en el reino y en la vida personal
de Belsasar, y por ello quiere que sepa que lo que habrá de acontecer no estará
exento de justificaciones y razones válidas. “Estos son tus pecados, oh rey. No quisiste recordar qué fue de tu
padre. Diste rienda suelta a tus apetitos y desenfrenos, y ahora el Señor se
siente defraudado y enojado por causa de tu orgullo e imprudencia.” Simple
y llano. Sin paños calientes y con la seguridad que da sentirse respaldado por
Dios mismo, Daniel confronta el pecado de Belsasar para afirmar que “quien avisa, no es traidor.”
C. JUICIO Y
SENTENCIA CONTRA EL HIJO Y EL REINO BABILÓNICO
“Entonces
de su presencia fue enviada la mano que trazó esta escritura. Y la escritura
que trazó es: MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN. Esta es la interpretación del asunto:
MENE: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin. TEKEL: Pesado has sido en
balanza, y fuiste hallado falto. PERES: Tu reino ha sido roto, y dado a los
medos y a los persas. Entonces mandó Belsasar vestir a Daniel de púrpura, y
poner en su cuello un collar de oro, y proclamar que él era el tercer señor del
reino. La misma noche fue muerto Belsasar rey de los caldeos.” (vv. 24-28)
Creo que
Belsasar hacía un buen rato que ya había descubierto que la mano enigmática que
había escrito en la pared del templo, era cosa de Dios. De hecho, pienso que de
ahí tanto interés en saber qué significaba el texto, puesto que seguramente el
recordatorio de la locura transitoria de su padre Nabucodonosor ya estaba
fresco en su mente en estos instantes. Daniel le confirma sus temores tras la
lectura de cargos en su contra y ahora solo resta leer la sentencia final,
producto de sus desafortunados gestos blasfemos. La primera escritura habla de
la soberanía de Dios. Dios ha visto y observado el reinado de Belsasar, y ha
decidido que ha llegado a su fin. El imperio fantástico e inmenso que era el
babilónico, con toda su gloria y riquezas, va a ser arrebatado de las manos de
un rey insensato, y la vida de Belsasar está en las últimas. La segunda
escritura afirma que sus malas acciones superan con diferencia a las buenas.
Dios, juez supremo de los corazones de la humanidad, ha pesado en la balanza de
la muerte tanto lo bueno como lo malo de su existencia, y la maldad y el pecado
han supuesto gran parte de ella. En justicia, Belsasar había sido confrontado
con sus pecados, y merecía ser condenado y enviado al infierno. La última
escritura declara que el fin del imperio caldeo ha llegado. Los medos y los
persas serán ahora los receptores de este imperio gracias a la soberanía de
Dios.
Es
reseñable la reacción de Belsasar ante su sentencia de muerte y desgracia. Éste
se deshace en honores y alabanzas para con Daniel en sus últimos momentos de
vida. Tal vez lo hacía agradecido ante la certeza de lo que le esperaba, o con
afán de deshacer o compensar lo hecho con los vasos del Templo. Pero era
demasiado tarde ya para él. El pescado estaba vendido y su destino eterno se
despliega ante él cuando llega la noche de ese mismo día. Daniel lo confrontó
con el pecado y la verdad de su realidad interior llevó a Belsasar a asumir que
su vida había sido un completo desastre y que las consecuencias funestas de su
trayectoria vital eran ya, a la postre, inevitables. Es terrible contemplar
cómo un ser humano llega al extremo de ser condenado a sufrir el castigo de
Dios por toda la eternidad, y esta visión es la que debe llevarnos a amonestar
a aquellas personas orgullosas que nos rodean, y a confrontarlos con su pecado,
puesto que es para bien de sus almas.
CONCLUSIÓN
Una cosa
sabemos y es la siguiente: “Y de la
manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después
de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los
pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado,
para salvar a los que le esperan.” (Hebreos 9:27-28). No seas arrogante
como Belsasar y confiesa tus pecados ante el Señor para recibir de él la vida
eterna. Sé como Daniel, temeroso de Dios, agente transformador de su mundo y
confrontador del ser humano con su propio pecado.
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