SU PALABRA DA VALOR
SERIE DE
SERMONES SOBRE EL SALMO 119 “DIOS DIJO: EL RITMO DE LA PALABRA DE DIOS”
TEXTO
BÍBLICO: SALMO 119:17-24
INTRODUCCIÓN
El
consejo de Pablo que comparte con nosotros en Romanos 12:18 suele ser, en
muchas de las ocasiones, una verdadera quimera. El apóstol de los gentiles
señala a todos los creyentes lo siguiente: “Si
es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.”
Bien sabemos que cuando alguien se enemista contra nosotros, que cuando ponemos
de nuestra parte para evitar el conflicto, y que cuando la otra parte se cierra
en banda a la hora de concitar una tregua, poco queda por hacer. A veces nos
buscamos enemigos y otras veces ellos nos buscan a nosotros. La cuestión es
cómo lidiar con estos enfrentamientos a la luz de la Palabra de Dios y qué
papel cumple ésta como instrumento de defensa contra las asechanzas del
adversario de turno.
La misma revelación bíblica ya nos advierte
de que ser cristianos no será cosa fácil ni sabrá bien a cuantos nos rodean. El
mismo Jesús ya lo señala de un modo crudo y radical: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido para
traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre
contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y
los enemigos del hombre serán los de su casa.” (Mateo 10:34-35). No es que
el creyente tenga que entablar una batalla contra aquellos que no creen lo
mismo que éste cree. Jesús hablaba del resultado que se daría al abjurar de la
fe de los antepasados para comulgar con la causa de Cristo: la confrontación
entre miembros de la misma familia y la delación producto del odio que
conllevaría ante las autoridades religiosas establecidas. Podemos comprobar
como la enemistad surge simplemente por razón de la intolerancia y del
fanatismo fundamentalista en el seno de cualquier núcleo familiar.
La Palabra
de Dios, a la luz de los ataques y amenazas que se vislumbran en lontananza por
causa de creer en Cristo, se convierte así en un arma ofensiva que cumple su
papel de contraatacar ante las fieras acometidas de nuestros enemigos. La
Palabra de Dios es la que nos infunde valor para defendernos del acoso y
derribo de nuestros adversarios terrenales y de los ultraterrenos como Satanás
a semejanza de Jesús en el desierto. Para el creyente, la Palabra de Dios es “la espada del Espíritu” que vive en nosotros
(Efesios 6:17). Con esta arma, podemos decir lo mismo que dijo Pablo: “A fin de que al abrir mi boca me sea dada
palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio.” (Efesios
6:19). Además, el autor de Hebreos nos asegura que la Palabra de Dios es
capaz de hacer ver a todo ser humano la calidad de su alma, de sus intenciones
y de sus pensamientos con toda la nitidez del mundo: “Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas
y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.”
(Hebreos 4: 12).
A. LA
PALABRA DE DIOS NOS DA VALOR PARA ABRIR BIEN NUESTROS OJOS
“Haz bien a
tu siervo; que viva, y guarde tu palabra. Abre mis ojos, y miraré las maravillas
de tu ley.” (vv. 17-18)
En
determinadas ocasiones, existen cosas que pertenecen a la realidad, pero que
nos cuesta reconocer que existen, que están ahí sin género de dudas. Sabemos
que hay cosas que hacemos mal, pero no somos capaces de confesar que son
errores por ese aprecio un tanto infantil que tenemos hacia nuestra manera
particular de hacer las cosas. No nos equivocamos; establecemos una forma
innovadora de hacer las cosas. No tropezamos; andamos a nuestra manera. No nos
metemos en problemas; los demás son los que no aprecian nuestros puntos de
vista. No fracasamos; solo aprendemos. Al ser humano le encanta vivir en esa
ceguera espiritual propia de “ojos que
no ven, corazón que no siente.” Por eso, no quiere abrir la Palabra de
Dios, porque eso supondría abrir los ojos a una nueva manera de percibir y
vivir la vida. Al ser humano le asusta poder conocer el alcance de sus actos y
sus palabras. Le atemoriza ser descubierto en acciones deleznables y malvadas.
Le da pavor verse en el espejo de la ley de Dios y, como Dorian Grey,
contemplar todo un cuadro de repugnancia, corrupción y pecado. No ve en la ley
de Dios ninguna maravilla, sino solo un dedo acusador que no le conviene ni le
divierte.
Solo
podemos hallar paz y tranquilidad espiritual cuando le pedimos a Dios que
manifieste su bondad para con nosotros, que nos de vida en abundancia y que nos
dé la fe y fuerzas suficientes para abrir la Palabra de Dios, para reconocernos
en la depravación y la maldad de nuestros corazones, para abrir nuestros ojos a
la desgraciada realidad espiritual en la que nos hallamos, y para reconocer en
la ley de Dios, no solo acusaciones fundadas de nuestro pecado, sino una
solución de perdón que nos permita vivir de acuerdo a la voluntad de Dios. La
Palabra de Dios es la que nos da valor para dejar a un lado el temor y la
repugnancia, y confesar que solo Cristo salva, sana y perdona nuestros
desvaríos y transgresiones.
B. LA
PALABRA DE DIOS NOS DA VALOR PARA BUSCAR A DIOS
“Forastero
soy yo en la tierra; no encubras de mí tus mandamientos. Quebrantada está mi
alma de desear tus juicios en todo tiempo. Reprendiste a los soberbios, los
malditos, que se desvían de tus mandamientos.” (vv. 19-21)
En un
entorno social en el que la Palabra de Dios es atacada continuamente y en el
que es despreciada como si de una fábula mitológica se tratase, es difícil
encontrar a personas que busquen genuinamente a Dios. Resulta una heroicidad
considerarse un buscador de la voluntad divina a través de la Biblia, ya que en
muchos de los casos, será tachado de perseguidor de cuentos y supersticiones
ideadas por el ser humano para embotar la mente con una fe irreal y embustera. Incluso
los soberbios y los malditos querrán que seas como ellos, desafiantes enemigos
de Dios y de sus prójimos que consideran a Dios como un donnadie. Pues del
mismo modo que el forastero arriba a otras tierras y culturas para encontrar un
lugar en el que ser feliz, y del mismo modo que el alma se quebranta de deseo
por hallar la verdad que disipe sus dudas e inquietudes, aquel que busca a Dios
con todo su corazón, necesita armarse de valor y coraje para encontrar a Dios
en medio de un mundo en el que la burla, el insulto gratuito, la mofa y el
menosprecio por la Palabra de Dios son el pan de cada día. Dejar raíces, hogar
y costumbres ancestrales para buscar la salvación del alma, supone recibir de
la Palabra de Dios el entusiasmo, la pasión y el anhelo más profundo. En vez de
emular a los que quebrantan e infringen la ley de Dios, debemos obedecerla con
el fin de atesorar y amar al Dios de la Palabra.
C. LA
PALABRA DE DIOS NOS DA VALOR PARA DESAFIAR A LOS PODEROSOS
“Príncipes
también se sentaron y hablaron contra mí; mas tu siervo meditaba en tus
estatutos, pues tus testimonios son mis delicias y mis consejeros.” (vv. 23-24)
En
tiempos de la monarquía hebrea, los príncipes solían ser un conjunto de
consejeros reales que indicaban al rey qué medidas y estrategias debían tomarse
en relación a determinados asuntos del gobierno de la nación. Tenían un gran
poder resultado de su ascendencia e influencia en las leyes y decisiones que el
rey tomaba. Eran escogidos por su sabiduría, su astucia y su habilidad
diplomática. Sin embargo, a veces los monarcas se rodeaban de príncipes
interesados, lisonjeros y de muy pocas luces, tal y como vemos con Roboam, hijo
de Salomón (1 Reyes 12:8-11). Verse
observado y analizado negativamente por estos altos dignatarios reales era el
principio de la marginación y de una vida llena de obstáculos y desdichas. El
salmista, sabedor de la gran influencia que estos príncipes tenían sobre el
rey, prefiere prestar más atención a la reflexión en la ley de Dios que en sus
comentarios y difamaciones. El salmista considera que las leyes humanas son
caprichosas y producto de las intrigas palaciegas de ambición y envidias,
mientras que en los testimonios del Señor encuentra paz y promesas de
protección. En la corte no encontrará placer ni disfrute a causa de las luchas cortesanas,
ni hallará consejo útil y edificante para su vida. Solo en la ley de Dios
encontrará valor para rechazar la autoridad del ser humano y para seguir
meditando en el propósito de Dios para su vida.
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