ACTUANDO FIELMENTE





SERIE DE SERMONES SOBRE DANIEL “TRANSFORMADORES: CÓMO IMPACTAR A NUESTRO MUNDO”

TEXTO BÍBLICO: DANIEL 6

INTRODUCCIÓN

      Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la lealtad es la “cualidad de la persona coherente o que actúa en consecuencia con sus ideas o con lo que expresa”. Yo añadiría el matiz siguiente: “Que actúa en consecuencia con su fe o creencia espiritual.” La lealtad sigue siendo un valor cada vez menos visible en la estructura social en la que vivimos. Es cada vez más extraño comprobar que ninguna tentación o amenaza pueda doblegar la fidelidad para con una persona u organización. En un utilitarismo cada vez más insensible y vergonzoso, y en un materialismo feroz predominante en este mundo nuestro, es más fácil traicionar y decepcionar por un puñado de euros al amigo o familiar, que mantenerse firme en la fidelidad adquirida en la amistad o consanguinidad. La gente ya no suele resistirse a la tentación de alcanzar sus sueños sea de la forma que sea, incluso pisoteando el pacto no escrito de la lealtad debida. ¿Y qué decir de la coherencia, de actuar en consecuencia con la fe? Elegir entre estar a buenas con el sistema de valores extraviado de nuestro mundo, y proclamar contra viento y marea nuestro esquema de creencias basadas en la Palabra de Dios, es el pan de cada día. Ser coherentes con nuestra profesión de fe en Cristo ya solo depende, en muchos de los casos, de ser tolerantes con los intolerantes que sí pregonan sus endiabladas consignas amorales e inmorales.

     Pablo tenía muy claro que ser coherentes con el mensaje del evangelio estaba por encima de todo: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.” (Romanos 1:16). Pedro también tenía a gala, después de varios flirteos con la incoherencia en sus principios, que la lealtad siempre debe prodigarse para con Dios y no para con los caprichosos e hipócritas seres humanos: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios, porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.” (Hechos 4:19-20). Además, Jesús dejó una advertencia clara y un aviso a navegantes sobre las consecuencias de ser incoherente con el llamamiento divino: “Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.” (Marcos 8:38). Podemos comprobar a través de estos textos bíblicos que ser desleal a Dios no es una opción para el creyente.

    En el relato de Daniel que nos ocupa en este momento, y del mismo modo que sucedió con los compañeros de Daniel al mostrarse inasequibles a las amenazas y a la envidia de algunos en la adoración de la colosal estatua de Nabucodonosor, la lealtad y la coherencia de la fe se ven probadas de nuevo en el pellejo de Daniel. Tras la muerte fulminante de Belsasar en el capítulo anterior, Daniel es considerado por el nuevo soberano como alguien merecedor de las más altas posiciones entre sus sátrapas y gobernadores. Como suele pasar en circunstancias de ascensos y descensos de categoría en las instancias de poder y gobierno, la envidia y los celos hacen acto de presencia entre los subordinados del rey Darío. En una frenética búsqueda por hallar evidencias, signos o pruebas de corrupción, dilapidación de fondos públicos, cohecho o inmoralidad manifiesta en la persona de Daniel, nada son capaces de encontrar que lo inculpen de alguna clase de delito. Es más, se nos dice claramente que Daniel era intachable e impecable en el desarrollo de su labor gubernamental: “Mas no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él.” (v. 4). Dado que los trapos sucios o los talones de Aquiles de Daniel eran inexistentes, solo quedaba jugar sucio de verdad empleando la difamación, el engaño y la mentira.

A. LA ENVIDIA TIÑOSA PONE A PRUEBA LA FE DE DANIEL

“Entonces estos gobernadores y sátrapas se juntaron delante del rey, y le dijeron así: !Rey Darío, para siempre vive! Todos los gobernadores del reino, magistrados, sátrapas, príncipes y capitanes han acordado por consejo que promulgues un edicto real y lo confirmes, que cualquiera que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios u hombre fuera de ti, oh rey, sea echado en el foso de los leones. Ahora, oh rey, confirma el edicto y fírmalo, para que no pueda ser revocado, conforme a la ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada. Firmó, pues, el rey Darío el edicto y la prohibición. Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes.” (vv. 6-10)

     El plan avieso y perverso que estos gobernantes envidiosos pasa de intentar buscar intereses ocultos en el gobierno de Daniel, a urdir una trama que ponga en confrontación las dos lealtades principales que éste tenía: Dios y el rey Darío. Para ello, engañan a Darío apelando a su orgullo personal. ¿Quién no querría sentirse como un dios que recibe las peticiones de sus súbditos? ¿Quién no desearía convertirse en alguien imprescindible para el destino de su pueblo? La propuesta, tal y como se presenta posee un abrumador acogimiento, ya que todos los puestos de autoridad respaldaban esta ley inquebrantable de sometimiento a la voluntad soberana del rey Darío. La pena horrible por la desobediencia a este edicto es la de una muerte cruel y sanguinaria en el foso de los leones. Darío no es capaz de leer entre líneas este edicto y firma sin darse cuenta de las consecuencias y del talante celoso de sus sátrapas y gobernadores. 

      Lo más extraordinario de todo este asunto es la actitud de Daniel. En vez de amoldarse por un mes a lo establecido en este decreto, en vez de ocultar sus prácticas espirituales tras los postigos de las ventanas de su hogar, y en vez de renunciar por poco tiempo a su fe en Dios, hace todo lo contrario. ¿Es acaso un desafío a la autoridad real? ¿Lo hace aposta para demostrar algo al mundo? Más allá de las motivaciones imaginarias que podrían hacernos pensar en un rebelde acto de subversión a lo establecido, Daniel sigue haciendo su marcha habitual. Con las ventanas de par en par, ora al Señor tres veces al día y ni la perspectiva de una muerte segura le aparta de su lealtad y coherencia para con su fe en Dios. Algunos le tacharían de suicida, de imprudente, de sedicioso o de trastornado. Sin embargo, Daniel sabía que Dios estaba por encima de las envidiosas y traicioneras estrategias de unos sátrapas sedientos de poder. Su prioridad número uno era el Señor, y no iba a renunciar a su profesión de fe, ni a su disciplina espiritual ante Dios, ni a sus raíces tradicionales y patrióticas.

B. LA ENVIDIA PONE A PRUEBA LA ENTEREZA DE DANIEL

“Entonces respondieron y dijeron delante del rey: Daniel, que es de los hijos de los cautivos de Judá, no te respeta a ti, oh rey, ni acata el edicto que confirmaste, sino que tres veces al día hace su petición. Cuando el rey oyó el asunto, le pesó en gran manera, y resolvió librar a Daniel; y hasta la puesta del sol trabajó para librarle. Pero aquellos hombres rodearon al rey y le dijeron: Sepas, oh rey, que es ley de Media y de Persia que ningún edicto u ordenanza que el rey confirme puede ser abrogado. Entonces el rey mandó, y trajeron a Daniel, y le echaron en el foso de los leones. Y el rey dijo a Daniel: El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre.” (vv. 13-16)

     Como espías duchos en la manipulación de los hechos, los sátrapas por fin logran lo que tan ansiosamente esperaban. Ya tenían la prueba que les permitiría condenar a la muerte a Daniel y que les conduciría a desempeñar a sus anchas sus funciones gubernamentales sin tener que dar cuentas a su superior con su moral estricta y su ética de trabajo impecable. Con disimulado dolor y decepción, se presentan ante el rey para dar el golpe fatídico y moral sobre Daniel. Su acusación perfectamente pergeñada no deja más salida al rey que decretar la muerte de Daniel por muchas fórmulas que intentó encontrar para evitar su castigo. Los acusadores no cesaban de repetir a un rey angustiado que las leyes medas y persas eran inquebrantables en su cumplimiento, lo cual añadía mayor desazón al monarca. Sin más tiempo para lograr un aplazamiento o una absolución, el rey debe condenar a Daniel a ser echado al terrible foso de los leones hambrientos. El rey, que consideraba a Daniel un gran amigo y consejero, no puede por menos que lamentarse y que expresar el deseo de que el Dios de Daniel lo librase de la muerte atroz en el foso. Daniel no parece sorprendido, ni agobiado, ni nervioso, ni abrumado. Sabe lo que ha pasado, pero lo más importante, sabe lo que habrá de suceder si se mantiene fiel y coherente con su fe hasta el final. Su ejemplo de perseverancia y de fidelidad a Dios es inspirador y encomiable, puesto que su fe está puesta en el poder de Dios, el cual está sobre toda ley humana y sobre toda asechanza de muerte contra sus hijos. Con Shakespeare, podríamos decir de Daniel lo siguiente: “La lealtad tiene un corazón tranquilo.”

C. LA ENVIDIA PONE A PRUEBA EL PODER DE DIOS

“El rey, pues, se levantó muy de mañana, y fue apresuradamente al foso de los leones. Y acercándose al foso llamó a voces a Daniel con voz triste, y le dijo: Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, ¿te ha podido librar de los leones? Entonces Daniel respondió al rey: Oh rey, vive para siempre. Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo. Entonces se alegró el rey en gran manera a causa de él, y mandó sacar a Daniel del foso; y fue Daniel sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su Dios.” (vv. 19-23)

     Una noche en compañía de un grupo de leones hambrientos no era precisamente lo que uno tendría en mente como recompensa a su lealtad y coherencia espiritual. Los leones no iban a renunciar a un buen banquete después de días enteros sin recibir más que restos que no saciarían su voraz hambre. La losa que se coloca encima del foso impediría escuchar o ver el dramático panorama que con toda lógica podía darse con leones abalanzándose sobre su indefensa presa. Una noche pasa intranquila y desasosegada para el rey, el cual, teniendo esperanza en que un milagro hubiese acontecido para con Daniel, se levanta temprano para llamar a Daniel. Su voz trémula y ronca resuena por el foso, y lo que encuentra es a Daniel sentado tranquilamente al lado de sus felinos compañeros de cautividad. Con toda la serenidad del mundo, que solo la fe en Dios puede lograr, Daniel da respuesta al clamor del rey, contándole del poder de Dios sobre toda criatura y de la protección divina que el Señor da a los que son inocentes de la acusación humana.

     Daniel se reivindica ante el rey, apelando a su inocencia y a su lealtad para con él, sin dejar de servir al Rey de reyes y Señor de señores. El Juez soberano de los cielos había defendido a Daniel de los colmillos afilados de los leones y ahora convertía este prodigio en un testimonio claro del poder de Dios ante la injusticia, los celos y las envidias. El rey, con gran alegría, abraza a Daniel, el cual se halla sano y salvo, sin un rasguño ni una pequeña herida. La razón de esta protección sobrenatural de Dios estaba en la confianza que Daniel había depositado en Él, en la esperanza de que sería guardado del mal pese a las asechanzas de los sátrapas, y en la coherencia de sus actos a pesar de los pesares. Daniel sería recordado como un gigante de la fe en Hebreos por causa de este episodio del poder inmenso de Dios: “¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de… los profetas; que por fe… taparon bocas de leones.” (Hebreos 11:33). No podemos dejar de ver la correlación directa que existe entre confianza y lealtad a Dios, con la manifestación del poder increíble de un Dios extraordinario.

CONCLUSIÓN

     Daniel era un transformador por excelencia. Con su coherencia entre creencia y práctica pudo auparse a las cotas de poder y autoridad más altas de su tiempo, y lo hizo sin renunciar a su fe y a los valores que sus padres le inculcaron desde niño. Su fidelidad al compromiso de servicio y obediencia a Dios le granjeó enemigos y adversarios, pero de todos ellos le libró el Señor con mano poderosa y guía sabia. Nunca se avergonzó de quién era en virtud de su fe en Dios. Perseveró incluso cuando la muerte podía estar respirándole en la nuca. 

      Su ejemplo debe inspirarnos cada día en estos tiempos en los que muchos pretenden callar nuestra voz, coaccionar nuestra vida cristiana y denunciar nuestros valores anclados en el evangelio del Reino de Dios. Ante la intolerancia que sufrimos como evangélicos en este país, nunca habremos de rendirnos ante las exigencias inmorales de un sistema de valores desprovisto de Dios, sino que más bien, hemos de permanecer coherentes con nuestro llamamiento en Cristo Jesús, Señor nuestro, transformando nuestro entorno con ejemplaridad y civismo, y esperanzados en que Dios tendrá cuidado de nosotros cada vez que pregonemos el evangelio de la gracia y de la salvación.

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