SU PALABRA ME LLENA
SERIE DE
ESTUDIOS SOBRE EL SALMO 119 “DIJO DIOS: EL RITMO DE LA PALABRA DE DIOS”
TEXTO
BÍBLICO: SALMO 119: 9-16
INTRODUCCIÓN
Una de
las realidades a las que no puede escapar el ser humano es a la vacuidad de su
ser. Todo ser humano que camina sobre la faz de la tierra descubre más temprano
que tarde que existe un vacío existencial que necesita llenar para alcanzar la
realización personal. Ese sentimiento ignoto que preocupa al ser humano sin
excepción y que le crea una cierta ansiedad en la vida hace que se busque toda
clase de experiencias, cosas y tendencias ideológicas que le permitan colmar
ese hueco espiritual en su esencia individual. La humanidad ha optado por
tratar de llenar su vida con innumerables cosas que convierte en una especie de
ídolos sin los que no son capaces de mirar hacia delante. Ha intentado llenar
ese agujero insondable del alma con dinero, posesiones, un tren de vida lujoso,
poder, sexo, relaciones afectivas de todo grado, el cumplimiento de una serie
de reglas y normas, la religión o la acción filantrópica, y sin embargo, a
pesar de que en apariencia, el boquete del tabique de nuestro espíritu había
sido tapiado con estas cosas, el tiempo nos dice que solo son sucedáneos
baratos de sentido y que no logran pasar el corte de las dificultades y las
preguntas.
Sin
embargo, sí que existe alguien que puede llenar nuestras vidas de propósito y
felicidad. Tras probar todas las alternativas y opciones que la vida brinda al
ser humano, el predicador de Eclesiastés, en sus últimos días de lucidez y
sabiduría, no puede por menos que enseñarnos lo siguiente tras señalar que
probó todo para sentirse realizado: “El fin
de todo el discurso oído es éste: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos;
porque esto es el todo del hombre.” (Eclesiastés 12:13). El temor reverente
a Dios concretado en la obediencia a su voluntad es aquello que da verdadero
sentido a todas las cosas y que concede valor a la persona en su totalidad e
individualidad. El salmo 119 es precisamente ese canto de amor de alguien que
por fin ha entendido que necesita llenar su vida de la Palabra de Dios para
adquirir una madurez espiritual continua y para dejar que Dios sea el centro de
sus prioridades. El salmista no habla de convertirnos en obesos espirituales
que solo reciben y reciben sin responder a los estatutos de Dios. El autor de
este salmo hermoso pretende que en nuestra respuesta a los designios de Dios
sepamos dejarnos llenar por la bendición que conlleva meditar en su Palabra de
vida y verdad.
A. LLENA
MIS PENSAMIENTOS DE PUREZA
“¿Con qué
limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra.” (v. 9)
Aunque en
este versículo el salmista parece dirigirse de manera específica a la juventud,
el principio es absolutamente aplicable a todo ser humano que quiere someterse
a la ley de Dios para ser feliz y sentirse completo. La pregunta nos habla de
limpieza y de purificación de la trayectoria vital de un ser humano en una de
las épocas más importantes de su desarrollo como persona. En la juventud se
comienza a valorar, analizar y vislumbrar qué decisiones tomar para construir
un futuro de sueños, ideales y metas. Para poder caminar por la senda de bendición
marcada por Dios en su Palabra es preciso que la pureza predomine en cada uno
de nuestros pensamientos en orden a vivir de acuerdo a los requerimientos de
Dios, los cuales solo persiguen el objetivo de disfrutar de la obra del
Espíritu Santo en nosotros. El hecho de guardar y obedecer lo que la revelación
bíblica muestra supondrá vivir alejado de la malicia, de los deseos
embrutecidos y de la suciedad del pecado. La Palabra de Dios, en colaboración
con el Espíritu Santo, logrará que, desde el momento juvenil en el que podemos
pensar con claridad y conocimiento de causa, el pecado no se enseñoree de
nosotros para pensar con la mente de Cristo.
B. LLENA
MIS DECISIONES DE SENSATEZ
“Con todo
mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi
corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti.” (vv. 10-11)
De nuevo
la pasión del salmista por conocer día a día la voluntad de Dios se desborda en
su búsqueda y sed de alimento espiritual. Pone todas sus fuerzas y energías en
encontrar a Dios en la senda de su vida, y renuncia a buscar en otros lugares
que no sean la Palabra de Dios. Sabe que sus recursos y su entusiasmo no son
suficientes para lograr una comunión constante e íntima con Dios. Es consciente
de su debilidad e impericia ante las tentaciones que desvían la mirada a ídolos
vacíos y mudos que en nada se parecen al Dios vivo. De ahí la oración y el
ruego solicitando de Dios que le ayude a no desviarse del camino angosto que
lleva a la salvación. Los mandamientos de Dios, los cuales regulan y gestionan
nuestro trato con Dios y con los demás, son la señalización vial que nos evita
dolores de cabeza y que guía nuestros pasos en este tránsito momentáneo y
terrenal. El salmista persigue la meta de ser recto conforme a la santidad de
Dios, y su plegaria se dirige a pedir que Dios llene sus decisiones de sensatez
y prudencia para no buscar atajos ni detenerse ante las llamativas, astutas y
atractivas promesas de Satanás que solo nos llevan a la perdición. Esta es una
súplica entrañable en la que el apasionado salmista no quiere desagradar,
ofender o provocar el enojo de Dios, su amado Señor, pecando y tomando
decisiones erróneas.
C. LLENA MI
COMPORTAMIENTO DE HUMILDAD
“Bendito
tú, oh Señor; enséñame tus estatutos.” (v. 11)
Como un
alumno que reconoce que solo sabe que no sabe nada, el salmista se sienta a los
pies del maestro para escuchar y atesorar todas y cada una de las lecciones que
la Palabra de Dios imparte diariamente. Confiesa en adoración y alabanza que
Dios es bendito, que en Él se dispensan todos los beneficios que de la Palabra
brotan en abundancia. El alumno sabe que está muy por debajo de su rabino, de
su señor, y entona un breve canto a las bondades que extraerá de su aprendizaje
de la revelación de Dios. Su humildad se manifiesta con claridad al desear ser
enseñado, al rebajar su orgullo intelectual, académico o experiencial, al
mostrar honradamente su deseo de ser instruido en los estatutos de Dios. Esta
actitud humilde debe preceder al anhelo por conocer a Dios a través de su ley.
Sin un comportamiento repleto de humildad y sometimiento sincero, las letras
quedan en letras frías y sin sentido.
D. LLENA MI
CORAZÓN DE PASIÓN POR DIOS
“Con mis
labios he contado todos los juicios de tu boca.” (v. 13)
De nada
sirve todo lo que la mente ha aprendido y recogido de la boca del maestro, si
no es compartido con los demás. La sabiduría humana ha progresado precisamente
en ese sentido al ser proclamada, predicada y anunciada a otros. Del mismo modo,
el salmista siente que el conocimiento per se no tiene ninguna utilidad
concreta a menos que sea contada y narrada a sus demás amigos, conocidos y
compatriotas. Es menester contar con los labios las bondades y beneficios que
el Dios de la Palabra está dispuesto a ofrecer a cuantos le buscan en espíritu
y verdad. La ley de Dios es producto de su aliento y respiración, y de ahí la
doctrina de la inspiración bíblica en la que se establece que la Palabra de
Dios es exhalada por Él. Es interesante resaltar la expresión “todos” para
hacer hincapié en que toda la Escritura debe ser compartida y predicada, y no
solo aquellos pasajes que nos parecen más atractivos, menos comprometedores y
menos ofensivos a nuestra naturaleza pecaminosa. Haríamos un flaco favor a la
Palabra de Dios y a Dios mismo si solo anunciáramos lo que más nos conviene y
lo que menos nos duele. Solo la pasión por Dios provoca en el ser humano el
deseo de que otros adquieran esta misma pasión.
E. LLENA
MIS DÍAS DE GOZO
“Me he
gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza.” (v. 14)
Aquel que
prueba en su vida cómo la Palabra de Dios y el Dios de la Palabra se ajustan a
cada circunstancia de su vida de manera providencial y milagrosa, no puede por
menos que reconocer que ver el modo maravilloso en que Dios actúa en su vida es
algo glorioso. El salmista habla de su propia experiencia personal, la cual
sería muy semejante a la de aquellos que cantaban estas estrofas de ritmo
celestial. El tiempo va pasando, y el salmista no se arrepiente de haber
escogido caminar bajo la sombra del Altísimo. No puede quejarse de la forma tan
amorosa en la que ha sido considerado por Dios, y no halla razón para sentirse
triste al ver el cúmulo de evidencias que demuestran que siempre estuvo en las
manos de Dios. Su alegría es sincera y contagiosa, y el grado de júbilo que
llena su ser es tan grande que se atreve a considerar que las riquezas
terrenales no pueden compararse a un Dios proveedor, protector y salvador. Si
en algún instante tuvo que renunciar al esplendor y la fama terrenales, no
encuentra mayor satisfacción que en Dios. La obra redentora de Dios y la
operación santificadora del Espíritu Santo son para el salmista lo más preciado
y valioso del mundo, y colman con sobreabundancia todo su ser.
F. LLENA
MIS INCERTIDUMBRES DE SABIDURÍA
“En tus
mandamientos meditaré; consideraré tus caminos.” (v. 15)
La
obediencia a la voluntad de Dios no es una obediencia ciega que desprecia el
uso de nuestras capacidades mentales y racionales. Aunque muchos han intentado
arrinconar la habilidad pensante del creyente con respecto a la Palabra de
Dios, lo cierto es que el salmista afirma que los mandamientos no solamente
existen para cumplirlos a machamartillo y a rajatabla, sino que también lo hacen
para provocar en nuestra mente y corazón una actitud de reflexión y meditación
del por qué y para qué nos fueron entregados por Dios. Esto no quiere decir que
vayamos a perdernos en elucubraciones o comeduras de tarro, sino que en esa
actitud de ser inquisitivos y profundizar en la esencia de la ley de Dios, es
que nos acercamos más al conocimiento de ella y, por ende, del Señor. El
estudio bíblico es fundamental para entender por qué hacemos esto y por qué no
hacemos lo otro. Ser capaces de abrir nuestra mente y entendimiento a la
consideración de los caminos de Dios, nos llevará a seguir creciendo en nuestra
comunión y disfrute de nuestro Creador. En esa meditación y consideración de
Dios y de su revelación bíblica, surgirán dudas, por supuesto que sí, pero
éstas no serán un signo de incredulidad o descreimiento, sino todo lo
contrario, será la señal clara de que queremos conocerle más y más cada día de
nuestras vidas.
G. LLENA
MIS PASOS DE SEGURIDAD
“Me
regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras.” (v. 16)
De nuevo
el gozo y la felicidad son el lema del salmista, pero ya no poniendo la mirada
en los hechos portentosos de Dios en su vida pasada, sino en el futuro. Confía
en que la misma alegría que ha saturado su vida en el ayer, será la misma o
incluso mayor en el mañana. ¡Qué deliciosa seguridad y certeza saber que al
caminar en las sendas de Dios seremos bienaventurados! El salmista expresa su
delicia al abrir todos los días de su vida la Palabra de Dios, y su compromiso
de seguir guardando y manteniendo en su memoria los dichos de la boca de Dios.
En la cultura judía, las Escrituras no estaban a disposición de cualquiera,
dada su exclusiva manufactura artesanal y exorbitante precio, y por ello, la
manera en que los discípulos del rabino aprendían y conocían la Palabra, era a
través de repetir y memorizar los textos de la ley y los profetas. Hoy nosotros
tenemos el privilegio de sostener entre nuestras manos la Palabra de Dios
escrita, y no obstante, es absolutamente necesario poder memorizar al menos
algunos textos bíblicos que pueden ayudarnos a confiar en Dios en situaciones
en las que no podamos disponer de la Biblia escrita. ¡Cuánto bien ha hecho que
podamos ayudar a alguien con algún versículo bíblico recordado en
circunstancias delicadas! ¡Qué gran beneficio nos ha supuesto poder acudir a
nuestra memoria para rescatar palabras de aliento procedentes de las Escrituras
en situaciones críticas!
CONCLUSIÓN
Una vez
más, el Dios de la Palabra se convierte en el centro de la adoración,
reconocimiento y pasión del salmista. Pero esta vez es para expresar con un
cántico sublime que solo Dios es capaz de llenar ese vacío existencial de
nuestro ser con pureza, sensatez, humildad, amor, gozo, sabiduría y certeza.
Nadie ni nada podrá ofrecernos lo que Dios nos entrega gratuitamente. En un
mundo superficial, aparente y repleto de intereses egoístas, es fácil caer en las
redes de la vanidad, pero solo en la Palabra de Dios encontraremos el genuino
sentido de nuestra existencia, de nuestro propósito y de nuestro destino.
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