UN AMOR IMPARABLE





SERIE DE ESTUDIOS SOBRE HECHOS “UN EVANGELIO IMPARABLE”

TEXTO BÍBLICO: HECHOS 2:41-47

INTRODUCCIÓN

      ¿Cuál es el motor que impulsa cualquier organización, movimiento o institución? ¿Qué hace que cualquier grupo de personas con un mismo objetivo y una misma ideología se mantengan cohesionados a lo largo de su existencia? José Martí, pensador cubano, dijo una vez que “la única fuerza y la única verdad que hay en esta vida es el amor.” No cabe duda de que si es el amor aquello que impulsa y dirige cada actuación de los miembros de una asociación, su permanencia en el tiempo será cosa segura. El amor es capaz de transformar el debate en un encuentro fructífero y enriquecedor. El amor puede unir varias mentes pensantes con diferentes cosmovisiones y perspectivas de la vida. El amor tiene la capacidad de aunar intereses y de aglutinar diversas posturas ideológicas hasta desembocar en la unanimidad. Por desgracia, el amor no es precisamente lo que más mueve a las organizaciones y movimientos. Tal y como hemos podido comprobar en el seno de partidos políticos en estos días, lo que determina el rumbo de una institución es el ansia de poder y notoriedad. El amor queda arrinconado y olvidado mientras las amenazas, odios y traiciones se suceden. La ambición desmedida opaca completamente el horizonte de un grupo humano con consecuencias funestas que más tarde serán lamentadas.

     Se puede tener una misma meta como asociación, se puede predicar un mismo mensaje, pero sin amor es muy difícil que esta asociación prospere y crezca. El amor es ese pegamento que mantiene unidos a cada miembro de una agrupación, puesto que tiene la cualidad de valorar aquello que les une, de apreciar la disparidad de criterios e interpretaciones como un reto de gracia, y de medir el grado de adhesión a la causa común. Entendiendo la iglesia como un grupo humano escogido por Dios, el cual es ante todo amor puro, no podemos olvidar esto si queremos que la misión de Dios siga imparable su obra de renovación y transformación. El cuerpo de creyentes debe su ser a Cristo, el cual se entregó con un amor desmedido e inconmensurable para redimirlo y convertirlo en un baluarte de ese mismo amor que él exhibió en la cruz del Calvario. La comunidad de fe no puede ser entendida únicamente como una comunidad que persigue un mismo objetivo o como una comunidad que proclama un mismo mensaje al mundo. La iglesia solo puede ser entendida e interpretada en términos de amor fraternal, de amor a Dios y de amor al prójimo. 

      Lamentablemente a lo largo de la historia hemos comprobado cómo se adulteraba esta misericordiosa esencia para lograr intereses pecaminosos y conseguir parcelas de poder cada vez más grandes. Esta sigue siendo nuestra lucha como iglesia de Cristo: desarraigar cualquier vestigio de arribismo perverso de en medio de las filas del ejército de Dios. En nuestra propia experiencia hemos podido constatar los peligros y desgracias que la falta de amor, de comprensión y de respeto mutuo ha provocado en el seno de nuestras congregaciones. Cuando los criterios humanos han primado sobre el mandamiento de Dios de amarnos como Cristo nos amó, hemos contemplado horrorizados cómo se arruina la comunidad de fe. Por eso, para no caer o recaer en el error de erradicar el amor de la ecuación de una iglesia que desea servir a Dios en la misión imparable, es preciso volver a beber de las fuentes de agua fresca que nos ofrece el libro de Hechos.

A. UN AMOR IMPARABLE LOGRA UNA CONSTANCIA IMPARABLE

“Todos se mantenían constantes a la hora de escuchar la enseñanza de los apóstoles, de compartir lo que tenían, de partir el pan y de participar en la oración.” (v. 42)

      El amor es el ingrediente imprescindible para lograr la estabilidad y la constancia de la iglesia. El amor nos provoca a cada uno de nosotros el hecho de desear encontrarnos en la casa del Señor cada vez que nos reunimos. No es posible alcanzar la perseverancia y la constancia en la iglesia si no existe el anhelo sincero de encontrarnos con Dios comunitariamente. La palabra clave en este versículo es “todos”. No algunos o unos pocos, sino todos. Esta unanimidad solamente es lograda a través del amor que Dios derrama sobre su pueblo. No se reunían en virtud de una amenaza, o del miedo, o en torno al poder o a algún interesado objetivo. Todos se mantenían constantes porque se amaban. Todos los que hemos participado de un noviazgo sabréis a lo que me refiero con esto. El amor hacia el ser querido hace que queramos pasar con él el mayor tiempo posible, y la separación, por muy momentánea o efímera que pudiera ser, se nos antoja un abismo insoportable hasta que lo volvemos a ver. Los minutos son siglos y los días se tornan en una eternidad cuando no estamos junto a nuestro amor. Esto sucedía con mayor intensidad en la iglesia de Cristo, puesto que el amor que permeaba toda la comunidad de fe era un amor limpio y sincero que brotaba directamente del corazón de Dios.

     Por todo esto no es de extrañar que el amor propulsase un interés apasionado por conocer la vida de Jesús, sus enseñanzas y milagros, su ministerio y su muerte, su amor incondicional y su resurrección de entre los muertos. Cristo era el summum del amor, y por tanto, todos sus discípulos podían imitar su estilo de vida desprendido, amable y bondadoso. Los apóstoles enseñaban a todos los que se añadían a la iglesia, enfatizando el evangelio de la gracia y de perdón que se encarnaba en Cristo, y resaltando la necesidad de posar la mirada en el carácter de éste para conformar una comunidad de fe cuyo testimonio impactase a aquellos que todavía no habían tomado una decisión en relación a Cristo. Además, en esa constancia imparable que propiciaba el amor imparable de la comunidad, podemos constatar ese espíritu hermoso y entrañable de compartir para resolver las necesidades del pueblo de Dios estimando a los demás como superiores a ellos mismos; podemos admirar de qué modo el acto dramático de la cena del Señor se convertía en un símbolo del amor que ellos mismos sentían los unos por los otros, y en un recordatorio del amor modelo que Cristo demostró al mundo para salvación; podemos inspirarnos en el deseo ferviente de interceder por cualquier situación o circunstancia que afectase a los discípulos de Jesús, manifestando una confianza en que el poder de Dios podría cambiar cualquier realidad negativa y problemática. 

B. UN AMOR IMPARABLE LOGRA EL FAVOR DE TODO EL PUEBLO

“Todo el mundo estaba impresionado a la vista de los numerosos prodigios y señales realizados por los apóstoles. En cuanto a los creyentes, vivían de mutuo acuerdo y todo lo compartían. Hasta vendían las propiedades y bienes, y repartían el dinero entre todos según la necesidad de cada cual.” (vv. 43-45)

      El amor imparable que demuestra la comunidad de fe tiene la capacidad de cambiar la opinión que se tiene de la iglesia. Dado que la división, los partidismos y los cismas eran el pan de cada día en todos los terrenos de la política, la religión y la filosofía en los tiempos de la iglesia primitiva, que existiese un grupo humano cuyo testimonio era un testimonio de unidad, de acuerdo mutuo y de cuidado fraternal voluntario y liberal, era a todas luces llamativo y atractivo. Si a esto le añadimos el poder de Dios desatado en manos de los apóstoles, confirmando y respaldando el evangelio de Cristo, podemos hacernos una idea del gran impacto que causó esta primera comunidad de fe. La iglesia no iba a ser un grupúsculo religioso más al margen del judaísmo o una asociación temporal que terminaría por disolverse a las primeras de cambio. El tiempo diría de qué pasta estaba hecha la iglesia primitiva. Pero mientras tanto, en sus orígenes, podemos afirmar que el amor impregnaba cada una de las dinámicas internas de la iglesia, y que el amor asombraba a cuantos eran testigos de lo que era capaz este nuevo grupo de personas. 

     En vez de observar luchas fratricidas o discusiones violentas y egoístas, todos veían como, en la igualdad de la nueva humanidad en Cristo, la unanimidad y el acuerdo pacífico y vinculante era santo y seña de la comunidad de fe cristiana. En vez de contemplar las desigualdades de trato tan comunes en la sociedad imperante, lo que veían era una mutualidad de cuidados y protección sin precedentes. Podríamos hablar de comunismo bíblico, salvando las distancias ideológicas del comunismo marxista ateo. Si alguien perteneciente a la congregación necesitaba algo, existía un mecanismo mediante el cual se ayudaba y auxiliaba según la necesidad que se tuviese. Estaban dispuestos a invertir sus propiedades y sus posesiones para salvaguardar el bienestar de sus hermanos menos favorecidos. ¿No es esto sino el efecto y consecuencia de un amor imparable que moldeaba un corazón ególatra hasta convertirlo en un corazón generoso? El amor imparable de la iglesia de Cristo propiciaba un contexto de gracia y misericordia que intentaba acoplarse a los principios de compasión y piedad del Reino de Dios en la tierra. ¿Cómo no iban a identificar a los primeros cristianos como un grupo atractivo y coherente con su fe? La iglesia incipiente estaba obedeciendo a rajatabla el mandato de Jesús: “Vuestro amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos.” (Juan 13:35).

C. UN AMOR IMPARABLE LOGRA ESPÍRITUS SENCILLOS Y ALEGRES

“A diario acudían al Templo con constancia y en íntima armonía, en familia partían el pan y compartían juntos el alimento con sencillez y alegría sinceras. Alababan a Dios, y toda la gente los miraba con simpatía. Por su parte, el Señor aumentaba cada día el grupo de los que estaban en camino de salvación.” (vv. 46-47)

      El amor imparable que impresiona a todos cuantos lo ven en acción, en la práctica y como manera consistente de visualizar la fe, también tiene la particularidad de lograr en aquellos que aman y son amados con el amor del Señor, un espíritu de servicio y obediencia gozosos. La expresión “íntima armonía” ya nos habla a las claras de la clase de metamorfosis que se había conseguido en las almas y mentes de los discípulos de Cristo. Sin renunciar a sus raíces judías, con la convicción firme de que la adoración y la alabanza deben formar parte de ese amor profundo que sienten entre ellos y hacia Dios, y con los lazos inquebrantables que solo sabe construir un amor indestructible y perfecto, los seguidores de Cristo no dejan de marcar la diferencia en la sociedad en la que viven. No se postulan como ermitaños que abominan del Templo y se retiran a lugares inhóspitos como los esenios, o como fariseos que se aferran a una hipócrita interpretación de lo que es puro o no, o como saduceos que viven para el presente y para el poder terrenal, o como herodianos o zelotes que apelan a la violencia y la política para vindicar el advenimiento de la liberación de Israel. Ni siquiera tienen un nombre o una adscripción concreta. Son sencillos, humildes, honestos con su fe, respetuosos de la ley mosaica y honrados ciudadanos que buscan seguir el ejemplo de Jesús. Su huella en medio del pueblo es la alegría, la felicidad que solo procura la salvación y el perdón de los pecados, el gozo de saberse bajo la influencia del Espíritu Santo y el regocijo propio de aquellos que confían en Dios y en sus promesas de amor.

     El resultado de tanto amor derrochado, de tanta sencillez de corazón y espíritu, y de tanto júbilo, se resume en el versículo 47. No existe mejor método de evangelización que mantenerse como ciudadanos ejemplares, coherentes con sus principios y valores aprendidos de Cristo por medio de los apóstoles, alegres en la generosidad. La simpatía con que miraban a la primera comunidad de fe en Jerusalén no es ni más ni menos que la consecuencia de la llenura del Espíritu Santo. El aprecio de sus conciudadanos surge espontáneo de una diferencia de estilo de vida que contrastaba radicalmente con los usos y costumbres de una época en la que la moralidad se había extraviado considerablemente. Si los discípulos de Cristo hacían su parte, Dios también haría la suya, añadiendo a la iglesia cada día a más personas persuadidas por su Espíritu Santo a arrepentirse de sus pecados y a formar parte de un nuevo pueblo de amor imparable.

CONCLUSIÓN

     No debemos dudar del alcance que tiene el amor imparable de Dios que, derramado sobre cada uno de los miembros de su iglesia, puede marcar una gran diferencia en nuestra sociedad. Pero este amor pasa por que seamos perseverantes en ese amor, porque la santidad sea nuestro estandarte de vida y porque nuestro porte alegre y feliz llame la atención en medio de un mundo triste, amargado y afligido. Si cumplimos con el mandamiento de Jesús de amarnos mutuamente según su ejemplo, mantenemos la misión imparable como hoja de ruta y predicamos de palabra y obra el mensaje imparable del evangelio de salvación, veremos cómo poco a poco nuestro Dios y Padre añadirá a nuestra comunidad de fe a aquellos que estén en el camino de salvación.

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