SIENDO VALIENTEMENTE FIRMES





SERIE DE SERMONES “TRANSFORMADORES: CÓMO IMPACTAR A NUESTRO MUNDO”

TEXTO BÍBLICO: DANIEL 3

INTRODUCCIÓN

     A las gentes valencianas les encanta el fuego. Parece ser que desde tiempos inmemoriales el fuego se ha convertido en parte de la cultura, el folklore y la idiosincrasia levantina. Como símbolo de purificación, de destruir lo negativo para comenzar de nuevo desde cero, de celebración de las festividades y de conmemoración del solsticio de verano, el fuego siempre ha formado parte de la manera de sentir y vivir la vida en tierras mediterráneas, y concretamente de las latitudes valencianas, castellonenses y alicantinas. Y si no, observemos el interés y la pasión que demuestran los falleros durante todo el año para erigir sus monumentos efímeros en los que se entremezclan la crítica política y social con el colorido de una imaginación desbocada. Contemplemos cómo las hogueras de San Juan crepitan en la noche del 24 de julio dando la bienvenida al día más largo del año e invitando a saltarlas en las playas repletas de personas que buscan un nuevo renacer espiritual. Y qué decir de la pólvora, la cual deja en los cielos estelas increíbles de luz, sonido y color en la Nit del Foc, y la cual ensordece nuestros oídos si nos unimos a la muchedumbre en la Mascletá de cualquier población valenciana. 

      El fuego ha sido y será siempre un distintivo de la identidad valenciana vistas las evidencias de sus costumbres y tradiciones. Esa sensación encandiladora que provoca el fuego incluso ha atrapado en sus redes a aquellos que han emigrado hasta formar parte del acogedor pueblo valenciano. Yo me recuerdo así cuando mi familia y yo aterrizamos hace 35 años en esta tierra que sigue siendo hospedadora mía y lugar de nacimiento de mis hijas. Me recuerdo recogiendo ramas, leña, muebles viejos y apuntes del colegio para lograr construir una hoguera altísima donde poder asar patatas en sus brasas de medianoche. Me recuerdo esperando hasta la madrugada para ver cómo se quemaban las fallas del pueblo y disfrutando de unos fuegos de artificio que llenaban la mente de sorpresa y admiración. Me recuerdo intentando tirar petardos por la calle hasta que uno me explotó en la mano, y decidí dejar de jugar con fuego. El fuego causa cierto embeleso por su belleza y calor, pero también puede destruir lo creado y acabar con muchos sueños.

     Hoy vamos a hablar también de un fuego ardiente y estremecedor. Esta vez el fuego no fue generado para la diversión de las masas o para celebrar una festividad. Es un fuego devorador encendido en un horno incandescente que persigue abrasar por completo a tres hombres inocentes. Podríamos decir que se trataba del fuego de la prueba, de un trance del que era imposible salir, de una sentencia mortal. En nuestra realidad vital, también nosotros hemos de afrontar situaciones en las que se prueba nuestra fortaleza moral, nuestra firmeza de las convicciones y nuestra fe en el poder de Dios. Las presiones que a menudo se presentan en nuestra vida, bien sea por parte de la familia, por parte de las amistades, por parte del entorno laboral, o por parte de las leyes civiles y la sociedad, pueden constituirse en termómetros muy exactos de la temperatura espiritual de nuestras vidas. La familia que no es creyente evangélica puede reclamar de nosotros que dejemos en un segundo plano nuestra fe para evitar una marginación en el horizonte. Los amigos suelen presionarnos con ciertas prácticas aceptadas socialmente como ingerir altas dosis de alcohol o como tomar sustancias estupefacientes y así encajar en el sentir rebelde del grupo. Los jefes y encargados pueden solicitarnos realizar determinadas prácticas ilegales, ilegítimas o inmorales como mentir en informes, obviar información o recibir comisiones de dudoso origen porque todo el mundo lo hace. Las leyes y la presión social también nos llaman a ser tolerantes con aquello que es abominable ante los ojos de Dios, y nos coaccionan para que los pastores evangélicos casemos a parejas homosexuales o para que los médicos cristianos tengan que practicar un aborto horrible a una joven desnortada. Este es nuestro horno de fuego en el presente, y no deja de ser menos amenazador que el horno en el que fueron metidos Sadrac, Mesac y Abed-nego.

     ¿Qué podemos aprender de estos amigos de Daniel en nuestro empeño por transformar las presiones diarias que se vuelcan en nuestra contra? ¿Cómo podemos mantenernos valientemente firmes en el fuego de la prueba? 

A. UN CONTEXTO AMENAZADOR 

     En primer lugar, debemos considerar el contexto en el que se produce el hecho de que tres hombres inocentes, convencidos de su fe en Dios y confiados en el poder de Dios, deban ser ejecutados de una manera tan terrible. Dos son los catalizadores que propician este abyecto acontecimiento. El primer factor desencadenante es una nueva ley que enfatizaba la adoración del rey Nabucodonosor. En un arranque de egolatría y orgullo personal, el rey hace levantar una estatua enorme y reluciente que lo representaba como un dios al que se le debía completa alabanza y gloria. Para rematar este acto de divinificación del ser humano, nada nuevo bajo el sol, promulga un edicto en los términos siguientes: “Mándase a vosotros, oh pueblos, naciones y lenguas, que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado; y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo.” (vv. 4-6). Aquellos súbditos a los que les daba igual ocho que ochenta, porque sus convicciones y principios estaban sometidos al favor real y a la conveniencia personal, no dudaron en cumplir con esta ley sin problemas. La gente suele ser muy práctica cuando su bienestar material y terrenal está en juego. 

      Pero, ¿qué pasaba con quiénes sí tenían valores espirituales que obedecían al mandamiento de Dios de “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.” (Éxodo 20:3-6)? Aquí entra en escena el segundo factor amenazante que provoca la sentencia de fuego para los tres amigos de Daniel: “Por esto en aquel tiempo algunos varones caldeos vinieron y acusaron maliciosamente a los judíos.” (v. 8). Hay personas envidiosas y tiñosas que no son capaces de ocuparse de sus actos y consecuencias dejando a los demás en paz. Siempre hay alguien que, no contento con su situación personal, se dedica a meter cizaña allí por donde va. Y sin comerlo ni beberlo, son los creyentes en Dios los que suelen pagar el pato. Satanás no soporta la santidad de vida de los cristianos o de aquellos que temen al Señor por encima de las amenazantes presiones sociales y religiosas. Para ello, planta en mentes ignorantes, fanáticas y codiciosas la idea de que el seguidor de Dios debe ser extirpado de la sociedad, puesto que sus convicciones, su valentía y su fe pueden cambiar positivamente la perspectiva que muchos tienen de Dios. ¿Cuál es la acusación que estos individuos hacen de los amigos de Daniel ante el rey? “Hay unos varones judíos, los cuales pusiste sobre los negocios de la provincia de Babilonia: Sadrac, Mesac y Abed-nego; estos varones, oh rey, no te han respetado; no adoran tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has levantado.” (v. 12). El ego subido de Nabucodonosor, lleno de sí mismo e insensible a que otras personas puedan pensar o creer de manera diferente a él, se enfurece como un basilisco y decide tomar cartas en el asunto.

B. UNA RESPUESTA DE FE Y FIRMEZA EN DIOS

     Nabucodonosor manda traer a Sadrac, Mesac y Abed-nego ante su presencia para dilucidar la verdad de las traicioneras acusaciones de algunos caldeos. Les da una nueva oportunidad para que puedan limpiar su nombre y para que demuestren obediencia y adoración al rey. Pensando que solamente con su augusta y esplendorosa presencia podía domarlos, recibe una sorprendente y coherente respuesta de su parte: “No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.” (vv. 16-18). “¿Estáis locos? ¿Os falta un tornillo? ¡Salvaos! ¡Estáis firmando vuestra sentencia de muerte!”, dirían algunos llevándose las manos a la cabeza. Sadrac, Mesac y Abed-nego lo dejan bien clarito al rey: “No vamos a negociar nada y no vamos a hacer algo que Dios considera un atentado contra su persona y majestad. Da igual lo que digas, oh rey. Da igual que te pongas rojo como un tomate o azul como el cielo. Ni adoramos a otros dioses ni te adoraremos a ti. Dios puede salvarnos de la quema y así lo creemos.” Para ellos, Dios era la prioridad en sus vidas y sabían que muertos o vivos, sus vidas le pertenecían por completo. Esto nos recuerda a Pablo cuando afirmó lo siguiente: “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.” (Romanos 14:8). La reacción del monarca es tan virulenta y desproporcionada, que hace calentar el horno siete veces más de lo normal, matando en el proceso a los verdugos que echan a los amigos de Daniel maniatados e indefensos. 

    El resultado de este castigo descomunal y abrasador, sin embargo, es muy distinto del esperado por todos. En vez de ver retorcerse a los desobedientes de dolor en una agonía lacerante y desesperada, la escena es otra completamente distinta: “He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses.” (v. 25). Las leyes de la naturaleza que dictan que el fuego consume, devora y desintegra los tejidos propios del cuerpo humano, son contravenidas por el poder de Dios por medio de un cuarto ser semejante a un ángel que protege por completo a los tres condenados. La prueba se evidencia en el examen que se hace de ellos tras pedirles que salgan del horno de fuego: “Ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían.” (v. 27). La confianza que habían depositado en las manos de Dios no había sido defraudada en absoluto. Esta confianza solo puede proceder de un corazón entregado, consagrado y dedicado a un Dios santo, omnipotente y lleno de gracia para con sus hijos. Lograr esta valentía y coraje en medio del fuego de la prueba solo puede venir de una existencia llena del Espíritu Santo. Ante la muerte podían haberse rendido ante la petición del rey y salvar sus vidas, pero hubieran perdido toda credibilidad, dignidad y favor de Dios. Por eso, a pesar de tener todo en contra, su fe resplandece por encima de las dificultades y mira más allá, a una eternidad con Dios.

CONCLUSIÓN

     Con ojos desorbitados por el asombro y el pasmo, Nabucodonosor de nuevo vuelve a reconocer a Dios en estos tres hombres de valor. Se da cuenta de que él estará siempre por debajo de un poder celestial que lo supera con holgura. Bendice a este Dios del que hasta ahora solo ha visto maravillas y prodigios, e insta a esos envidiosos acusadores de entre los caldeos a que se piensen dos veces volver a encausar a los seguidores de este Dios tan grandioso y todopoderoso. Quedémonos con una de sus frases: “Por cuanto no hay dios que pueda librar como éste.” (v. 29). Si esta fue la conclusión a la que llegó tras este episodio ardiente, siendo pagano e idólatra como era, ¿cómo no tendremos esto en cuenta cuando las presiones, las pruebas y las tensiones cotidianas demanden de nosotros dar cumplido testimonio de nuestra fe y de nuestras convicciones, con el fin de ser transformadores de nuestro entorno?

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