ORANDO FERVIENTEMENTE





SERIE DE SERMONES “TRANSFORMADORES: CÓMO IMPACTAR A NUESTRO MUNDO”

TEXTO BÍBLICO: DANIEL 2

INTRODUCCIÓN 

      Demasiado a menudo subestimamos el poder y alcance que tiene la oración. Nuestro mundo no puede ser impactado ni nosotros podemos convertirnos en auténticos transformadores de nuestro entorno, si no somos capaces de aferrarnos a esos momentos en los que entablamos un diálogo fructífero y bendito con el Señor. La oración en sí misma no cambia nada. Unas palabras más o menos bien dichas, en el orden correcto que el Señor Jesucristo dispuso, y con un contenido hermoso y apropiado, son inoperantes si no reconocemos que el poder no viene de nuestra fe o de nuestra modélica plegaria, sino que éste procede y tiene su fuente en Dios. Es el Señor de la oración el que transforma el mundo a nuestro alrededor. Nuestro papel es el de percibir personalmente las necesidades que surgen en nuestro medio, de reconocer nuestra dependencia de Dios y nuestra incapacidad para cambiar las cosas con nuestros ímprobos esfuerzos. Cuando dejamos de pensar en la oración como una especie de sortilegio ceremonial que mueve la mano de Dios, y pensamos en ella como la que nos cambia, tal como afirmó Soren Kierkegaard, teólogo y filósofo danés, todo es posible.

     La oración transformadora impacta al mundo en el que habitamos cuando somos lo suficientemente humildes como para confesar que ésta ya está obrando su labor de transformación en nosotros por medio de la persona del Espíritu Santo. Si nuestra oración es ferviente, perseverante y constante, los frutos serán abundantes. Pero si a nuestras oraciones les falta alma, y son esporádicas y puntuales, no podemos esperar que las cosas transmuten por arte de birlibirloque. Además de desarrollar convicciones firmes y arraigadas en Cristo, es preciso pasar a la acción de la oración. Cuando nuestra predicación ha saturado los oídos de las personas sin recibir una respuesta más o menos esperanzadora, cuando nuestro testimonio no es suficiente como para derretir los corazones de hielo de los que nos miran con lupa, y cuando los métodos evangelísticos empleados no parecen surtir efecto entre nuestros vecinos y conciudadanos, solo resta orar fervientemente, rogar a Dios con fe y solicitar de Dios un avivamiento del Espíritu Santo que transforme la dinámica de insensibilidad e indiferencia con respecto al evangelio. Santiago remachó esta realidad cuando aseguró lo siguiente usando el ejemplo del profeta Elías: “La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.” (Santiago 5:16-18).

     Daniel sabía que solamente con valores afirmados en la obediencia a Dios y a sus mandamientos no bastaba para cambiar las cosas. El capítulo dos del libro de Daniel comienza con una petición sorprendente e inaudita de Nabucodonosor, rey de Babilonia. Había tenido un sueño cuyo contenido había atrapado su mente por completo. Pero lo curioso del asunto era que no recordaba ese sueño. Sin importar lo loco de su orden a los adivinos, magos y astrólogos de la corte, de averiguar qué había soñado y qué significaba lo soñado, amenaza con acabar con la vida de todos aquellos que no supieran dar solución a su problema onírico. En una mezcla de paranoia real y perturbación mental, a Nabucodonosor le importan tres pepinos las excusas que presentan entre sudores y nerviosismo sus siervos. Él solo quiere saber qué soñó y el sentido de su sueño olvidado. Los magos y astrólogos confiesan que es imposible solventar la papeleta tan trágica que se les plantea: “Porque el asunto que el rey demanda es difícil, y no hay quien lo pueda declarar al rey, salvo los dioses cuya morada no es con la carne.” (v. 11). Ante esta justificación, la sentencia real se extiende a todos los sabios de Babilonia, incluidos Daniel y sus compañeros. El capitán de la guardia real se presenta en casa de Daniel y éste lo convence para que les dé un poco de tiempo a fin de valorar cómo afrontar una situación tan comprometida como esta. ¿De qué manera lidian Daniel y sus amigos con este sinsentido real?

A. ORANDO FERVIENTEMENTE POR AYUDA

“Luego se fue Daniel a su casa e hizo saber lo que había a Ananías, Misael y Azarías, sus compañeros, para que pidiesen misericordias del Dios del cielo sobre este misterio, a fin de que Daniel y sus compañeros no pereciesen con los otros sabios de Babilonia.” (vv. 17-18)

     En el preciso momento en el que somos conscientes de que no podemos hacer gran cosa para resolver determinados problemas en nuestras vidas, sabemos que la oración ferviente es el camino más adecuado y eficaz para dejar que sea el poder de Dios el que venza cualquier obstáculo. Justo cuando la desesperación asoma sus orejas y colmillos en nuestras vidas, la petición en oración a Dios debe ser el remedio a nuestra resignación y tristeza. Daniel sabía que estaban en un trance realmente complicado. ¿Cómo interpretar un sueño que ni el mismo lo que lo había soñado lo recordaba? Era misión imposible, pensaron los sabios caldeos. Sin embargo, podemos constatar la fe tan grande que Daniel tenía en Dios, al no ponerse nervioso y al proponer a sus compañeros que todos se uniesen en oración y ruego ante Dios. Esta es precisamente la misma idea que subyace en Filipenses 4:6, 7: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”

     Además, el hecho de que Daniel se reuniese con sus compatriotas para implorar de Dios una solución a lo que aparentemente era un callejón sin salida, nos habla también de que la oración en comunidad era algo sumamente importante y relevante que Dios valoraba positivamente. A veces tenemos un problemón entre manos, y aunque oramos individualmente al Señor suplicando una respuesta que nos saque del atolladero, lo cierto es que cuando unimos nuestra voz a la oración del pueblo de Dios, notamos cómo el Espíritu Santo va aunando voluntades y confianzas hasta provocar un cambio en nosotros y en nuestro entorno. El misterio que propone Nabucodonosor requiere de comunión en la oración, y por ello, en la unanimidad de Daniel y sus compañeros, vemos como la resolución al problema brilla en medio de la oscuridad. Ruegan por su vida apelando a las infinitas misericordias de Dios y piden una oportunidad de escapar a la caprichosa orden del rey. La oración ferviente que se hace ante Dios solicitando auxilio y ayuda no será desdeñada por Dios, sino que ésta será contestada para bendición y testimonio de su grandeza y poderío. Jesús ya lo dejó dicho: “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis.” (Mateo 21:22).

B. ORANDO FERVIENTEMENTE RECIBIMOS LA RESPUESTA EN AGRADECIMIENTO A DIOS

“Entonces el secreto fue revelado a Daniel en visión de noche, por lo cual bendijo Daniel al Dios del cielo. Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría. Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y ciencia a los entendidos. Él revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz. A ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo, porque me has dado sabiduría y fuerza, y ahora me has revelado lo que te pedimos; pues nos has dado a conocer el asunto del rey.” (vv. 19-23)

      Esta oración de bendición y adoración es un modelo tremendamente hermoso e inspirador que todos los cristianos haríamos bien en interiorizar en nuestra vida de oración. En el tiempo debido, Dios capacita a Daniel para conocer el sueño misterioso del rey y para interpretarlo sin lugar a dudas. Una vez Daniel reconoce la mano de Dios en esta revelación sobrenatural, no vacila en agradecer la ayuda prestada y en confesar las bondades y poder de Dios. El poder y la sabiduría son dones que solo puede dar Dios según la soberanía de su voluntad. Todo lo que el ser humano conoce procede únicamente de Dios, ya que todo nuestro ser fue formado e ideado para adquirir conocimientos progresivos de lo que es él, de lo que le rodea y de aquello que se escapa a un primer vistazo de su curiosidad. El ser humano posee una innata habilidad para observar, crear y descubrir que ha usado tanto para el bien como para el mal. A pesar de vivir en tiempos en los que el conocimiento y la ciencia han alcanzado cotas realmente impresionantes, todavía queda por emplear con sabiduría el discernimiento entre lo bueno y lo malo. Somos avanzados en todas las disciplinas académicas, y no obstante, seguimos teniendo un pobre dominio de nuestra capacidad para distinguir el bien del mal. 

     Dios se erige en la oración de Daniel como Aquel que maneja los hilos del tiempo a su antojo. Podemos pensar que el ser humano tiene el control de su destino, que sus decisiones son capaces de truncar el plan de salvación establecido desde la fundación del mundo por el Señor, o que somos dueños de nuestro sino, y sin embargo, cuando leemos entre los renglones torcidos que nosotros escribimos en la historia de la humanidad, podemos atisbar cómo Dios escribe con rectitud y esmero cada acontecimiento. La autoridad y la sabiduría son un don de Dios que da a la humanidad para encontrar orden, propósito y razón en todo lo que se hace, pero aunque el hombre propone, solo Dios dispone. Nada se resiste a su sapiencia, nada se oculta a su escrutadora mirada, nada se le pasa por alto, no se despista o se deja sorprender. Todo está desplegado delante de Él y la luz es el símbolo de la verdad y el amor que deben impregnar cada pensamiento, idea o percepción del ser humano. Daniel reconoce ante Dios que todo lo que sabe es gracias a su compasión y gracia, y que él es solo un instrumento, un canal, un colaborador privilegiado en el orden de cosas establecido por Dios. Aliviado al ver cómo el Señor les quita un gran peso de encima, Daniel y sus compañeros están listos para salvar a sus colegas de profesión en palacio.

C. ORANDO FERVIENTEMENTE CUMPLIMOS EL OBJETIVO DE SER DE TESTIMONIO A LOS INCRÉDULOS

“Respondiendo el rey y dijo a Daniel, al cual llamaban Beltsasar: ¿Podrás tú hacerme conocer el sueño que vi, y su interpretación? Daniel respondió delante del rey, diciendo: El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días. He aquí tu sueño, y las visiones que has tenido en tu cama: Estando tú, oh rey, en tu cama, te vinieron pensamientos por saber lo que había de ser en lo porvenir; y el que revela los misterios te mostró lo que ha de ser. Y a mí me ha sido revelado este misterio, no porque en mí haya más sabiduría que en todos los vivientes, sino para que se dé a conocer al rey la interpretación, y para que entiendas los pensamientos de tu corazón.” (vv. 26-30)

    La oración de fe de Daniel y sus compañeros por fin daba los frutos apetecidos. Al filo de la desgracia nacional, Daniel se presenta ante el rey para disipar cualquier interrogante del sueño que pudiese tener. Daniel no se arroga una capacidad especial para leer los sueños, o un poder supraterreno propio para desvelar lo oculto, o una habilidad adquirida por la práctica y el estudio para asomarse al futuro. Todo lo contrario. Reconoce que humanamente lo que el rey había pedido era una incongruencia, un imposible y una locura sin solución. Solo Dios podía descifrar el misterio del sueño, puesto que únicamente Él es omnisciente y eterno. Cuando Dios nos da la contestación a nuestras oraciones, y nos colocamos en la posición de ser de bendición a los demás a través del servicio, entonces es cuando tenemos la oportunidad de impactar a los incrédulos. La oración respondida debe involucrar un cambio en nosotros para que la efectividad de la contestación de Dios no quede en agua de borrajas. Daniel no va directamente al grano, sino que quiere dejar claro en nombre de quien va a interpretar el sueño del rey. No lo hace de motu proprio, sino que lo hace en virtud de su calidad de embajador del Dios de los cielos. Es el momento de ser transformadores de nuestro entorno. Es la ocasión clara que Dios dispone ante nosotros para hacer carne el contenido de la respuesta de Dios en la vida de los demás. Dios tenía un plan con Nabucodonosor, y Daniel era la herramienta viva y dispuesta que Dios iba a emplear para que el nombre del Señor fuese engrandecido en la resolución de la incógnita del monarca.

CONCLUSIÓN

    Tras la descripción e interpretación del sueño del rey de Babilonia, podemos comprobar cómo la oración ferviente a un Dios misericordioso y poderoso da resultados inmejorables: “Entonces el rey Nabucodonosor se postró sobre su rostro y se humilló ante Daniel, y mandó que le ofrecieran presentes e incienso. El rey habló a Daniel, y dijo: Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues pudiste revelar este misterio. Entonces el rey engrandeció a Daniel, y le dio muchos honores y grandes dones, y le hizo gobernador de toda la provincia de Babilonia, y jefe supremo de todos los sabios de Babilonia.” (vv. 46-48). Ahora Daniel y sus compañeros se hallaban estratégicamente ubicados en la corte del rey para visibilizar la soberanía y el poder de Dios. Dios no da puntada sin hilo, y la oración ferviente del creyente da pie para que el Señor, en su misericordia y amor, pueda transformar unas circunstancias amenazantes en una nueva oportunidad para manifestar su gloria por medio nuestro. Daniel cumplió a carta cabal lo que Pablo nos enseña en Romanos: “En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración.” (Romanos 12:11-12).

Comentarios

Entradas populares