SEIS TROMPETAS II



SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “SELLOS Y TROMPETAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 9 

INTRODUCCIÓN 

      Conforme se acerca el instante cósmico en el que Cristo regrese de nuevo para ser juez de vivos y muertos, la realidad en la que vivimos se va a ver cada vez más afectada por el pecado y sus dañinos efectos. Aun cuando existen personas lo suficientemente optimistas para pensar que en el s. XXI se está llegando al culmen de la concordia internacional, del respeto a los derechos humanos, del progreso increíble de la tecnología y de la construcción de un mundo mejor, sabemos en el fondo que esto no es así. Normalmente, muchos usan la expresión “que estamos en el s. XXI, supéralo de una vez,” para afirmar sus ideologías y estrategias de pensamiento, por muy inmorales e ilegales que estas sean en un momento dado, sobre la base de que en nuestros tiempos hemos superado al fin una visión estrecha, arcaica y restrictiva de la libertad que cada ser humano tiene de ser como quiere ser. Y así, con la cantinela patética de la presunta modernez, muchos intentan hacer ver al resto de la humanidad, que al fin el ser humano ha logrado la armonía, la concienciación y la tolerancia que en otros tiempos y épocas no se llegaron a conseguir. Con la pátina superficial del buenismo, del victimismo facilón, del respeto selectivo, de la ley del embudo y de un misticismo geólatra, los abogados del pensamiento único persiguen que todos nos unamos como un solo pueblo sin juzgar y sin ser juzgados.  

     Aquellos que conocen bien la Palabra de Dios y la naturaleza caída del ser humano, tienen meridianamente claro que aquellos que rechazan de plano a Dios siguen trabajando tras las bambalinas para elaborar un proyecto respaldado por el mismísimo Satanás mediante el cual embaucar al mayor número de personas posible antes de que Cristo retorne a por su pueblo por segunda vez. Algunos podrán tacharme de conspiranoico, de fabulador, de fantasioso, o incluso de fanático supersticioso, pero sabiendo de qué pie calza la raza humana, y teniendo en cuenta el modus operandi sigiloso y artero de Satanás para engañar y destruir cualquier atisbo de posibilidad de salvación de la humanidad por medio de Cristo, no me importa que se me tilde como tal. El que observa con perspicacia los movimientos sociales, ideológicos y religiosos que se están dando en la actualidad con una pasmosa y vertiginosa velocidad, sabrá a qué me refiero. El diablo es un ser real, sujeto a la soberanía de Dios, pero con la capacidad de provocar el caos, la discordia y la mentira en cuanto el ser humano deja una puerta entreabierta para que pueda seguir haciendo daño a todos cuantos son potenciales creyentes en el Señor. 

1. LA QUINTA TROMPETA 

      Cuatro trompetas han sonado en el firmamento que encapsula a la tierra. Grandes desdichas y catástrofes se han ido sucediendo prácticamente sin pausa sobre la humanidad y el resto de la creación de Dios. Las condiciones de vida se han vuelto casi imposibles, las crisis humanitarias se ceban en los más desfavorecidos, y la certeza de que las cosas van a empeorar comienza a crecer en el corazón de los que todavía sobreviven. No cabe duda de que el juicio de Dios está siendo estremecedor y terrible.  

      Sin embargo, la quinta trompeta suena, no ya para dar paso a un respiro, o para traer un nuevo episodio cataclísmico que pueda afectar negativamente a la creación, sino que su timbre resuena con el sonido de la próxima devastación de gran parte de los seres humanos que todavía siguen en pie a pesar de todo: El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra. Y se le dio la llave del pozo del abismo. Abrió el pozo del abismo, y del pozo subió humo como humo de un gran horno, y el sol y el aire se oscurecieron por el humo del pozo. Del humo salieron langostas sobre la tierra, y se les dio poder, como el poder que tienen los escorpiones de la tierra. Se les mandó que no dañaran la hierba de la tierra, ni cosa verde alguna ni ningún árbol, sino solamente a los hombres que no tuvieran el sello de Dios en sus frentes. Pero no se les permitió que los mataran, sino que los atormentaran cinco meses; y su tormento era como el tormento del escorpión cuando hiere al hombre. En aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos. El aspecto de las langostas era semejante a caballos preparados para la guerra; en las cabezas tenían como coronas de oro, sus caras eran como caras humanas, tenían cabello como cabello de mujer y sus dientes eran como de leones; tenían corazas como corazas de hierro y el ruido de sus alas era como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo a la batalla; tenían colas como de escorpiones, y también aguijones, y en sus colas tenían poder para dañar a los hombres durante cinco meses. Sobre ellos tienen como rey al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión. El primer ay pasó; pero vienen aún dos ayes después de esto.” (vv. 1-12) 

       La estrella que, en esta ocasión se precipita sobre la tierra, en nada tiene que ver con Ajenjo, la tóxica y amarga roca que cae en medio de las aguas potables de la tierra. Sin llegar al punto de dogmatizar, algo que siempre hemos de considerar cuando tratamos de interpretar una serie de escenas simbólicas y literales que han sido descritas por los ojos de un testigo del s. I, esta estrella tiene todas las papeletas para ser identificada como Satanás. Recordemos que el mismo Jesús, en Lucas 10:18, nos habla del abatimiento de su más acérrimo enemigo sobre el planeta: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.” Arrojado de delante de la presencia de Dios a causa de su deseo irrefrenable por ocupar el trono de los cielos, Satanás, uno de los ángeles más resplandecientes y gloriosos que Dios había creado para su servicio de adoración, ya no hallará la oportunidad de seguir disfrutando del privilegio de habitar junto al Señor en los lugares celestiales. En su caída a esta tierra nuestra, este orgulloso arcángel arrastrará a innumerables ángeles que participaron de su intentona golpista. De ahí que cuando aterriza, lo hace con la llave que abre las mismísimas puertas de los abismos, nueva ubicación y morada de los rebeldes seres angélicos. Satanás se convierte así en el general de un ejército demoniaco que se apresta para infligir el mayor dolor que pueda sobre el ser al que más ama Dios, al ser humano. 

     Al abrir las puertas de los abismos, todo un mundo de dolor, maldad y crueldad surge de las entrañas de la dimensión espiritual. La apertura de este umbral diabólico causa un efecto tenebroso sobre las cabezas de la humanidad, dado que el espeso humo que sube a los cielos pinta de negro la silueta de las luminarias y ciega los ojos de aquellos que han sobrevivido a las primeras trompetas del juicio divino. Podríamos decir que el advenimiento en tropel de las huestes satánicas se une a la ceguera espiritual que los que no creen en Cristo poseen. De en medio de la confusión y las tinieblas, un ejército de entes malévolos y perversos comienza a salir del brocal del pozo del abismo. Todos aquellos que hemos visto la saga cinematográfica de “El Señor de los anillos,” recordará ese mar de feroces y sanguinarios orcos brotando de las entrañas de la tierra para luchar contra la Comunidad del Anillo y sus aliados. Pues imagino una escena semejante al leer estos versículos. Los seres que de este agujero infecto e insidioso brotan a oleadas, son comparados por Juan a langostas, tal es su número y su ánimo de herir y hacer sufrir a la humanidad. Sabemos que las langostas son animales que, cuando se unen en enjambres, pueden arrasar con cuanta vegetación se encuentran en su camino. Un enjambre normal puede contener hasta 150 millones de langostas por km2 y una bandada de un km2 puede llegar a consumir una proporción equivalente a los cultivos para alimentar a 35.000 personas. Las nubes de langostas se desplazan rápidamente, cubriendo entre 100 y 150 km al día, complicando las medidas de control. Imaginemos estos números en términos de entidades demoniacas, campando a sus anchas sobre la faz de la tierra, buscando qué devorar y asolar. 

     No obstante, a pesar de que su potencial para hacer el mal y propagar su actividad ponzoñosa es enorme, Dios sigue estando al control de todo lo que ocurre. Con la capacidad de inocular su veneno, tal como hacen los escorpiones, todo este enjambre sigue estando sometido a los planes eternos del Señor. En definitiva, Satanás sigue siendo una creación de Dios, absolutamente incomparable con el Señor del universo, y, por tanto, ha de plegarse, aun a regañadientes, a sus órdenes y designios. El Señor prohíbe a estas langostas del averno que se ceben en la vegetación que todavía resta en la tierra, tras haber sido destruida su tercera parte con el toque de la primera trompeta. Además, solo les concede el poder de atormentar a los seres humanos incrédulos durante un determinado periodo de tiempo, sin que estos engendros de Satanás puedan arrebatarles la vida. Solo aquellos que no están sellados por Dios, esto es, justificados mediante el sacrificio expiatorio de Cristo, y guiados por el Espíritu Santo, habrán de padecer la más horrible de las aflicciones. Este doloroso trance es asemejado al de la picadura del escorpión, la cual sabemos que libera una serie de neurotoxinas que afectan al sistema nervioso, propiciando un cuadro sintomático de dificultad para respirar o tragar saliva, entumecimiento en la zona del piquete, movimientos extraños en la cabeza, sudoración, taquicardia, náuseas y vómitos, sin que una persona llegue a morir a menos que tenga una reacción alérgica severa. Como podemos observar no es una muy grata experiencia que digamos, ser picados por un escorpión o alacrán.  

      El tormento durará cinco meses, justo el tiempo de vida que tienen las langostas de verdad, las cuales viven de mayo a septiembre. El sentido de esta fecha es que este sufrimiento será intenso y prolongado, aunque en un momento dado tendrá su final. Sabemos que el daño que provoca el diablo en aquellos que coloniza suele ser, tanto físico como mental y espiritual. Tal será el grado de angustia y desesperación que abrumará las mentes de aquellos que serán atacados por estos seres diabólicos, y muchos llegarán a desear que la muerte acabe con todas sus congojas y sufrimientos. El problema es que, precisamente, cuando grandes cantidades de personas incrédulas opten por quitarse la vida de mil y una maneras distintas, no podrán hacerlo. Ningún intento suicida logrará su objetivo, puesto que el Señor, también manifestando su soberanía sobre la muerte y su afilada guadaña, hará que esta los esquive, añadiendo mayor desespero a millones de personas que ven como no pueden zafarse del justo y doloroso juicio del Señor, por mucho que lo intenten. Sabemos también que suicidarse no va a solucionar el problema del ser humano, puesto que el alma vuelve al que la creó, y será juzgada sin falta por el Dios del cielo y a tierra. Con este panorama dantesco, aquellos que abominaron de Dios se verán aturdidos y sobrepasados por el caos más absoluto y el dolor más agudo e insoportable. 

     La descripción que nos presenta el anciano Juan de estos seres diabólicos comandados por Satanás es ciertamente espectacular y sobrecogedora. Su furor es tan pavoroso que su embate es parecido al de caballos de guerra que cabalgan a galope tendido para arremeter contra sus adversarios. Sus coronadas cabezas nos hablan de su poder y autoridad para perpetrar sus fechorías en las almas y cuerpos de los que no han sido sellados por Dios. Sus caras humanizadas traslucen una inteligencia y una sagacidad escalofriante, y su cabello a la semejanza de la de las mujeres, sugiere la seducción de sus invitaciones y tentaciones, dulces en un principio, y amargas como la hiel una vez sus víctimas muerden el anzuelo. Sus fauces, llenas de hileras de colmillos prestos para arrancar la carne de los huesos de los incautos, nos hacen pensar en el salvajismo, la crueldad y la ferocidad de sus abyectos y repulsivos actos. Las corazas que brillan en sus pechos manifiestan su invulnerabilidad y el rumor atronador de sus alas en movimiento intimidan a todo aquel que lo escucha. Los aguijones con los que rematan sus formidables colas rezuman agonía y padecimientos inefables. De nuevo, el apóstol Juan reitera el tiempo en el que estas espeluznantes criaturas atormentarían a los que se rebelan contra Dios: cinco meses. Su general, llamado por Juan Apolión y Abadón, “el destructor,” tanto en griego como en hebreo, será el director de orquesta de este avance demoledor y aterrador sobre los incircuncisos de corazón.  

2. LA SEXTA TROMPETA 

      Aunque el panorama es realmente horripilante y dantesco, esto solo es un episodio más en el desarrollo del juicio sumario de Dios. Si esto es digno de un ay de dolor y sufrimiento, lo que viene a continuación es el doble de descorazonador y avieso que lo que las primeras cinco trompetas han desatado: “El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, la cual decía al sexto ángel que tenía la trompeta: «¡Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates!» Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes y año, a fin de matar la tercera parte de los hombres. Y el número de los ejércitos de los jinetes era de doscientos millones. Yo oí su número. Así vi en visión los caballos y sus jinetes, que tenían corazas de fuego, zafiro y azufre. Las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones, y de sus bocas salía fuego, humo y azufre. Por estas tres plagas fue muerta la tercera parte de los hombres: por el fuego, el humo y el azufre que salía de sus bocas, pues el poder de los caballos estaba en sus bocas y en sus colas, porque sus colas, semejantes a serpientes, tenían cabezas y con ellas dañan.” (vv. 13-19) 

     Las cosas, en el orden de los acontecimientos que preceden el segundo advenimiento de Cristo, todavía pueden ser peores. Con el metálico canto de la sexta trompeta, una voz surge del altar debajo del trono de Dios para ordenar al propio trompetista que desate a los entes demoníacos, antaño angélicos, que guardan la frontera natural del Imperio Romano con los partos de Oriente. Desde tiempos inmemoriales, estos seres han sido amarrados hasta que el momento en el que van a llevar a término una de las matanzas más terribles de la historia, sino la más horripilante, y así cumplan con su mortífero cometido, segando la vida de un tercio de los habitantes de la tierra. A semejanza de sus tenebrosos hermanos con forma de langosta, los servidores de Satanás son legión, hasta el punto en el que el propio Juan nos revela su escandaloso y formidable número: doscientos millones de guerreros oscuros con sus propias monturas, dirigiéndose a la batalla para derramar la sangre de todos cuantos salgan a su paso. Juan no los ha contado, puesto que sería imposible. Pero alguien alza su voz para cifrar la embestida fatal de estas hordas satánicas y solo queda mantenerse paralizado ante la potencia y malignidad de este ejército desatado. 

     Para acabar de sumir a los lectores en una especie de atmósfera irrespirable y truculenta, Juan describe a los jinetes que van a devastar la tercera parte de la humanidad. Sus pectorales exhiben los brillantes colores del fuego carmesí, del zafiro azulado y del azufre amarillo, símbolos de las llamas de la condenación, de la sangre que va a ser vertida y del aroma punzante de los avernos. Las testas de los caballos de guerra son tan temibles que se asemejan a las de los leones, ávidos de carnaza y rapiña; exhalan fuego, humo y azufre, elementos típicos de los lugares volcánicos donde la lava incandescente consume todo lo que encuentra en su camino. La tercera parte de la humanidad muere abrasada, asfixiada y envenenada, mostrando en sus carnes las heridas purulentas producto de las colas con cabezas, a modo de hidra mitológica, que infligen a diestro y siniestro para rematar a los moribundos. Si las dos terceras partes restantes de mortales que quedan todavía permanecen con vida a pesar de todo, solo es porque así lo determina y ordena el Señor. Dios utiliza el poder concedido a los ángeles caídos para asestar un golpe mortal a los que odian su nombre. El campo de batalla que se extiende ante la mirada epatada de Juan está sembrado de cuerpos maltrechos. ¡Cuán terrible será el juicio de Dios contra sus enemigos!  

3. OBSTINADA HUMANIDAD 

      Pudiéramos pensar que muchos de los que han padecido los tormentos de las langostas, o de los que han contemplado como sus vecinos y hermanos han perecido a causa de estas dos trompetas del fin del mundo, se arrepentirán de su vana manera de vivir y desearán, vistas las circunstancias adversas por las que atraviesan, implorar perdón y clemencia a Dios. Sin embargo, sucede todo lo contrario: “Los demás hombres, los que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos ni dejaron de adorar a los demonios y a las imágenes de oro, plata, bronce, piedra y madera, las cuales no pueden ver ni oír ni andar. No se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus robos.” (vv. 20-21) 

      El ser humano llega a un punto en el que no va a aprender de sus errores o de las experiencias funestas de sus congéneres. Han visto cómo su mundo se tambalea en todos los sentidos, que han estado a un tris de morir de formas macabras y que el dolor aún sigue cobrándose su precio en sus cuerpos y ánimos. Los supervivientes podrían haber reconocido en estas grandes catástrofes la mano de un justo Juez divino, pero, no obstante, permanecen enrocados en su estilo de vida completamente abominable para Dios. No se arrepienten de sus malos actos contra el prójimo. No dejan de rendir pleitesía a los ídolos y estatuas mudas, ciegas e inmóviles. No se dan cuenta de que están postrándose en adoración delante de seres perversos y malignos que los engañan y encandilan con remedos de milagros divinos. No entienden que estos dioses son ideados por ellos mismos y que no son rivales para el Señor.  

      Por si esto fuera poco, tampoco confiesan que han matado por gusto, como venganza o para aniquilar al contrincante. No dejan de solicitar a los agoreros y adivinos nuevas sustancias estupefacientes que los trasladen a las paranoias de sus mentes y a los oráculos engañosos de las voces de ultratumba. No se sienten culpables por tener relaciones fuera del matrimonio, por ser infieles a sus parejas, por dar rienda suelta a su sexualidad distorsionada. No se retractan de sus planes para despojar a terceros de aquello que es suyo empleando cualquier recurso para lograrlo. En definitiva, el ser humano no parece haber extraído lecciones pedagógicas de tanto mal desatado sobre la faz de la tierra. Siguen prefiriendo vivir a su antojo, sin las limitaciones de la ley de Dios, a espaldas de su Creador. ¡Cuán entenebrecido debe estar el corazón humano para no querer dar su brazo a torcer en aquello que se refiere a su culpa, a su pecado y a su necesidad de perdón y salvación! ¡Habrase visto tanta estulticia y ceguera espiritual! 

CONCLUSIÓN 

      En pleno juicio del Altísimo, la humanidad que no desea saber nada de Dios se está enfrentando a calamidades sin cuento. No obstante, sigue empecinada en seguir su hoja de ruta depravada y tóxica. Incapaz de valorar que todo lo que está ocurriendo a su alrededor es una millonésima parte de lo que les espera cuando Cristo triunfe definitivamente sobre Satanás, la humanidad persiste en desafiar a Dios, en cambiarlo por ídolos vacíos o en hacer como qué no existe ni está tras el transcurso de la crisis mundial por la que está pasando. Conocemos a demasiadas personas que han escogido ponerse unas anteojeras y así pensar que como no pueden ver a Dios, pueden hacer lo que les plazca en esta dimensión terrenal.  

      Satanás y sus esbirros son muy reales, y están siempre al acecho para buscar a quién devorar. Peleamos constantemente una batalla espiritual con consecuencias y efectos fehacientes, pero nada de lo que estemos experimentando nosotros hoy en nuestra lid cristiana contra los principados del aire, podrá compararse a la gran amenaza diabólica que tendrá lugar en el tiempo que así estime nuestro Padre en la consumación de la historia tal y como la conocemos.  

     Queda aún una última trompeta que tocar. ¿Qué sucederá antes de que su estridente grito surque el universo? La respuesta a esta pregunta y a otras muchas más, en nuestro próximo estudio sobre el libro de Apocalipsis. 


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