ESTOPA EDOMITA



SERMÓN SOBRE ABDÍAS 

TEXTO BÍBLICO: ABDÍAS 1 

INTRODUCCIÓN 

      Todos hemos pasado, pasamos y pasaremos por instantes desgraciados y tremebundos. Sentimos que el mundo se nos cae encima, que no existe una luz al final del túnel oscuro de nuestra desdicha, y que nada que podamos hacer parece surtir efecto en pro de mitigar el sufrimiento y el dolor que la tribulación nos provoca. No existe peor castigo para nosotros que saber que hemos sido nosotros los que nos hemos metido en berenjenales descomunales y lloramos desconsolados mientras reconocemos nuestros errores de cálculo. Vivir pensando día y noche en cómo vamos a salir del atolladero de la mejor manera posible, es una auténtica tortura que nos roba la paz mental y el sueño de nuestros ojos. Si has tenido que atravesar estos desfiladeros profundos en los que no da el sol, sabrás a qué me refiero. La depresión asoma sus orejas por las rendijas de nuestra congoja y nos sumimos en un estado aletargado en el que, a veces, nos resignamos a nuestra suerte, esperando vagamente poder levantar cabeza o recibir la ayuda que nos auxilie in extremis. Esta clase de vivencias nos marcan de por vida, y, en la medida de lo posible, tratamos de aprender de estas crisis personales a fin de no cometer las mismas equivocaciones en un futuro. 

      Si esto ya de por sí es algo terrible, imaginemos por un momento que alguien se dedique, desde la envidia y la inquina, a hacer leña del árbol caído. Imaginemos a personas que nos la tienen jurada, por la razón que sea, esperando precisamente esos instantes críticos de tu vida con el propósito de convertirnos en muñecos del pimpampum para su goce y deleite. Imaginemos que, ya postrados y humillados a causa de nuestra mala cabeza, algún individuo con maliciosas y aviesas intenciones se dedique a denigrarnos y a burlarse de nuestro infortunio. Imaginemos que vecinos ávidos de morbo y comidilla se ceben en nuestro triste destino, señalándonos día sí, y día también, para carcajearse hasta que le duelen las costillas a nuestra costa. Imaginemos que ya penando y arrastrándonos porque tomamos decisiones insensatas y perjudiciales, los que buscan nuestro mal hagan todo lo posible por pregonar nuestro lamentable y desafortunado mal momento. ¿Existen personas así? Más de las que nos gustaría pensar. 

       Aprendí desde bien joven, con la inestimable ayuda de la sabiduría popular, que “arrieros somos, y en el camino nos encontraremos.” Entendí que reírse y hacer mofa y befa de las desgracias ajenas, no es buen negocio, sobre todo porque nunca sabes en qué circunstancias te hallarás en un momento dado. El mundo da muchas vueltas, y está más que probado que pensar que las desgracias no nos van a alcanzar, al menos del modo en el que estas han alcanzado a nuestro prójimo, es de todo menos prudente. ¿Cuántas personas han dicho que de esa agua no beberán, y luego se han tragado una garrafa entera? ¿Cuántos individuos han aprovechado la debilidad de terceros para tener que constatar en sus propias carnes esa misma acción en un futuro que les ha sido esquivo y que les ha deparado un sinfín de experiencias negativas? Por todo esto, deberíamos ser más humildes a la hora de considerar el mal ajeno, y hacer caso del refrán castizo que reza que “cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar.” 

       Que Israel y Edom eran naciones rivales desde tiempos inmemoriales, es una realidad que podemos ver plasmada en muchos registros escritos del Antiguo Testamento. Aun sabiendo que Edom en realidad era hermano de sangre de Israel, las peleas y los enfrentamientos entre ambas naciones ya habían sido profetizadas desde la época en la que Esaú y Jacob todavía estaban con vida. Y como suele pasar, con el transcurso de las generaciones, los lazos de consanguinidad se van desvaneciendo, hasta desembocar en un odio mutuo que los llevó a ser contrincantes fieros en determinados episodios de la historia. El contexto que rodea de forma específica a esta profecía de Abdías, la cual solamente comprende un capítulo en nuestras biblias, comprende los años posteriores al asedio y caída de Jerusalén en el 587 a. C. El Imperio Babilónico, con el rey Nabucodonosor II al mando, toma la ciudad santa y hace que miles de judaítas tengan que ser expatriados a tierras caldeas. Es precisamente en estos instantes de derrota, en los que Edom se relame y aprovecha la tesitura para llenar de ignominia y desprecio cada uno de los pasos de aquellos que deben dejar sus raíces para establecerse en otras latitudes como siervos o esclavos. 

1. ORGULLO EDOMITA 

       Abdías aparece en escena para afear la conducta depravada de los edomitas para con sus hermanos de Judá, y lo hace para profetizar que la justicia de Dios siempre prevalecerá contra aquellos que se lanzan como buitres sobre los derrotados y humillados:Visión de Abdías. Jehová, el Señor, ha dicho así en cuanto a Edom: «Hemos oído el pregón de Jehová, un mensajero ha sido enviado a las naciones: “¡Levantaos! Levantémonos en batalla contra este pueblo”. Pequeño te he hecho entre las naciones; estás abatido en gran manera. La soberbia de tu corazón te ha engañado, a ti, que moras en las hendiduras de las peñas, en tu altísima morada, que dices en tu corazón: “¿Quién me derribará a tierra?” Aunque te remontaras como águila y entre las estrellas pusieras tu nido, de ahí te derribaré, dice Jehová.” (v. 1-4) 

      Abdías, profeta de Dios, cuyo nombre significa “siervo o adorador de Jehová,” arremete sin medias tintas ni compasión contra un pueblo que, en lugar de atacar a sus vecinos de linde, debería haberlos ayudado, o al menos, no haberse reído de su desgracia nacional. Los edomitas han dejado muy clara su posición en relación a Judá. Han observado su desdicha y su decadencia para enseguida mofarse sin escrúpulos de sus atribuladas circunstancias. Todas las naciones de la región han podido comprobar de qué pasta tan abominable están hechos los edomitas. Desde su posición orgullosa han disfrutado como un niño con una piruleta viendo cómo los habitantes de Jerusalén y Judá eran abatidos y sometidos por unos enemigos muy poco compasivos. Creen que a ellos esto mismo que les acaba de suceder a sus vecinos no les va a pasar nunca. Se alzan orgullosos y altaneros, confiando en sus defensas, en su ubicación escarpada, en la fortaleza que les otorga tener sus capitales en emplazamientos difícilmente accesibles por sus adversarios. Son como los habitantes de Jericó, demasiado confiados en sus murallas como para no tener en cuenta que el juicio y el poder de Dios pueden derribarlos con un solo soplido de su boca. En su imprudencia, lo fían todo a sus recursos y a su poderío estratégico, aun cuando Dios mismo les advierte con rotundidad que de nada les servirá hacer su guarida en los montes más altos e impracticables. Todos ellos serán juzgados y condenados por su soberbia y vanagloria ventajista.  

      Esto mismo sucede con aquellos que, contemplando la deriva desafortunada de sus vecinos, piensa que él no será humillado de este modo nunca. Ponen toda su fe en sus recursos, en su esfuerzo, en su inteligencia, sin reconocer que los reveses de la vida suceden, en muchas ocasiones, sin que nadie los espere. Aquel que ve cómo su prójimo está en bancarrota, y que pone toda su confianza en sus riquezas, no entiende que las crisis económicas van y vienen, y que hoy las sufren unos, y mañana serán otros los que tengan que hacerles frente. Aquel que observa cómo un matrimonio de su entorno se rompe y entra en la barrena temible de un divorcio traumático, que no piense que nunca habrá de acontecerle lo mismo en algún hito de la carretera de la vida, porque lo impensable hoy, tal vez mañana pueda convertirse en algo demasiado real y demasiado doloroso. Haríamos mejor en considerar las desdichas de los demás como un aviso a navegantes, una exhortación a cuidar de lo nuestro cumpliendo la voluntad de Dios. También aprendemos de los errores ajenos si somos lo suficientemente humildes y mansos como para entender que las cosas pueden dar un vuelco inmisericorde en cualquier tramo de nuestras existencias. 

2. HUMILLACIÓN EDOMITA 

      Abdías sigue señalando la indignidad a la que han sometido a Judá los envalentonados moradores de Edom, y los avisa de que la burla y el menosprecio de sus semejantes suele traer aparejada una serie de consecuencias trágicas para el burlador: Si ladrones vinieran a ti, o robadores de noche (¡cómo has sido destruido!), ¿no hurtarían lo que necesitan? Si entraran a ti vendimiadores, ¿no dejarían algún rebusco? ¡Cómo fueron saqueadas las cosas de Esaú! Sus tesoros escondidos fueron buscados. Todos tus aliados te han engañado; hasta los confines te hicieron llegar; los que estaban en paz contigo te han derrotado; los que comían tu pan pusieron trampa debajo de ti. ¡No hay en él inteligencia! Aquel día, dice Jehová, haré que perezcan los sabios de Edom y la prudencia del monte de Esaú. Y tus valientes, Temán, serán amedrentados, y será exterminado todo hombre del monte de Esaú.” (vv. 5-9) 

       La envidia no trae nada bueno al que la practica, aunque quizás pueda disfrutar por un breve momento del infortunio de terceros a los que se odia. Aparte de que Dios hará que bajen los humos que muchos escarnecedores exhiben cuando las cosas van mal dadas a otros, el Señor asegura que la pobreza y el despojo de lo más querido por los edomitas será tarde o temprano una realidad palmaria. Si antes confiaban en su fuerza y ubicación territorial, ahora lo hacen en sus tesoros y riquezas, en sus poderosos aliados, en la inteligencia de sus maestros más sabios y entendidos, y en el coraje de sus valientes soldados. Comparan su situación con la de Judá, y están encantados consigo mismos. Nadie ni nada podrá arrebatarles lo que han conseguido, porque son muy afortunados financieramente, porque sus aliados no los van a dejar en la estacada nunca, porque son demasiado listos como para dejarse dominar como lo han hecho sus vecinos, y porque su valentía es un valor probado que les librará de acabar como han acabado los habitantes de Judá y Jerusalén. No van a permitir bajo ningún concepto ser domeñados ni por imperios ni por reyes. 

      De nuevo, la falsa seguridad de aquellos que se creen que están por encima de lo que pueda depararles el porvenir, aparece para seguir respaldando sus sarcasmos y sus ataques carroñeros contra sus abatidos hermanos. Sin embargo, el Todopoderoso tiene otros planes para Edom con motivo de su vanagloria y presunción. Abdías nos presenta un escenario futuro en el que todas las riquezas acumuladas durante años les serán arrebatadas, en el que los aliados se desentenderán de ellos, traicionando sus pactos y alianzas sin miramientos, en el que toda esa gran cantidad de perspicacia y conocimientos desaparecerá de las mentes que antes eran preclaras e inteligentes, y en el que el poderío militar irá menguando conforme los corazones del ejército sean atemorizados por el juicio de Dios. Nada puede garantizarnos que no habremos de atravesar y enfrentar crisis de distintas clases a lo largo de la vida. Nada puede asegurarnos que no tengamos que sufrir en vivo y en directo lo mismo que otras personas de las que pudimos emplear como ejemplos risibles de lo que no nos sucedería nunca. Ni dinero, ni influencias, ni títulos universitarios, ni agallas, podrán protegernos cuando la tormenta perfecta se cierna sobre nosotros. 

3. ENCARNIZAMIENTO EDOMITA 

       Todo este cúmulo de penas condenatorias de parte de Dios obedece principalmente a la comisión de pecados y delitos completamente abyectos y deleznables. Dios no castiga sin ton ni son. Existen líneas que el ser humano, y más si es hermano, no debe cruzar nunca: “Por haber maltratado a tu hermano Jacob te cubrirá vergüenza y serás exterminado para siempre. Cuando extraños llevaban cautivo su ejército, cuando extraños entraban por sus puertas y echaban suertes sobre Jerusalén, tú estabas allí presente y te portaste como uno de ellos. No debiste alegrarte del día de tu hermano, del día de su desgracia. No debiste alegrarte de los hijos de Judá el día en que perecieron, ni debiste burlarte en el día de su angustia. No debiste haber entrado por la puerta de mi pueblo en el día de su quebrantamiento; no, no debiste alegrarte de su mal en el día de su quebranto, ni haber echado mano a sus bienes en el día de su calamidad. Tampoco debiste haberte parado en las encrucijadas para matar a los que de ellos escapaban; ni debiste haber entregado a los que quedaban en el día de angustia.” (vv. 10-14) 

       Creo que una de las sensaciones más horribles que uno pueda afrontar es aquella que tiene que ver con la traición de tus seres allegados, con que se comploten con tus detractores para sacarte la piel a tiras. Esto es precisamente lo que los edomitas hacen mientras los habitantes de Jerusalén marchan cabizbajos y extenuados tras el intenso asedio de las tropas babilónicas. Los edomitas están allí mismo, siendo testigos de los lamentos de sus hermanos, de la aflicción en la que están hondamente sumidos, y en lugar de animarlos, o de ofrecerles pan para el camino, o de prometerles que intentarían guardar las puertas de Jerusalén hasta que regresaran de nuevo a su hogar, lo que hacen es maltratarlos, vejarlos, reírse estentóreamente, emborrachándose de chanzas y cánticos proverbiales compuestos para la ocasión, rapiñando como hienas los restos de la batalla, asesinando a aquellos que a duras penas habían podido escapar de la quema, sin dar sepultura a sus cadáveres, y entregando traicioneramente a aquellos que pudieron ocultarse ante las autoridades caldeas. ¡Qué vergonzoso es tener que ver el modo en el que un hermano trata al otro en el día de su desgracia! Me recuerda a la actitud de algunos judíos que, intentando sobrevivir durante la Alemania nazi, delataron a sus propios hermanos, señalaron los escondrijos de personas a las que conocían de siempre, y medraron a costa de las pertenencias que debían dejar atrás los judíos que eran enviados a los ghettos y campos de concentración. ¿No es triste esto? 

      ¿No sucede también algo parecido con familiares o amigos que nos conocen de toda la vida, pero que, en cuanto perciben que vamos cuesta abajo, en lugar de apoyarnos o alentarnos, lo que hacen es aliarse y confabularse con otras personas que solamente desean que caigamos a los abismos más insondables de la desdicha? ¿No es terrible tener que constatar cómo aquellos que creíamos que nos apreciaban, se unen a los que nos aborrecen y envidian para sacar beneficio de ello? Ciertamente vivimos en un mundo bastante cainita, donde ya la consanguinidad y los lazos familiares cada vez tienen menos peso en la visión materialista y egoísta de la sociedad occidental actual. Desde luego, es un mazazo muy fuerte tener que vivir en primera persona algo así. No obstante, el Señor nos ha de vindicar en el día del juicio final, y nos ha de mostrar que, aunque hoy nosotros seamos los que padecemos el infortunio, tal vez mañana sean los que nos vituperaron, maltrataron y despreciaron los que tengan que pagar por su malvada conducta para con nosotros. Lo mejor de creer en un Dios justo es saber que, sin importar que la justicia terrenal haga o no su trabajo, siempre habrá un instante, en esta vida o en la venidera, en el que cada uno dará cuenta de sus hechos y será pagado conforme a sus acciones y palabras. 

4. ESTOPA EDOMITA 

       Judá estaba afrontando una situación dramática y adversa por partida doble, y debía ser disciplinada por Dios a causa de sus idolatrías y desobediencias, pero, aun así, los edomitas nunca debieron cebarse con ellos. Abdías prepara la mente y los corazones de los habitantes de Jerusalén para que no desmayen, porque cuando el castigo logre su propósito restaurador y pedagógico, todo volverá a ser como siempre debió ser: “Porque cercano está el día de Jehová sobre todas las naciones. Como tú hiciste se hará contigo; tu recompensa volverá sobre tu cabeza. De la manera que vosotros bebisteis en mi santo monte, beberán continuamente todas las naciones; beberán, engullirán y serán como si no hubieran existido. Mas en el monte Sion habrá un resto que se salvará; será santo y la casa de Jacob recuperará sus posesiones. La casa de Jacob será fuego, la casa de José será llama y la casa de Esaú estopa; los quemarán y los consumirán: ni siquiera un resto quedará de la casa de Esaú, porque Jehová lo ha dicho.» Los del Neguev poseerán el monte de Esaú y los de la Sefela a los filisteos; poseerán también los campos de Efraín y los campos de Samaria; y Benjamín a Galaad.  Los cautivos de este ejército de los hijos de Israel poseerán lo de los cananeos hasta Sarepta, y los cautivos de Jerusalén que están en Sefarad poseerán las ciudades del Neguev. Y subirán salvadores al monte Sion para juzgar al monte de Esaú. ¡El reino será de Jehová!” (vv. 15-21) 

      Abdías deja meridianamente clara una cosa: todos algún día deberemos rendir cuentas delante de Dios, y ese día es un acontecimiento universal en el que todas las naciones deberán comparecer delante de su estrado para acatar la justicia perfecta de Dios. Edom no va a escapar a esta justicia, por mucho que intente presumir de poderío y riquezas. En un alarde de vergonzante inquina contra Jerusalén, los edomitas se han permitido el lujo de profanar el lugar santo de Jerusalén, celebrando la derrota de Judá con fiestas regadas de vino. Todo esto está siendo registrado en los anales de la historia humana en los cielos, y ninguna de las tropelías y abominaciones que los edomitas cometieron contra su pueblo y contra Él mismo serán toleradas por más tiempo. Llegará un día en el que dejen de ser una nación orgullosa para ser fagocitados por otros reinos e imperios, en el que su mueca burlona sea reemplazada por otra, mucho más amarga y retorcida. Todo les será arrebatado, e incluso los propios supervivientes del asedio de Jerusalén alcanzarán a tomar las ciudades ancestrales de Edom. Con el paso de la historia, Edom solo será un recordatorio para aquellos que se dedican a escarnecer a su prójimo justo cuando la calamidad ha hecho mella en ellos. 

       Muchos ignorantes hay por ahí que hablan acerca del karma para intentar explicar algo que es más complicado que adscribir la buena o la mala suerte de alguien a la causa y efecto de los actos realizados. Algunos quisieran ver en este concepto oriental la solución a problemas como los que hemos expuesto anteriormente. Sin embargo, aquellos que hemos ahondado en las implicaciones y repercusiones de nuestros actos, hemos podido comprobar que esta ley facilona del karma no siempre cuadra con la realidad. Hay personas buenas que no reciben nada bueno en la vida, y que, por el contrario, han de arrostrar dificultades y penurias sin nombre, y personas malvadas y perversas que hacen cosas malas, y no parece que nada negativo se interponga en su taimado y depravado estilo de vida. No, las cosas son más complejas que esto. La justicia de Dios es la que explica que, ante las fechorías de los malvados, siempre haya un juicio condenatorio para ellos, bien sea en esta dimensión terrenal o en la eterna. Explica que cuando metemos la pata existan consecuencias que dañan a otros y que nos afectan pésimamente a nosotros mismos. En justicia somos conscientes de que, si sembramos vientos, recogeremos tempestades. No es el karma, algo impersonal y abstracto. Es la justicia de Dios la que actúa a su tiempo para poner cada cosa y a cada persona en su lugar correspondiente. Judá recibe las maravillosas promesas de Dios de que serían vindicados en el futuro, y estas se cumplieron de forma oportuna y fiel en la historia. 

CONCLUSIÓN 

      Dado que todos podemos ser víctimas de etapas vitales críticas y calamitosas, haríamos bien en no parecernos en absoluto a los edomitas. Ellos vilipendiaron, atacaron y se aprovecharon de la fragilidad y catástrofe de sus hermanos, mientras se ufanaban de ser invencibles e imbatibles. Nadie está en disposición de decir que durante toda su vida nada hará tambalear su mundo. Sabiendo esto, lo que debemos es aprender de los errores ajenos sin meter el dedo en llaga de terceros, y estar alerta ante cualquier desventura que pueda aparecer en nuestro horizonte. Confiemos más bien en la justicia de Dios, obedeciendo sus mandamientos y caminando según su sabiduría perfecta, y aunque caigamos, sabremos que Dios nos habrá de levantar.  

       No olvidemos nunca ser humildes y tener en cuenta aquella frase del apóstol Pablo que siempre nos hará bien si la tenemos grabada a fuego en nuestra mente y en nuestro corazón: “Todas estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que vivimos en estos tiempos finales. Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1 Corintios 10:11-12)

 

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