LA SÉPTIMA TROMPETA



SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “SELLOS Y TROMPETAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 11:15-19 

INTRODUCCIÓN 

        Posiblemente hayas escuchado alguna vez la expresión de que “esto es un sindiós.” Sin duda esta es una frase que siempre será recordada como una de las manifestaciones finales que un guardia civil realiza en la película española mítica “Amanece que no es poco” (1989) dirigida por José Luis Cuerda. Si alguno de vosotros la habéis podido ver, esta película no es ni más ni menos que una sarta de episodios de humor absurdo, con un guion surrealista repleto de situaciones de humor delirante en un pueblo de la Sierra de Albacete. Lo que puede parecer inconcebible, imposible o delirante, es normalidad en este pueblo. De ahí que uno de los personajes, entre resignado y abatido, no deje de advertir que todo lo que allí acontece es un desmadre, un caos, un auténtico cúmulo de desbarajustes y desgobiernos. Dado que Dios es el que ha creado con orden y propósito cada cosa material e inmaterial, cuando todo deja de ajustarse a este patrón armónico y lógico, lo normal es que estemos hablando de un sindiós, de una confusión absoluta y completa. En el preciso instante en el que se pierde de vista la diferencia entre el bien y el mal, entre aquello que es beneficioso y aquello que es pernicioso, el sindiós es cosa hecha. 

      Yo creo firmemente que la humanidad va, con cada día que pasa, hacia un sindiós de campeonato. Las noticias que nos llegan sobre medidas, leyes y tendencias ideológicas actuales, diametralmente contrarias a los mandamientos de Dios, y que son prácticamente un insulto contra la inteligencia humana, no pueden por menos que hacernos reflexionar sobre cómo el mundo se va alejando cada vez más de los estándares bíblicos de la virtud, despreciando en este proceso a la figura de Dios mismo. Ahí tenemos el adoctrinamiento de la ideología de género, amparado por casi todos los países occidentales, obviando la realidad de la biología en favor del sentimiento; el aborto como medida egoísta de acabar con vidas inocentes y que no pueden defenderse para que las personas no deban complicarse después de haber sido pésimos administradores del control reproductivo preventivo; la eutanasia como eufemismo de lo que en realidad es, un suicidio asistido y un atentado contra la propia dignidad de la vida; la transexualidad como vía para trastocar radicalmente la visión de la sexualidad, de la familia, de la infancia y de las convenciones sociales. ¿No son estas algunas expresiones de lo que podríamos llamar sindiós? Ya lo dijo el profeta Isaías: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20) 

1. UN HIMNO DE TRIUNFO 

       A causa de este sindiós generalizado sobre la superficie de nuestro planeta, en un momento dado de la historia futura, Dios decidirá tomar cartas en el asunto y determinará un día y una hora concreta para juzgar a la humanidad, tanto la que ya falleció como aquella que todavía se emperra en seguir provocando e insultando sin escrúpulos al Señor. Hemos visto que el caos y la anarquía es tan grande en medio de las naciones, que ni siquiera con la muerte horripilante de animales, plantas y seres humanos, han logrado que los corazones infectados de pecado de los supervivientes reconozcan su culpa y escojan arrepentirse de sus palabras y actos ponzoñosos. Se han abierto sellos y se han tocado trompetas de oro para ordenar la disciplina divina sobre los que aún siguen en sus trece de desafiar al Creador del universo. Se han sucedido catástrofes realmente dantescas, las señales indican claramente que Dios es el supremo Hacedor de todas las cosas y que tiene control soberano sobre cada una de ellas, y, sin embargo, la dureza de cerviz de los que aún quedan en pie tras plagas terribles y devastadoras, continúa guiando sus elecciones. 

      La paciencia de Dios llega a su final. Durante siglos ha dado oportunidades de toda clase a la humanidad perdida para que puedan aceptar su salvación y el perdón de sus pecados, y solo unos pocos en comparación con los miles de millones de personas que han pasado por este mundo, han hecho suya la invitación del evangelio de Cristo de seguirle y obedecerle. La séptima trompeta va a ser tocada por el séptimo ángel y ya nada será igual: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.»” (v. 15) 

       Durante siglos, Satanás ha gobernado con mano de hierro todas las civilizaciones que han poblado este mundo nuestro. Desde que el ser humano declinó obedecer las normas de Dios en el Edén, el diablo ha marcado territorio mientras tentaba y susurraba al alma de todos los mortales que han existido y que existen hoy. Ha tratado por todos los medios controlar los movimientos y de influir sobre las decisiones de los seres humanos. En la sombra, el demonio ha gobernado con su cetro sangriento y con sus mentirosos labios sobre todas las naciones, las cuales han sucumbido en la gran mayoría de casos a sus promesas vacías y tóxicas. Satanás quiso hacer que el ser humano pensara que este era dueño de su destino y que no necesitaba a nadie que estuviese por encima de él. El ser humano poco a poco fue creyendo que él mismo era un dios, y que podía hacer libremente lo que le viniese en gana con su cuerpo, con su inmoralidad y con su crueldad interior. Aun cuando los hombres y las mujeres que han caminado sobre este planeta han intentado desvincularse por completo de Dios y de sus estatutos, erigiéndose en jueces de su propio sino, lo cierto es que detrás de las bambalinas el diablo siempre ha establecido su poderío y su autoridad sobre los engañados seres humanos. Y así está nuestro mundo en la actualidad. 

       No obstante, cuando la séptima trompeta resuena en el firmamento, un coro de voces comienza a cantar acerca del triunfo definitivo de Cristo sobre Satanás. Aunque la cruz señaló el inicio de su decadencia y el cronómetro comenzó su cuenta atrás para anunciar su derrota, Satanás todavía sigue dando coletazos furibundos y destructivos contra aquellos que pueden, en un momento dado, querer acercarse a Dios a través de su Hijo Jesucristo. Pero al fin, Cristo, el Cordero inmolado de Dios, ha vencido para siempre jamás, y todo el mundo lo va a poder ver. Como anticipo de este acontecimiento cósmico que todo creyente anhela y espera como agua de mayo, mil voces entonan al unísono un himno precioso y estremecedor que declara que el mundo ha dejado de ser posesión y arena de juegos del maligno, para ser propiedad de aquel para el cual todo fue hecho, de Cristo. Dios es el dueño de su creación en todos sus aspectos y formas, y Cristo, el ungido del Padre, es ahora el rey de todo lo que existe. El Reino de los cielos ha pasado de acercarse e inaugurarse durante el ministerio de Jesús en la tierra, a ser plenamente el reino de Dios plena y completamente instaurado. La eternidad contemplará a Cristo gobernando y reinando sin que la oposición de su ya vencido enemigo pueda hacer gran cosa. 

2. UN HIMNO DE JUICIO Y RECOMPENSA 

       Inmediatamente después de este hermoso y emotivo cántico celestial, los veinticuatro ancianos que flaquean el trono de Dios en la visión de Juan, se postran y adoran: “Los veinticuatro ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se postraron sobre sus rostros y adoraron a Dios, diciendo: «Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres, que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder y has reinado. Las naciones se airaron y tu ira ha venido: el tiempo de juzgar a los muertos, de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.»” (vv. 16-18) 

       Una nueva canción se une a la primera, y esta comienza por una acción de gracias a Dios. Los veinticuatro ancianos, junto con toda la corte angélica y los santos de vestiduras blancas que todavía aguardan bajo el altar de Dios, van a poder saborear en todo su esplendor y gloria el momento más anhelado y ansiado de todas las eras. El Soberano del universo, demostrando su omnipotencia a todos los presentes, y exhibiendo su eternidad e inmutabilidad, ha tomado la decisión de detener el tiempo y establecer su dominio definitivo sobre toda criatura. Todo lo creado deberá someterse plenamente a su soberana voluntad. Su irresistible gobierno no encontrará obstáculo alguno a sus designios. Los primeros cristianos que escuchasen estas palabras proféticas de Juan son llamados a resistir en medio de la persecución y el martirio, sobre todo porque Juan expresa su esperanza de que, tarde o temprano, el Señor tomará las riendas de este mundo infiel, idólatra, malvado y caótico para traer nueva tierra y nuevos cielos. 

       La segunda venida de Cristo y la asunción total del trono de la realidad por Dios, no es plato de buen gusto para aquellos que siguen parapetándose tras su ateísmo, su orgullo y su pecaminosidad. De ahí que las naciones sigan demostrando con su enfado, su rabia y su enojo que no quieren a Dios en la ecuación de sus existencias. Es normal que todos los que no desean retractarse de sus inmorales e impíos caminos estimen el reinado de Dios y de Cristo como algo repugnante y rechazable. Sin embargo, la ira de Dios se ha abierto paso a través del ya concluido espacio para la gracia. Ya no hay vuelta atrás. La ira santa del Señor junto con la justicia que le caracteriza, ha ocupado el lugar de la paciencia y la misericordia. Ha llegado el instante de pesar los corazones de todos cuantos han fallecido a lo largo de la historia. Nadie escapará a este juicio final en el que las obras, palabras y pensamientos de la humanidad del pasado serán evaluadas, examinadas y analizadas sin excepciones. Dios tendrá entonces la última palabra sobre el destino eterno que corresponde cada ser humano que ha existido. 

      Junto al juicio sumario de Dios, también se dará paso a los galardones que Cristo otorga a aquellos que, siendo justificados en virtud de su sacrificio expiatorio, han servido fielmente al Señor durante su vida. Ahí tenemos a todos aquellos hombres y mujeres que no hace tanto en la visión de Juan preguntaban hasta cuándo deberían reposar, hasta cuándo debían aguardar el momento en el que Dios los premiase por su labor piadosa y leal al evangelio. Los profetas, aquellos que hablaron en el nombre de Dios durante la composición de los dos testamentos, y me atrevo a añadir a quienes, con el don de la profecía, predicaron sin descanso la Palabra de Dios a lo largo de la historia, serán ensalzados en esta hora, sobre todo cuando durante su estancia sobre la faz de la tierra, fueron vituperados, ninguneados y torturados.  

       De igual modo, Cristo recompensará a todos los santos, a todos aquellos que, siendo escogidos por el Espíritu Santo, vivieron sus vidas de acuerdo a los mandamientos de Dios y al discipulado en pos de Cristo. Toda la iglesia de Cristo será bendecida en este feliz encuentro final, sin importar su tamaño espiritual, su estatus terrenal o la cantidad de años que trabajaron arduamente en favor de la misión de Dios. Como contraposición a este reparto de dones y galardones de parte de Dios, también hallamos una palabra dura y temible para aquellos que han dedicado sus vidas y sus esfuerzos a destruir todo cuanto era bueno en este mundo. Los que han convertido esta tierra en un sindiós, en una anomía espantosa, serán destruidos y enviados al infierno por los siglos de los siglos. Esta será su recompensa postrera. 

3. LA APERTURA DEL TEMPLO DE DIOS 

      Una vez este himno promulga la línea de acción que va a emprender el Señor para con todas sus criaturas humanas, de ahora en adelante, la señal de que Dios ha confirmado su reinado sobre el universo surge como un sueño hecho realidad: “El templo de Dios fue abierto en el cielo, y el Arca de su pacto se dejó ver en el templo. Hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y granizo grande.” (v. 19) 

      Dos elementos simbólicos aparecen en escena para rubricar el establecimiento completo del dominio divino sobre cielos y tierra. En primer lugar, el templo de Dios abriéndose de par en par en los cielos. El templo de Dios es el símbolo de la presencia gloriosa del Señor en medio de su pueblo. Una vez los santos de todos los siglos han sido justificados y redimidos por Cristo, una vez ha sido ratificada la inocencia que se les ha imputado gracias a la obra y persona de Jesucristo, todos tienen ya acceso al templo celestial del Dios viviente, morada de aquellos que han estado ansiando tener comunión completa con su Señor eterno. Las puertas doradas se abren para dar cabida a toda la iglesia de Cristo, a fin de adorar a perpetuidad a su Soberano. Y, en segundo lugar, el Arca del Pacto, desaparecida en este mundo sin que de ella se tengan noticias, y señal inequívoca también de la presencia fiel de un Dios que desea tener comunión con su pueblo, además de la evidencia de un sacerdocio de todos los creyentes, de la provisión perfecta y sobrenatural de Dios y de la obediencia y sometimiento del cristiano, aparece en el templo divino como una confirmación más de que Dios cumple con su palabra y de que todo lo que ha sido profetizado desde antaño ahora se hace realidad para siempre. 

      No es extraño, por tanto, que, cuando la séptima trompeta sea tocada, los cánticos de reafirmación soberana de Dios y la apertura de par en par del templo de Dios se den en una sucesión de acontecimientos espectacular y deseada, los elementos y las fuerzas de la naturaleza aporten su rugiente voz, su fulgurante presencia y su terrible potencia. Esta concatenación de relámpagos, voces celestiales, truenos, granizo y un movimiento sísmico, solo es la presentación típica de un evento sobrecogedor y asombroso que está a punto de suceder, esto es, el segundo advenimiento de nuestro Señor Jesucristo para juzgar a los malvados y recoger a su iglesia. 

CONCLUSIÓN 

       Todo está listo para que los últimos episodios de la historia den paso al eterno reinado de Cristo. Saber que el Señor, a su debido momento, juzgará a todos los mortales y que recompensará con abundancia a sus hijos, seguramente fue un acicate para aquellos hermanos y hermanas de la iglesia del primer siglo que estaban pasando por circunstancias tremendamente adversas. Para nosotros también ha de resultarnos una lectura que nos anime a seguir adelante, incluso cuando el mundo a nuestro alrededor sea un sindiós, un lugar inhóspito para la extensión del Reino de los cielos. Hemos sido llamados para luchar, resistir y esperar velando mientras el día de la segunda venida de Cristo al fin llega. Mientras tanto, solo nos queda seguir trabajando para el Señor, vigilando nuestras espaldas, confiando en el poder de Cristo y orando mientras anhelamos su regreso triunfal. 

      ¿Qué ocurrirá tras los relámpagos y truenos, tras los terremotos y el granizo? ¿Se desatará la ira del principal enemigo de Dios al ver su poltrona tambaleándose sin que este pueda hacer nada? Las respuestas a estas preguntas y a muchas otras más, en nuestro siguiente ciclo de estudios sobre el libro de Apocalipsis. 

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