EL ÁNGEL CON EL LIBRITO


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “SELLOS Y TROMPETAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BIBLICO: APOCALIPSIS 10 

INTRODUCCIÓN 

      Soy un “cocinillas,” lo reconozco. Me encanta combinar diferentes ingredientes para preparar platos distintos, y, aun cuando es difícil poder cocinar con calma platos con los que te gustaría experimentar contrastes de sabores y texturas, me defiendo más o menos bien. No soy un chef, por supuesto. ¡Qué más quisiera! Pero en alguna que otra ocasión me he dejado llevar por el atractivo de recetas suculentas y con buena pinta que algún que otro cocinero como Arguiñano, ha explicado en alguna revista, libro o programa culinario. Una de las primeras cosas que alguien que desee probar en estas lides gastronómicas debe conocer es el tema de los sabores. Desde niños nos los han enseñado en el colegio, aunque últimamente ha habido algún que otro cambio al respecto. Todos conocemos los sabores clásicos: el dulce, dominante en aquellos alimentos ricos en azúcares, el cual percibimos con la punta de la lengua; el salado, el cual se identifica a través de las papilas gustativas que se encuentran en los laterales de la lengua; el amargo, quizá el sabor más desagradable, no en vano es el sabor típico de los venenos, pero que en su justa proporción puede ser muy interesante y estimulante; el ácido, presente en los cítricos y en el vinagre; y el más nuevo de todos ellos, el umami, uno de los más complejos y más difíciles de reconocer, pero que es intenso y de efecto prolongado, provocando la salivación y una sensación que invade nuestro paladar. 

     Teniendo en cuenta esta gama de sabores básicos, el arte de la cocina consiste en combinar todos estos de tal manera que logremos un equilibrio gustativo que nos complazca y deleite. Por eso, a la hora de mezclar ingredientes, hemos de tener en consideración los siguientes consejos: los sabores salados y umami tienden a potenciar el sabor dulce y a equilibrar el amargo (melón con jamón o endivias con anchoas); el sabor dulce equilibra al amargo y al ácido (salsa de tomate con azúcar); el sabor ácido potencia el de los alimentos salados (salsas de yogur); y el sabor amargo equilibra el dulce y el salado. Con estos conceptos es mucho más fácil no meter la pata a la hora de cocinar y no echar a perder productos que bien entrelazados, pueden convertirse en un manjar para chuparse los dedos y mojar pan a mansalva. Si lo pensamos bien, la Palabra de Dios también es una gran combinación de sabores emocionales y espirituales que encuentran un equilibrio perfecto. Entre sus páginas podemos paladear la dulzura de la gracia divina, el sabor salado de una buena vianda contundente y sazonada con la sabiduría de lo alto, el amargor del pecado y la desobediencia al Señor, la acidez de la tentación y de la falsedad humana y demoniaca, y el umami de los misterios profundos y proféticos de los designios eternos de nuestro Padre celestial.  

1. CAMINO A LA NUEVA TIERRA PROMETIDA 

      Juan se va a dar cuenta también del sabor que tiene la profecía y revelación de Dios a lo largo de este pasaje entre enigmático y esclarecedor. El apóstol amado de Jesús continúa con su visión de las cosas que habrán de acontecer en el porvenir de la historia. Seis trompetas han anunciado el juicio de Dios sobre las naciones, especialmente sobre aquellos que se niegan a reconocer la realidad de la soberanía divina. El mundo es un absoluto desastre en el que se suceden las calamidades y las muertes de millones de seres vivos, pero nada parece haber enternecido los pétreos corazones de los incrédulos y paganos. Juan está aguardando la séptima trompeta, aquella que pregonará con su fanfarria el advenimiento final de Cristo sobre la tierra para juzgar a vivos y a muertos. Sin embargo, otro ser angélico aparece en escena para seguir insuflando de seguridad y ánimo a los hermanos y hermanas perseguidos a causa de su fe, los cuales leerán estas palabras proféticas de la pluma de Juan: Vi descender del cielo otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza. Su rostro era como el sol y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; puso su pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra y clamó a gran voz, como ruge un león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces." (vv. 1-3) 

       Un nuevo ángel, de apariencia poderosa y colosal, hace acto de presencia de una forma espectacular. Todas aquellas palabras que aparecen aquí nos sugieren episodios del éxodo de Israel, tras salir de tierras egipcias. Por un lado, este fornido ángel del Señor viene envuelto en una nube, fenómeno meteorológico que nos traslada a aquella nube que guiaba a Israel a través del desierto de día. Por otro, sus pies, semejantes a columnas de fuego, nos sugieren también esa columna de fuego que dirigía al pueblo israelita de noche hacia su destino en Canaán. No cabe duda de que la labor que realiza este ángel, no es ni más ni menos, que la de señalar a la iglesia de Cristo de todas las edades, la cual atraviesa el desierto de la incredulidad y el ateísmo militante que caracterizarán a los tiempos postreros, el camino directo que nos habrá de llevar a la nueva Tierra Prometida, a la Nueva Jerusalén, a esos cielos nuevos y a esa nueva tierra.  

      Y si a esto añadimos el arco iris sobre su testa, símbolo del pacto de Dios con toda la humanidad de que no la destruiría a través de un diluvio universal, dándonos a entender que el pacto de Dios sigue intacto desde los tiempos de Noé; y un rostro refulgente que refleja la gloria del Hijo del hombre, demostrando una autoridad dada por Cristo mismo, tenemos todos los elementos para colegir que este ángel es, de algún modo, el mensajero que marca un punto de inflexión entre el juicio terrenal de Dios y la segunda venida de Cristo. 

      En su mano este ángel porta un librito, en el original griego, biblaridion. Este pequeño rollo, a diferencia del rollo sellado que Cristo ha ido abriendo paulatinamente, repleto de los acontecimientos futuros de la humanidad hasta su regreso definitivo, está abierto ya. ¿Qué se supone que contiene este librito? Seguramente la revelación de Dios a Juan acerca de todo lo que va a desencadenarse en los instantes previos a la parusía de Jesucristo. Con sus dos monumentales pies, como si de un Coloso de Rodas redivivo se tratase, este ser angélico domina todo el orbe terrestre. Su poder y autoridad, delegados por Cristo, abarcan a toda la humanidad, a toda la creación terrestre, tal es su imponente figura y potencia. Con una voz tonante, el ángel parece rugir los juicios demoledores de Dios contra los que siguen en sus trece a la hora de no arrepentirse de sus pecados e idolatrías.  

      Y como eco de esta fuerte voz que surca el firmamento, siete truenos terribles comunican a todo el universo una serie de oráculos que sumen en el silencio a todos los convocados en la escena celestial de la que Juan es testigo. Los truenos, aquí con la idea de que son seres vivientes al servicio del Señor, signos inequívocos del juicio de Dios, se ven reforzados por el número siete, dando a entender que todo lo que proclaman estos truenos que retumban en los oídos de los presentes, es la Palabra de Dios, sin género de dudas. Juan es capaz de interpretar y entender el mensaje que estos truenos están promulgando a diestro y siniestro en el plano espiritual. 

2. CONSUMADO ES 

      Juan escucha atentamente el contenido del discurso borrascoso de estos siete truenos y, en primera instancia, cree que ha sido llamado para poner por escrito las asombrosas y estremecedoras palabras que han transmitido: Cuando los siete truenos hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: «Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas.» El ángel que vi de pie sobre el mar y sobre la tierra levantó su mano hacia el cielo y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más, sino que, en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas.” (vv. 4-7) 

     Algo impele a Juan a poner en negro sobre blanco todo lo que acaba de oír. Sin embargo, antes de que pudiese empuñar la pluma para mojarla en el tintero, una voz surge de la nada para pararle los pies. Esta voz le ordena que no escriba esta formidable revelación de la que ha sido oyente privilegiado. Al contrario, Juan debe sellar cada una de estas palabras proféticas, esto es, guardarlas en su mente y en su corazón hasta el fin de sus días, solo para sus ojos, sin que deba compartirlas con la iglesia de Cristo perseguida. ¿Qué enigmáticas palabras habrán surgido de estos siete truenos, para que no puedan ser comunicadas al resto de seres humanos? Del mismo modo que Pablo también tuvo una experiencia de este calado, y el Señor le dijo que no debía hacer público el relato de su visión, así sucede también con Juan. Solo conoceremos el contenido del mensaje atronador cuando estemos al fin en la presencia de Dios. Si el Señor no ha querido que sepamos algunas cosas que han de ocurrir en el futuro, es su prerrogativa, y seguramente lo hace para bendecir a su pueblo y para ver cumplidos sus designios y propósitos eternos. 

      Una vez que Juan ha comprendido que debe permanecer en silencio sobre estas revelaciones celestiales, observa como este robusto ángel del librito alza una de sus manos para elevar un juramento solemne ante Dios. Pone a Dios como testigo eterno y como Creador de todo el universo de que ha llegado el momento más esperado de la historia. Desde tiempos inmemoriales el Señor ha preparado este instante crucial y cósmico, y su paciencia ha alcanzado su máximo, dando paso a la hora del juicio final. Aunque vivimos en una época de gracia en la que, como afirma Pedro, “el Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9), habrá un día concreto de la historia en el que las oportunidades para hacer acto de contrición y para solicitar el perdón amoroso de Dios habrán dejado de estar disponibles. Ese momento ha llegado ante la mirada estupefacta de Juan. El tiempo ya no será más, es decir, que la historia ha entrado en los postreros eventos que anuncian la eternidad para todos los seres vivientes, unos para vida perpetua, otros para condenación sempiterna. 

     Cuando el séptimo ángel emboque la trompeta para interpretar el sonoro canto del cisne terrenal, el misterio de Dios se hará patente para todo ojo. Cuando hablamos del misterio de Dios, no estamos hablando de un enigma que hay que resolver, sino que nos referimos a las verdades espirituales que han estado ocultas durante mucho tiempo, pero que ahora afloran a la superficie y a la visibilidad pública, para que todo el mundo sea consciente de que la consumación del plan de salvación histórico de Dios está pronto a tener lugar. Pablo nos habla precisamente de este misterio: “Él nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en el cumplimiento de los tiempos establecidos, así las que están en los cielos como las que están en la tierra.” (Efesios 1:9-10)  

      El misterio de Dios, como podemos entender de las palabras paulinas, es la reunión de todas las cosas en Cristo, en el Juez universal, en aquel en el cual nuestra fe y nuestra esperanza está puesta desde que le conocimos. El Reino de Dios está a punto de ser instaurado sin oposición, y los creyentes de todos los tiempos serán reunidos para ser ese pueblo escogido por Cristo para salvación y bendición eterna. Los profetas del Antiguo Testamento y los apóstoles del Nuevo Testamento fueron los depositarios de este misterio, el cual está siendo desvelado por medio de Juan, el último de los voceros y siervos de Dios, garantizando con el libro de Apocalipsis que, cuando el Señor así lo estime, vendrá a recoger a su remanente para reinar sobre este para siempre. 

3. LOS SABORES DE LA REVELACIÓN DIVINA 

      Como hemos dicho, Juan es el último de los profetas elegidos por Cristo para transmitir al mundo, y especialmente a su iglesia, las verdades y realidades espirituales que desencadenarán el inicio del reinado de nuestro Señor y Salvador Jesucristo: “La voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, y dijo: «Ve y toma el librito que está abierto en la mano del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra.» Fui donde el ángel, diciéndole que me diera el librito. Y él me dijo: «Toma y cómelo; te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel.» Entonces tomé el librito de la mano del ángel y lo comí. En mi boca era dulce como la miel, pero cuando lo hube comido amargó mi vientre. Él me dijo: «Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes.»” (vv. 8-11) 

      La voz que había impedido que Juan tomara nota de lo que los siete truenos habían pregonado tras el rugido del ángel del librito, vuelve a interpelarlo. Anima a Juan a que se acerque sin temor al poderoso ángel del librito, y tome este pequeño rollo de su mano. Rogando con educación y respeto al ser angélico, Juan recibe del ángel una serie de apreciaciones sobre este pequeño rollo. Juan debe coger el librito, y ha de comérselo. Por supuesto, no estamos hablando de un rollo material literal. El ángel está diciendo al apóstol asombrado que ha de leer el libro y hacer suyas todas y cada una de las palabras que este contiene. Ha de atesorarlas en su corazón, memorizarlas en su mente y reflexionar acerca de ellas, como si de un proceso digestivo se tratase. En definitiva, ¿no es eso lo que hacemos cuando nos acercamos a la Palabra de Dios? ¿Acaso no la comemos, puesto que es el pan de vida que nos nutre espiritualmente? ¿No es cierto que, tras leerla con atención, somos llamados a saborearla, a procesarla intelectual y espiritualmente, hasta digerirla convenientemente para que esta nos alimente y nos haga crecer y madurar en la fe cristiana?  

      El ángel aclara que cuando empiece a deglutir este pequeño rollo de la revelación divina, su sabor será dulce como la miel. De las Escrituras sabemos de su carácter delicioso por las composiciones magistrales de David en los Salmos: “El temor de Jehová es limpio: permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad: todos justos. Deseables son más que el oro, más que mucho oro refinado; y dulces más que la miel, la que destila del panal.” (Salmo 19:9-10). En tanto en cuanto la Palabra de Dios es dulce en su manifestación constante de la gracia divina, de las bienaventuranzas para aquellos que obedecen sus mandamientos y ordenan su camino con el temor de Dios, podemos dulcificar nuestra vida al seguir las indicaciones santas del Señor en la Biblia. No obstante, el ser angélico también aclara a Juan que cuando este rollo llegue a su estómago el amargor le revolverá las tripas. También sabemos perfectamente que la Palabra de Dios también es un compendio de las actitudes y hábitos más pecaminosos que el ser humano puede perpetrar, es un retrato de las oscuridades venenosas de nuestra naturaleza contraria a Dios, y es una declaración del justo juicio de Dios sobre los incrédulos e idólatras. De ahí que la dulzura y el amargor sean sabores espirituales clave a la hora de alimentarnos de la Biblia, de sus consejos y revelaciones.  

     Dicho y hecho. Juan obedece a la voz y experimenta justamente lo que el ángel acaba de comunicarle al respecto. El ángel, para terminar su alocución, encomienda a Juan la labor imperiosa de ser una voz profética, la última voz inspirada por el Espíritu Santo, a todo el mundo por medio de la transmisión fiel de lo visto y oído en el libro del Apocalipsis, donde se entremezcla también lo dulce con lo amargo. 

CONCLUSIÓN 

      Como dirían en términos de los juegos de azar en la ruleta: Rien ne va plus!” No va más. El plazo para que los seres humanos que todavía no conocían a Cristo como su Señor y Salvador, está en un tris de terminar. La séptima trompeta va a dar entrada al protagonista de la historia, aquel que ya lo fue en su ministerio terrenal, muerte, resurrección y ascensión a los cielos, pero que ahora no aparecerá más como un cordero que va inocente y mudo al matadero. El león de Judá está comenzando a rugir su juicio sobre todas las naciones. El rumor del segundo adviento de Cristo puede olfatearse en el ambiente. El silencio aparece una vez más para introducir el evento más esperado de todos los tiempos.  

      Juan ha obedecido las órdenes celestiales de ser profeta a las naciones, puesto que entre nuestras manos tenemos el resultado en forma de Apocalipsis. Sin embargo, todavía quedan algunos detalles que conocer sobre los tiempos postreros antes de que la séptima trompeta resuene por doquier. Dos profetas serán testigos de Cristo en el momento previo en el que el ángel número siete estremezca al mundo entero con su melodía metálica. ¿Quiénes serán? ¿Cuál será su papel a desempeñar en el orden de acontecimientos? Las respuestas a estas preguntas y a muchas otras más, en nuestro siguiente estudio sobre el libro profético del Apocalipsis de Juan.

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