AMOR CALABACERO


 

SERIE DE SERMONES SOBRE JONÁS “NACIONALISMO TÓXICO” 

TEXTO BÍBLICO: JONÁS 4 

INTRODUCCIÓN 

        ¿Por qué siempre ha habido personas que no son capaces de alegrarse de las cosas buenas que ocurren a los demás? ¿Cuál es la razón que lleva a determinados individuos a contagiarse del gozo de personas que estaban en un momento crítico y que han podido superarlo satisfactoriamente? ¿Cómo es posible albergar tanta amargura y envidia en el corazón como para enfurruñarse cuando el vecino sonríe? La falta de empatía, en muchas ocasiones, es tan patente, tan abierta y tan descarada, que muchos de nosotros, que nos regocijamos con el contento de personas que nos rodean, sentimos como algo impensable, sigue siendo un auténtico problema en nuestra sociedad. ¿No hemos escuchado en muchas ocasiones lo del dicho popular de que alguien es como el perro del hortelano, que ni come, ni deja comer? ¿O esta manida expresión que abunda en los mentideros políticos de que cuanto peor, mejor? Que la desdicha de terceros nos llene de júbilo indisimulado y que nuestra felicidad dependa de los males que acucian a otros, es para que alguien se lo haga mirar. Que la ojeriza que tenemos hacia personas que no nos caen bien llegue hasta el extremo de que, cuando las cosas les van bien, nosotros nos sumamos en un estado depresivo y malhumorado, es síntoma de que algo dentro de nosotros no funciona de acuerdo a las enseñanzas de Cristo. 

      En relación a esta clase de personas, recuerdo a Berengario el tractorista, ese personaje creado por José Mota, el cual siempre está al acecho de los habitantes de su pueblo por ver cómo les ocurren desgracias, y cuando estas se presentan de mil una manera, no deja de reírse a carcajadas al ver postrado a su vecino maltrecho. Hay que ser muy ruin en la vida para que uno siempre esté pendiente de las malas noticias de los demás, y para que se enfade cuando solo hay buenas nuevas. En el idioma germano existe una palabra que se emplea justamente para hablar de estos personajes siniestros: “schadenfreude” (shadenfroide). Estos seres humanos son dominados por un placer oportunista e íntimo que les hace sonreír cuando el infortunio se ceba con sus congéneres. En muchas ocasiones, este deleite secreto suele aparecer como resultado de la idea de que los que sufren la desdicha, en realidad se lo merecen, aportando para sus propias vidas un sentido de suavización de la envidia o baja autoestima que poseen. En definitiva, se instalan en la mezquindad y sus metas y bienestar solo dependerán de las lágrimas y errores de semejantes caídos. 

      Jonás es un ejemplo claro de “schadenfreude.” A regañadientes, con un deseo interior de que Dios aniquile a los ninivitas, y con un convencimiento personal fanático y nacionalista que procura nutrirse de la destrucción de los asirios, el profeta rebelde ha completado su tarea de advertencia, y ha tenido que comprobar, muy a su pesar, que el oráculo admonitorio de su Señor ha calado en los corazones ninivitas, y que Dios ha perdonado, al menos por un determinado tiempo, la ejecución de su sentencia condenatoria. Jonás podría haberse alegrado con el Señor, haber aplaudido la inmensa gracia y misericordia de su Creador. ¿Acaso no había sido un éxito rotundo que miles y miles de personas paganas e idólatras se hubiesen arrepentido de sus caminos, realizando un acto de contrición encomiable y asombroso? Cualquier profeta del Antiguo Testamento se hubiese sentido satisfecho al constatar que el mensaje de Dios había cumplido su propósito redentor. El propio Jesús, que se las vio y se las deseó para lograr alguna respuesta de ciertas ciudades de Judea hacia su discurso salvífico, habría elogiado este gran milagro espiritual en Nínive. 

1.EL ENFADO LETAL DE JONÁS 

     Sin embargo, Jonás no está para nada de acuerdo con todo lo que acaba de acontecer: “Pero Jonás se disgustó en extremo, y se enojó. Así que oró a Jehová y le dijo: —¡Ah, Jehová!, ¿no es esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis, porque yo sabía que tú eres un Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte y de gran misericordia, que te arrepientes del mal. Ahora, pues, Jehová, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida. Pero Jehová le respondió: —¿Haces bien en enojarte tanto?” (vv. 1-4) 

      Cómo de furioso se encontraría Jonás tras la decisión divina de perdonar la vida a los ninivitas, que no duda en hacérselo saber al soberano Dios. Su corazón estaba al rojo vivo a causa de la ira que iba quemándole por dentro. Su extraviada mirada todavía no daba crédito a todo cuanto había sucedido solo hacía un instante. Su mente comienza a darle vueltas a la resolución de este conflicto entre Dios y Nínive. No lo entiende. No entiende que una gran ciudad, conocida por sus fechorías y crímenes de lesa humanidad, por su idolatría, por su vanidad y orgullo, y por su sed de sangre inocente, pueda salvar el pellejo en el último minuto. Es injusto. Es inconcebible. Todos merecían morir irremisiblemente. Sus actos deleznables debían haber sido juzgados con la mayor severidad posible. Los asirios no eran el pueblo escogido por Dios, y, por tanto, debían ser raídos de sobre la faz de la tierra. Todavía resoplando como una locomotora, Jonás intenta explicarse el porqué de este desenlace que tanto le afecta y le solivianta. Dando vueltas sobre sí mismo trata de comprender el modus operandi de Dios, e incluso se culpabiliza a sí mismo por haber participado de este ambiente de arrepentimiento general en Nínive. 

      Con la voz tremolando de rabia, Jonás se dirige a Dios en oración. Como no ha podido procesar todavía todo lo que ha acaecido, solo le queda echar en cara al Señor su arbitrariedad e injusticia. Su talante desafiante y despreciativo se expresa en ese “¡Ah, Jehová!” de principio de su plegaria. Jonás viene a recriminar a Dios que él ya sabía lo que iba a pasar. Jonás, en lo más íntimo de su ser, conocía a ciencia cierta quién era Dios y cómo iba a actuar si los ninivitas se arrepentían. Y teniendo conciencia de esto, no quería colaborar en esta misión que se le antoja indigna y muy poco justa. Los enemigos de su patria debían morir, ser asolados, exterminados. Aun cuando Dios ya sabe por qué hace Jonás lo que hace huyendo a Tarsis, Jonás se ocupa de recordárselo. De algún modo le está diciendo que hubiese empleado para su misión a otro, que le hubiese permitido arribar a tierras lejanas para no tener que ser testigo de lo que su mirada ceñuda acababa de observar. Jonás se siente usado, manipulado y coaccionado, sobre todo porque su alma nacionalista y radicalizada solo alberga sentimientos de odio y rencor hacia los que un día maltrataron a Israel. 

      Jonás reconoce que Dios es como es. Tenía la certeza, seguramente por experiencias previas, de que el Señor iba a ser clemente con aquellos que se arrepienten, por muy gentiles y paganos que fuesen. Se siente frustrado al comprobar que el juicio de Dios ha dado paso a la misericordia y a la gracia, previa contrición y propósito de enmienda. Que fuese perdonado todo Israel tras haberse entregado al pecado y el adulterio espiritual, estaba bien. Pero lo que no estaba bien era que Dios, en su gran compasión, perdonase a unos bárbaros incircuncisos. Jonás echa en cara a Dios que sea como es, lleno de gracia, paciente y compasivo. Él no hubiese tomado esa clase de decisiones piadosas, sino que hubiese derramado su ira y desprecio sobre los habitantes de Nínive, erradicando de una vez y para siempre a estos pecadores. Para Jonás, Dios debía ser lo que muchos siguen pensando acerca de Dios, que es un Dios vengador, verdugo y que disfruta al ver como los pecadores arden en el infierno. La imagen que de Dios tenía Jonás no se correspondía con la realidad. El ser humano es revanchista y radical, pero el Señor es justo y amoroso. 

      Pero visto lo visto, y teniendo claro que Dios no iba a dar marcha atrás en su decisión perdonadora, Jonás llega hasta el punto de desear su propia muerte. ¿Cómo es posible que un hijo de Dios albergue en su interior un odio y un aborrecimiento tan grande por criaturas humanas que acaban de arrepentirse sinceramente ante el Señor? La amargura ha penetrado tanto en su espíritu nacionalista, que lo ha intoxicado hasta llegar a anhelar morir. ¡Qué triste y patético es tener que considerar que un siervo del Altísimo prefiere dejar de existir que ver su salvación en personas que necesitaban de su perdón! La respuesta de Dios no se hace esperar. Me trae a la memoria aquella ocasión en la que el Señor habla con Caín tras el enfado morrocotudo que traía después de no alcanzar el visto bueno divino: “¿Por qué te has enojado y por qué ha decaído tu semblante?” (Génesis 4:6) Cosa parecida pasa con Jonás: “¿Es para tanto, Jonás?”  

      A Dios le entristece que su profeta amado no sea capaz de valorar en su justa medida lo que acaba de hacer por los ninivitas. En lugar de gozarse y alegrarse por miles de vidas convirtiéndose de sus malos caminos, al igual que muchos fariseos que perseguían a Jesús, escoge enfurruñarse como un párvulo, opta por acabar ya con todo. Como las cosas no habían salido como Jonás quería, la solución debía ser la de desaparecer del mapa definitivamente. ¿Había pensado por un instante que él también era un ser pecador y que por gracia y misericordia había recibido la salvación de Dios? Parece ser que, lamentablemente, esto no era así.  

2. AMOR CALABACERO 

      A pesar de que el Señor le hace ver que su actitud intransigente y depresiva no tiene sentido, Jonás, de algún modo misterioso, parece dudar de la autenticidad del arrepentimiento de los ninivitas. La evidencia de esto es que, en lugar de volver a su patria, a su hogar, escoge establecerse durante un tiempo en un lugar desde el cual poder observar los acontecimientos posteriores al perdón divino: “Jonás salió de la ciudad y acampó hacia el oriente de ella; allí se hizo una enramada y se sentó a su sombra, para ver qué sucedería en la ciudad. Entonces Jehová Dios dispuso que una calabacera creciera sobre Jonás para que su sombra le cubriera la cabeza y lo librara de su malestar. Jonás se alegró mucho por la calabacera. Pero, al amanecer del día siguiente, Dios dispuso que un gusano dañara la calabacera, y ésta se secó. Y aconteció que, al salir el sol, envió Dios un fuerte viento del este. El sol hirió a Jonás en la cabeza, y sintió que se desmayaba. Entonces, deseando la muerte, decía: —Mejor sería para mí la muerte que la vida.” (vv. 5-8) 

       Saliendo de la ciudad, no fuese que se contaminase por las gentes que la habitaban, acampa al este de Nínive, confeccionando de forma artesanal una enramada que pudiera cobijarle durante la temporada que iba a pasar allí. No se fiaba del arrepentimiento ninivita, algo que hablaba bastante mal de su concepto de Dios. Si no las tenía todas consigo en relación a la conversión de estos paganos, era como decir que, a Dios, quizá le hubiesen dado gato por liebre, y que había sido burlado por un engaño ciudadano masivo. Para Jonás, Dios es alguien del que el ser humano puede burlarse, al que el mortal puede engañar fácilmente con gestos estéticos y poses teatrales. Su nacionalismo tóxico estaba nublando su juicio y su fanatismo encendido había distorsionado la imagen que de Dios tenía. A veces nos pasa precisamente esto. Nuestra obstinación y frustración a menudo nos juega malas pasadas, y comenzamos a pensar en Dios en clave de un dios menor que se parece peligrosamente a nosotros mismos. Ahí lo tenemos, con los brazos cruzados, aguardando el momento en el que poder reprochar a Dios su ingenuidad y candidez. 

      No obstante, como Dios conoce a la perfección a Jonás, va a darle una lección muy ilustrativa que nunca olvidará y que servirá para clarificar quién es Él y su deseo de que todas sus criaturas humanas sean convencidas de pecado y puedan salvarse. Dios hace crecer sobre Jonás una calabacera, con el fin de que esta lo aliviase del calor del mediodía mientras esperaba. Esta calabacera, posiblemente más conocida en aquellos pagos como ricino o higuerilla, era un arbusto de tallo grande, leñoso y hueco que soportaba hojas lobuladas y palmeadas muy grandes. No sabemos en qué estación del año discurren los eventos reseñados en este libro de Jonás, pero sí conocemos las altas temperaturas que suelen darse en estos lugares, y, por tanto, esta calabacera se convierte de un día para otro en una planta asombrosamente querida por el profeta Jonás. Algunos dicen que el profeta estaba calvo y que, por eso mismo, agradece que la calabacera le dé un respiro cuando el sol está en lo más alto. De repente, ese deseo de morirse o de verificar la calidad del arrepentimiento ninivita es opacado por la alegría que le causa la planta que ha surgido de la nada en una sola noche. Brota el amor calabacero de Jonás. 

      Repentinamente, así como llegó la calabacera, esta desaparece, en el fresco de la mañana, marchitándose como resultado de un gusano que Dios mismo coloca en ella, el cual devora hasta sus raíces. Mientras el sol todavía está bajo y Jonás duerme, el profeta no se da cuenta de que su amada calabacera ha dejado de existir. Pero cuando el Señor acompaña a la salida del sol, un viento fuerte, cálido y seco, portando arena, llamado simún, la cosa se pone fea. Descolocado y medio adormilado, Jonás recibe directamente sobre su cabeza el impacto de los rayos del sol y de las oleadas de viento abrasador mezclado con arena del desierto, y lo dejan fuera de combate. La angustia se apodera de su cuerpo y su mente comienza a delirar. Y en un atisbo de lucidez, una vez constatada la ausencia de su querida calabacera, Jonás ruega al Señor que lo mate, que ya no quiere vivir más. Le ha sido arrebatada la planta que le había dado un asomo de gozo en medio de tanta amargura de corazón. Ya no quedaba nada por lo que regocijarse, nada por lo que luchar, nada que amar. 

3. MISERICORDIA UNIVERSAL DE DIOS 

      Entonces el Señor detiene el viento para hacerse oír: “Pero Dios dijo a Jonás: —¿Tanto te enojas por la calabacera? —Mucho me enojo, hasta la muerte —respondió él. Entonces Jehová le dijo: —Tú tienes lástima de una calabacera en la que no trabajaste, ni a la cual has hecho crecer, que en espacio de una noche nació y en espacio de otra noche pereció, ¿y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?” (vv. 9-11) 

      Tirando de cierto sarcasmo, Dios se dirige a Jonás preguntándole si lo de que la calabacera haya muerto le ha podido afectar tanto como para solicitar su inmediato fallecimiento. Esta es la misma técnica que el profeta Natán usó con David en aquella ocasión en la que cometió adulterio con Betsabé y asesinó en diferido a Urías. Con la respuesta que dé Jonás a Dios, él mismo se retratará. Jonás contesta que su enfado es tan descomunal que ya no puede soportarlo por más tiempo. Le ha sabido muy mal que la calabacera haya perecido tan rápidamente, cuando esta le estaba prestando un servicio magnífico. Le había cogido cariño, y no entendía el porqué de su destrucción. El Señor, con toda la benevolencia y paciencia del mundo, le hace ver a Jonás que la calabacera era cosa suya. Es una criatura a la que Dios ha dado vida y propósito. Jonás no ha tenido que hacer nada para que esta apareciera, para que esta se desarrollara y creciera. Solo Dios tiene el poder para crear de la nada una calabacera que dure un solo día. Jonás debía estarle agradecido a Él. Debía mostrar su gratitud en atención al regalo que había generado esta alegría que colmaba su corazón.  

     Si una calabacera es una criatura menor en comparación con la corona de la creación, el ser humano, y ha sido amada y querida por Jonás de una forma increíble, ¿por qué Jonás debía poner en tela de juicio la actitud perdonadora de Dios hacia los ninivitas? Como diría el propio Jesús, “más valéis vosotros que muchos pajarillos.” (Mateo 10:31) ¿Cómo no iba Dios a compadecerse de miles de criaturas suyas, que son ignorantes en cuanto a su manera de vivir, que no saben distinguir el bien del mal, y que no tienen la capacidad de reconocer sus errores y desvaríos? Ahora que habían confesado sus culpas, que se habían arrepentido completamente de sus antiguos delitos, y que demostraban ante Dios que estaban dispuestos a cambiar su trayectoria vital para abrazar sus mandamientos, ¿cómo no iba Dios a tener en cuenta esto, desechando a ciento veinte mil personas, que se dice pronto, sin darles la oportunidad de enmendarse? ¿Cómo no iba a apiadarse de miles y miles de animales inocentes que se encontraban en Nínive? ¿Acaso Jonás creía que solo Israel merecía la salvación de Dios? ¿No prometió el Señor a Abraham que en su linaje todas las naciones serían bendecidas por Él?  

CONCLUSIÓN 

      La historia de Jonás termina aquí. ¿Habría aprendido la lección? ¿Entendería al fin que la salvación no dependía de una identificación nacionalista, o de un linaje genético? No lo sabemos. Apostaría a que sí, a que Jonás al final comprendió que su mentalidad era la errónea, y que servir a un Dios misericordioso y compasivo era un auténtico honor y privilegio. Me gustaría pensar que Jonás dejó de ser un “schadenfreude” para convertirse en alguien que se alegra de la redención de otros, aunque estos no sean parte de su pueblo, aunque sus crímenes del pasado sigan pesando en el expediente.  

       Me encantaría que nosotros, como cristianos, también nos regocijemos cuando un alma se arrepiente y decide seguir al Señor, aun a pesar de que podamos albergar ciertas dudas sobre la veracidad de su paso espiritual, aun a pesar de que tengamos alguna sospecha de que los leopardos no pueden borrar sus manchas. Yo prefiero unirme a las palabras de Cristo al respecto, desmarcándome de aquellos fariseos que nunca aplaudieron la sanidad y la transformación de los marginados, y brindando junto a los ángeles del cielo por un pecador que se arrepiente.

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