LOS 144000 SELLADOS


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “SELLOS Y TROMPETAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 7 

INTRODUCCIÓN 

      Aquellos que, desde el inicio de la andadura de la iglesia primitiva, tuvieron que sufrir tormentos y persecución a causa de ser portadores del mensaje del evangelio de Cristo, brindan a los creyentes de todos los tiempos una ejemplar inspiración sobre la importancia sublime que seguir las pisadas de Jesús en misión tenía en los primeros cristianos. Desde aquella época terrible en la que, comenzando por Esteban, primer mártir de la iglesia, y pasando por Jacobo, Pedro, Pablo y decenas de miles más, las cosas han cambiado muy poco para bien. A pesar de que en nuestro país sería inconcebible ser condenado a muerte por causa de nuestras creencias a día de hoy, sin embargo, en instantes históricos no tan lejanos, muchos hermanos y hermanas que nos precedieron, y que fueron la avanzadilla del protestantismo en España, tuvieron que padecer lo indecible en aquellas piras y fogatas que la Inquisición preparaba en los conocidos como Autos de Fe. Tachados de herejes y heterodoxos, muchos creyentes sinceros en Dios y en la verdad de su Palabra, vieron cómo eran apresados, cómo sus bienes eran embargados por la Iglesia Católica Romana, y cómo su familia era marginada y estigmatizada socialmente. Cientos de personas, muchas de ellas anónimas, fueron torturadas en las mazmorras a fin de abjurar de su fe en lo que el protestantismo proclamaba, y algunas llegaron a morir en ese proceso que, de forma cruel e injusta, incoaba el brazo secular de la Iglesia Católica. 

      Los relatos de hermanos y hermanas en la fe que fueron tratados como perros, o incluso peor que eso, podemos hallarlos en la amplia bibliografía que todavía conserva los registros de aquellos juicios infames y sangrientos. Los mártires protestantes, cuyo único delito había sido predicar el evangelio de gracia de nuestro Señor Jesucristo, repartir biblias y porciones de las Escrituras en castellano, y congregar de forma clandestina a un puñado de personas en sus hogares, nunca deben ser olvidados. Hoy nosotros disfrutamos de una relativa tolerancia religiosa, una libertad de expresión más o menos completa, y un derecho a la reunión en nuestros templos que está garantizada en las normativas del Estado. Hemos de reconocer que nuestra realidad está enormemente alejada del temor a ser vistos leyendo la Biblia o facilitando ejemplares de la Palabra de Dios, aunque nunca debemos relajarnos y no mantenernos alerta ante otra clase de ataques o censuras que podamos ir recibiendo de maneras más sibilinas y taimadas. El Libro de los Mártires de John Foxe o La Historia de los Heterodoxos Españoles de Marcelino Menéndez Pelayo, son una lectura ampliamente recomendada para todos aquellos de nosotros que deseemos reflexionar sobre el coste del discipulado cristiano, y que busquemos meditar sobre la importancia de ser fieles al evangelio y a la misión que Cristo nos ha encomendado como iglesia y como individuos. 

  1. LOS SELLADOS DE ISRAEL 

      En el texto que nos ocupa en este estudio, seis sellos han sido abiertos por Cristo, el Cordero de Dios. Los jinetes que traen la destrucción, la mentira y la miseria al mundo ya galopan sin desmayo recorriendo el orbe terrestre, y la humanidad se halla herida de muerte. El terror y el desconcierto están haciendo mella en el ánimo de todas aquellas personas que presienten la proximidad del advenimiento de Cristo para juzgar a las naciones, mientras que la adoración celestial cada vez asciende en apasionamiento y fervor. Solo queda por abrir un sello, el séptimo, el cual dará comienzo a una serie de acontecimientos globales que sobrecogerán a todo espíritu sobre la faz de la tierra.  

      Mientras esto llega a suceder, el juicio divino sigue azotando al ámbito terrenal: Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil sellados. De la tribu de Rubén, doce mil sellados. De la tribu de Gad, doce mil sellados. De la tribu de Aser, doce mil sellados. De la tribu de Neftalí, doce mil sellados. De la tribu de Manasés, doce mil sellados. De la tribu de Simeón, doce mil sellados. De la tribu de Leví, doce mil sellados. De la tribu de Isacar, doce mil sellados. De la tribu de Zabulón, doce mil sellados. De la tribu de José, doce mil sellados. De la tribu de Benjamín, doce mil sellados.” (vv. 1-8) 

     Teniendo en consideración que los conocimientos sobre geografía eran bastante limitados en la época en la que Juan escribe este relato pormenorizado de eventos por venir, y que la cosmología que existía en aquellos entonces tenía que ver con la ubicación de los puntos cardinales y la dirección en la que soplaban los vientos, aquí entendemos con meridiana claridad que Juan está describiendo al planeta Tierra en su conjunto. Tomado el mundo como un tapiz plano, y sin extraer conclusiones terraplanistas, muchos de los artistas y astrónomos de la antigüedad solían representar los vientos como la acción de determinados ángeles, los cuales, de forma armónica, desataban o ataban las corrientes atmosféricas según las especificaciones divinas sobre las estaciones. Una muestra de ello es el mosaico policromado de azulejos de Manises que existe en una de las salas del Palacio Ducal de los Borgia en Gandía, donde pueden verse estos seres angélicos, junto a los cuatro elementos fundamentales y las diferentes clases de animales según su medio ambiente de vida.  

      Imaginemos qué sería de la tierra si de repente todos los vientos que mueven las aguas de nuestros océanos se detuviesen de repente y ninguna brizna de aire corriese en ciertos lugares de la tierra. El viento es un regulador de las distintas temperaturas debidas a la diferente radiación solar que llega a la superficie terrestre y por supuesto de la cantidad de vapor de agua presente en la atmósfera, así como para que las plantas puedan enviar por medio de este sus semillas y así reproducirse. Vivir sin viento parece absolutamente imposible. Por lo tanto, como comprenderemos, subsistir en estas circunstancias tan terribles haría que la vida fuese una auténtica pesadilla. Todo obedece al juicio de Dios sobre el mundo antes de que Cristo por fin regrese de nuevo. No obstante, un nuevo ángel aparece desde el alba, desde donde nace el sol, y ordena con voz de mando que estos ángeles que detienen la acción de los vientos sobre el mundo, vuelvan a dejar que estos fluyan y actúen de nuevo, al menos hasta que los que todavía han de creer en Cristo completen el número de aquellos que han de ser salvos. Este ángel posee en su frente el sello del Dios vivo, esto es, la marca inconfundible de que pertenece a Dios, y de que su tarea está avalada por la autoridad de Cristo. Del mismo modo, aquellos que son sellados son aquellas personas de todos los tiempos que han reconocido el señorío de Cristo en sus vidas y que se someten a la voluntad divina sin fisuras. 

      A continuación, una voz hace recuento de aquellos que son sellados por Dios como su posesión más preciada. El número, con un simbolismo más que nítido, es la multiplicación de doce mil por doce, esto es, 144.000 sellados. El doce es una cifra con un gran significado para los judíos, dado que doce son las tribus de Israel y doce son los apóstoles de Cristo, lo cual implica la perfección eterna, algo que podremos valorar mejor cuando lleguemos a hablar de la Nueva Jerusalén celestial. Estos 144.000 sellados se distribuyen por tribus, lo cual, en mi modesto entender, nos sugiere que estos escogidos por Dios son aquellos creyentes en Cristo que provienen de la nación de Israel. Lo curioso de estas tribus a las que hace mención Juan, es que no tiene en cuenta a Dan y a Efraín, incorpora a Leví y a José y ubica a Judá como el primero de la lista. Esto no quiere decir que Juan hubiese cometido un error de bulto o que no supiera exactamente las enumeraciones de tribus halladas en el Pentateuco. A modo de explicación, Dan y Efraín no aparecen a causa de ser degradadas por mor de su idolatría exacerbada, y José y Leví aparecen para ocupar su lugar. La razón de la primacía de Judá en este recuento es lógica: Jesús, el Cristo, es descendiente de su linaje. Algunos como los Testigos de Jehová pensaban en primera instancia que estos eran los únicos que se iban a salvar en la segunda venida de Cristo, pero al comprobar que sus acólitos crecían en número, tuvieron que inventarse la idea peregrina de que estos 144000 eran los eminentes líderes de esta secta, mientras que el resto de adeptos simplemente heredarían la nueva tierra.  

  1. LOS GENTILES SELLADOS 

      Si estos sellados forman parte del pueblo de Dios para toda la eternidad en los cielos, ¿entonces qué ocurre con los gentiles que han abrazado de todo corazón la fe cristiana? Juan nos saca de dudas al respecto: Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén. Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.” (vv. 9-17) 

      Tras comprobar que el juicio global de Dios se había detenido a causa de aquellos creyentes que todavía debían ser sellados para el Señor y para salvación dentro de la nación de Israel, Juan ahora contempla con ojos embelesados a una muchedumbre que no puede abarcar a simple vista. Hombres y mujeres se extienden por todas partes, procedentes de distintas extracciones nacionales, hablando en idiomas de toda clase, y lo hacen delante del trono de Dios. Es la reunión de la iglesia de todos los siglos, de aquellos que han fallecido ya, presentándose gozosos y reverentes ante el Dios vivo y ante el Cordero de Dios. Sus vestiduras ya nos indican que son aquellos que han sido purificados en virtud de la obra redentora y justificadora de Cristo en la cruz. El blanco, símbolo de la pureza, domina por encima de todos los tonos de piel habidos y por haber en esta congregación de los santos de Dios. En sus manos agitan palmas, indicativo de la celebración y de la adoración, del reconocimiento del triunfo de Cristo sobre la muerte y sobre el pecado. Esto nos recuerda a aquella entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, donde se daba la bienvenida al Salvador. Ahora son ellos los que son bienvenidos y los que tributan con la plenitud de su ser la alabanza y la gratitud a Dios y a su Hijo amado. 

      Su clamor es uno solo, y como un coro impresionante y de ensueño, todos a una voz proclaman para siempre que, si ahora están allí, compareciendo ante la gloriosa persona de Dios, es gracias a su amor derramado por ellos en Cristo. El camino, la verdad y la vida está delante de ellos, y es el responsable de que cada creyente ahora sea lo que siempre debió ser, un adorador incondicional de Dios. Ante esta declaración de acción de gracias, todos los ancianos que flanqueaban a Dios, los cuatro seres vivientes, y todas las huestes angélicas que moran en los cielos, asienten, confirmando que la confesión de la multitud de cristianos es cierta y merece ser complementada con una muestra más de rendida y ferviente adoración. Para consolidar esta afirmación soteriológica, todos los comparecientes ante Dios y Cristo, adscriben a ambos la expresión más excelsa de glorificación habida y por haber. En esta oración compartida por los presentes en esta escena extraordinaria, Dios Padre y Dios Hijo son merecedores de ser bendecidos, de ser glorificados, de ser honrados a causa de su omnisciencia y sabiduría, de ser reconocidos por sus beneficios y su amor, de ser reverenciados perpetuamente, y de que toda criatura se someta a su poder y omnipotente fortaleza. La identificación constante entre Cristo y Dios Padre es ciertamente una realidad palmaria e indiscutible.  

      Después de escuchar con arrobo y emoción estas aseveraciones y oraciones, Juan es interpelado por uno de los ancianos. El propósito de la pregunta que este anciano hace al apóstol es el de probar que todo lo que está viendo está siendo asimilado, entendido y guardado en su corazón. La cuestión que este anciano presenta es la de si reconoce a todos aquellos que visten los ropajes blancos y la de si sabe cuál es su procedencia. Juan, todavía aturdido por todo cuanto acaba de contemplar, prefiere tirar de humildad y esperar a que sea su interlocutor el que explique con mejor tino lo que él mismo ya sabe, pero que no acaba de poder expresar con palabras. El anciano expone a Juan la identidad de esta muchedumbre que abarrota todo cuanto su mirada puede alcanzar. Son aquellos que han soportado la gran tribulación. ¿Qué significa esto de la gran tribulación? Las interpretaciones son diversas, pero existen dos que suelen ser aceptadas de forma mayoritaria. La primera habla de todo el tiempo que abarca desde la ascensión de Jesús a los cielos y el kilómetro cero de la iglesia primitiva hasta el segundo regreso de Cristo, esto es, que los creyentes sufrirán persecución y martirio durante siglos hasta que Cristo venga de nuevo, y que estos mártires son los que conforman esta gran multitud. La segunda perspectiva interpretativa habla de los últimos tiempos como una etapa de la historia prácticamente inmediata antes de la parusía de Cristo en la que los cristianos serán perseguidos y torturados a causa de su fe a lo largo y ancho de un mundo gobernado por el anticristo. Ambas pueden ajustarse a este texto sin mayor problema de dogmatizar cualquiera de estos dos supuestos. 

      Estos hijos de Dios que han tenido que atravesar el dolor, el vituperio y el asesinato, han sido revestidos de la justicia de Cristo a causa de su perseverancia y su fe. Sus vestidos mortales, embrutecidos y contaminados por el pecado mientras peregrinaron en este plano terrenal, han sido lavados y emblanquecidos por el poder redentor y expiatorio de la muerte y sacrificio de Cristo, representada por el derramamiento de su sangre carmesí. La justicia e inocencia de Cristo les ha sido imputada en lo que conocemos como justificación, y gracias a este acto voluntario y amoroso de Cristo, todos ellos pueden presentarse como un solo pueblo ante el trono de gracia de Dios, dado que, al ser purificados y glorificados, ahora pueden contemplar sin problemas ni temor el rostro del Creador del universo. Hebreos 12:14 capta esta idea a la perfección: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” Una vez todos estos hombres y mujeres que perseveraron hasta el fin y recibieron la salvación de Dios en Cristo, murieron, pasaron inmediatamente a engrosar las filas de servidores jubilosos y satisfechos que, sin cesar, disfrutan de vivir para siempre como sacerdotes en el templo que es la misma persona y presencia de Dios. La idea de tabernáculo que aparece en esta promesa espléndida para todo creyente que un día obtenga la dicha de dedicarse a servir a Dios, es la de aquella Shekhiná o presencia gloriosa de Dios del Antiguo Testamento, algo que será amplia y definitivamente superada por la viva y real morada del creyente en Dios por los siglos de los siglos.  

     A diferencia de la dimensión que nos toca vivir mientras esperamos llegar a nuestro hogar cuando así el Señor lo determine, la cual está repleta de injusticias, odios, sufrimientos y pobreza, en la dimensión celestial todos aquellos que conforman el pueblo de Dios ya no tendrán necesidad de buscarse la vida para subsistir. Allí habrá abundancia de todo y las desigualdades serán erradicadas para no volver nunca jamás. Nuestro cuerpo glorificado ya no habrá de soportar el calor o el frío, puesto que en su perfección todas nuestras necesidades serán satisfechas de forma increíble e instantánea. Muchos son los misterios que serán revelados al fin cuando estemos codo con codo con aquellos hermanos y hermanas que nos precedieron, y el alivio de saber que el mal y la carestía no tendrán razón de ser en los lugares celestiales, nos animan aún más a seguir anhelando el regreso de Cristo. Cristo será nuestro pastor, nuestro guía, aquel que nos pondrá al día de todo cuanto queramos saber, de todos los enigmas que suscitaron las Escrituras en nosotros. En la seguridad, el cariño inefable y la sabiduría de Cristo como pastor, nos sentiremos completamente amados y valorados, seremos nutridos con la vida de su Palabra, y seremos consolados absolutamente de nuestras vicisitudes y adversidades en el mundo que dejamos atrás. ¡Qué eternidad de felicidad y plenitud nos espera en brazos del Príncipe de los pastores! 

CONCLUSIÓN 

      Ni siquiera el ejercicio más fértil de nuestra imaginación nos preparará para saber cómo será todo cuando nos reunamos con aquellos hermanos y hermanas que nos han antecedido en nuestro caminar cristiano. Pero solamente con saber que volveremos a ver a nuestros seres queridos que se mantuvieron firmes en la fe y fieles a la causa de Cristo, y que Cristo nos aguarda con los brazos bien abiertos para darnos un recibimiento inenarrable a nuestro verdadero hogar en los cielos, ya es suficiente como para que nuestros corazones latan más rápido y más fuerte. Nunca olvidemos que aun hoy día, todavía hay cristianos que siguen muriendo por ser leales al evangelio de Cristo, y que la historia todavía no ha llegado a su fin. Quedan muchas almas que presentar al Señor para que sean selladas, y nuestra tarea debe ser la de luchar a brazo partido porque, a pesar de cualquier obstáculo o ataque que recibamos de los enemigos de nuestra fe, muchos puedan seguir siendo añadidos a la multitud que adora delante del trono de Dios y delante del Cordero que quita el pecado del mundo. 

     Millones de personas nos congregaremos delante de Dios para ensalzar su nombre con himnos de gratitud y adoración, lo cual debe hacernos sonreír y confiar en que un día, cuando el Señor así lo establezca, seremos vestidos de blanco, seremos sellados con la marca del Cordero, y se nos dará una palma con la que proclamar a los cuatro vientos que somos salvos y libres para siempre de la muerte y del pecado. El séptimo sello está a punto de ser abierto por Cristo, ¿qué desencadenará este acto en el devenir de la historia? La respuesta, en el próximo estudio sobre el libro del Apocalipsis.

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