ENTRAÑAS MARINAS


 

SERIE DE SERMONES SOBRE EL LIBRO DE JONÁS “NACIONALISMO TÓXICO” 

TEXTO BÍBLICO: JONÁS 2 

INTRODUCCIÓN 

      El fondo marino es uno de los lugares más espectaculares que existen en nuestro planeta. Peces exóticos de mil colores y tamaños, arrecifes de coral inmensos, anémonas, esponjas, grandes llanuras, profundos cañones, cadenas montañosas y grandes colinas conocidas como montañas submarinas, cetáceos descomunales y crustáceos y moluscos de todas las especies, se reúnen en este fondo marino para dejar absolutamente absortos los ojos de cuantos deciden sumergirse y bucear en él. Según muchas de las personas que han descendido a estos paraísos oceánicos, la experiencia es inolvidable y adictiva. Sin embargo, para aquellos que han tenido malos tratos con el mar, que no saben nadar o que valoran el peligro que las corrientes marinas tienen para el poco avezado bañista, la vivencia marítima no ha sido precisamente halagüeña. Yo he de reconocer que soy más bien de secano, de monte, de interior. Ya tuve mis más y mis menos con la playa y sus riesgos cuando era un adolescente, y nunca me he fiado del océano, por muy impresionante que sea su estampa colorida y fascinante. Para mí, el mar sigue siendo un misterioso y enigmático medio donde caos y paz se unen. Como diría Carlos Goñi, más conocido como Revólver, en su mítica canción “San Pedro”: “Nos prometimos el mar lleno de vida y de sal, llenamos el corazón, violencia y calma a la vez. Él es el mismo traidor azul o verde da igual, nos prometimos el mar.”  

      La sensación de hundirse y no hacer pie en el fondo del mar debe ser una impresión muy desagradable. Cuando visiono alguna película en la que la trama tiene que ver precisamente con el líquido elemento salino, y en la que el protagonista se ve arrastrado a las profundidades abisales del océano, es como si me recorriese una angustiosa serie de estímulos, una asfixia inconsciente y una agobiante necesidad de animar al personaje para que despierte, se esfuerce y logre ascender a la superficie para salvar su vida. Y es que, junto a la claustrofobia que acompaña entrar en grutas subterráneas, no hay nada más opresivo que sumergirse en las honduras oscuras del océano. A menudo, esta misma reacción de ahogamiento suele aparecer en la superficie de la tierra. En instantes de pánico o ansiedad, es como si estuviésemos debatiéndonos entre la vida y la muerte, boqueando para aspirar el aire suficiente para respirar con normalidad. Se apodera de nuestros pulmones un exceso de ventilación y, aunque no estemos bajo el agua, sentimos que un peso invisible está aplastando nuestro pecho. Todos aquellos que hayan pasado por esta tesitura estarán de acuerdo en que no es tampoco una de las experiencias más positivas que nos ofrezca esta vida, a menudo excesivamente estresante. 

     Recordemos que Jonás ha sido lanzado por la borda del barco fenicio. El portador de la mala suerte ha sido expulsado de la embarcación y su cuerpo se ha hundido en las profundidades marinas sin opción a ascender para recuperar el aliento. Un gran pez submarino no ha dado la oportunidad a Jonás para intentar nadar en la superficie del Mediterráneo. Descomunal como era este espécimen marino, se ha tragado al díscolo y rebelde profeta de Dios, como si fuese una víctima más de su voracidad. Sin embargo, el milagro sucede, puesto que Jonás es preservado de la descomposición alimentaria y de la digestión estomacal, en la que los jugos gástricos hubiesen degradado por completo el cuerpo de este. Con la protección de Dios, Jonás habrá de pasar tres días y tres noches dentro del interior del gran pez, mucho tiempo para pensar, meditar, recapacitar y orar al Señor en relación al motivo que le ha llevado a su actual situación anómala. 

1. LA ANGUSTIA DE LA DESOBEDIENCIA 

      Pues eso es lo que hace Jonás en medio de la oscuridad del interior del gran pez: hablar con Dios, poniendo en orden sus pensamientos y analizando el porqué de todo lo que está aconteciendo: “Entonces oró Jonás a Jehová, su Dios, desde el vientre del pez, y dijo: «Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; desde el seno del seol clamé, y mi voz oíste. Me echaste a lo profundo, en medio de los mares; me envolvió la corriente. Todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí. Entonces dije: “Desechado soy de delante de tus ojos, mas aún veré tu santo Templo.” Las aguas me envolvieron hasta el alma, me cercó el abismo, el alga se enredó en mi cabeza. Descendí a los cimientos de los montes. La tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre; mas tú sacaste mi vida de la sepultura, Jehová, Dios mío.” (vv. 1-6) 

      A diferencia de Pinocho y Geppetto, los cuales trataron de huir del interior de un enorme y cruel tiburón para salvar su vida, Jonás sabe que este gran pez es el medio que Dios está usando para protegerlo y darle el espacio temporal necesario para replantearse su huida despavorida. Por eso, a tenor de sus plegarias, no lo vemos pugnando por liberarse de su inédita cárcel marina, sino que entiende que ha de aprovechar esta circunstancia para recalibrar sus prioridades y su obediencia a Dios. Dos sentimientos iniciales surgen del corazón de Jonás cuando comienza a presentarse en oración delante de su Señor: angustia y muerte. Sin saber muy bien en qué va a quedar todo, en cuánto tiempo iba a estar enclaustrado en las entrañas del gran pez, y esperando el castigo de Dios por su espantada, Jonás está experimentando un estado de intranquilidad e inquietud muy intensas, causado especialmente por la coyuntura desagradable que estaba enfrentando y por la posible amenaza de una desgracia o un peligro inciertos. Por otro lado, en su referencia al seol, el lugar de oscuridad a donde van todos los que mueren, Jonás está reconociendo que su pecado lo está llevando a merecer ser raído de la faz de la tierra, y que la muerte parece ser su próximo destino. 

      Muchos de nosotros hemos pasado por situaciones verdaderamente angustiosas, y no me refiero a no hacer pie en el fondo marino. Me refiero a aquellos instantes críticos en los que nuestro corazón se aceleró vertiginosamente, en los que la zozobra mental no nos dejó descansar ni pensar con calma, en los que un gran problema nos robaba el aliento poco a poco hasta dejarnos exhaustos. Me refiero a esos capítulos de nuestras vidas en los que hicimos caso omiso de las recomendaciones y mandamientos de Dios, y seguimos nuestro instinto, hasta darnos de bruces contra la cruda y tozuda realidad de que nos habíamos equivocado y que las repercusiones de nuestros yerros estaban siendo realmente dramáticas para nosotros y para nuestros seres queridos. Me refiero a esos instantes en los que supimos que, incluso, la muerte iba a ser nuestra única salida ante tal tsunami de complicaciones e implicaciones nefastas a nuestro alrededor. No conozco bien tu historia en relación a los momentos angustiosos que asediaron tu vida en un momento dado, pero lo que sí sé es que, al igual que con Jonás, Dios escuchó nuestra invocación y nuestro clamor. Cuando hay circunstancias adversas que hemos creado nosotros mismos, siempre tenemos a mano al salvavidas de Dios, esto es, su Palabra, y la botella de oxígeno que nos vivifica y da esperanza, en la oración de fe. Dios siempre estará allí, en los abismos de nuestras aflicciones y en las profundidades de nuestra desesperación. 

       Jonás también reconoce que su situación actual obedece principalmente a la disciplina de Dios para con su vida. Es una forma de confesar que su pretensión de esconderse y escapar del Señor ha sido una estupidez como un templo de grande. Ser lanzado al lecho marino, ser zarandeado por las intensas corrientes que recorren las honduras del Mediterráneo, y ver cómo las olas se sucedían sin cesar sobre su cabeza mientras se hundía cada vez más en las tenebrosas simas del mar, solo es el resultado de haber cometido la osadía de echar un pulso a Dios, pensando que podría alejarse de Él y de su controvertida misión profética. Jonás asume que merece ser desechado por Dios, por cuanto ha quebrantado su pacto de servicio profético con Él. Reconoce que es indigno de presentarse ante Dios en oración para suplicar por su vida, cuando decidió voluntariamente rebelarse contra su mandato perfecto y misericordioso. Sin embargo, a pesar de confesar su indignidad delante de su Señor, Jonás alberga la esperanza de poder ver el Templo de Dios, esto es, de ser perdonado y restaurado, con el objetivo de volver a su tierra y contemplar ese símbolo de la habitación divina que era el Templo de Jerusalén.  

      Cuando nosotros hemos fallado a Dios o cuando no le hemos tenido en cuenta a la hora de tomar nuestras decisiones, y todo nos ha salido fatal, es el momento de la humildad y de la sinceridad delante de nuestro Padre celestial. Nuestro Padre aprecia sobremanera que reconozcamos nuestros pecados y errores de todo corazón, entre lágrimas si es preciso, que nos arrepintamos de nuestra falta de confianza en sus promesas y consejos, y que esperemos que su bondad nos levante del polvo de nuestro fracaso para darnos una nueva oportunidad de tenerlo en consideración en próximas oportunidades decisorias. Ejemplos bíblicos de cómo el Señor ha renovado y restaurado tras la confesión de iniquidades y rebeldías contra Él, a hombres y mujeres para realizar una obra gloriosa y bendita, los hay a cientos. Dios a veces nos sumerge en el producto y las consecuencias de nuestros pecados para mostrarnos y aleccionarnos acerca de que, fuera de su voluntad y consejo, nuestras vidas pueden hundirse en la miseria, y que, contando con Él, siempre hallaremos el rumbo correcto que nos conduce a una existencia bienaventurada y satisfactoria. 

     La mente de Jonás no cesa en su relato de lo que ha sentido al ser corregido y al haber sido empujado al proceloso mar. Otras nuevas sensaciones se unen a su angustia y temor. Su alma se asfixia envuelta en el caos que él mismo ha creado en torno a sí mismo, se siente enclaustrado en las profundas y oscuras tinieblas de su pecado, y su cabeza está presa del pánico que supone estar descendiendo gradualmente a las fosas abisales del mar de su flagrante desobediencia. Más bajo ya no puede caer, puesto que ya sus pies tocan el ignoto fondo marino, e incluso percibe espiritualmente que ese mismo fondo parece tragárselo entero, sin opción a salir a flote nunca jamás. No obstante, incluso en este estado lamentable en el que Jonás se encuentra a causa de su decepcionante decisión de escapar de Dios, el Señor es capaz y poderoso para insuflarle de vida, inyectando en sus pulmones anímicos el suficiente oxígeno como para poder resucitar de nuevo, ya con una visión muy diferente, al menos de momento, del coste que supone contravenir las instrucciones de Dios. Sepultado en las entrañas del gran pez enviado por el Señor, Jonás comprende al fin que este tiene una misión para él, que nadie más puede llevar a cabo, y que debe volver a ver la luz del sol para cumplir lo estipulado por Dios lo antes posible. 

     Así nos sentimos cuando aquel problema o aquella dificultad que nos había sepultado en la desdicha y en la desesperación más completas, es solventada por la graciosa intervención de Dios. Si somos capaces de confesar nuestros pecados, el Señor nos va a ayudar a resolver y a saber lidiar con los efectos negativos de nuestras equivocaciones. Nos va a dar de su ánimo divino a fin de superar todo el laberinto de catastróficas consecuencias que se nos presentan a raíz de nuestra inoperancia. Nos ofrecerá una salida digna, una nueva oportunidad de hacer mejor las cosas, una nueva ocasión de arreglar y compensar a aquellas personas que han sido víctimas de nuestra negligencia.  

2. LA SALVACIÓN DEL ARREPENTIMIENTO 

     Una vez Jonás comprende que todo aquello por lo que está pasando es culpa suya, y agradece al Señor que lo rescate de en medio de la repercusión de su estrategia fugitiva, ahora es el momento de ponerse en marcha y prepararse para cumplir con la voluntad de su Dios, aun cuando todavía pueda parecerle algo que no cuadra con su idea nacionalista de la religión: “Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo. Los que siguen vanidades ilusorias, su fidelidad abandonan. Mas yo, con voz de alabanza, te ofreceré sacrificios; cumpliré lo que te prometí. ¡La salvación viene de Jehová!» Entonces Jehová dio orden al pez, el cual vomitó a Jonás en tierra.” (vv. 7-10) 

       Jonás había llegado hasta su límite de fuerzas y energías al ser deglutido por el gran pez. No podía más. Su espíritu está cansado y sus recursos personales no sirven de nada para solucionar su situación. Ya solo queda recurrir al Señor, rogando que se haga cargo de su estado. Con el Templo de Jerusalén en la mente de Jonás, el profeta se desprende, al menos momentáneamente, de sus prejuicios contra los ninivitas y de sus reservas sobre el plan de Dios para esta ciudad pagana, y ofrece un voto solemne y reverente al Señor. A diferencia de aquellos que persiguen devotamente la adoración y la atención de dioses mudos y sordos, los cuales incurren en la mayor de las insensateces, y que abandonan la fidelidad y lealtad a estos dioses cuando comprueban que en nada les ayuda ofrecerles sacrificios y promesas, aquel que, como Jonás, espera en el Señor y se acoge a su maravillosa gracia, será salvo. De ahí que, tras la agonía y la angustia, ahora surja la alabanza en la boca del siervo del Señor. En cuanto Dios le devuelva a la vida, ya fuera del vientre del gran pez, demostrará su gratitud con sacrificios en el Templo de Jerusalén, a la par que promete al Señor que cumplirá con su palabra de servir y obedecer cualquier mandato que este le dé, por muy extraño, ilógico o polémico que le pueda parecer. Y así, tras tres días y tres noches en la panza del gran pez, Dios concede la libertad a Jonás, dejándolo en la playa de la costa israelita. 

      Del mismo modo en el que Jonás recapacita y recupera esa comunión anteriormente rota con Dios, así hemos de hacer cada uno de nosotros cuando descendemos a las profundidades de problemas y crisis que nos hemos autoinfligido. Desde el momento en el que el Señor nos escucha en nuestro clamor y sufrimiento, hemos de estar dispuestos a manifestarle en adoración y acción de gracias el regalo tan hermoso y misericordioso que nos ha dado de poder aprender de la experiencia y de poder subir a la superficie para respirar aire fresco. Desde este punto, el punto del perdón de Dios, nuestra forma de expresar el cambio de pensamiento en cuanto a depositar toda nuestra confianza en sus promesas y designios, debe desembocar en un voto de obediencia y consagración a su causa, y, como no, en un compromiso por recabar sistemáticamente su consejo antes de dar pasos en cualquier dirección de nuestras vidas. Solo así podremos volver a disfrutar del don inefable de nuestra comunión con Dios y con aquellos que están a nuestro alrededor. 

CONCLUSIÓN 

      Jonás vuelve a ser un referente actual para nosotros como hijos de Dios, en tanto en cuanto nos demuestra que ir a la nuestra, y ser desleales al Señor, es un mal negocio. Pero siempre tendremos la oportunidad preciosa que aquellos que adoran a otros dioses de cartón y de madera carecen, de presentar nuestras súplicas y plegarias delante de Aquel que todo lo puede y que nos ama y perdona desde nuestro arrepentimiento y nuestra confesión de culpas. El profeta prófugo pudo, a las malas, darse cuenta de su mal paso, pero el Señor volvió a darle la oportunidad de demostrar su obediencia y servicio. No lleguemos hasta el punto de Jonás, de vernos en las honduras y abismos de la vida, asfixiados y angustiados, para entender que sin Dios nada puede ir a derechas, sino que más bien, seamos prudentes y acatemos de buen grado su voluntad soberana y perfecta. Y a los grandes peces, siempre será mejor verlos en los documentales de La 2 o en National Geographic.

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