EL SÉPTIMO SELLO


  

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “SELLOS Y TROMPETAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 9:1-5 

INTRODUCCIÓN 

      ¿Cuántos de nosotros no hemos pensado para nuestros adentros, e incluso expresado a Dios, hasta cuándo tendremos que seguir viendo cómo la injusticia campa a sus anchas en este mundo? ¿No has dicho alguna vez, como si fuese un deseo ante el Señor, que venga ya y nos libre de tener que seguir sufriendo en esta dimensión terrenal? Hemos echado un vistazo a las noticias diarias de cualquier medio de comunicación, y todo lo que observamos es la maldad desarrollada en miles de formatos. Guerras fratricidas, persecuciones ideológicas o religiosas, pederastia, secuestros, robos a mano armada, corrupción política, desigualdades sociales, adicciones esclavizadoras, explotación de seres humanos, hambrunas, pandemias globales, quebrantamiento de las relaciones familiares, odio, rebeldía sistemática a la ley, matanzas aleatorias... ¿Seguimos?  

      Todo lo que nos rodea huele a muerte y dolor, a lágrimas y sangre, a tristeza y soledad. Y como creyentes, a veces hacemos nuestras las palabras de la Blasa, clamando al cielo: “Señor, llévame pronto.” Aunque pueda parecer de risa, en realidad, no lo es tanto, porque ante la indignación que recorre nuestra conciencia a causa de tantos crímenes y desequilibrios de todo tipo, solo nos queda esperar a que Dios tome cartas en el asunto y determine el final de la historia tal y como la conocemos. 

      Anhelar la segunda venida de Cristo en oración y súplica siempre ha sido parte de nuestra dinámica cristiana, dado que, aunque el Reino de los cielos ha sido inaugurado ya por Cristo en su primera venida, su consumación plena aún está por llegar. No podemos extrañarnos cuando, en tiempos de la persecución de los primeros creyentes del primer siglo, muchos hermanos y hermanas, en una situación lamentable de martirio y amenazas de muerte, rogasen al Señor que regresase lo antes posible para no tener que contemplar cómo la sangre de sus amados consiervos era derramada ante sus espantados ojos. Todas las épocas de la historia de la humanidad han visto cómo las tinieblas del mal que extiende tan hábilmente Satanás, cubren prácticamente cualquier atisbo de luz en medio de ellas.  

     Y por cada persona que, temerosa de Dios, quiso proclamar las buenas nuevas de salvación y ayudó al prójimo en atención al modelo de Cristo, cientos de enemigos de la fe se abalanzaron sobre ella para silenciar y acallar su voz profética. Gracias a Dios, porque escuchando las plegarias de su remanente en las distintas etapas históricas, ha guardado a sus santos para seguir comunicando sin darse por vencidos el evangelio de la reconciliación con Dios. Pero, aun así, todavía sigue siendo arriesgado y peligroso dar testimonio público de la adhesión a la causa de Cristo en muchos lugares de este mundo. De ahí que sigamos orando al Señor y de vez en cuando preguntemos: “¿Hasta cuándo, Señor? ¿Cuándo vendrás a visitarnos? ¿Cuándo vendrás librarnos de ver el mal enseñoreándose de la humanidad?” 

1. LA CALMA ANTES DE LA TEMPESTAD 

       Seis sellos han sido abiertos, el pueblo de Dios de todas las eras se congrega ya delante del trono en el que se sienta Dios y ante el cual comparece Cristo para dar cumplido inicio a lo que ha de suceder en los últimos tiempos. Es la hora de que el séptimo sello, símbolo de la plenitud de los tiempos y las sazones, así como de la revelación divina del porvenir, desvele su contenido de juicio a las naciones: Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora." (v. 1) 

       Cuando Cristo, el Cordero de Dios, abre al fin el séptimo sello del libro que le fue entregado y que guarda las claves de la etapa escatológica, un silencio sepulcral llena la escena celestial. Es la quietud antes de la tormenta. Ha llegado el momento que temen todos aquellos que se han mostrado rebeldes contra Dios, aquellos que se ocultan en las peñas y en las cuevas por temor al juicio que está a punto de desarrollarse en su contra. Ha llegado el instante esperado por las almas de los santos que están bajo el altar de Dios, los cuales han clamado día y noche esperando su vindicación. Este silencio de media hora, señal de un tiempo breve de espera, es la antesala dramática de un acontecimiento cósmico de gran envergadura. La justicia está ocupando el lugar de la gracia en estos precisos minutos. Se acabaron las oportunidades para el arrepentimiento y la solicitud de amparo y perdón a Dios. Por eso todos los presentes ante la presencia de Dios, callan y aguardan a que el juicio de Dios contra las naciones que lo denostaron, menospreciaron y desobedecieron, llegue sin más dilación. La historia contiene el aliento antes de que la primera trompeta suene, con su metálico eco resonando en el cosmos. 

2. LAS TROMPETAS DEL JUICIO DIVINO 

      Tras el silencio, siete ángeles se preparan para ser instrumentos en manos de Dios, a fin de ejecutar sus órdenes concernientes a su justo juicio sobre todo lo creado: Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron siete trompetas.” (v. 2)  

      Estas trompetas, como veremos en el próximo estudio, son el símbolo del anuncio general de que un acontecimiento especial que afectará a todo ser humano que vive en la tierra se va a producir sin demora alguna. Dios delega en estos seres angélicos la tarea de promulgar a los cuatro vientos la apertura de diligencias contra aquellos que lo han ninguneado y rechazado a pesar de haber sido testigos de los estragos causados por los cuatro jinetes de los primeros sellos. Su número ya nos indica que el juicio que va a ser llevado a cabo es perfecto, justo y exento de cualquier favoritismo o parcialidad. Prestos a soplar con todas sus fuerzas para alzar su fanfarria al firmamento, los ángeles aún deben esperar un rato más antes de dar comienzo a los últimos tiempos. 

3. LAS ORACIONES CUMPLIDAS DE LOS SANTOS 

      Hay que decir que el hecho de que el séptimo sello sea abierto y de que las trompetas doradas sean entregadas a los siervos del Altísimo, obedece principalmente a la respuesta de Dios a las oraciones de sus hijos de todas las épocas históricas: “Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto.” (vv. 3-5) 

      Un ser celestial, distinto a los siete trompetistas, aparece súbitamente ante el altar de Dios, bajo el cual los que murieron a causa de su fe en Cristo siguen esperando la consumación de los tiempos y su merecida justicia. Este ángel tenía en sus manos un incensario, recipiente de oro en el que se quemaba incienso con fines ceremoniales. El incienso, una preparación de resinas aromáticas vegetales a la que se le añadían aceites esenciales de origen animal o vegetal, al ser quemado, desprende un humo especialmente fragante. Conocido por los judíos como levonah, los romanos lo llamaron incienso o incoendere, esto es, “encender” o “quemar.” El incienso siempre fue una sustancia propia del culto a Dios desde los tiempos de Moisés en el Antiguo Testamento, y se identificaba claramente con las oraciones de los fieles a Dios, como en el Salmo 141:2: “Suba mi oración delante de ti como el incienso.” Dios pone en las manos de este ángel una gran cantidad de incienso que debe mezclar con las oraciones de todos los santos, esto es, de los mártires y de aquellos que fallecieron en el Señor, los cuales estaban esperando este instante como cosa buena.  

      Las oraciones de todos los cristianos de todas las eras no han caído en saco roto. Todas aquellas plegarias rogando el segundo advenimiento de Cristo son contestadas en este momento escogido por nuestro Dios soberano. Ahí también están nuestros ruegos y esperanzas, uniéndose a la voluntad del Señor en el tiempo oportuno según los planes sabios y perfectos de nuestro Padre celestial. Una vez encendido el incienso en el incensario, el humo que asciende al trono de Dios agrada sobremanera a Aquel que ha determinado definitivamente que es la hora del juicio universal. Es importantísimo darnos cuenta de que cada momento en el que nos reunimos como pueblo para orar, o individualmente para elevar nuestra súplica concerniente a la segunda venida de Cristo, estamos contribuyendo a ese acto sacrificial que satisface al Señor de los siglos, y que se une a las continuas plegarias de los santos que ya se hallan en la presencia de Dios. A pesar de la distancia que nos separa por mor de la muerte, seguimos siendo una misma iglesia, un mismo cuerpo universal que ansía profundamente que el juicio de Dios sobre los enemigos de la fe cristiana sea una realidad lo más cercana posible. 

     El ángel, una vez se ha consumido el incienso ofrecido a Dios, y tomando del mismo fuego que arde en el altar dedicado al Señor de la eternidad, lanza el incensario a la tierra con una fuerza y potencia inusitadas. Las oraciones han sido respondidas, y ahora es el momento de contemplar el juicio divino en su máximo esplendor y en sus terribles términos. El fuego de la prueba y de la vindicación aterriza sobre el planeta tierra, para que todos los confines de esta sean conscientes de que es imposible escapar al sonido sobrecogedor de las trompetas del fin del mundo. El mismo acto de lanzar este incensario, provoca que una nueva etapa en el devenir de la consumación de la historia se desencadene entre movimientos sísmicos, truenos, relámpagos y una serie de voces que avisan y lamentan que aquellas personas que siguen habitando en un mundo dominado por el caos y el pecado, serán condenadas a causa de su incredulidad y sus transgresiones. Como un recordatorio de que Dios va a juzgar al mundo, la propia tierra se remueve en sus propios cimientos. Solo queda esperar a que suenen las terribles trompetas de oro. 

CONCLUSIÓN 

      Como hemos podido ver, las oraciones de los creyentes son siempre oídas por Dios. Y aquellas que manifiestan su deseo ferviente de que el Señor retorne para instaurar su reinado definitivo y para juzgar a los que se aferran a su pecado y a su ateísmo, han de saber que sus plegarias son como ese incienso fragante que complace a nuestro Padre que está en los cielos. Cada creyente debe suspirar por que llegue el día en el que seamos recogidos por Cristo para no ver más corrupción, ni más muerte ni más maldad.  

     Clamamos juntos al concluir nuestro servicio de Santa Cena, y lo hacemos desde ese “Maranatha” que nos da fuerzas para seguir adelante, velando y orando, hasta que Dios diga que hasta aquí hemos llegado, y que es el instante que Él mismo ha determinado para juzgar a vivos y a muertos. Sigamos suplicando su parusía sin descanso, y mientras tanto, intercedamos por los incrédulos de nuestra ciudad, de nuestro país, de nuestro planeta, a fin de que escapen de la condenación cuando suenen las siete trompetas del fin del mundo. 

     ¿En qué consistirán estas siete trompetas? ¿Qué ocurrirá en la tierra y en el cielo cuando, una a una, sean tocadas? ¿Cómo podremos valorar esta manifestación del juicio divino de acuerdo a nuestra realidad eclesial actual? La respuesta a estas preguntas y a muchas otras más, en el próximo estudio sobre el libro de Apocalipsis.

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