BUSCANDO LA MUERTE II


 

SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA IV” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 21:16-31 

INTRODUCCIÓN 

      Tener una cita con la muerte es muchas veces el deseo de personas que piensan que, después de cruzar las puertas del más allá, no hay nada. Por eso se empeñan en exprimir cada gota de sus vidas, de su salud, de sus energías y de sus deseos más tenebrosos, sin mirar hacia el futuro. Son adictos al carpe diem más hedonista y turbulento. No valoran las implicaciones y repercusiones que sus actos desenfrenados propician en sí mismos y en los demás. Solo miran por sí mismos, por satisfacer sus intrincadas concupiscencias acudiendo a los brazos de sustancias estupefacientes que les haga olvidar sus problemáticas habituales, al seno del sexo indiscriminado por ver si por casualidad hallan una diversión momentánea que los aleje de sus fracasos sentimentales, o al cubil de los desmañados hábitos autodestructivos, con el objetivo de dar sentido a lo que no lo tiene, de llenar el vacío existencial que los corroe por dentro. Y así, colmando su organismo con drogas adictivas, desfogando sus insatisfacciones afectivas en el lecho de desconocidos, y provocando el caos a su alrededor, compran todos los boletos de la rifa que les ha de conducir a una muerte triste, solitaria, miserable y patética. 

      Todos conocemos a personas que parecen, a simple vista, superficialmente, que no temen a la muerte. Se involucran en situaciones y prácticas de riesgo, se implican en delitos de sangre, se sumergen en mundos oscuros donde la afilada guadaña de la parca silba mientras son segadas innumerables vidas, y uno se pregunta si por un instante reflexionan o piensan en las consecuencias de sus arbitrarias acciones. A pesar de que la fachada de estos osados individuos es la de valientes que se enfrentan a la muerte sin un ápice de temor, sabemos que, cuando el olor de la tierra removida para cobijar sus restos mortales llega más intenso que nunca, todo ser humano que no conoce al vencedor de la muerte, esto es, Jesucristo, abre sus ojos desorbitados ante el pavor que causa lo desconocido tras el umbral de la tumba, y el terror se adueña de su ser al comparecer inmediatamente ante el trono del Juez universal para dar cuentas de sus andanzas y caminos. Como dijo alguien, cuando llega la muerte, hasta los más incrédulos repentinamente se vuelven creyentes. 

1. CITA PREVIA CON LA MUERTE 

     Pedir cita con la muerte es mucho más sencillo que pedirla con la vida. De ahí que tantas personas decidan despreciar a Cristo y a su evangelio de vida eterna, y opten por caminar en pos del placer carnal más desaforado. Y luego, pasa lo que pasa. Salomón nos habla de esta clase de individuos, de aquellos que únicamente persiguen satisfacer al coste que sea sus aspiraciones pecaminosas: El hombre que se aparta del camino de la sabiduría vendrá a parar en la compañía de los muertos. Hombre necesitado será el que ama el deleite, y el que ama el vino y los ungüentos no se enriquecerá. Rescate del justo es el impío, y por los rectos, el prevaricador... Escarnecedor es el nombre del soberbio y presuntuoso que obra en la insolencia de su presunción. El deseo del perezoso le mata, porque sus manos no quieren trabajar. Hay quien todo el día codicia... El sacrificio de los impíos es abominación; ¡cuánto más ofreciéndolo con maldad! El testigo mentiroso perecerá... El hombre impío endurece su rostro.” (vv. 16-18, 24-26a, 27-28a, 29a) 

      El sabio, inspirado siempre por Dios y experimentado en aquello que ha podido percibir de la actividad humana durante su reinado, enumera a una serie de individuos que ya han pedido cita previa con la muerte. El primero de ellos es el que se aparta del camino de la sabiduría de Dios. Este ejemplar humano tiene conciencia de que existe una senda que supone someterse a la soberanía de Dios y así adquirir el discernimiento espiritual necesario para evitar su encuentro con la muerte, pero lo obvia para transitar por la amplia avenida de la ignorancia supina que es incapaz de discriminar entre el bien y el mal, y que desemboca indefectiblemente en un prematuro fallecimiento y en un destino fatal y eterno en el mismísimo infierno. ¿Cuántos no saben qué es lo correcto y lo que no lo es, y, sin embargo, eligen eludir la mano extendida de Dios, para enfrascarse en vías muertas y sin salida que solo traen desdicha y bancarrota espiritual a sus almas, y dolor y sufrimiento a aquellos que los estiman? 

     La segunda clase de personas que va de cabeza hacia la muerte es el hedonista redomado. Se rodea de todos los gustos y disfrutes como un redivivo Dorian Grey, dando rienda suelta a sus apetitos más tenebrosos e inmorales sin considerar a Dios como dador de la vida. Se deleita en aquello que lo va carcomiendo interiormente, se refocila en las conductas más antinaturales y perniciosas, se deja llevar por las tentaciones que le susurra el diablo y sucumbe a sus falsas y vacías promesas. Lo prueba todo, lo experimenta todo, lo prohibido y lo oculto, lo que está vedado por ley y lo que Dios mismo aborrece. No le importa nada más que sí mismo, y desencadenado, el individuo se entrega a toda clase de perversiones sexuales repugnantes y abominables. Se deja esclavizar y someter por el pecado hasta que su alma se endurece, se contamina hasta rebosar de la oscuridad de lo maligno y se embriaga hasta el desvarío y la locura de todo aquello que le ofrece el mundo materialista y consumista. Ángel Ganivet, escritor de finales del s. XIX dijo en una ocasión que “la furia con que el mundo actual busca el placer prueba que carece de él.” ¿Cuántos no saben que van derechitos hacia la muerte y aun así son incapaces de resistirse ante los cantos de sirena del pecado y la depravación? 

     El tercer tipo de ser humano que acelera su encuentro con la muerte es aquel que, dando la espalda a Dios mientras blasfema contra Él, decide abusar de su estatus funcionarial en la administración de justicia o del Estado, para agraviar a unos y beneficiar a otros. Es consciente de la existencia de Dios, de la invitación a ser justo y honesto que transmiten las Escrituras y la ley divina, pero escoge burlarse del Señor en cuanta ocasión lo requiera, y se dice para sus adentros que todo lo que importa es aprovecharse de los humildes y pobres, beneficiarse de la sombra que mejor cobija que no es, ni más ni menos, que la de los poderosos y adinerados que no temen a Dios, y lucrarse egoístamente para vivir a todo tren en esta realidad pasajera y efímera. ¿Cuántos no hay que emplean torcidamente sus puestos de responsabilidad para burlar las normas y así echar una mano a quien te la puede echar mañana, mientras te cebas con las personas necesitadas y sencillas? 

     El cuarto espécimen que se va a dar de bruces con la terrorífica realidad de la muerte antes de lo previsto, es el altivo de corazón. Creyendo ser más de lo que en realidad es, este individuo ponzoñoso no duda en escarnecer a cualquiera que él piense que no está a su altura. Mirando por encima del hombro, ataca con sorna al manso y al humilde, y se regodea en insultar y vituperar a los que, deseando cumplir la voluntad de Dios, prefieren hacer el bien antes que el mal. Altaneros y orgullosos a más no poder, fanfarronean continuamente sobre sus logros, sus habilidades y sus metas, dando a entender que la egolatría es el mejor modo de encarar esta existencia terrenal. Ahuyentan a todos cuantos no le doran la píldora ni se arrodillan ante su supuesta superioridad personal. Se rodea de pelotas y lisonjeros que se nutren de su vanagloria y de su presunción. Eugene O´Neill, dramaturgo estadounidense, afirmó que “el orgullo precede a la caída.” ¡Cuánta razón tenía! ¿Cuántas personas que despreciaron a los piadosos y a los rectos, enorgulleciéndose de sus éxitos y altura social, no han caído en desgracia en cuanto el castillo de naipes de su pretendida seguridad y estabilidad individual se ha derrumbado? ¿Dónde está su soberbia cuando sus planes se tuercen y no les queda más remedio que tragase el orgullo? 

     La quinta manera errónea de precipitar su reunión con la tumba, es la de pensar que las cosas caen del cielo por sí mismas, y que no hay que mover un solo músculo para conseguirlas. El perezoso se convierte así en un parásito social que se alimenta a costillas de los demás, sobreviviendo de lo asistencial en lugar de buscar un empleo a través del cual poder sostenerse dignamente. El haragán de turno prefiere tumbarse a la bartola, mientras se ríe al contemplar cómo el honrado trabajador hinca el lomo y suda la gota gorda. Tal es la vaguería de estos individuos que incluso se dejan morir poco a poco, todo con tal de seguir siendo fieles a sus principios de no dar con un palo al agua. Cuando ya la parca les respira en la nuca, es cuando recurren a sus pocas energías con el objetivo de engañar para durar un día más, de timar o estafar sin miramientos, o de dar lástima. ¿Cuántos holgazanes no van por ahí rondando por el mundo aplicando el mínimo esfuerzo a la hora de ser productivos e industriosos, colaborando para que la sociedad funcione y sea más próspera?  

     La sexta forma de apresurar los pasos hacia el portal de la muerte es siendo codicioso. El codicioso, por regla general, desea justo lo que otros tienen. No es que ellos mismos no posean lo justo o más de lo necesario como para vivir holgadamente. Lo que pasa es que sus ojos siempre están ansiando la felicidad de los demás, y no miran lo que ya es suyo y lo que, sin ambición desmedida, les puede procurar una satisfacción similar. No se conforman ni contentan con lo que ya es suyo, sino que pugnan por igualar y superar a sus vecinos, llegando hasta el punto de empobrecerse y endeudarse para dar una imagen triunfante y alegre que solo es puramente superficial. La codicia puede llegar a traspasar la frontera de la propiedad de los demás, arrebatando lo que es de otros para lograr la desdicha del vecino y para sentirse plenamente satisfecho en su inmoral capricho. ¿Cuántas personas por codiciar lo que no es suyo se han visto involucrados en terribles crímenes y en delitos de lo más estúpidos y ridículos? Todo esto solo para cansarse pronto de lo conseguido y seguir teniendo hambre y sed de más cosas que no le pertenecen. 

     El séptimo modo de encontrarse cara a cara con la muerte es comportándose hipócritamente. No hay cosa que más asquee a Dios que una persona que no muestra respeto por Dios en su vida privada y pública, se acerque al templo para ofrecer un sacrificio para intentar aplacar su ira. Estas personas son tan ignorantes, por decir algo suave de ellos, que piensan de verdad que el Señor no conoce las auténticas motivaciones que los lleva a presentarse ante su presencia para entregar una ofrenda. Esto se agrava cuando el impío pide a Dios por medio de este óbolo que dañe a alguien al que tiene manía, que prospere negocios sucios, que sane al que se ha buscado la enfermedad sin arrepentirse en lo más mínimo por sus yerros, etc. Endureciendo su rostro, esto es, no mostrando misericordia para con el menesteroso, el impío pretende, con sus sacrificios y rituales, atraer el favor de Dios. ¿Cuántas personas que se conducen perversamente en su vida diaria para con los demás y para con Dios, tienen aún el atrevimiento de asistir a los servicios religiosos, a las procesiones y romerías, y de rogar al Señor que se apiade de ellas, cuando son incoherentes en su trato al prójimo? 

     Por último, en esta lista de personajes que van a sufrir el encontronazo con la muerte de una forma estremecedora, están los que testifican contra otras personas motivados por sobornos o favores, condenando en el proceso al inocente con sus declaraciones falsas y mentirosas. No temen a Dios ni a su justicia eterna. Solo valoran poder aprovecharse lucrativamente de su testimonio, retorciendo la verdad e impostando su voz, a fin de hacerse con el jurado y el juez, y así enviar a prisión o al patíbulo a alguien que inocente que estorbaba al acusado principal. Sin remordimientos de ninguna clase, duermen a pierna suelta y cuentan sus dineros mal habidos. Juegan con la vida misma de los que saben que no han cometido un crimen del que se les acusa formalmente, y se ríen del sufrido rostro de los que acaban con sus huesos en prisión a causa de sus bulos e historias falseadas. ¿Cuántos no hay por ahí que, por sacarse un buen parné, no han dicho la verdad y han acabado por completo con la reputación y la dignidad de ciudadanos honestos e inocentes? 

2. CITA PREVIA CON LA VIDA 

      No vamos a decir que solo el malvado en todas sus clasificaciones ha de encontrarse con la muerte antes de hora. El justo también lo hace, y la experiencia también nos dice esto. Pero la diferencia estriba en que el impío morirá dos veces, y el justo morirá una sola vez para vivir eternamente en el Reino de los cielos. ¿Cómo podemos vivir sabiamente en este mundo para recibir la vida eterna en el venidero? “Mejor es morar en tierra desierta que con la mujer rencillosa e iracunda. Tesoro precioso y aceite hay en la casa del sabio, mas el hombre insensato todo lo disipa. El que sigue la justicia y la misericordia hallará la vida, la justicia y la honra. Tomó el sabio la ciudad de los fuertes, y derribó la fuerza en que ella confiaba. El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias... Pero el justo da, y no detiene su mano... Mas el hombre que oye, permanecerá en su dicho... Mas el recto ordena sus caminos.” (vv. 19-23, 26b, 28b, 29b) 

      El que busca tener una cita con la vida, en primer lugar, prefiere la paz en la soledad que la compañía de aquellos que buscan continuamente la contienda. El que es sabio de corazón entiende que de nada sirve verse inmerso en embrollos, discusiones y peleas dialécticas. Entrar al trapo de las provocaciones ajenas no está entre sus planes, y por ello, prefiere irse del campo de batalla antes de que todo estalle en pedazos. Con el ánimo encendido ante las provocaciones, lo mejor es marcharse y dejar que las aguas se apacigüen con el tiempo. El silencio y la soledad a menudo nos reportan grandes bendiciones, puesto que podemos reflexionar y meditar sin ruido de fondo sobre qué es lo que propicia una trifulca o disputa. En segundo lugar, el que teme al Señor y aspira a vivir de verdad cada día de su existencia es previsor. La espontaneidad tiene su lugar en determinadas facetas de la realidad humana, pero cuando se trata de sostener a la familia y a alcanzar un estado de bienestar satisfactorio, es menester planificar sabiamente para cuando las vacas flacas llegan. A diferencia del holgazán, el justo sabe que existen instantes sociales y económicos críticos en los que siempre es bueno tener un colchón que te permita sobrevivir en tiempos convulsos e inciertos. Por eso siempre hay en casa del que sirve a Dios, porque Dios le da el conocimiento necesario como para guardar para el futuro y no pasar penurias. 

     En tercer lugar, el que sigue los pasos que conducen a la vida es justo y misericordioso. Es preciso hacer justicia con todo el mundo, siendo conscientes de que existen una serie de mandamientos de Dios que todos han de cumplir, y que en caso de que no se cumplan, existe una penalización. Pero también es necesario mostrar gracia tras la justicia, siempre y cuando la persona juzgada entre en razón, confiese su culpa y solicite el perdón correspondiente en arrepentimiento y contrición. Si actuamos sensatamente en este sentido, nos acercaremos un poco más a Cristo, nuestro ejemplo en este equilibrio entre justicia y compasión, y seremos honrados y reconocidos como personas coherentes y con principios morales y éticos firmemente anclados en la Palabra de Dios. En cuarto lugar, el que persigue ser victorioso en términos vitales según los parámetros del Señor, ha de saber que más vale maña que fuerza. La potencia sin control no sirve de nada. El que teme al Señor y recibe de este su discernimiento, sabe que uno no debe poner la confianza en la fuerza bruta, sino en la inteligencia de aplicar estrategias que consideren los puntos débiles del oponente. Contra la impetuosidad o la fiereza está la paciencia y la reflexión, y contra la derrota catastrófica al fiarse de los recursos propios está la victoria que Dios da a quienes esperan en Él y a quienes siguen las indicaciones del Todopoderoso. 

     En quinto lugar, el justo halla la vida en saber escuchar y hablar. Si pensamos bien qué hemos de contestar o decir en cada ocasión en la que vayamos a abrir nuestra boca, nos ahorraremos más de un disgusto. Si contamos hasta mil antes de pronunciar palabras que pueden no ser edificantes para nuestro interlocutor, seguramente saldremos bien parados cuando una controversia se nos cruce por delante. Si escuchamos al otro antes de ofrecer nuestro discurso sobre un tema equis, y lo hacemos con respeto y calma, posiblemente dejemos de meter la pata por decir algo apresurado sin acabar de conocer los detalles que nos están siendo dados por la otra persona. Si ponemos oído en lugar de palabras, es mucho más fácil que nos consideren personas sabias, o como dijo Mark Twain, escritor norteamericano, “es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar toda duda.”  

      En sexto lugar, la persona recta que se hace amiga de la vida es generosa cuando hay que serlo y su cabeza está bien amueblada. El que ama la ley de Dios no dejará nunca de dar vida con su solidaridad y desprendimiento a aquellos que lo pasan mal. Dar de gracia es una de las facetas más hermosas de aquellos que buscan bendecir a los menesterosos de este mundo, puesto que previamente nosotros ya hemos sido agraciados con la misericordia de Dios. Y si hacemos esto con sensatez y no dejándonos llevar únicamente por el sentimentalismo o el emocionalismo, valorando de qué manera más adecuada podemos mitigar el mal que aqueja al más desfavorecido, tanto mejor. El hijo de Dios sabio no solo cree y siente, sino que razona y sabe ordenar sus pasos y sus acciones. 

CONCLUSIÓN 

      Seguramente conocemos a más candidatos a una muerte segura y fatídica que candidatos que aspiran a vivir de acuerdo a la soberanía de Dios sobre cada una de las áreas de su existencia. Salomón quiere que entendamos que Dios está por encima de todo, que es la fuente de todo don bueno y perfecto que redunda para vida eterna, y que el ser humano, con todo su potencial, nada puede hacer por alcanzar la vida eterna o la salvación de su alma: No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo, contra Jehová. El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria.” (vv. 30-31) 

     Uno puede ser el más sesudo de los eruditos y académicos de este mundo, haber escrito innumerables obras de difusión intelectual y ser un genio en su campo de investigación, pero todo esto es nada cuando se utiliza esta sabiduría para ir en su contra y en contra de su revelación bíblica. El más sabio de los sabios es insignificante al lado del Omnisciente. El más bravo de los jinetes avezado en batallas nunca podrá compararse al Todopoderoso del universo. Podemos, como seres humanos, alcanzar las cotas más álgidas de conocimiento y poder, pero todo esto es un montón de cenizas al viento comparadas con el Señor de señores. Busquemos la muerte o la vida en este plano terrenal, Dios tiene siempre la última palabra, `puesto que, en su soberana voluntad, es el único que da sabiduría al sencillo y fortaleza al débil.  

     Pide cita con la vida en Cristo, y anula aquella que ya tengas con la muerte.

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