CENIZO A BABOR


 

SERIE DE SERMONES SOBRE JONÁS “NACIONALISMO TÓXICO” 

TEXTO BÍBLICO: JONÁS 1 

INTRODUCCIÓN 

       La idea de nacionalismo en sí misma, no tiene por qué ser algo negativo. Según variadas definiciones de este término, surgido junto con el concepto moderno de nación, propio de la Edad Contemporánea, en las circunstancias históricas de la llamada Era de las Revoluciones y los movimientos de independencia de las colonias europeas en América, el nacionalismo, según Liah Greenfeld, obedece a un “conjunto de ideas y de sentimientos que conforman el marco conceptual de la identidad nacional.” Sin embargo, cuando este sentimiento nacionalista excluye dentro del marco nacional a otras visiones culturales, religiosas o ideológicas, para adaptarlas a sus planteamientos de homogeneización obligatoria, entonces este sentimiento puede, y de hecho desemboca en la marginación étnica, cultural y social de otros entes que son minoritarios, pero que también conviven dentro de las fronteras de una nación concreta. Ejemplos de nacionalismos tóxicos que emponzoñaron y emponzoñan la pluralidad y la diversidad de expresión, lengua y confesión religiosa en las naciones, son el nacional socialismo alemán, el nacionalismo católico, el nacionalismo serbio, y aquí, en nuestro país, el nacionalismo vasco y el nacionalismo catalán, entre muchos otros. 

      Cuando convertimos el amor a nuestra patria en la excusa perfecta para odiar al que piensa y cree distinto, entonces estamos sentando las bases para la xenofobia, la discriminación y la estigmatización de personas como nosotros, que son nuestros vecinos, que trabajan y estudian como cualquier nacional. Defender nuestras convicciones patrióticas nunca debe ser la justificación para el desdén, la condescendencia y la desigualdad. En el preciso instante en el que intentamos obstaculizar la integración de personas de otras latitudes en el mercado laboral, en el área académica o en la expresión libre de ideas y creencias, entonces el nacionalismo solo es una forma más de demostrar a los extranjeros o a los que discrepan de nosotros que estamos por encima de ellos, que nos deben su vida y que, si quieren seguir siendo tratados con cierto respeto, deben plegarse sin concesiones al estilo de vida que se supone identifica a la nación. En muchas ocasiones hemos tenido que contemplar con tristeza cómo los naturales de una nación desprecian abiertamente y con muy mala educación a inmigrantes que podrían aportar una riqueza inmensa a todos los niveles en el contexto nacional. 

1. UNA MISIÓN INCOMPRENSIBLE PARA JONÁS 

       Jonás era precisamente una de esas personas que tenían un acendrado e intenso sentimiento nacionalista, el cual no le permitía en ningún caso tener nada que ver con otros pueblos y naciones que no fuesen su propia nación israelita. Como iremos viendo, su nacionalismo era tan tóxico, que incluso es capaz de tomar decisiones extraordinariamente radicales con tal de no acercarse ni a un centímetro de los gentiles, esos perversos, crueles y paganos individuos que siempre habían vejado a su nación. De Jonás sabemos más bien poco. Solo conocemos su procedencia, su filiación y su oficio: “Vino palabra de Jehová a Jonás hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí.” (vv. 1-2) 

      Jonás, cuyo nombre significa “paloma,” fue profeta del Señor durante el reinado de Jeroboam II sobre las diez tribus de Israel. Su ciudad natal, Gat-Hefer, se hallaba enclavada en el límite del territorio de Zabulón, y su padre, Amitai, cuyo nombre significa “fiel,” es todo cuanto podemos conocer de su persona. Consagrado en la labor de anunciar la voluntad de Dios a su pueblo, el cual se hallaba precisamente en uno de los momentos de más idolatría e injusticia social, Jonás recibe una nueva misión. Seguramente no esperaba que las órdenes de Dios le pudieran afectar tanto como lo hicieron. Dios le conmina a que se prepare, a que se ponga en camino, y a que marche a Nínive, capital de Asiria. Podemos imaginarnos que a Jonás casi le da un pasmo. ¿Qué es lo que hace que Jonás tuerza el morro, frunza el ceño y abra los ojos de par en par? ¿Qué había en la directiva del Señor que pudiese hacer estremecer su cuerpo y su alma? Algo se remueve en el interior de Jonás cuando recibe de parte de Dios algo que le parece sumamente extravagante e ilógico. No sería de extrañar que Jonás preguntase al Señor en más de una ocasión, si de verdad había escuchado correctamente. ¿Por qué el gesto de Jonás se tuerce al escuchar el nombre de Nínive? 

      Nínive, gran capital de Asiria, enemigo natural e histórico de Israel, tal vez no se hallaba en la cumbre de su prosperidad, pero seguía siendo una imponente metrópolis. Su fama de depravación y violencia era ampliamente conocida por todo el mundo. Su maldad y crueldad, amén de su idolatría institucionalizada, hacía de Nínive el epítome de todo lo que era pecaminoso y malvado. Dios comisiona a Jonás a que pregone el juicio de Dios sobre esta grandiosa urbe, y aunque Jonás tal vez estuviese más acostumbrado a profetizar en su tierra, contra sus compatriotas, señalando y condenando sus fechorías y desmanes, también sabía que, junto con el discurso del juicio de Dios, siempre había otro mensaje de esperanza y paz en el caso de que la nación se arrepintiera y se volviera de sus tenebrosos caminos. Y esto es lo que no le cabe en la mollera. Transmitir el juicio de Dios a los habitantes de Nínive, sus acérrimos enemigos y dignos de ser aborrecidos por sus abyectos actos, también implicaba, de alguna manera, que Dios estaría dispuesto a perdonar su castigo en el caso de que estos idólatras recapacitaran y mudasen en contrición su estilo de vida perverso y oscuro. Y eso sí que no. Por ahí no podía pasar Jonás. ¿Ser instrumento de Dios para que los ninivitas tuviesen una oportunidad de librarse del juicio divino? De eso nada. Merecían morir aniquilados y su capital debería ser raída de la faz de la tierra. 

2. ESCAPANDO DE DIOS 

      Como todo ser humano que, en realidad sabe que nunca podrá escapar de Dios, y que cuando el Señor dictamina algo, Él es fiel para llevarlo a cabo con seguridad, Jonás decide tomar una decisión que dice muy poco de su obediencia a Aquel que lo ha confirmado como vocero suyo: “Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová.” (v. 3) 

      Jonás pensaría que la mejor estrategia para sortear esta obligación de profetizar en Nínive, era alejarse de ella lo antes posible, y si podía esconderse en los confines del mundo conocido, muchísimo mejor. Caminando desde Samaria hasta Jope, a unos treinta kilómetros de la capital de Israel, y puerto del Mediterráneo que se hallaba ubicado a unos cincuenta y seis kilómetros de Jerusalén, compra un billete que le lleve a uno de los lugares más misteriosos que se conocen, puesto que todavía hoy se sigue estudiando dónde estaba Tarsis en el mapa de la era antigua. Algunos piensan que Tarsis se hallaba en la Península Ibérica, en la Tartessos fenicia; otros creen que Jonás tenía previsto viajar hasta Gran Bretaña; y los más atrevidos, incluso opinan que Tarsis se hallaba en las costas de lo que hoy es América. En realidad, no importa tanto dónde se ubicaba esta ciudad o región, sobre todo porque Jonás nunca iba a arribar a sus costas. Todavía con el pensamiento antiguo de que la influencia de cada dios solamente se circunscribía al territorio concreto de la nación que lo adoraba, Jonás espera que, estableciéndose en apartadas tierras, el Señor dejaría de tener poder para obligarlo a cumplir con su misión de ir a Nínive. Escapar de Dios es una tarea fútil y sin sentido, y si no, que se lo digan al salmista, cuando escribió: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.” (Salmo 139:7, 8) 

      ¿Escapar de Dios sigue siendo buena idea? ¿Sabía Jonás que por mucha tierra o mar que pusiera entre él y Nínive, al final el Señor iba a ganar la mano? ¿Era Jonás un ingenuo? Podemos contestar nosotros mismos a estas cuestiones cuando Dios demanda algo de nosotros, y comenzamos a poner pegas a sus planes, excusándonos en esto y en aquello, haciendo oídos sordos a su llamada. ¿No intentamos nosotros muchas veces acallar la voz del Señor en nuestro corazón escapando mentalmente a otros lugares o evadiéndonos a través de nuestras apretadísimas agendas? “Señor, ahora no me viene bien,” “no me pidas eso, Señor, porque no estoy en condiciones de poder cumplir con lo que me ordenas,” “tengo tantas ocupaciones entre manos,” o “me pides unas cosas, Señor, que me parecen tan absurdas,” son algunas de nuestras reacciones ante el llamamiento de Dios, ante la idea de hacer algo que no queremos hacer, a veces, simplemente, como pasa con Jonás, porque no eres capaz de reunir el amor y la misericordia necesarias como para abordar a quienes te han herido o a quienes se pueden burlar de tus palabras y de tu fe, pero que siguen necesitando que alguien les hable de Dios. Huimos como bellacos muchas veces de la responsabilidad que tenemos como cristianos para con todos los seres humanos que conviven en nuestra ciudad, nos guste o no nos guste el modo en el que se comporten o el estilo de vida que lleven. 

3. EL HEBREO DURMIENTE 

      Jonás se embarca, posiblemente en un navío dirigido por hábiles marineros fenicios, avezados y curtidos navegantes de las procelosas aguas del Mediterráneo, y por una tripulación de distintas naciones del mundo conocido, y cansado de tanto caminar desde Samaria, se deja caer a plomo en el vientre de la embarcación, para roncar como un tráiler al ralentí: “Pero Jehová hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave. Y los marineros tuvieron miedo, y cada uno clamaba a su dios; y echaron al mar los enseres que había en la nave, para descargarla de ellos. Pero Jonás había bajado al interior de la nave, y se había echado a dormir. Y el patrón de la nave se le acercó y le dijo: ¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y clama a tu Dios; quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos. Y dijeron cada uno a su compañero: Venid y echemos suertes, para que sepamos por causa de quién nos ha venido este mal. Y echaron suertes, y la suerte cayó sobre Jonás.” (vv. 4-7) 

       Se leva el ancla, y con un quejido de las maderas del barco, dejan el puerto de Jope para iniciar una travesía que se prolongaría durante muchos días hasta llegar a destino. Parece que Jonás al final se va a salir con la suya, ¿verdad? De repente, cuando llevaban una cierta distancia ya recorrida, una tempestad coge al navío de forma inesperada. El viento soplaba con gran violencia sobre el velamen de la embarcación, los marineros eran zarandeados como hojas de otoño en medio de un vendaval, y la nao comenzaba a escorar peligrosamente. Seguramente los marineros que servían en este barco habían tenido que atravesar situaciones meteorológicas realmente peligrosas y amenazantes, pero lo que estaba sucediendo delante de sus espantadas miradas, era algo que superaba cualquier cosa que hubiesen visto nunca en sus vidas. Parecía que el mar iba a tragárselos de un solo bocado, las olas restallaban contra el casco de forma agresiva, el viento ensordecía cualquier voz que se daba para ordenar arriar velamen o sujetar el timón. A merced de una tormenta perfecta, prácticamente de inmediato el capitán del navío se estaba dando cuenta de que tal vez este iba a ser su último viaje marítimo si no hacían algo enseguida. Todo el barco crujía como si alguien invisible la estuviera estrujando entre sus poderosas manos. Los nubarrones no dejaban ver las estrellas, y habían perdido por completo la referencia de la costa. 

      Los marineros, tras haber echado por la borda todo cuanto tenían, mercancía incluida, a fin de garantizar hasta cierto punto la seguridad e integridad de la nave, intuyeron que esto no serviría de nada, y que la muerte los iba a visitar en breves instantes. Uno a uno, todos y cada uno de ellos, entonces se arrodillan y postran allí donde están para rogar a sus dioses que se apiaden de su suerte. Pertenecientes a varias naciones, la tripulación implora con lágrimas en los ojos, con sus cuerpos empapados de agua salada y ateridos a causa del frío, que alguna de las deidades se haga cargo de su situación crítica. Sin embargo, nada de esto parece hacer efecto. Casi todo el panteón de dioses paganos se halla representado en este conjunto de marineros atemorizados y al límite, y nada parece suceder que aquiete un ápice la fuerza indomable de los elementos. El capitán, tras haber rendido pleitesía a su dios, se acuerda de Jonás, el cual, como si no estuviese pasando nada reseñable en cubierta, sigue durmiendo a pierna suelta como un bendito. El capitán, con los ojos desorbitados y una mueca de indignación, sacude a Jonás hasta sacarlo de su letargo. Con gritos de desesperación, obliga a Jonás a que se dirija a su dios, porque ya se ha intentado todo, y nada se consigue. A lo mejor el Dios de Jonás los saca de este terrible y letal atolladero. 

     Mientras tanto, en cubierta, los marineros deciden emplear las suertes para conocer el origen de su desdichado estado. Supersticiosamente, cuando una travesía no marchaba como era debido, o cuando una circunstancia fuera de lo normal se hacía realidad para perjuicio del viaje, muchos marineros de la época atribuían la influencia de los elementos meteorológicos y naturales a la acción de los dioses. Por eso solían hacer sacrificios antes de la salida del puerto y tras llegar a buen puerto, todo con tal de convocar la buena suerte o el beneplácito de los dioses marinos. No sabemos de qué manera solían echar las suertes, si era mediante piedrecitas lisas, huesos de animal o conchas marinas, pero el resultado de esta actividad supersticiosa es realmente asombroso: el culpable de que el mar esté a punto de sepultarlos en sus profundidades, no es ni más, ni menos que Jonás el dormilón. El cenizo que está provocando la ira de los dioses es uno de los pasajeros. Jonás, viendo la que se le viene encima, comienza a entender que todo lo que está sucediendo a su alrededor es fundamentalmente culpa suya. 

      ¿Cuántas veces, incluso de manera inconsciente, hemos participado de este pensamiento primitivo y supersticioso? Cuando nos ha pasado algo malo, o cuando las cosas no han ido como pensábamos, o cuando el infortunio se ha cebado en nosotros, de forma prácticamente instintiva, hemos creído que todo se ha debido a que no hemos hecho algo debidamente delante de Dios, o que nos hemos levantado con el pie izquierdo, o que hemos faltado ese día a nuestro devocional, o que no hemos orado de buena mañana. Si nos ocurre algo inesperado, entonces buscamos la razón en lo que hicimos y en lo que no hicimos. Este pensamiento es a menudo muy poco consecuente con lo que nos dicen las Escrituras. Por supuesto, existen desgracias que nos sobrevienen porque no hemos tomado decisiones correctas, o porque a la hora de elegir qué ruta tomar en relación a cualquier asunto, hemos preferido desmarcarnos de Dios. Pero existen otras muchas otras cosas que nos ocurren que no están directamente conectadas a nuestros actos, y que simplemente pasan porque existen muchas otras personas a nuestro alrededor que también toman malas decisiones y estas pueden afectarnos negativamente. No todo lo que nos acontece es obra de Dios, y no hemos de ver en todo lo malo que nos sucede un castigo o un ejercicio corrector. A menudo ocurren cosas sin más. 

4. CENIZO A BABOR 

      Jonás de repente se ve cercado por todos los rostros demudados de la tripulación del navío, y presiente que lo que traslucen no es ni cariño ni alegría al saber quién es el responsable de esta descomunal tormenta que los azota: “Entonces le dijeron ellos: Decláranos ahora por qué nos ha venido este mal. ¿Qué oficio tienes, y de dónde vienes? ¿Cuál es tu tierra, y de qué pueblo eres? Y él les respondió: Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra. Y aquellos hombres temieron sobremanera, y le dijeron: ¿Por qué has hecho esto? Porque ellos sabían que huía de la presencia de Jehová, pues él se lo había declarado. Y le dijeron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete? Porque el mar se iba embraveciendo más y más. Él les respondió: Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará; porque yo sé que por mi causa ha venido esta gran tempestad sobre vosotros.” (vv. 8-12) 

       El interrogatorio comienza. Los marineros, ávidos de detalles, preguntan a Jonás por su profesión y su procedencia, amén de la razón que les está llevando al naufragio por su causa. Jonás se identifica como hebreo, algo curioso, porque no emplea el término “israelita” para informarles de cuál era su patria. Además, añade el dato crucial que todos estaban esperando, esto es, que Jonás es un siervo de Dios, el creador de todas las cosas que existen, de los cielos, del mar y de la tierra. Jonás dice temer al Señor, pero con su huida está dejando en entredicho esta realidad. Esto desconcierta a la tripulación, pero también les ofrece una explicación plausible a la situación dantesca por la que estaban atravesando. Dios siendo el Hacedor de los elementos que juegan con la nave como si esta fuese de juguete, es el responsable de esta actividad inusual de la meteorología que les circunda. El salmista sabe a qué se refiere Jonás: “Porque habló, e hizo levantar un viento tempestuoso, que encrespa sus ondas. Suben a los cielos, descienden a los abismos; sus almas se derriten con el mal. Tiemblan y titubean como ebrios, y toda su ciencia es inútil. Entonces claman a Jehová en su angustia, y los libra de sus aflicciones. Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas.” (Salmo 107:25-29) Al escuchar que Jonás es seguidor de Jehová, aquel del que seguramente habían oído hablar en múltiples ocasiones en diferentes puertos de Israel y Judá, los marineros son sobrecogidos por el miedo. No cabía duda de que el Señor estaba por encima de cualquier diosecillo pagano al que pudieran adorar estos exhaustos navegantes, y sentir su ira en el embate de las olas y en el explosivo sonido de los truenos y el viento, era algo que sabían que no podían resistir durante más tiempo. 

     Todos piden razón de su huida a Jonás, y, aunque no se nos dice si realmente les contó los detalles de su evasión a los marineros, lo cierto es que empiezan a preguntarse frenéticamente sobre qué hacer en este caso concreto para lograr que la tempestad amainase y se desvaneciese, y así sobrevivir a este ominoso trance. Como todo era el resultado de la culpabilidad de Jonás, algo tenían que hacer con él. Pero, ¿el qué? El mismo Jonás, consciente de que iba a ser el culpable de la muerte de un gran número de hombres si no hacía algo por remediarlo, propone a toda la tripulación que lo lancen al mar, como si fuese una ofrenda a Dios que pudiera aplacar la furia del Altísimo. Él era el cenizo, el que había atraído sobre el navío esta situación tempestuosa y solo él tenía la clave para que Dios se apiadase del resto de personas que componían la tripulación de a bordo. Jonás siente en lo más profundo de su ser que su plan era tremendamente ingenuo, que Dios, como Señor de la creación siempre lo habrá de alcanzar esté donde esté, y que huir de su presencia había sido lo más estúpido y temerario que había hecho en toda su vida. Ahora debía sacrificarse por sus compañeros de fatigas marítimas, y no duda en ofrecerse voluntariamente. Hay que decir que este gesto le honra, a pesar de su mala decisión inicial. Haríamos bien nosotros también en ser capaces de reconocer nuestro error cuando este afecta nocivamente a personas inocentes que en nada tienen que ver con nuestras meteduras de pata. 

5. MEDIDAS DESESPERADAS DE SUPERVIVENCIA 

      A pesar de la propuesta, la tripulación quiere ver si es posible no tener que lanzar a los abismos marinos a Jonás, tratando de solucionar el problema de su inminente naufragio por otros medios: “Y aquellos hombres trabajaron para hacer volver la nave a tierra; mas no pudieron, porque el mar se iba embraveciendo más y más contra ellos. Entonces clamaron a Jehová y dijeron: Te rogamos ahora, Jehová, que no perezcamos nosotros por la vida de este hombre, ni pongas sobre nosotros la sangre inocente; porque tú, Jehová, has hecho como has querido. Y tomaron a Jonás, y lo echaron al mar; y el mar se aquietó de su furor. Y temieron aquellos hombres a Jehová con gran temor, y ofrecieron sacrificio a Jehová, e hicieron votos. Pero Jehová tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches.” (vv. 13-17) 

      Con grandes esfuerzos, sacando energías de los rincones de sus maltrechos y cansados brazos, todos tratan a una de devolver la embarcación a la costa. Sin embargo, todo esto cae en saco roto, y al fin se dan por vencidos. En lugar de que la tormenta decrezca en su poder y violencia, sucede todo lo contrario. Es como si la tempestad fuese un ente vivo que estuviese pidiendo sin remilgos ni contemplaciones que Jonás fuese echado a las virulentas aguas del Mediterráneo. Entendiendo que esta última medida era su última bala en su batalla contra los desatados elementos, elevan una oración comunitaria delante de Dios. Aquellos que fiaban sus vidas a entidades vacías y sordas, ahora comprenden que Jehová es real y que tiene el mando y el control sobre sus vidas y sobre todo lo que ha sido creado. Ruegan de todo corazón que no se abata sobre ellos el castigo que merece propiciar que un ser humano muera irremisiblemente ahogado. Confiesan que Dios es soberano sobre todas las cosas e imploran que muestre su gracia y compasión para con ellos. Incluso en instantes tan adversos como estos, Dios se manifiesta también a los gentiles, con el objetivo de que, a través del testimonio de estos marineros, su nombre sea exaltado y reconocido entre las naciones. Como diría el refrán tan manido: “No hay mal, que por bien no venga.” 

      Jonás sabe que ha llegado su hora de decir adiós a este mundo cruel. Entre todos los tripulantes de la embarcación, lo sujetan y lo lanzan por la borda, viéndolo caer y desapareciendo engullido por el fiero oleaje. Y como si de un prodigio extraordinario y sobrenatural se tratase, el mar suaviza paulatinamente su voracidad y salvajismo, hasta dejar paso a una superficie lisa como el cristal. Los nubarrones se disipan como por arte de magia, y el viento se convierte en una brisa marina que acaricia los miembros calados de unos hombres que estuvieron en un tris de encontrarse cara a cara con la parca. Todos advirtieron una vez más que la mano de Dios había estado tras todo este pavoroso episodio meteorológico, y ofrecen, de lo poco que todavía queda en las entrañas de la nao, un sacrificio a Dios, dando gracias por haberlos salvado de una muerte segura. De igual manera, desde el capitán al grumete, prometieron al Señor realizar un nuevo sacrificio a su llegada a puerto, y ¿quién sabe? Tal vez algunos, sino todos, pudieron convertirse en misioneros del Señor en sus propias naciones y en sus pueblos natales. Y es que, cuando Dios obra, de un modo u otro, las personas son transformadas y cambiadas de por vida. 

     ¿Y qué sucedió con Jonás? ¿Murió absorbido por las corrientes marinas? Dios tenía otros planes con él. De hecho, eran los mismos planes que habían llevado a Jonás a huir de su presencia, pero ahora debía aprender por las malas y en circunstancias sorprendentes que de Dios es imposible escapar. Jonás seguía siendo el elegido para predicar a los ninivitas, y para rescatar a Jonás de su hundimiento en aguas mediterráneas, provee de un gran pez que lo deglute para que este pasara tres días y tres noches en su interior. Muchos escépticos piensan que, a raíz de este detalle del relato, el libro de Jonás es simplemente una narrativa legendaria, muy alejada de la realidad histórica. Sin embargo, recordemos que Jesús, en una de sus enseñanzas sobre su muerte y resurrección (Mateo 12:40), tuvo a Jonás por alguien de carne y hueso, lo cual nos lleva a concluir que, por muy descabellada que sea la imagen de un gran pez tragándose a un ser humano, y que este sobreviviese durante tres días en sus entrañas, este hecho sucedió, aunque permanezca en el misterio el modo en el que el Señor logró algo que parece antinatural e imposible. El caso es que el gran pez que Dios había preparado para transportar a Jonás de nuevo a costas israelitas existió y que forma parte del modo sobrenatural en el que Dios actúa en la historia humana. 

CONCLUSIÓN 

      Escapar de Dios es imposible. Él te perseguirás hasta hacerte entrar en razón de mil y una maneras. Él siempre está presente allí por donde vayas o donde te escondas. Nadie podrá evitar su presencia por mucho que se afane. Por eso, a fin de evitar males mayores a causa de nuestra rebeldía y desobediencia, mejor haríamos en escucharle, en comprender que sus caminos no son los nuestros, en entender que los nacionalismos no van ni con su evangelio de gracia ni con su mensaje de juicio. Dios es Dios de todos, y todas las naciones habrán de comparecer delante de su trono celestial para dar cuenta de sus acciones y palabras. Y si Dios te dice que vayas a un lugar, con todo lo ilógico y extraño que te parezca esto, haz caso, para que brille tu testimonio de su poder y de su misericordia por doquiera vayas.

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