PESAS FALSAS



SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA IV” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 20:16-30 

INTRODUCCIÓN 

      Para aquellos que nos hemos criado leyendo tebeos e intercambiándolos en los mercadillos cada semana, una de las viñetas cómicas más entrañables que ideó Francisco Ibáñez, fue la del 13, Rue del Percebe. 13, Rue del Percebe es una macro viñeta que ocupa una página, dividida a su vez en viñetas no secuenciales, y que muestra en clave de humor un edificio de apartamentos y la comunidad que lo habita. Así, en la planta baja encontramos el colmado de Senén, un desconfiado tendero que siempre encuentra modos de engañar a las clientas con el peso y la frescura de la mercancía; a la cotilla portera de la comunidad de vecinos; en la primera planta tenemos la consulta de un veterinario no muy competente con una variopinta clientela y la mezquina dueña de una pensión continuamente superpoblada, en la que destacan los intentos de la mujer por alojar a más inquilinos mediante estrambóticos y draconianos métodos; en la segunda planta habitan una anciana de la Sociedad Protectora de Animales que, eterna amante de éstos, no deja de cambiar de mascota, y un desastrado sastre con mucha caradura y una más que cuestionable profesionalidad, capaz de coser trajes con cuatro piernas, siendo incapaz siempre de reconocer sus equivocaciones; en la tercera planta, hallamos a un patoso ladrón llamado Ceferino Raffles que no parece poder dejar de robar cosas inútiles y su fastidiada esposa, y una mujer y sus tres hijos pequeños, incorregiblemente traviesos. Ya en la azotea, podemos observar a Manolo, un pintor que se encuentra siempre acosado por sus acreedores, conocido como deudor sempiterno y por sus ingenios para escapar de sus acreedores, y un gato negro que generalmente es torturado por un cruel ratón que se divierte a su costa. 

      En esta muestra sociológica que recoge el autor de esta viñeta podemos hallar un compendio bastante completo de los defectos propios del ser humano de todos los tiempos, una muestra de la realidad cotidiana llevada a la hipérbole que intenta darnos a entender que en todos los vecindarios, barrios y ciudades del mundo siempre lograremos encontrar a cualquiera de estos especímenes humanos de una manera u otra. Es curioso cómo, a través de esta técnica tan imaginativa y creativa, Francisco Ibáñez, para mí uno de los referentes míticos del mundo del cómic patrio, describe con humor una serie de dinámicas humanas tan distintas como dañinas. Creo que, si Salomón hubiese podido ser dibujante de viñetas cómicas, habría aprendido mucho de la visión mordaz y sarcástica del maestro Ibáñez de las interacciones personales del día a día entre seres humanos imperfectos, egoístas y pecadores. 

1. PLANTA BAJA 

      Salomón, en el texto que abordamos en esta ocasión, parece también querer abrir el telón de este drama llamado sociedad. Por medio de una serie de sentencias y proverbios llenos de sabiduría y conocimiento de causa, el rey de Israel describe con mucho detalle algunas de las conductas y hábitos que también hemos de ver reflejados en los personajes del 13, Rue del Percebe. Comencemos, pues, visitando esta ubicación imaginaria donde hombres y mujeres se interrelacionan de las formas más abiertamente condenables: “Quítale su ropa al que salió por fiador del extraño, y toma prenda del que sale fiador por los extraños. Sabroso es al hombre el pan de mentira; pero después su boca será llena de cascajo. Los pensamientos con el consejo se ordenan; y con dirección sabia se hace la guerra. El que anda en chismes descubre el secreto; no te entremetas, pues, con el suelto de lengua. Al que maldice a su padre o a su madre, se le apagará su lámpara en oscuridad tenebrosa.” (vv. 16-20) 

       Salomón comienza hablando de aquellas personas que se convierten voluntariamente en avales de préstamos que reciben personas desconocidas en virtud de su ingenuidad y prodigalidad. En otras ocasiones, pudimos comprobar que la práctica de ofrecer la propia palabra y honra a la hora de que terceros, de los que se sabe poco o nada de su vida y trayectoria personal, era altamente peligrosa. Podías avalar a un amigo o a un familiar al que conocías desde siempre, y, aun así, podías salir escaldado. Las probabilidades de que alguien con el que has intimado superficialmente te deje en la estacada son bastante altas, y, por ello, Salomón, aun a riesgo de ser demasiado áspero y cruel, dicta que, si prestas algún dinero con la garantía de la palabra o el patrimonio de alguien al que conoces, mejor será que te quedes con algo como prenda, como podía ser algo tan básico o necesario como la ropa, o incluso una cantidad dineraria. Como no pidas una muestra lo más satisfactoria posible al aval, puede que te ocurra lo mismo que a los acreedores de Manolo, el pintor de la Rue del Percebe, llamando a la puerta sin poder recuperar lo que prestaste. Debemos ser cautos en este sentido y verificar de antemano si nos están tomando el pelo, si el fiador tiene con que responder en caso de impago del que recibe el préstamo, o si el que ha de ser objeto del préstamo tendrá oportunidad de devolverlo íntegramente. 

      El pan de mentira es un bocado suave y dulce al paladar. Las falsedades y los timos de todo tipo siempre comienzan con un conjunto de promesas de dinero fácil, de satisfacción inmediata y de placeres sugerentes. Nadie que desee desplumarte te va a contar la verdad de un negocio o de un trato. Endulzará cada propuesta con la evocación de los beneficios y convencerá con su labia de que sería un desperdicio no entrar en un asunto que dé pingües réditos. La mentira siempre va lubricada con la apariencia de la verdad, pero cuando uno comienza a masticar el pan de la mentira, pensando sobre el paso dado, o reflexionando sobre el grado de veracidad del trato aceptado y sus prometedores resultados, entonces la boca, esto es, la mente, se da cuenta demasiado tarde de que ha incurrido en una metedura de pata de aúpa. Entonces el cascajo, los fragmentos de la cáscara de algunos cereales, crujirán y harán rechinar nuestros dientes, hiriendo nuestras mejillas y nuestras encías, y dejándonos con un palmo de narices y con los bolsillos llenos de telarañas. Ser sabios implica conocer la verdad a través del temor de Dios, y así saber discernir aquellas cosas que no son lo que parecen a simple vista. 

      Los conflictos entre personas y pueblos siempre han sido de lo más común en el devenir de la historia. Sin embargo, desde el temor de Dios hemos de pensar dos cosas antes de involucrarnos en trifulcas y peleas que, en muchos de los casos, solo provocarán perjuicios a terceros y daños a nosotros mismos. Lo más razonable desde la óptica de Dios es que pensemos varias veces las cosas antes de enzarzarnos en un combate feroz con otras personas. Valorar el ejemplo de Cristo ha de servirnos para entender en qué batallas podemos vencer y en qué otras podemos caer derrotados. Si meditamos de acuerdo a la voluntad del Señor, podremos organizar nuestros pensamientos, analizar pros y contras, e idear las estrategias más adecuadas para lidiar con el problema. El otro elemento que hemos de tener en consideración es el de buscar la guía del Espíritu Santo a la hora de involucrarnos en un encontronazo con otras personas. En la vida existen luchas que merece la pena pelear, porque la verdad y la justicia de Dios están de nuestro lado, y otras en las que no hemos de implicarnos so pena de sucumbir a la vergüenza y al oprobio social. En definitiva, Salomón nos dice que sepamos elegir nuestras batallas con la inestimable sabiduría que Dios pone a nuestra disposición en su Palabra viva. 

      Como sucede con la portera de la viñeta de Ibáñez, existen muchas personas a nuestro alrededor que tienen la lengua bastante desatada, y convierten sus orificios bucales en auténticos altavoces de lo que antes les ha sido confiado entre susurros y confidencias. Lo mejor es alejarse a kilómetros de esa clase de individuos que no conocen lo que significa la discreción y la intimidad de los demás. Debemos saber escoger a aquellas personas en las que podemos confiar para contar nuestras interioridades sin miedo a que sean divulgadas y pregonadas. Del mismo modo, Salomón advierte a aquellos que también emplean su lengua para maldecir a sus progenitores, para airear sus defectos, para denigrarlos públicamente y para deshonrarlos en la plaza del pueblo, como si fuesen advenedizos o extraños a los que no se les debe nada. La Palabra de Dios es lo suficientemente clara y rotunda en este sentido. Aquellas personas desnaturalizadas que aborrecen a sus padres, despotricando contra ellos, solo merecen el castigo del infierno, donde las tinieblas serán su hogar perpetuo y la eternidad se vestirá de oscuridad infinita. Nuestro papel como hijos siempre será el de honrar y dignificar el nombre de nuestros padres, aquellos que nos dieron la vida y que se sacrificaron hasta lo indecible por sacarnos adelante. 

2. PRIMERA PLANTA 

      En otra de las plantas de nuestra Rue del Percebe particular y representativa de la naturaleza humana caída, Salomón indica que en esta viven aquellos que defraudan y engañan, que se vengan por su propia mano, y que prometen y no cumplen con su palabra: “Los bienes que se adquieren de prisa al principio, no serán al final bendecidos. No digas: Yo me vengaré; espera a Jehová, y él te salvará. Abominación son a Jehová las pesas falsas, y la balanza falsa no es buena. De Jehová son los pasos del hombre; ¿cómo, pues, entenderá el hombre su camino? Lazo es al hombre hacer apresuradamente voto de consagración, y después de hacerlo, reflexionar.” (vv. 21-25) 

       ¿Qué bienes se consiguen de prisa? Normalmente, una persona honrada y cabal solo logra bienes tras un periodo largo en el que ha trabajado, se ha esforzado y ha invertido todo de su parte por lograr beneficios. Por regla general, aquellas riquezas que aparecen de la nada, o sencillamente, tras involucrarse en negocios de dudosa catadura moral y que ofrecen ganancias prácticamente instantáneas, son las que más aprisa se consiguen. El dinero mal habido, fácilmente ganado o producto de la criminalidad y la ilegalidad es el que más velozmente aparece en las cajas fuertes de los que van por ahí ostentando su asombroso cambio de tren de vida. Por supuesto, estos bienes no pueden ser nunca bendecidos por Dios, dado que proceden de actividades fraudulentas, corruptas y delictivas, ni siquiera cuando algunos intentan lavar ese dinero a través de ofrendas a Dios, de ayudas a organizaciones humanitarias o de limosnas a los más desfavorecidos de la sociedad. El sustento hay que ganárselo a pulso, son el sudor de la frente y con un compromiso continuo por seguir una línea ética ajustada a nuestro modelo por excelencia en todas las áreas de nuestra vida pública y privada: Cristo. 

      Aquellos que en algún momento de nuestra vida hemos sufrido alguna clase de maltrato o injusticia traumáticos, lo primero en lo que pensamos, como seres humanos que solo hacen caso a los instintos más salvajes y bajos, es en vengarnos. Quien la hace, la paga. El problema con la venganza, es que a menudo la confundimos con justicia, y no pueden estar más diametralmente opuestas la una de la otra. Desde nuestra visión imperfecta de lo que supone hacer justicia, solemos errar, sobre todo, en la ejecución desmedida de la sentencia con la que hemos condenado a aquel que nos ha infligido un gran daño. La venganza supone demoler cualquier puente de posible reconciliación. Significa que no solamente trataremos de equilibrar la balanza provocando a esa persona que nos dañó el mismo sufrimiento del que fuimos objeto, sino que, en muchos de los casos, excediéndonos, podamos extralimitarnos y acabemos con la vida del ofensor para evitar represalias futuras. Y como muestra cinematográfica, en las películas de Liam Neesson sobre la venganza, lo único que aprendemos es que el ciclo de vindicación sangrienta y violencia desatada nunca termina. Solo Dios puede vengarse por nosotros, dado que Él es la Justicia por excelencia, y a su tiempo, pagará a todos nuestros enemigos de acuerdo a lo que merecen de verdad, sin que tengamos que mancharnos las manos de sangre, salvándonos de vivir con remordimientos y traumas recurrentes. 

      Como el dueño del colmado de Senén, muchos dueños de empresas y negocios suelen, desgraciadamente, lograr sus beneficios a costa de engañar, timar y estafar. En los tiempos de Salomón, se trucaban las balanzas o se modificaba el peso de las medidas, a fin de dar menos por más, y recibir más por menos. Recuerdo historias de tenderos o carniceros que, ya con las balanzas electrónicas modernas, pesaban la carne mientras con uno de sus dedos, ocultos a la vista del consumidor, presionaba el lugar de pesaje para añadir más peso y cobrar más por lo que solo podían ver los que compraban el producto. A Dios le asquea esta clase de engañifas. Aprovecharse de la buena fe de los consumidores para ahorrar gastos o sacar tajada de forma maliciosa, es algo que el Señor condena. ¿Cuántas empresas de artículos no nos estarán dando gato por liebre en nuestros tiempos actuales? Exijamos siempre que nuestros derechos como consumidores no se vean vulnerados por personajes y multinacionales siniestros que se pasan toda la vida ideando cómo sablear a aquellos con menor capacidad adquisitiva. 

     Solo Dios sabe contestar a nuestras preguntas existenciales. Únicamente el Señor sabe de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos. Nuestras acciones y decisiones son transparentes ante los ojos de Dios, lo cual no quita que seamos nosotros mismos los que nos labremos nuestro propio destino con nuestras elecciones personales. Por lo tanto, si Dios es el que mejor sabe por dónde vamos a ir en la vida, ¿por qué no ponernos en sus manos cada día, teniendo la seguridad y la certeza de que Él nos guiará hacia aquello que es mejor para nosotros? ¿Por qué nos empeñamos en tropezar y caer una y otra vez, conociendo que el Señor nos dará entendimiento para escoger de forma perspicaz y oportuna nuestros caminos mientras peregrinamos por esta tierra? ¿No nos ha pasado alguna vez que hemos prometido algo a alguien, incluso a Dios, y luego, cuando hemos meditado acerca del alcance de nuestro voto, nos hemos dado cuenta de que nos hemos equivocado de medio a medio? Y ya, cuando no podemos escapar de nuestra palabra dada, entonces solo queda lamentarnos por nuestra mala cabeza y por nuestra falta de cálculo. Nunca prometamos nada que no sepamos que vayamos a cumplir y tomémonos el tiempo necesario y suficiente como para poner en barbecho cualquier decisión vinculante e inescapable que tengamos que tomar. 

3. SEGUNDO PISO Y AZOTEA 

     El último piso de este 13, Rue del Percebe de los tiempos salomónicos es la morada de aquellos que blasfeman contra Dios, de los que son dueños del poder, de los que desdeñan a jóvenes y ancianos, y de los que son malvados hasta la médula: “El rey sabio avienta a los impíos, y sobre ellos hace rodar la rueda. Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, 
la cual escudriña lo más profundo del corazón. Misericordia y verdad guardan al rey, y con clemencia se sustenta su trono. La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez. Los azotes que hieren son medicina para el malo, y el castigo purifica el corazón.” (vv. 26-30) 

       Los impíos son personajes muy singulares. Son aquellos que no muestran un ápice de respeto por Dios y que, además, no muestran conmiseración o piedad por sus congéneres. Su nula y nociva influencia sobre la sociedad se hace manifiesta en el perjuicio que causan en aquellos que necesitan de la solidaridad de sus prójimos. El rey, como gobernante y legislador, como gestor del bienestar de su pueblo, ha de convertirse en alguien que ponga coto a su egoísmo y mezquindad. Comparado el monarca con un agricultor que se halla trillando en una era, separando el tamo, la paja y la corteza del grano, esto es, a los que se muestran irrespetuosos contra Dios y sus semejantes, y asemejado a una persona que muele el grano para conseguir la harina que sea el principio básico del alimento de las personas, castigando a los impíos, el rey tiene la autoridad y la prerrogativa de penalizar a aquellos de sus súbditos que no aportan nada al resto de sus compatriotas y que se niegan a la hora de colaborar misericordiosamente en la satisfacción de las necesidades nacionales. Además, nos dice Salomón que el rey ha de ser ejemplo en gracia, verdad y compasión, siendo generoso en su administración de los recursos que posee a su alcance, con el objetivo último de reflejar a Dios en su vida y procurar un estado de bienestar en el que las desigualdades sean erradicadas con el tiempo. 

      Sabemos que nuestra alma es creación de Dios, y que nuestro espíritu es el que anima nuestro cuerpo a realizar acciones de todo tipo, buenas y malvadas. Somos propiedad del Señor y nada hay en nuestro interior que podamos ocultarle, dado que a sus ojos somos libros abiertos de par en par, lámparas que esparcen su luz sobre todos los recovecos de nuestra esencia y naturaleza individual. Para Él no existen secretos o pensamientos ocultos, y por ello, haríamos bien en dejar de seguir actuando como si Él no supiera en cada instante cuáles son nuestras intenciones, deseos y sueños. Es mejor confesar nuestros errores, verter nuestras preocupaciones más íntimas en oración, expresar nuestros sentimientos y puntos de vista sobre determinados temas que nos interesan particularmente, y llorar en los instantes más difíciles de nuestras vidas, siempre delante de su presencia, porque Él nos comprende, nos atiende y escucha, y, sobre todo, nos perdona y nos restaura para seguir adelante.  

     Existen personas que desprecian a los jóvenes por el mero hecho de serlo, y otras que menosprecian a los ancianos simplemente por ser lo que son después de tanto tiempo. Estos reprobables individuos no se dan cuenta de que todos los seres humanos hemos pasado, pasaremos o vivimos en cualquiera de estos estados de la edad. Por eso, en lugar de criticar duramente al joven o de arrinconar al anciano, lo que mejor podríamos hacer es sacar el máximo partido al potencial enorme de la juventud y sus inagotables energías y creatividad, y aprender de los caudales interminables de experiencias de vida que solamente las personas entradas en años y que peinan canas nos pueden ofrecer. El edadismo es un gran pecado que hemos de desterrar de nuestra sociedad y de nuestras iglesias. Como dice el himno clásico del Real Madrid, “veteranos y noveles” han de remar en la misma dirección puesto que todos somos seres sujetos al tiempo, y a cada cerdo le llega siempre su San Martín. Aprender los unos de los otros siempre redundará en la edificación de la iglesia, y, por supuesto, en la consecución de una sociedad mucho más sabia y armoniosa. 

     Por último, el inquilino que falta en la azotea del edificio es aquel que hace de la maldad un hábito y de la disciplina y la corrección una necesidad imperiosa. Como hemos dicho en muchas ocasiones, la amonestación y el castigo son elementos sumamente cruciales para construir un entramado de relaciones sociales en el que el respeto por la ley, por la dignidad de terceros y por el temor de Dios, son los pilares fundamentales de la convivencia. La disciplina, desde la perspectiva salomónica es algo beneficioso, terapéutico y purificador. La idea es que el infractor de las normas sociales aprenda la lección y cambie el rumbo de su conducta. Sin disciplina o penalización, las relaciones interpersonales serían un verdadero caos, una anarquía trágica y una jungla donde el ser humano es un lobo para el ser humano. El concepto de castigo aquí siempre buscará la integración del elemento disruptivo, la reconsideración conductual del criminal y la reconciliación del delincuente con los agraviados. Se busca la recuperación del ser humano para la causa humana y para el aprendizaje de que el temor y la justicia de Dios debidamente aplicados puede obrar el milagro de la transformación espiritual del mortal, pasando de las tinieblas de la maldad a la luz admirable de la salvación en Cristo. 

CONCLUSIÓN 

      Convivir y entablar relaciones con el resto de la humanidad no es tarea fácil, sobre todo si, como muchos de nosotros vivimos en ciudades, barrios, calles y pisos donde podemos encontrarnos con todo lo bueno y todo lo malo que existe en el corazón humano. Conocer a nuestros vecinos suele ser un objetivo útil a la hora de saber a qué atenernos cuando comenzamos a formar parte de una comunidad concreta.  

      Y si nos toca habitar en el 13, Rue del Percebe, no nos olvidemos de que, con la dirección y la sabiduría que Dios nos concede, podemos sobrevivir a la experiencia, e incluso marcar una gran diferencia en los demás inquilinos con nuestro testimonio cristiano.

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