EL ROLLO Y EL CORDERO


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “SELLOS Y TROMPETAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 5 

INTRODUCCIÓN 

      La imagen de un cordero siempre ha sugerido en la antigüedad el símbolo de la pureza, de la inocencia, de la humildad y del sacrificio. El corderillo es capaz de trotar alegre y despreocupadamente incluso detrás del matarife, de aquel que va a segarle la vida. Ni siquiera en el último momento en el que va a ser sacrificado lanza un balido de agonía o sufrimiento. Es tan dócil y manso que enseguida persigue a quien le prodigue un poco de cariño, sigue las indicaciones del pastor sin dar mayores problemas, y se une al rebaño mientras brinca y hace cabriolas.  

      El arte cristiano ha utilizado su figura, sobre todo en los murales de las iglesias ortodoxas búlgaras, adornándolo con un nimbo o colocándolo bajo una cruz como alegoría del Redentor. Sabemos que el pueblo judío tiene un especial aprecio por este animal, dado que fue la sangre del cordero pascual, salpicada en los dinteles y jambas de los hogares de sus ancestros en Egipto, la que evitó que el ángel del Señor diese muerte a sus primogénitos, dando comienzo a su vez a su ruta hacia la libertad de la esclavitud. En Cristo, hallamos, desde las palabras del propio Juan el Bautista, que era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y, por tanto, Jesús es ese Cordero que voluntariamente va a la cruz para derramar su sangre en favor de la humanidad caída. 

1. EL DESCONSUELO DE JUAN 

      Después de que Juan sea testigo del espectacular entorno en el que se halla en el Espíritu, en un lugar celestial que lo deja patidifuso, y que lo sobrecoge profundamente, y tras reconocer al que está sentado en el trono central de la escena, a Dios Padre, en compañía de los veinticuatro ancianos y los cuatro seres llenos de ojos, un nuevo acontecimiento sucede para sumirlo en un éxtasis tan real como desconcertante: “Vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi un ángel poderoso que pregonaba a gran voz: «¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?» Pero ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni siquiera mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se hallaba a nadie que fuera digno de abrir el libro, ni siquiera de mirarlo. Entonces uno de los ancianos me dijo: «No llores, porque el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos.»” (vv. 1-5) 

      Dios Padre, exaltado en majestad y gloria, ahora muestra en su mano derecha, símbolo del poder y de la autoridad divinos, un rollo o libro que está completamente escrito por ambas caras. Este misterioso rollo, en su densidad literaria, se convierte automáticamente en el centro de atención de todos los que están presentes en el cielo. Como era acostumbrado, este libro que contiene los secretos del porvenir de la historia del mundo, las profecías futuras de lo que habrá de acontecer hasta que Cristo regrese de nuevo a por su iglesia, y la extensísima sabiduría divina, está lacrado o sellado con siete sellos, señal de perfección y plenitud de la revelación de Dios que está por desvelarse. Esto significa que solamente aquella persona que tiene la autoridad o el permiso necesarios puede romper este sello y poder leer el contenido del libro. Podríamos decir que era una especie de contraseña como las que tenemos hoy día en términos telemáticos, que solo permiten que la persona interesada pueda acceder a un documento privado, solo para sus ojos. No cabe duda de que el autor de este rollo surcado de vaticinios y oráculos es Dios Padre, el cual ha permitido que alguien pueda revelar a Juan los eventos que ocurrirán en el devenir de la historia. 

      De repente, un ángel de formidable apariencia surge potente para realizar una pregunta a los allí presentes. La cuestión que este ser angélico lanza al auditorio parece obedecer a un problema que, en principio, alguien tiene que resolver. ¿Quién romperá los sellos para abrir de par en par la mente y el conocimiento de Dios acerca de los acontecimientos y circunstancias que habrán de jalonar la historia del cosmos? ¿Quién posee la suficiente dignidad y mérito como para arrogarse esta prerrogativa? ¿Quién tendrá la autoridad necesaria como para desvelar lo que espera a la humanidad? Silencio. Ningún anciano, ningún ser viviente, ningún ángel se pronuncia al respecto. Todos saben que no son dignos de tomar el rollo de manos del Altísimo y soltar los sellos que guardan su contenido. Son siervos del Dios Todopoderoso, unos han sido purificados por Dios y otros son criaturas creadas ex profeso para servirle y adorarle, pero ninguno de ellos reúne las condiciones oportunas para hacerse cargo del rollo que sigue sosteniendo el Dios Padre a la espera de que alguien lo coja. Las criaturas de la tierra, de los abismos o de los cielos reconocen que no pueden asumir esta responsabilidad. Todos a una apartan la mirada de este rollo, lo cual nos habla de la santidad, de la verdad y de la justicia que irradia este rollo en manos de Dios. Su naturaleza es tan pura que nadie osa alzar sus ojos para siquiera echar un vistazo. 

      Sin nadie que tome la iniciativa para romper este silencio abrumador, Juan se echa a llorar desconsoladamente. ¿Cómo es posible que no exista nadie que esté dispuesto a echar mano del rollo del porvenir? No entendía por qué nadie de los presentes se atrevía a dar el paso. Sin embargo, un anciano de los veinticuatro se acerca a Juan y trata de calmar su inquietud y tristeza con un mensaje de esperanza. Todos saben perfectamente que solo hay un ser digno de tomar el rollo y desatarlo, y ese ser es Cristo. Identificado por el anciano como el León de Judá y del linaje de David, Jesús es el elegido para dar inicio a una serie de acontecimientos cósmicos que se derivarán de la apertura del rollo. Solo el Mesías anunciado y profetizado en el Antiguo Testamento y encarnado en el Nuevo Testamento tiene el poder y la autoridad que se requieren para tomar el rollo de manos de su Padre celestial. En virtud de su victoria sobre la muerte y el pecado, Cristo ha adquirido la recompensa de dar a conocer los designios eternos de Dios Padre: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?, porque el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la Ley. Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Corintios 15:55-57) 

2. EL CORDERO DE DIOS 

      Al fin, y de forma esplendorosa y sugerente, aparece el único que puede romper los sellos que mantienen la profecía divina confinada en el rollo: “Miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes y en medio de los ancianos estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Él vino y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Todos tenían arpas y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. Y cantaban un cántico nuevo, diciendo: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación; nos has hecho para nuestro Dios un reino y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.»” (vv. 6-10) 

      Justo en medio de la convocación de los ancianos y seres vivientes, y delante del trono de Dios Padre, hace acto de aparición, tal como nos lo describe Juan, un Cordero como sacrificado con siete cuernos y siete ojos. Si acudimos a la literalidad de lo que escribe Juan, estaríamos siendo testigos de una visión macabra y ciertamente escabrosa; pero si nos atenemos al lenguaje figurado y simbólico en el que estas palabras fueron expresadas, seguramente veríamos a Cristo glorificado, todavía con las señales de las heridas infligidas por sus torturadores en la cruz del Calvario. Recordemos el episodio en el que Tomás pudo meter sus dedos en las brechas que se abrieron paso en la carne de Jesús y que todavía este conservaba antes de subir a la diestra del Padre.  

      La semejanza con un cordero pascual sacrificado cuya sangre es derramada para salvación de los que en él creen, es una imagen clara de la correspondencia entre los tipos del Antiguo Testamento y este antitipo de Apocalipsis. Cualquier judío sabría entender el sentido de esta descripción tan ilustrativa. Además, el Cordero lo es con mayúsculas, queriendo inferir que es Jesús fue el sacrificio expiatorio definitivo, una vez y para siempre. Los siete cuernos nos indican simbólicamente la plenitud de su poder y su identificación con el Padre, del mismo modo que los siete ojos señalan la plenitud de su conocimiento y su identificación con el Espíritu Santo, el cual fue enviado a la tierra desde el día en el que fue derramado en Jerusalén el día de Pentecostés, y que luego ha ido extendiendo su presencia a todos los rincones del planeta. Es posible reconocer a la Trinidad en el mismo Cristo, Redentor del mundo. 

     Con determinación y confianza, Cristo toma el rollo de manos de su Padre. Inmediatamente, todos los seres que contemplan este instante crucial y climático se postran delante del Salvador del mundo, en reconocimiento de su dignidad, victoria y señorío. Por cuanto se arrodillan ante Cristo, lo hacen ante el Padre. Un suspiro de alivio parece surgir del corazón de Juan. En adoración y alabanza supremas, todos los presentes toman sus arpas para interpretar un himno de gratitud, exaltación y liberación, y con sus copas a rebosar de la adoración de los santos en oración a Dios, con el incienso, símbolo de la ofrenda y del sacrificio de todos los creyentes del mundo, se unen a una voz en un coro reverente y sublime. Este cántico nuevo, compuesto a propósito para este momento increíble y maravilloso, une el cielo con la tierra. En primer lugar, todos confiesan que el único que puede desvelar lo que ha de suceder en el futuro y en los últimos días de la historia es Cristo y solo Cristo.  

      A continuación, expresan la razón que justifica esta confesión: Cristo ha entregado voluntariamente su vida, sin reproches ni amenazas, en favor de la humanidad perdida en la cruz, y a través de este sacrificio expiatorio, ha comprado a un precio incalculable la vida de aquellos que aceptan por fe esta sangre derramada para perdón de sus pecados. Ahora, aquellos que han sido lavados con su sangre carmesí, son hijos de Dios, propiedad del Padre, sin importar su procedencia. La iglesia universal es reunida por Cristo en su obra redentora para servir y adorar a Dios por los siglos de los siglos. Todos aquellos que son representados por los veinticuatro ancianos con vestiduras blancas, esto es, su iglesia, se han convertido en un reino de sacerdotes, con el derecho y el privilegio de poder presentarse ante Dios Padre sin intermediarios humanos ni mediadores mortales.  

     El creyente deviene, gracias a Cristo, en un sacerdote que tiene la capacidad de acercarse al Señor confiadamente y sin obstáculos de ningún tipo: “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable." (1 Pedro 2:9) También, dado que Cristo ahora es el Rey de reyes y Señor de señores, nos ha hecho reyes de un mundo transformado, de cielos nuevos y tierra nueva, los cuales son prometidos por Dios en su Palabra a aquellos que se someten a su voluntad de por vida: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.” (2 Pedro 3:13) 

3. LA ADORACIÓN UNIVERSAL 

      La adoración del Cordero no termina aquí, puesto que todo es poco para agradecer y honrar a aquel que tiene la potestad triunfante de abrir los sellos del rollo de Dios: “Miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. Su número era millones de millones, y decían a gran voz: «El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.» A todo lo creado que está en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que hay en ellos, oí decir: «Al que está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.» Los cuatro seres vivientes decían: «¡Amén!» Y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.” (vv. 11-14) 

      Si ya nos emocionamos y un estremecimiento de felicidad recorre nuestro cuerpo cada vez que nos reunimos cada domingo para adorar como pueblo al Señor con cánticos de alabanza a su nombre, imaginémonos por un instante cómo será poder escuchar a las miríadas de ángeles que habitan en los cielos, con sus perfectas y hermosas voces, cantando a una con los ancianos y los seres vivientes, mientras tañen sus arpas e instrumentos musicales, en loor de nuestro Señor Jesucristo. Un nuevo himno se alza en las esferas celestes para continuar exaltando a Cristo. Reincidiendo en el merecimiento de Cristo por haber dado su vida en propiciación por los pecados del mundo, todos confirman de viva voz que Cristo es poderoso, rico en misericordia y bendiciones, sabio y omnisciente, Dios fuerte, digno de todo honor y glorificación, y merecedor de la alabanza de toda la creación. Esto afirma de nuevo su identificación con el Padre, siendo ambos de la misma naturaleza, esencia y sustancia, con los mismos atributos y características. ¿Cómo no ensalzar el nombre de Cristo por toda la eternidad? ¿Cómo no hacerlo hoy, aquí en la tierra como pueblo santo que le debe todo? 

     No acaba de recitarse esta segunda canción de gratitud y confesión, cuando desde todas las instancias de la creación de Dios, brota otro cántico de adoración que es refrendado por los seres celestiales. De nuevo aparece la identificación de Dios Hijo con Dios Padre a colación. Ambos son tenidos por dignos de ser reverenciados, homenajeados y glorificados por toda la eternidad. Los seres vivientes asienten positivamente a esta declaración de todas las criaturas, y los ancianos se postran una vez más para manifestar su pleitesía, amor y sumisión ante el Cordero de Dios, el cual está a punto de dar a conocer la voluntad perfecta de su Padre.  

CONCLUSIÓN 

      Todavía reverbera el eco de los millones de voces que han adorado a Cristo y a Dios Padre, cuando uno a uno, los sellos serán abiertos al fin. Este prólogo doxológico prepara el alma de Juan antes de ser testigo de excepción de cuantas cosas han de suceder en el futuro próximo y lejano. Los misterios que encierra el rollo sellado verán la luz y el mundo ya no será el mismo.  

      ¿Qué ocurrirá cuando Cristo abra cada uno de los sellos del rollo divino? ¿Cómo afectará cada una de estas aperturas al devenir de la historia? ¿Qué enseñanzas y directrices extraeremos de cada uno de estos hitos proféticos? Las respuestas a estas preguntas y a muchas otras más, en nuestro próximo estudio sobre el Apocalipsis de Juan.

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