BUSCANDO LA MUERTE I


 

SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA IV” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 21:1-15 

INTRODUCCIÓN 

      Es muy posible que alguna vez hayas visto o escuchado acerca de ese programa de televisión conocido como “Mil maneras de morir.” Fue una serie de televisión de docuficción que se estrenó en 2008 y que recrea muertes inusuales basadas en hechos reales o leyendas urbanas con humor negro que incluye entrevistas con expertos que explican las muertes de las personas en cada episodio. Cada episodio tiene una fecha y un lugar donde ocurrió la muerte, además del "número de muerte", que es totalmente al azar, y al final del episodio termina con un juego de palabras resumiendo la muerte del episodio. Algunos críticos progres afean que el programa posee un marcado moralismo cristiano. En casi cada situación, las personas que mueren tienen alguna conducta reprochable desde el punto de vista cristiano y la muerte es mostrada como un castigo por esas conductas. La verdad es que en cada una de las temporadas que se televisaron, había muertes de lo más absurdas y como consecuencia de acciones y actitudes ciertamente temerarias e insensatas. 

      La muerte está a la vuelta prácticamente detrás de cada esquina. Es una realidad de la que es imposible escapar, por mucho que uno intente no pensar en ella y en lo que nos aguarda en el misterioso más allá. Todos vamos a tener que participar de esta experiencia ineludible, aunque la cuestión sobre cuándo y cómo nos ha de sobrevenir son precisamente las preguntas que a menudo pueden provocar en nosotros ese temor tan inquietante. Algunos mueren de forma natural, otros a causa de enfermedades y dolencias físicas, otros como consecuencia de un accidente fatal, otros porque se la han autoinfligido y demasiados porque les ha sido arrebatada la vida de forma infame a través del homicidio y el asesinato. Muere el potentado y el menesteroso, el hombre y la mujer, el de aquí y el de allí. La muerte cercena con su guadaña el hilo de nuestras existencias terrenales sin considerar posición, sexo o procedencia. Llega inexorable y nada podemos hacer por evitar que un día nos visite para llevarnos consigo. La forma en la que morimos siempre es importante, porque habla en muchas ocasiones de si la hemos estado buscando sin darnos cuenta o queriendo, de si hemos estado eludiendo su aliento en nuestro cogote, o de si la esperamos resignados, tranquilos o desesperados. 

      Los caminos que llevan a la muerte son, podríamos decirlo, casi infinitos. Sin embargo, la senda que lleva a la vida eterna, más allá del umbral de la parca, es solo uno. Sabiendo que nuestras horas están contadas sobre la faz de esta bola de barro llamada tierra, ¿por qué todavía existen personas que, de forma insistente y sistemática, siguen aplicándose frenéticamente en llegar antes de tiempo a su cita con la segadora? Teniendo en consideración todo aquello que nos enseña Dios por medio de su Palabra de vida para transitar por este mundo felizmente y en la esperanza de hallar la plenitud en Cristo, ¿por qué siguen falleciendo personas de todas las edades cometiendo errores de bulto, provocando situaciones potencialmente letales y sumergiéndose en submundos tétricos en los que se profesa el culto a la muerte? Pudiendo vivir digna y satisfactoriamente cumpliendo con los mandamientos del Señor, ¿por qué tantos individuos se entregan imprudentemente en brazos de todo cuanto causará dolor a aquellos que los aman y estiman? Sabiendo que participar de determinadas actividades dañinas y autodestructivas van a deparar a la persona un fallecimiento vergonzoso, amargo y solitario, ¿por qué empecinarse en consumir sustancias letales, unirse a sectas y tribus humanas que abogan por el suicidio colectivo, e incitar a otros a seguir sus tenebrosas sendas? 

1. LA SOBERANÍA DE DIOS Y NUESTROS CAMINOS 

     Salomón nos anticipa desde este nuevo muestrario de proverbios y dichos sabios, que, por mucho que nos afanemos en vivir como si no hubiese un mañana, como si fuésemos inmortales o como si la muerte solo fuera una invención en la que es mejor no pensar, Dios es Soberano y Señor de vivos y muertos. Tras la muerte, Dios juzgará a cada ser humano por la vida que llevó y por las decisiones que tomó, y entonces, toda la humanidad sabrá que buscar temerariamente la muerte contraviniendo las leyes del Altísimo, ha sido un craso error que acabará con sus huesos en los calabozos del infierno por toda la eternidad: “Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina. Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones.” (vv. 1-2) 

      Todos, como seres humanos mortales que somos, tenemos la capacidad de trazar nuestro propio camino mientras existimos en esta dimensión terrenal. En virtud de nuestro libre albedrío, podemos decidir qué ruta tomar durante nuestro viaje vital, aunque sepamos casi desde el principio que nuestra existencia es limitada en el tiempo. Resulta natural, por tanto, pensar que, como un día moriremos, memento mori, lo mejor es sacar el máximo partido a esta vida que nos ha sido dada. Algunos, la mayoría diría yo, optan por el carpe diem, por aprovechar cada día desde un hedonismo irracional e instintivo. Lograr el placer para cada minuto de sus horas es su misión principal. No importa cómo alcanzar ese disfrute cotidiano: drogas, promiscuidad sexual, conductas arriesgadas, implicación en actividades evasivas; todo con tal de olvidar el vacío interior que les indica continuamente que existe otra forma de vivir que puede saciar su búsqueda de propósito y sentido, su necesidad de plenitud espiritual y emocional.  

      Creo no equivocarme al afirmar que vivimos en tiempos en los que se han multiplicado los caminos que llevan a la muerte, y que estos incluso son ansiados, como si morir pudiera ser ese escape que necesitan para abandonar tanto sinsentido en sus vidas. El tema del suicidio como solución a los problemas y los sufrimientos que son parte de la realidad caída del ser humano, está cada vez más presente en las conversaciones, medios de comunicación, la literatura, y la televisión y el cine, dando a entender en ocasiones, que es la forma más adecuada de acabar con todo. La cuestión es que la muerte no es el final. Es el principio, bien de algo maravilloso cuando dejamos que sea Dios el que dé por zanjada nuestra estancia terrenal y cuando hemos seguido fielmente sus ordenanzas, o bien de algo espeluznante y terrorífico, sobre todo cuando hemos decidido cortar por lo sano, y hemos contravenido todo cuanto nos enseñó el Señor en su Palabra, comportándonos insensatamente y renegando de la invitación que Cristo nos ha ofrecido una y otra vez para cambiar de pensamiento en cuanto a los destinos eternos. Aunque los naturalistas sigan pensando que no hay nada después de la muerte, lo cierto es que no es así, y algún día lo sabremos de primera mano. 

      El Señor es soberano de todo lo que ha sido creado, y en sus manos están los tiempos de cada uno de nosotros, de cada ser humano que ha poblado la tierra, que sigue respirando y que nacerá un día. Del mismo modo que Dios puede, si así entra en sus planes, implantar en el corazón de los gobernantes un cambio de trayectoria, un nuevo pensamiento sobre cómo hacer justicia o de qué manera administrar los destinos de una nación, así puede cambiar el criterio de cualquier ser humano en relación a su persona, al bien y el mal, a qué elecciones hacer sobre el camino que ha de emprender si quiere vivir de verdad y no morir en el intento. Del mismo modo que Dios gestiona su creación, repartiendo las aguas donde Él ha considerado que son necesarias y útiles para la preservación y la provisión de sus criaturas, así es el Señor en relación a ofrecer desde su amor y misericordia la alternativa al ser humano para que recapacite sobre sus pasos y reconduzca su ruta de futuro.  

     Tal vez creamos que la senda que hemos querido tomar es la correcta porque nos hace felices, aun cuando esta senda sea diametralmente opuesta a su voluntad para nuestras vidas, y aun cuando sea perniciosa y dañina a medio o largo plazo. Desde nuestro punto de vista, una perspectiva distorsionada por el pecado, algo puede que se nos antoje maravilloso, pero si miramos desde la lente de Dios en sus Escrituras, tal vez, seguramente, nos daremos cuenta de que esta senda solo lleva a la destrucción y a la aniquilación. Solo Dios nos conoce mejor que nadie, y sabe qué caminos nos convienen para que tengamos vida y vida abundante en Cristo: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” (Jeremías 29:11) Un día, cuando seamos juzgados por Dios, vivos y muertos de todas las épocas de la historia de la humanidad, seremos pesados en la balanza según nuestros hechos, y nadie podrá añadir o quitar nada a todo cuanto hicimos, dijimos y pensamos en vida. Dios nos pesará y emitirá su veredicto: culpable o inocente. 

2. CASI TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A LA MUERTE 

      Como dijimos, los caminos que llevan a la muerte son innumerables y muchos son los que los buscan con ahínco: “Altivez de ojos, y orgullo de corazón, y pensamiento de impíos, son pecado... Mas todo el que se apresura alocadamente, de cierto va a la pobreza. Amontonar tesoros con lengua mentirosa es aliento fugaz de aquellos que buscan la muerte. La rapiña de los impíos los destruirá, por cuanto no quisieron hacer juicio. El camino del hombre perverso es torcido y extraño... Mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa. El alma del impío desea el mal; su prójimo no halla favor en sus ojos... El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído.” (vv. 4, 5b-8a, 9-10, 13) 

      Si quieres morir pronto, no tienes más que cometer los mismos yerros que Salomón expone en su recolección de proverbios. Dado que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23), aquellos que se muestran altivos en su forma de mirar, sintiéndose superiores frente a los demás, provocando un trato distante o despreciativo hacia determinadas personas, tienen todas las papeletas para acabar mal, muy mal. Si a esto añadimos un orgullo interior, mediante el cual una persona se excede en su estimación personal y de sus propios méritos, dando lugar a una condescendencia elitista y prejuiciosa, y una actitud tendente a faltar al respeto al prójimo y a Dios mismo, tenemos los ingredientes necesarios para que esta persona sea candidata a la segunda muerte en el lago de azufre del infierno.  

      Todos conocemos a personas altaneras y presuntuosas que miran a la gente de forma execrable, pero cuando comparezcan tras su óbito ante la presencia del Juez eterno, esa sonrisita de soberbia, esa mirada de ojos entrecerrados y de desdén, y esa pretenciosa forma de tratar al prójimo y al Creador de todas las cosas, serán sustituidas por una mueca de horror, unos ojos desorbitados y un rictus de impotencia mientras implora una gracia que ya no le será concedida. Él no fue humilde y compasivo, y, por lo tanto, nadie habrá de compadecerse de este elemento. 

      Tomar decisiones a trompicones, aceleradamente y sin pensar las cosas bien, solo trae el desastre y la muerte a muchas personas. Las prisas son siempre malas consejeras, y si lo pensamos bien, ¿cuántas cosas no hubiesen marchado de otra manera si nos hubiésemos tomado tiempo para reflexionar y encomendar nuestra situación al Señor? ¿Cuántas personas no han fallecido por las prisas, por las decisiones pésimas que trae la impaciencia y el ansia de inmediatez? Lo mismo sucede con aquellos que se forran a costa de personas a las que han manipulado y estafado con sus mentiras y promesas huecas. Con su oratoria y su falta de escrúpulos son hábiles en lograr cada vez más beneficios para su saca. El camino que han elegido es peligroso, porque sí, tal vez durante un tiempo podrás gozar y disfrutar del fruto de tus mentiras y falsedades, pero tarde o temprano serán pillados y sus argucias ilegales saldrán a la luz, ¿y quién sabe si alguno de los que fueron timados y desplumados no se descolgará buscando justicia por su propia mano? La muerte ronda a aquellos que se aprovechan de la buena fe de muchos. Y cuando estén de pie ante el trono de Dios, la justicia celestial los alcanzará como un rayo, sumiéndolos en la más tétrica de las situaciones que la eternidad prepara. Aquellos que son como buitres carroñeros buscando repelar los huesos de sus víctimas, serán juzgados sumariamente por Dios y condenados sin paliativos, y sus ganancias deshonestas, ¿para quién serán? 

      Los caminos que llevan a la muerte suelen ser escabrosos y raros. Los que viven por y para hacer mal a sus congéneres han escogido hollar con sus pies la autopista que lleva directamente al infierno, sin peajes ni aduanas. Sus hábitos son ponzoñosos y su talante es altamente repugnante. No hace falta más que echar un vistazo a algunas series que se basan en casos reales de asesinos en serie, de violadores y demás perversiones, para darse cuenta de cuánta oscuridad rodea las vidas de estos especímenes abyectos de la raza humana. Nos sobrecogemos cada vez que escuchamos del modus operandi de homicidas, agresores sexuales y genocidas, y no es para menos, porque son agentes de la muerte cuya misión es sumir en las tinieblas a una sociedad cada vez más resistente al asombro y a la sensibilidad.  

      Incluso existen personas que forman parte de nuestro círculo más íntimo, como pueden ser esposos o esposas, que pueden convertir la vida de una persona temerosa de Dios en una muerte en vida. Salomón habla del cónyuge, sea este mujer u hombre, que se dedica a jornada completa a provocar rencillas, conflictos y peleas, demoliendo la armonía del hogar, y propiciando una atmósfera irrespirable para aquellas personas que intentan no entrar al trapo de las provocaciones. No nos sorprende, por tanto, que sea mucho mejor vivir solo en una casa en la que quepas, que tener un palacio inmenso en el que nunca podrás esconderte de un nuevo día de discusiones, amenazas, chantajes emocionales o presiones insoportables. Hay muertes que no requieren de morir físicamente, sino que en vida es posible que alguien te mate sicológica, emocional y afectivamente. 

      Aquel que se precipita como un bólido a las fauces abiertas de la muerte, es aquel que no cesa en su empeño por dañar y estorbar al resto del mundo. Como han erradicado de sus vidas el temor de Dios y la reverencia debida a su Creador, el trato que dispensan a sus congéneres no puede ser mejor que el que ofrece al Señor. No encontrará a nadie que pueda caerle en gracia. Todos deben sufrir porque su visión de las personas es cínica y han de pagar con creces el odio que llena su corazón. Nadie será lo suficientemente bueno para merecer su estima y afecto. Como ejemplo claro de que es una persona antisocial, hará todo lo que esté en su mano para seguir solo, para continuar muriendo poco a poco, matando en el proceso a quien se ponga ante su mira prejuiciosa y maldita. Estos individuos son aquellos que mueren solos y que a sus entierros solo asiste el sepulturero para echar tierra sobre sus amargados y perversos restos mortales.  

      Y no podemos terminar sin hablar del sino tan terrible que han de correr aquellas personas tacañas y mezquinas que solo escuchan el tintineo de sus monedas, pero no el clamor de los necesitados. En este mundo puede que disfruten contando una y otra vez sus tesoros y riquezas, pero cuando llegue el momento en el que la muerte llame a sus puertas para dejar huérfanos los cofres repletos de dinero, ninguna misericordia se apiadará de ellos. Del mismo modo que ensordecieron a propósito sus oídos para no auxiliar al pobre, así el Juez de la eternidad desatenderá sus gritos y sus peticiones de clemencia. Será el más rico del cementerio, por supuesto, pero el más pobre del averno. 

3. SOLO HAY UN CAMINO A LA VIDA 

      No nos cabe duda de que, a tenor de estas actuaciones propias de seres humanos impenitentes y de mala voluntad, buscar y hallar el camino hacia una muerte eterna es de lo más sencillo. Pero, aunque sea más complicado y duro transitar por el estrecho y pedregoso camino que lleva a la vida eterna, nuestro Dios nos anima a recorrerlo con esperanza y constancia: “Hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio... Los pensamientos del diligente ciertamente tienden a la abundancia... Mas los hechos del limpio son rectos... Cuando el escarnecedor es castigado, el simple se hace sabio; y cuando se le amonesta al sabio, aprende ciencia. Considera el justo la casa del impío, cómo los impíos son trastornados por el mal... La dádiva en secreto calma el furor, y el don en el seno, la fuerte ira. Alegría es para el justo el hacer juicio; mas destrucción a los que hacen iniquidad.” (vv. 3, 5a, 8b, 11-12, 14-15) 

     Escoger la senda que lleva a la vida en este plano terrenal y en el venidero Reino de los cielos es la mejor decisión que podremos tomar jamás. Sobre todo, cuando nuestra ruta está enfocada, no tanto al hacer sin sentir, al sacrificar simplemente para intentar contentar a Dios o aminorar su ira, sino a la sinceridad y el fervor de nuestros actos religiosos. Sabemos que una persona puede entregar a Dios muchas cosas, pero seguir siendo un auténtico ser reprobable en sus acciones, palabras y pensamientos para con su prójimo. Los rituales y las ceremonias no garantizan la vida o el agrado de parte de Dios. Esto solo lo logra un corazón justo que siempre cuenta con Dios a la hora de escoger sus siguientes pasos en la vida. Esto solo lo consigue un espíritu de solidaridad con el necesitado y de amor tanto de amigos como de enemigos. Si sabemos poner nuestra confianza en la sabia voluntad de Dios, es mucho más seguro que nuestras vidas sean prósperas y satisfactorias, dado que el shalom del Señor nos acompañará, tal como le prometió al propio Isaías: “Decid al justo que le irá bien, porque comerá de los frutos de sus manos.” (Isaías 3:10) 

     Cuando las acciones del que teme al Señor se hacen manifiestas, todas ellas son rectas, esto es, no tienen dobles intenciones ocultas en su origen, ni una motivación interesada que las promuevan. El que ama a su prójimo, ama la vida y lo hace sin hipocresías ni la pretensión de recibir el aplauso que pueda encumbrarlo. El que busca el camino de la vida eterna en Dios también sabe aprender de las sendas erróneas de otros con los que le toca en suerte convivir. La sabiduría reside fundamentalmente en reflexionar acerca del porqué de la muerte absurda de una persona que apartó de sí el consejo de Dios. Comprobar las repercusiones y secuelas tan trágicas que conlleva conducirse por la vida como vaca sin cencerro, sin nadie que los guíe y proteja, nos enseña, a aquellos que perseguimos vivir de acuerdo a los designios divinos, a no cometer las mismas equivocaciones y a no perpetrar los mismos delitos que llevaron a otros que conocemos a la fatídica muerte. Del mismo modo, contemplar como el sabio acepta de buen grado la corrección, nos permite ser asequibles a aceptar la disciplina de Dios como parte de nuestro proceso de maduración y de aprendizaje, como elemento experiencial que nos ayuda a vivir mejor nuestras vidas.  

      La generosidad y el socorro a los menesterosos son maneras de expresar nuestro deseo de dar vida, de ser canales de las bendiciones de Dios a los más desfavorecidos de nuestra sociedad. Son hitos en nuestro camino de imitación del modelo de Cristo. Por eso, cuando un creyente en Dios da, lo hace en silencio y a escondidas, evitando en lo posible ser alabado y engrandecido públicamente. La humildad y la discreción son factores innegociables a la hora de proveer a otras personas en estado de carestía o que, por la razón que sea, se han indispuesto contra nosotros, puesto que no lo hacemos para ganarnos un terrenito en los cielos, ni lo hacemos para que otros vean lo magnánimos que somos, ni lo hacemos para avergonzar a nadie. Lo hacemos por puro amor, para insuflar de vida al moribundo, para encender una luz en medio de la oscuridad, sin alharacas ni pregones, para apaciguar el enojo de aquel que se siente agraviado.  

      Tal vez hemos podido provocar un conflicto con alguna clase de malentendido, y la mejor forma de sosegar los ánimos encendidos siempre será a través de la mansedumbre y del desprendimiento genuinos. Al cumplir con nuestra labor, conociendo que lo que hicimos fue con el beneplácito de Dios, nos alegraremos y gozaremos porque hicimos lo que debíamos hacer, aquello que agrada sobremanera a nuestro Señor. No así los inicuos, los injustos y malvados, cuyas carcajadas y burlas contra el prójimo les serán devueltas con el lloro y el crujir de dientes en la segunda muerte. 

CONCLUSIÓN 

      ¿Cómo quieres morir algún día? ¿Con la conciencia tranquila de haber cumplido con la voluntad perfecta y sabia de Dios, ayudando al prójimo y velando por perseguir un estilo de vida ajustado a los parámetros de sus Escrituras? ¿O lleno de remordimientos por el daño causado a otros y con el alma en carne viva presintiendo que tras la muerte física te aguarda una realidad eterna y un juicio final en el que serás juzgado y condenado? Algunos pueden pensar que son demasiado jóvenes para pensar acerca de este asunto, otros, que son demasiado ancianos como para cambiar de rumbo.  

      La muerte siempre está a nuestro alrededor y somos capaces de percibirla, aunque no nos guste hablar o reflexionar acerca de ella. Nunca es pronto y nunca es tarde para analizar tu caminar diario, tus prioridades y el lugar que ocupa Dios en tu vida. Busca la vida y no la muerte, busca a Cristo y no la perdición eterna, y entonces, y solo entonces, habrás encontrado la manera de sacarle el jugo a este periodo de tiempo terrenal al que llamamos vida.

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