LOS SELLOS


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “SELLOS Y TROMPETAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 6 

INTRODUCCIÓN 

      La sigilografía es la ciencia que se dedica al estudio de los sellos en todos sus aspectos y de todas las épocas. Desde el conocimiento que los especialistas de este campo de investigación tienen acerca de los sellos, estos los definen como la impronta obtenida sobre un soporte por la presión de una matriz con los signos distintivos de una persona física o jurídica para testimoniar la voluntad de intervención de su dueño. La función primordial del sello es la de autentificar los documentos, la de dar fuerza a la disposición escrita. También los sellos sirvieron para asegurar cierres de cartas, sellar reliquias y tumbas, acreditar a un mensajero, etc. Cuando se rompe o abre el sello, se hace con la idea de desvelar la voluntad del que ha escrito el documento lacrado, de abrir al mundo todos los pensamientos, intenciones y deseos de aquel que desea comunicar algo en su debido tiempo, tras las autorizaciones oportunas. Solo el autor o el destinatario final de la carta o mensaje tenían la prerrogativa de descubrir el corazón de la misiva. Si el documento llegaba a destino con el sello maltrecho, roto o enmendado, se entendía que esta correspondencia había sido abierta sin permiso del remitente o del remite. 

      Los sellos han ido evolucionando hasta el día de hoy, en el que los métodos de verificación y autorización han cambiado sustancialmente. Las contraseñas, las huellas dactilares, los pines, los códigos alfanuméricos, los certificados digitales, y los códigos seguros de verificación, han dejado atrás aquellos tiempos en los que el remitente empleaba un anillo con un signo grabado que se colocaba encima del lacre caliente y fundido, o épocas en las que se elaboraban sellos de piedra y metal para evitar las profanaciones de tumbas y sarcófagos. En un mundo en el que lo digital, lo telemático y lo virtual se han convertido en algo habitual para enviar mensajes cifrados de contenido privado, los sellos solo tienen cabida en una visión más romántica y vintage de la vida. Pronto, los chips integrados en la anatomía humana o la lectura de retina sustituirán a los códigos que manejamos cotidianamente. 

1. EL SELLO DEL ANTICRISTO 

      En el texto que hoy nos ocupa, como recordaremos del estudio anterior, nos quedamos a la espera de que el Cordero inmolado de Dios comience a dar a conocer al cosmos todos aquellos eventos del porvenir que marcarán el devenir de la historia. Con la autoridad y dignidad exclusivas que exhibe Cristo, y que le son conferidas en virtud de su sacrificio redentor por los pecados de la humanidad, llega el instante en el que la revelación última será desvelada ante la atónita mirada de un Juan sobrecogido. De ahora en adelante, Cristo irá abriendo cada uno de los siete sellos que guardan el contenido del libro que nadie más puede leer: “Entonces vi que el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir con una voz como de trueno: «¡Ven!» Miré, y vi un caballo blanco. El que lo montaba tenía un arco y le fue dada una corona, y salió venciendo y para vencer.” (vv. 1-2) 

      Los cuatro seres vivientes serán los encargados de señalar y mostrar al anciano apóstol Juan aquellas cosas que habrán de preceder a la segunda venida de Cristo. El primero de ellos, con apariencia de león, ruge con voz tonante en dirección a Juan, para que este salga de su estupor inicial y contemple una visión de lo más apabullante. En cuanto Cristo abre el primer sello, ante Juan se despliega la imagen de un jinete a horcajadas de su corcel, un caballo de color blanco imponente que cabalga al galope. Como bien sabemos, todas las imágenes que aparecen en este libro de Apocalipsis, poseen su propio sentido y significado. En el caso del caballo blanco y del jinete coronado que empuña un arco, y que avanza en su trayectoria con aires de triunfo y victoria, muchas han sido las interpretaciones que de estos se han realizado. Sin embargo, en mi modesta opinión personal, me inclino más hacia el pensamiento de que se trata del anticristo, dado que, aunque monta un caballo blanco, símbolo de la pureza, no se identifica con el Cordero que abre los sellos.  

     Por tanto, el que arrasa con todo con la fuerza de su violencia y de su arco, no puede ser otro que el falso Cristo, una parodia del original, con una semejanza superficial con el Mesías. Su corona es el signo del dominio que del mundo tiene hasta que el Señor Jesucristo regrese para arrebatarle su señorío, y su avance implacable nos habla de que, por medio de sus diabólicas estratagemas, irá conquistando los corazones de las naciones, poniéndolos en contra de los que sirven al Cordero de Dios y predican el evangelio de salvación. Pablo nos habla claramente acerca de estos anticristos que salen por el mundo engañando incluso a los creyentes: “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y esto no es sorprendente, porque el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan de ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras.” (2 Corintios 11:13-15) 

2. EL SELLO DE LA VIOLENCIA 

     Casi sin dejar espacio a recuperar el resuello, Juan es interpelado por el ser viviente de apariencia bovina para volver su mirada del caballo blanco a otra escena provocada por la apertura de un nuevo sello por parte de Cristo: “Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía: «¡Ven!» Salió otro caballo, de color rojizo. Al que lo montaba le fue dado poder para quitar la paz de la tierra y hacer que se mataran unos a otros. Y se le dio una espada muy grande.” (vv. 3-4) 

     Simplemente por el color del caballo, uno puede adivinar con bastante facilidad que este lleva sobre sus lomos al símbolo de la guerra, de la violencia y del derramamiento de sangre. Como si estuviera empapado de plasma sanguíneo, el jamelgo es fustigado por su jinete, el arrebatador de la paz y azote de la concordia. Como si de un Ares o Marte redivivo se tratase, el ser que tiene la capacidad de incitar a la agresión sistemática y a la conflagración bélica, tiene la misión de depositar en los corazones de la humanidad la aviesa intención de maltratar, abusar y someter por la fuerza a su prójimo. Donde puede habitar la paz y la armonía fraternal, allí aparece este jinete para arrebatar del alma cualquier esperanza de reconciliación y solidaridad.  

     Con su gigantesca espada, se abalanza sobre los pueblos y naciones de este mundo para contaminar a sus habitantes con el veneno del odio, del rencor, de la sospecha y de la violencia más animal. Llena el orbe de combates y guerras, las cuales seguirán siendo la señal inequívoca de que, tras la labor de engaño del anticristo, del jinete que le ha precedido, las disputas y contiendas aumentarán para segar el mayor número de vidas posible hasta el regreso de Cristo. Jesús comentando y profetizando acerca de los últimos tiempos con sus apóstoles refrenda esta realidad dantesca: “Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se odiarán.” (Mateo 24:10) 

3. EL SELLO DEL HAMBRE 

      Con la mirada extraviada, Juan observa completamente compungido el efecto tan terrible que causa el jinete rojo, pero un nuevo ser viviente con rostro humano, de forma inmediata, lo transporta en una visión muy vívida a la apertura del tercer sello: “Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: «¡Ven!» Miré, y vi un caballo negro. El que lo montaba tenía una balanza en la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: «Dos libras de trigo por un denario y seis libras de cebada por un denario, pero no dañes el aceite ni el vino.»” (vv. 5-6) 

     Si dura fue la imagen del portador de la discordia y del homicidio, más cruda fue ser testigo del trote veloz de un caballo completamente negro, poderoso en su zancada, y montado por otro ser que portaba en una de sus manos una balanza con la que se medían los cereales en aquella época. Símbolo del hambre y la precariedad que son resultado directo de las guerras fratricidas, la negrura de la carestía y de la emergencia humanitaria se cierne sobre los pocos que van quedando tras la refriega mortal y sanguinaria del jinete bermellón. En mi casa siempre escuché la expresión “tener un hambre negra,” haciendo alusión quizás a ese pasaje en Lamentaciones 5:10, donde Jeremías dice dramáticamente que “nuestra piel se ha ennegrecido como un horno a causa del ardor del hambre.”  

      Mientras la visión del jinete negro pasa ante los ojos atónitos de Juan, una voz resuena en medio de los cuatro seres vivientes para proclamar en alta voz el grado de especulación e inflación de precios que habrá en la tierra antes de que Cristo vuelva por segunda vez. Será prácticamente imposible poder acceder a los alimentos más básicos, el cereal, dado que su valor será, al menos, de dieciséis veces el precio habitual. Dos libras de trigo, el tríticum, la cantidad mínima para una ración por persona durante un día, valdrá un sueldo diario; y seis libras de cebada, el hordeum vulgare, cereal más basto que el trigo, y que se empleaba más como sustento animal o como base para la producción de bebidas, costaría un jornal, un denario romano de aquella época.  

      Como vemos, no habrá margen para el ahorro, o para cuidar de los niños y esposas, dado que todo lo ganado en el día de trabajo solamente servirá para sustentar al propio trabajador. No obstante, es curioso que la misma voz que pregona la subida de precios al consumo de lo más básico de la alimentación humana y animal, indique que el aceite y el vino no verán modificados al alza su precio al público. ¿Es una forma de limitar la escasez de parte de Dios? Podría ser que el Señor que está en el trono, impida providencialmente que toda la tierra muera o desfallezca a causa del hambre inmisericorde. Aún quedan sellos que abrir, y acontecimientos que suceder en medio de la humanidad. 

4. EL SELLO DE LA MUERTE 

      Con este panorama desolador de mentiras, violencia y hambrunas, ¿qué más podría ocurrir para empeorar el escenario en el que se desarrollan las visiones de Juan? “Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: «¡Ven!» Miré, y vi un caballo amarillo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía: y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra.” (vv. 7-8) 

      El ser viviente con semejanza de águila hace que Juan se despierte de la tremebunda imagen que acaba de ver ante sí. Ahora otro corcel galopa incansable llevando sobre su montura a un ser de lo más espeluznante y macabro. El caballo, del color de la piel de los cadáveres en descomposición, pálido y de un amarillo sucio, carga sobre su grupa a la Muerte en persona. Pero este no va solo en este viaje alrededor de la tierra para ir recogiendo el alma de los caídos en la batalla, de los que han muerto de inanición o de los que han perecido a causa del odio de sus congéneres. El Hades, dimensión donde los muertos reposan hasta la resurrección de vivos y muertos en el día del Juicio Final, sigue al jinete como sigue un perrazo a su dueño, preparado para engullir de un solo bocado a aquellos que pierden la vida, bien por ser atravesados de parte a parte por un espadachín, por menguar a ojos vista en su integridad física tras padecer un hambre devastadora, por ser víctimas de las plagas y enfermedades que se infiltran en la anatomía humana, o bien por ser devoradas por animales salvajes famélicos. La Muerte, con su guadaña afilada, está preparada para segar los tallos de las vidas de millones de personas, para cortar el hilo de la existencia de un tercio de la población mundial por medio de mil y una formas de morir. Todo sigue su proceso y todos los jinetes se entremezclan en la realidad histórica por venir para preparar el terreno al príncipe de este mundo. 

5. EL SELLO DE LOS JUSTIFICADOS 

     Con este horizonte plagado de peligros, engaños, muerte y privaciones, Juan sencillamente espera que el sufrimiento desencadenado cese en algún momento. Para un corazón mortal, ser testigo de tanta mortandad y caos, supone estar a las puertas de la locura y la desesperación. No obstante, Cristo abre el quinto sello para dar esperanzas a aquellos que confiesan su nombre a pesar de las tribulaciones y calamidades que se desencadenan en la historia terrenal: “Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían muerto por causa de la palabra de Dios y del testimonio que tenían. Clamaban a gran voz, diciendo: «¿Hasta cuándo Señor, santo y verdadero, vas a tardar en juzgar y vengar nuestra sangre de los que habitan sobre la tierra?» Entonces se les dieron vestiduras blancas y se les dijo que descansaran todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos que también habían de ser muertos como ellos.” (vv. 9-11) 

       Ningún ser viviente se aproxima a Juan para llamar su atención sobre otro jinete que sugiera dolor o sufrimiento, sino que, ante él, debajo del altar de los sacrificios que se halla en la sala grandiosa en la que se hallan los ancianos, los seres vivientes, los ángeles, el Cordero y Dios Padre, aparecen miles de almas revestidas de cuerpos glorificados que habían perecido con anterioridad en la persecución del cristianismo en el primer siglo. Las almas simbolizan aquellos hombres y mujeres que nunca cejaron en su empeño por predicar las buenas nuevas de salvación sin renunciar en ningún momento a su fe en Cristo. Son ante el Señor un sacrificio aceptable, de olor fragante, el cual ve con ojos de satisfacción. Son aquellos que no se han prostituido tras los ídolos, que no se han dejado embaucar por el anticristo, que han dado sus vidas a la hora de confesar a su Señor y Salvador ante los enemigos de Cristo. Sus vidas han reflejado fielmente el seguimiento y discipulado en pos de Jesús, y por ello, han sido ajusticiados en el martirio simplemente por mostrar lealtad a su maestro. Todos ellos son también testigos de la destrucción, desdicha y miserias desatadas sobre la faz de la tierra, y ahora claman ante el Señor en alta voz. 

      ¿Por qué los mártires de la iglesia primitiva reaccionan ante el panorama trágico que aportan los cuatro jinetes? Su demanda a Cristo es que consume definitivamente su señorío sobre el universo, erradique la injusticia que estraga el mundo y ellos sean vindicados al fin en el día del Juicio Final. Quieren saber cuánto tiempo han de esperar hasta que los adversarios acérrimos de la iglesia de Cristo sean juzgados sumariamente. Esta es una petición legítima que no surge de un ansia de venganza o revancha, Es un deseo de que la justicia perfecta de Dios sea instaurada completamente en todas las dimensiones de lo existente. Como muestra de apaciguamiento de los ánimos de aquellos que aguardan la bienaventurada instalación del reino de Dios, el Señor les da vestiduras blancas, signo inequívoco de la justicia de Cristo que les ha sido imputada en virtud de su fe en él, y que los hace aceptos e inocentes a la hora de comparecer en el tribunal supremo de Dios.  

     Por otro lado, se les exhorta a que sean pacientes, a que se ajusten a los tiempos y sazones del Señor, a que descansen mientras otros muchos hermanos suyos se van añadiendo a este altar de sacrificio por la causa de Cristo. Todavía quedan muchos hermanos y hermanas que habrán de atravesar el valle de sombra de muerte, que serán crucificados, torturados hasta su último aliento, que serán despedazados por las bestias salvajes o que serán quemados vivos por amor del evangelio de gracia de nuestro Señor Jesucristo. 

6. EL SELLO DE LA IRA DEL CORDERO 

      No sabemos si Juan pudo reconocer en alguna de estas almas a algún consiervo que perdió su vida en la cruel y salvaje persecución que sufrieron los primeros cristianos, pero lo que sí va a saber comprender es el alcance que el sexto sello tendrá a nivel global sobre la misma vida de los que queden en pie en una tierra diezmada y llena de muerte: “Miré cuando abrió el sexto sello, y hubo un gran terremoto. El sol se puso negro como tela de luto, la luna entera se volvió toda como sangre y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. El cielo se replegó como un pergamino que se enrolla, y todo monte y toda isla fueron removidos de sus lugares. Los reyes de la tierra, los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, todo esclavo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes, y decían a los montes y a las peñas: «Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira ha llegado y ¿quién podrá sostenerse en pie?»” (vv. 12-17) 

      El terremoto en la Palabra de Dios siempre augura el advenimiento de un acontecimiento de suprema importancia. Recordaremos los movimientos sísmicos producidos a las faldas del monte Sinaí cuando Moisés y el pueblo de Israel van a ser receptores de las tablas de la Ley. Este cataclismo natural se verá acompañado de otras muchas señales celestes, como un eclipse de sol, el oscurecimiento de la atmósfera convirtiendo la luna en una luna rojiza, o la precipitación de meteoros, tales como estrellas fugaces sobre el planeta. A una el cosmos se prepara para recibir el clímax de la historia, la venida de Cristo. Sumadas a las muertes de cientos de miles de seres humanos a manos de los jinetes de los cuatro primeros sellos, toda la creación es transformada, removida y trastornada. Todos los mortales sin distinción de estatus social, humildes y poderosos, escaparán despavoridos tratando de encontrar cobijo en las profundidades de una tierra conturbada. Sabedores de que el Señor está pronto a ejecutar su juicio final sobre la humanidad, sobre vivos y muertos de todas las edades y tiempos, de todas las naciones y culturas, en lugar de rogar al Señor que los perdone por sus pecados y extravíos, solo piensan en salvar el pellejo, gritando con alaridos de desesperación a los montes, a las grutas y a los peñascos, testigos mudos de la inconsciencia humana, para que estos los protejan y oculten de la omnisciente mirada del Dios de la creación. 

      Son conscientes de que sus vidas han de ser juzgadas y pesadas en el día de la ira del Cordero, y que van a ser hallados faltos, y por ello, saben con certeza meridiana que su destino es la muerte segunda, el tormento eterno en el infierno de fuego y azufre. Han tenido la oportunidad de entregar su vida a Cristo, y han preferido seguir adorando a sus concupiscentes ídolos y a su egoísmo exacerbado. Hasta los más ateos se darán cuenta al fin, por la fuerza de la formidable y extraordinaria potencia de Dios sobre la creación, que el Señor existe, vive y va a juzgar a todas las naciones. El Cordero que vino a redimir a la humanidad y que murió sacrificado en propiciación por nuestros pecados, ahora vuelve, ya no con la mansedumbre y amor de los tiempos en los que anduvo sobre la faz de la tierra, sino que regresa como Juez de vivos y muertos. Todos aquellos que sean testigos de excepción del retorno de Cristo reconocerán que ante su presencia ya no habrá exhibiciones de orgullo, rebeldía e incredulidad, porque delante del Cordero de Dios nadie podrá musitar siquiera una excusa o una justificación que les libre de la sentencia condenatoria del Padre que está sentado en el trono. 

CONCLUSIÓN 

     No cabe duda de que vivimos todavía en los tiempos en los que el anticristo sigue embaucando al mundo y especialmente a los creyentes, en los que la violencia campa a sus anchas de forma global, en los que millones de personas mueren anualmente a causa del hambre y la especulación, en los que la enfermedad y la mortandad están acabando con la vida de ingentes cantidades de personas, sin importar clases sociales, en los que muchos cristianos están siendo asesinados y torturados solo por creer en Cristo, y en los que las catástrofes naturales, evidencia de una creación caída en franca decadencia, están a la orden del día.  

      Sin entrar a valorar o fijar una fecha al segundo advenimiento de Cristo, cosa que es inútil y poco recomendable, lo cierto es que todavía estamos en esos dolores de parto que anticipan el acontecimiento culmen de la historia: la instauración total y plena del reino de Dios. Como cristianos que hemos de seguir esperando con expectación y prudencia el día en el que el Cordero de Dios abra todos los sellos del libro de la historia del futuro y los santos puedan ser vindicados y recompensados por su fidelidad al evangelio de Cristo. Aún queda un sello más que abrir. ¿Qué aparecerá ante los ojos extasiados de Juan en esta ocasión? La respuesta a esta pregunta y a muchas otras más, en el próximo estudio sobre el Apocalipsis de Juan.

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