LET MY PEOPLE GO


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE MOISÉS EN ÉXODO “MOISÉS EL LIBERTADOR” 

TEXTO BIBLICO: ÉXODO 5 

INTRODUCCIÓN 

      Todo amante del buen góspel espiritual negro habrá tenido la ocasión magnífica de escuchar la canción conmovedora titulada “Let my people go.” Esta canción, que básicamente era un lamento de esperanza en que un día aquellos esclavos que trabajaban los campos de algodón pudieran ser libres al huir de sus amos, tiene su más insigne registro sonoro en la versión de The Jubilee Singers de 1872. Tomando el pasaje que hoy nos ocupa, el estremecedor cántico a voces reza del siguiente modo: 

“Cuando Israel estuvo en tierra de Egipto, 

Deja ir a mi pueblo, 

Oprimidos tan duramente que ya no podían más, 

Deja ir a mi pueblo. 

Baja, Moisés, baja a la tierra de Egipto, 

Dile al viejo faraón: deja ir a mi pueblo.” 

     Todos aquellos movimientos que han tratado de conquistar derechos inalienables del ser humano han requerido de mucho tiempo, de cantidades ingentes de paciencia y de toneladas de aguante ante las amenazas de aquellos que invariablemente deseaban que el estatus quo se prolongase per sécula seculorum. Sin ir más lejos, la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos o en Sudáfrica, fue un proceso lleno de obstáculos externos e internos. Los impedimentos externos son esperables, dado que existe una élite gobernante que no tiene ninguna intención de renunciar a sus cuotas de poder e influencia sobre determinados sectores sociales, y estos van a poner todo de su parte, legítima o ilegítimamente para intentar acallar la revolución que se les viene encima. Pero aquellas barreras que surgen en el mismo corazón de cada uno de estos movimientos sociales, son los más difíciles de asumir y superar. Muchos, viendo que las represalias se recrudecían en su día a día, decidieron apartarse a un lado por miedo a perder lo poco que tenían, a ser castigados o asesinados por grupos supremacistas fanáticos.  

     Sin embargo, del mismo modo que sucedió con el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos del s. XX, como con los movimientos obreros del s. XIX, la unión, la perseverancia y la fe en conseguir lo que se estaba persiguiendo, aun a pesar de saber que muchos podían acabar siendo sacrificados públicamente, como así fue con figuras como Martin Luther King Jr., o los mártires de Chicago. Lograr la libertad o un derecho no reconocido no es cosa de coser y cantar precisamente. Es preciso seguir peleando la batalla hasta el final, con las filas bien juntas, con un mismo fervor en el corazón y con un sueño en el alma. Voces discordantes producto del dolor, del temor, de la desesperación y del pesimismo, siempre ha habido, pero con constancia, al final, es posible contemplar como la entrega de muchos no fue en vano. La esclavitud, al menos tal y como se conocía en los siglos XVII, XVIII y XIX fue abolida, los derechos de los afroamericanos fueron reconocidos en los años sesenta del siglo pasado, y los derechos de los trabajadores fueron desarrollados con el paso del tiempo hasta el día de hoy.  

1. EL DOLOR DEL PRIMER RECHAZO 

     Teniendo estos ejemplos en mente, ¿cómo no iba a suceder lo mismo con una gran nación que estaba aplastada bajo la tiránica bota del imperio egipcio? Seguramente, este tipo de circunstancias estaban en la cabeza, tanto de Moisés como de Aarón cuando deciden comparecer delante del monarca egipcio: Después Moisés y Aarón entraron a la presencia del faraón, y le dijeron: —Jehová, el Dios de Israel, dice así: “Deja ir a mi pueblo para que me celebre una fiesta en el desierto.” Pero el faraón respondió: —¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel. Ellos dijeron: —El Dios de los hebreos se nos ha manifestado; iremos, pues, ahora, tres días de camino por el desierto, y ofreceremos sacrificios a Jehová, nuestro Dios, para que no venga sobre nosotros con peste o con espada. Entonces el rey de Egipto les dijo: —Moisés y Aarón, ¿por qué buscáis apartar al pueblo de su trabajo? Volved a vuestras tareas. Dijo también el faraón: —Ahora que el pueblo de la tierra es numeroso, vosotros queréis apartarlo de sus tareas.” (vv. 1-5) 

      Con el respaldo amplio de los príncipes y ancianos de todas las tribus de Israel, Moisés y Aarón se arman de coraje para enfrentarse a un auténtico muro de piedra. La idea es sondear el pensamiento del faraón, aun cuando el mismo Moisés sabe de parte de Dios, que va a ser un hueso duro de roer. Solicitando audiencia en palacio, Moisés y Aarón, no sin dejar de manifestar los saludos y reverencias protocolarios ante el soberano, van directos al grano. La petición que traen no es el resultado de un pensamiento o de una planificación humana. Es Jehová Dios el que quiere comunicar sus intenciones a otro ser humano considerado divino por su religión pagana. Por tanto, no es una conversación entre desiguales, entre Moisés, un hebreo que acaba de arribar a Egipto, y el dios del Nilo. Es una plática entre el Dios de Israel y el dios de Egipto. Aarón, siendo la boca de Moisés, transmite al faraón la solicitud de que deje que todo el pueblo hebreo pueda viajar durante tres días a tierras del Sinaí para celebrar un acontecimiento ceremonial y festivo.  

     El faraón, suspicaz hasta la médula, recoge esta petición, sorprendido. Por un lado, exige a Moisés y a Aarón que profundicen más acerca de la identidad de este nuevo dios que le están presentando. No es un nombre que haya escuchado nunca, y extrañado, apremia a sus visitantes a que le den razones válidas y de peso que hagan que él, el rey de Egipto, tenga que permitir esta excursión religiosa lejos de Gosén. El faraón, en virtud de su desconocimiento de este nuevo Dios que sale a la palestra, después de tanto tiempo sin que sus esclavos hebreos le hubieran rogado algún tipo de favor relacionado con su fe, se niega en redondo a cumplir el anhelo de Moisés. Él es el dios de Egipto y no hay otra divinidad que pueda estar por encima de su persona, y mucho menos el dios desconocido de unos siervos. Moisés, previendo la reacción del faraón, vuelve a reiterar que Jehová es el Dios de los hebreos y que, si no pueden ir al desierto del Sinaí a ofrecer sus libaciones y holocaustos, Jehová podrá acabar con todos los israelitas de formas realmente terribles. Si faraón quería seguir teniendo a su disposición mano de obra gratuita de por vida, no podía dejar que esta se viera afectada por una epidemia o por una matanza violenta. La necesidad de celebrar la fiesta en honor de Jehová era algo perentorio y sumamente importante, so pena de tener que sufrir las consecuencias de un Dios Todopoderoso que tenía poder sobre la vida y la muerte de sus adeptos. 

      El faraón no se mueve un ápice de su posición enrocada. Es más, tirando de sarcasmo e ironía, el soberano egipcio los despide con un gesto de hastío y cansancio. Cree adivinar en la solicitud de Moisés y Aarón la excusa perfecta para que el rendimiento de sus esclavos disminuya. Piensa que los está entreteniendo demasiado con ideas peregrinas sobre un Dios que acaban de sacarse de la chistera, que los están enredando en sueños y esperanzas que no tienen fundamento. El faraón los echa con cajas destempladas, conminándolos a que ellos también se pongan a trabajar, a que dejen de marear la perdiz. Valora el enorme capital humano del que dispone con este pueblo hebreo que vive en su nación, y entrevé la posibilidad de que estos dos emisarios de Jehová puedan soliviantar a su ejército de sirvientes y se produzca una revolución pavorosa. El faraón no va a transigir, al menos de momento, con las pretensiones de estos dos advenedizos. 

2. LOS DUROS INICIOS DE LA LIBERTAD 

      Todavía con la mosca detrás de la oreja, el faraón rumia cada palabra de esta pareja de hebreos, y, al final, toma una determinación rotunda que, de algún modo, lo prevenga de tener que renunciar al sometimiento de los hebreos: Aquel mismo día el faraón dio esta orden a los cuadrilleros encargados de las labores del pueblo y a sus capataces: —De aquí en adelante no daréis paja al pueblo para hacer ladrillo, como hasta ahora; que vayan ellos y recojan por sí mismos la paja. Les impondréis la misma tarea de ladrillo que hacían antes, y no les disminuiréis nada, pues están ociosos. Por eso claman diciendo: “Vamos y ofrezcamos sacrificios a nuestro Dios.” Que se les aumente el trabajo, para que estén ocupados y no atiendan a palabras mentirosas. Los cuadrilleros y sus capataces salieron y dijeron al pueblo: —Así ha dicho el faraón: “Ya no os daré paja. Id vosotros y recoged la paja donde la halléis, pero nada se disminuirá de vuestra tarea.” Entonces el pueblo se esparció por toda la tierra de Egipto para recoger rastrojo en lugar de paja. Y los cuadrilleros los apremiaban diciendo:  —Acabad vuestra obra, la tarea de cada día en su día, como cuando se os daba paja. Y azotaban a los capataces de los hijos de Israel que los cuadrilleros del faraón habían puesto sobre ellos, y les decían: —¿Por qué no habéis cumplido ni ayer ni hoy vuestra tarea de ladrillos como antes?” (vv. 6-14) 

       Sin pensarlo dos veces, el faraón decide ponerse en contacto con los cuadrilleros y los capataces que supervisaban la construcción de los edificios y monumentos reales, así como de las infraestructuras civiles. Los cuadrilleros eran egipcios y daban órdenes a los capataces, los cuales, normalmente, eran hebreos, y que estaban al cargo de varios equipos de trabajo de su propio pueblo. Con todos los operarios ya en su presencia, el faraón les anuncia una serie de medidas que van a mantener, aún más si cabe, dominados a los hebreos. Desde ese día, la paja que usualmente se usaba para dar consistencia a los ladrillos de adobe, ya no sería suministrada a los albañiles hebreos. Ahora deben ser los mismos operarios los que tenían que ir a buscarla, sin menoscabo de que su productividad y eficiencia menguasen en lo más mínimo. El argumento del faraón es el siguiente: si tienen tiempo suficiente como para pensar en marcharse tres días al desierto del Sinaí y celebrar una fiesta en honor de su Dios, también lo tendrán para seguir haciendo el mismo número de ladrillos de adobe y para encontrar por sí mismos la paja necesaria para su manufactura. Con todo su tiempo dedicado a la construcción y a la producción de materiales, sería imposible que pudiesen dejarse embaucar por mentiras y promesas falsas como las de Moisés y Aarón.  

     Los cuadrilleros no tienen problema en aceptar esta nueva regulación, pero los capataces ya se temen lo peor. Las consecuencias de este dictamen laboral explotador enseguida se hacen patentes. La paja comienza a escasear y a los esclavizados hebreos no les queda más remedio que surtirse de rastrojo para poder añadir algo fibroso a la mezcla de arcilla y arena. La diferencia que existe entre la paja y el rastrojo es que la paja es delgada y flexible, dado que es cortada por la hoz para recolectar las espigas y el grano, y el rastrojo es la parte baja de las cañas de la mies que quedan incrustadas en la tierra después de la siega. Imaginémonos a miles de hebreos vagando por los campos aledaños al río Nilo, arrancando con gran esfuerzo este nuevo material, más duro, cortante y correoso. Claro, esto suponía menos capacidad de producción, con la consiguiente repercusión negativa para los capataces, sobre todo teniendo en cuenta que estos eran los responsables de que las cantidades exigidas de ladrillos de adobe siguiesen siendo las previstas. Cuando los cuadrilleros constatan que no se han cumplido las demandas del faraón, los primeros agraviados son los capataces, teniendo que arrostrar latigazos, insultos y vejaciones de todo tipo por no lograr el cupo convenido. Es realmente indignante que los cuadrilleros, sabiendo de la dificultad añadida de acarrear paja y rastrojo, increpen tan cruelmente a sus subordinados hebreos. 

3. LA DUDA QUE ANTICIPA LA LIBERTAD 

      La voz lastimera y enronquecida de dolor de los capataces es llevada ante el faraón, por ver si este se avenía a razones, y podía revertir las nuevas reformas en el plan laboral de construcción: “Los capataces de los hijos de Israel fueron a quejarse ante el faraón y le dijeron: —¿Por qué tratas así a tus siervos? No se da paja a tus siervos, y con todo nos dicen: “Haced el ladrillo.” Además, tus siervos son azotados, y el pueblo tuyo es el culpable. Él respondió: —Estáis ociosos, sí, ociosos, y por eso decís: “Vamos y ofrezcamos sacrificios a Jehová.” Id, pues, ahora, y trabajad. No se os dará paja, y habéis de entregar la misma tarea de ladrillo. Los capataces de los hijos de Israel se sintieron afligidos cuando les dijeron: «No se disminuirá nada de vuestro ladrillo, de la tarea de cada día.» Cuando salían de la presencia del faraón, se encontraron con Moisés y Aarón, que los estaban esperando, y les dijeron: —Que Jehová os examine y os juzgue, pues nos habéis hecho odiosos ante el faraón y sus siervos, y les habéis puesto la espada en la mano para que nos maten. Entonces Moisés se volvió a Jehová y preguntó: —Señor, ¿por qué afliges a este pueblo? ¿Para qué me enviaste?, porque desde que yo fui al faraón para hablarle en tu nombre, ha afligido a este pueblo, y tú no has librado a tu pueblo.” (vv. 15-23) 

      ¿Qué concepto podrían llegar a tener los capataces hebreos de la persona del faraón? ¿Acaso pensaban que iba a tener misericordia de ellos, que les iba a levantar su castigo? Cuando los capataces comparecen ante el soberano de Egipto, con lágrimas en los ojos, con las espaldas en carne viva y con el rostro cabizbajo, son recibidos con desdén y menosprecio. Los capataces echan la culpa al faraón de su situación penosa, así como a sus más directos subordinados de las cuadrillas, con la esperanza de que el corazón del rey egipcio se ablandase y les permitiese volver a la ya descomunal y bárbara tarea a la que los obligaba a realizar. Su gozo en un pozo. El faraón, arrebatado por la ira y el orgullo, no hace, sino que tildarlos de haraganes, perezosos y vagos. Dado que tienen tiempo para albergar la idea de adorar a su Dios en el desierto, también lo tendrán para ocupar la jornada entera en la elaboración de ladrillos de adobe sin que decrezca su número ni un ápice. La dureza de la expresión del faraón entristece a unos, ya de por sí, cansados, abatidos y malheridos capataces.  

      Su tristeza y pesar no hace más que acrecentarse cuando, al salir del salón del trono, se dan de bruces con Moisés y Aarón, los cuales, sabedores de las circunstancias adversas por las que estaban atravesando sus compatriotas, habían acudido por ver si el faraón daba su brazo a torcer. Nada más lejos de la realidad. Los capataces, dolidos en lo más profundo de su ser, se enfrentan con Moisés y Aarón, y los culpabilizan de su estado lamentable. Apelando a Jehová para que considere las intenciones e intereses de estos dos hombres, los cuales habían convencido a los dirigentes de Israel de su misión liberadora, los capataces les echan miradas como puñales mientras les espetan que sobre sus cabezas recaerá la sangre de todos aquellos que mueran en esta incierta empresa. Todos están en las manos inmisericordes del faraón, y con su audiencia primera, han desencadenado un auténtico infierno en la tierra para todos aquellos que están irremisiblemente encadenados a la dictadura de los egipcios.  

      Moisés y Aarón, visiblemente azorados, agachan la cabeza en señal de respeto, y se sumergen en dudas acerca de la tarea que Dios les había encomendado. Mientras contemplan como se marchan arrastrando el paso los capataces, una súplica brota de la garganta de Moisés en estos instantes tan duros y desalentadores. Moisés adscribe el sufrimiento por el que están pasando sus compatriotas a Dios, no en el sentido de que este fuese el originador de tanta injusticia, sino en el sentido de que, si quisiera, el Señor podría haber librado a Israel con un solo chasquido de dedos, y no lo hace. Moisés vacila en cuanto al propósito de su llamamiento, tal y como hacen todos los líderes de movimientos de liberación en los primeros estadios de su ruta, precisamente en aquellos en los que las represalias y las amenazas arrecian por todas partes.  

     Moisés todavía tiene que aprender que los planes de Dios tienen una dirección y un plazo determinados por el sabio consejo de su divinidad, y que no da puntada sin hilo cuando los acontecimientos se van desarrollando. A Israel debía costarle algo poder salir del pozo de esclavitud en el que estaba, y a su tiempo sería librado de las ataduras egipcias, sin ningún lugar a dudas. Esta oración me recuerda a aquella que el mismo Martin Luther King Jr. lanzó al Señor en un instante duro de su movimiento social contra el racismo: “Señor, estoy aquí tratando de hacer lo que es correcto. Creo que la causa que representamos es correcta, pero, Señor, debo confesar que estoy débil, que estoy flaqueando, estoy perdiendo el coraje.” 

CONCLUSIÓN 

      Los grandes sueños de liberación y de reconocimiento de derechos siempre han comenzado dificultosamente. No ha sido precisamente un camino de rosas el hecho de iniciar una revolucionaria manifestación popular que denuncia la opresión y el carroñerismo de los más poderosos. Nadie dijo que no podía perder el pellejo y la vida a la hora de enfrentarse con lo establecido. Moisés tendría que aprenderlo desde el principio, desde las lágrimas y la frustración de su primer rechazo, de su primer no. A veces, nos gustaría que Dios solucionase los problemas como por ensalmo, instantáneamente, a la medida de nuestra impaciencia, pero el Señor obra de maneras misteriosas hasta lograr que su voluntad se imponga en medio de la injusticia, la esclavitud y la adversidad.  

      No dejemos que la decepción se interponga en nuestra misión como creyentes, ni hagamos sitio en nuestro corazón al desaliento, porque “irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, pero al volver vendrá con regocijo trayendo sus gavillas.” (Salmo 126:6)

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