UN HOMBRE DE VERDAD


 

SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA IV” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 20:1-15 

INTRODUCCIÓN 

      Encontrar modelos de comportamiento ético y moral cada vez se va haciendo casi imposible. Hallar personas fiables de las que podemos aprender para ser ejemplos de conducta para nuestros hijos y conciudadanos, se nos antoja una misión prácticamente fútil. Tal vez podamos fijarnos en determinados individuos que, a primera vista, nos encandilan y subyugan a causa de una primera impresión favorable, pero si pasamos más tiempo observando sus actividades, escuchando sus ideas y profundizando en sus gestos, posiblemente nos daremos cuenta de que no todo lo que reluce es oro. Qué difícil es descubrir en este mundo repleto de intereses egoístas y de hipocresía a hombres y mujeres que no nos defrauden, que no nos decepcionen.  

     Por supuesto, todos somos pecadores, imperfectos en muchas de las cosas que hacemos y decimos, y contamos con ello cuando perseguimos imitar la vida y obras de una persona que nos parece que cumple con nuestras altas expectativas. Pero una cosa es que cometamos errores, producto de nuestra insensatez puntual o de situaciones tensas y desesperadas, y otra es que hagamos de la maldad, la mentira, la injusticia y el odio nuestro estilo de vida, barnizado quizás por una sonrisa fugaz y un disfraz de oportuna respetabilidad y buena fama. 

      La cantidad de personas que hacen de la honradez, la sinceridad, la verdad y la justicia su modus operandi cotidiano, es cada vez más exigua. Así nos lo dice la realidad diaria. No hace falta que echemos un vistazo a la pantalla de la televisión o a las noticias de los medios de comunicación para constatar que, lamentablemente, aquellas personas dispuestas a ser auténticas en el cultivo de las virtudes cristianas de la ética y la moral, son las menos. Si pides un favor a alguien, o te dan con las puertas en las narices, o ponen excusas de lo más peregrino, o te dicen que sí, y luego es que no, o, lo que es peor aún, te conceden el favor para tener un motivo más para requerir de ti algo en el futuro a lo que no podrás negarte. Si necesitas un hombro en el que llorar o un oído en el que verter tus duelos y quebrantos, o te hacen el vacío, o te dan largas porque en ese momento, ni en ningún otro, les viene bien, o te escuchan para tener algo suculento que contar a los vecinos, o lo que es peor, se refocilan en el dolor tuyo para consolar el suyo propio. Si buscas justicia y buen trato de alguien, o te hacen picadillo con sus comentarios fuera de tono, o se aprovechan de tu instante de debilidad y fragilidad para manipularte a su antojo. Encontrar a una persona de verdad, a un hombre o a una mujer de verdad parece, después de todo, que es una empresa infructuosa. 

      Sin embargo, Salomón, desde su sabiduría de los años y desde el discernimiento que Dios le ha dado acerca del ser humano, su naturaleza y sus pulsiones, nos indica que es posible, aunque sea bastante complicado, hallar a un hombre de verdad. Y cuando decimos hombre, decimos también mujer, como no podría ser de otra forma. Su pregunta sigue resonando como un eco eterno en la historia de la humanidad: “Pero un hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” Necesitamos como el agua pura y cristalina de manantial a personas de verdad, con convicciones firmes y arraigadas en el temor de Dios, que no se dejan arrastrar por las pasiones inflamadas de sus concupiscencias, que se esfuerzan cada día en su oficio y vocación, y que viven enfocados en la justicia y la verdad. ¿Serás tú ese hombre de verdad? ¿Serás tú esa mujer de verdad?  

1. LO QUE NO ES UN HOMBRE DE VERDAD 

      Como contraposición con lo que es ser una persona de verdad, alguien de una pieza, Salomón muestra el camino perverso de aquellos que son individuos a los que evitar dadas sus conductas dañinas y parásitas: El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora; ninguno que por su causa yerre es sabio. Como rugido de cachorro de león es la ira del rey; el que lo enfurece peca contra sí mismo. Honra es del hombre abandonar la contienda, pero cualquier insensato se enreda en ella... El perezoso no ara a causa del invierno; luego, cuando llegue la siega, pedirá y no hallará... Pesa falsa y medida falsa, ambas cosas son abominables para Jehová... No ames el sueño, para no empobrecerte; abre tus ojos y te saciarás de pan. El comprador dice: «¡Malo, malo!», pero cuando se va, se jacta por la compra.” (vv. 1-4, 10, 13-14) 

      Una persona de verdad nunca será esclava de sus adicciones. Sabemos que aquellos que se entregan sin mesura al consumo de bebidas espirituosas, del mismo modo que a sustancias estupefacientes que alteran el comportamiento y la visión de la realidad, se están sometiendo bajo la dictadura de sus efectos perniciosos y peligrosos. El vino o la sidra, el fruto de la vid y de las manzanas, si son tomados con cautela y conocimiento, no son en sí mismos algo malo. Pero cuando se abusa de cualquiera de estas dos bebidas, tenemos la certeza de que algo es transformado en nuestro ser: locuacidad, euforia, desinhibición, conducta impulsiva, pérdida en la capacidad de coordinar los movimientos produciendo el desequilibrio, y a veces caídas, irritabilidad, agitación, somnolencia, lenguaje incoherente, etc.  

      Todo esto lleva a que muchas personas ebrias se burlen y mofen de todo el que pase por delante de sus narices, a que provoquen peleas y conflictos por estupideces y percepciones erróneas de miradas o gestos de otras personas. Y cuando una cosa lleva a la otra, la tragedia se masca en el ambiente, hasta desembocar en situaciones de lo más dantesco, sangriento y vergonzoso. Por desgracia, muchos de nosotros, por no decir todos, hemos tenido que ser testigos directos de lo que el consumo descontrolado de sustancias adictivas puede llegar a causar a nuestro alrededor. Un hombre de verdad mantiene el autocontrol y ejercita la templanza para no sucumbir ante el señorío de estas sustancias, siendo comedido en la ingesta de bebidas alcohólicas o incluso, evitando su consumo. Como nos exhorta el apóstol Pablo: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu.” (Efesios 5:18) 

     Una persona de verdad no tienta a la suerte cuando otra persona que está contigo está airada. Los insensatos, aquellos que abren la boca cuando no toca, que dicen lo que se les pasa por la cabeza sin tener en cuenta la repercusión de lo que van a soltar por esa boquita, y que no se dan cuenta de que, cuando están en presencia de los poderosos, no puedes tratarlos como si fuesen amiguetes del barrio, comentando con desdén y provocación determinadas cosas que producirán mayor irascibilidad en el que ya está, de por sí, enojado. Si en lugar de mantenernos calladitos sabiendo cómo está el percal, decidimos optar por dinamitar la tensión del ambiente ya enrarecido, no esperemos una palmadita en la espalda o una sonrisa de complicidad. Lo más probable es que arda Troya.  

      El imprudente suele ser un buscabulla, un individuo que disfruta y se entretiene en meterse en camisas de once varas, en peleas callejeras y en trifulcas cuyo origen son nimiedades y tonterías varias. Le encanta enredarse en disputas sin venir a cuento, solo para llenar su triste y vacía vida de emociones y adrenalina, hasta que al final, la horma de su zapato lo mande al hospital con alguna costilla rota que otra y los ojos a la funerala. Un hombre de verdad zanja cualquier atisbo de conflicto, retirándose dignamente sin entrar al trapo de las provocaciones del ofensor. Sabe que nada habrá de solucionarse enfrascándose en insultos, golpes y pescozones, y así dejará al insensato peleón sin combustible con el que atizar el fuego de su furia. Así lo apostilla Pablo en Romanos: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.” (Romanos 12:18) 

      Una persona de verdad es trabajador, previsor y honrado. Solo los perezosos y vagos optan por tumbarse a la bartola justo cuando deben poner su esfuerzo y capacidad para producir y sembrar en aras de procurarse un futuro cómodo, holgado y sosegado. Los vagos, como método habitual de vida, suelen pensar más en qué excusas poner para no doblar el lomo, que en las estrategias necesarias para invertir tiempo, dinero y energías en la consecución de beneficios materiales que les den la tranquilidad debida en el porvenir. El holgazán poner como justificación para no arar, para no roturar la tierra y así plantar la semilla que germinará y fructificará en primavera y verano, que el suelo está duro a causa de las bajas temperaturas que trae el invierno. ¿Cuántas excusas más no pondrán los gandules de este mundo para no hacer lo que deben hacer? ¿Cuántas pegas no aducirán las cigarras de esta tierra para vivir de farra mientras el resto de hormigas trabajan arduamente para el sostén de sus familias?  

       Y luego, como dice mi padre, vendrá Paco con las rebajas. Cuando deseen participar de lo que otros han logrado con su sudor y dedicación, serán despedidos con cajas destempladas, porque los parásitos no tienen cabida en una sociedad industriosa y productiva. El esforzado trabajador que se levanta temprano y se acuesta tarde podrá, cuando llegue el momento, reposar sabiendo que la necesidad no lo atemorizará ni le quitará el sueño. La pobreza es el resultado de la desidia y la miseria el rédito de los haraganes. Por eso, Salomón dicta que el que hace de la indolencia un estilo de vida, que se duerme en los laureles, solo obtendrá ruina y pobreza. También Pablo nos señala esta clase de actitud imprudente: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma.” (2 Tesalonicenses 3:10) 

      Lo mismo podemos decir de aquellos que manipulan su producto o que buscan timar a sus semejantes en sus negocios. Su final será la desconfianza y la estigmatización social a causa de sus tejemanejes egoístas y avariciosos. ¿Quién, en su sano juicio, querrá tener parte con los que engañan y defraudan a sus vecinos y colegas de profesión? Como dice Salomón, en el arte del regateo, la mentira se convierte a menudo en una artimaña para abaratar el precio, primero ofreciendo un menosprecio de lo que va a comprarse, y luego, tras la compra a menor precio, marcharse sonriente con la idea de que ha engañado a su prójimo y que ha sacado una buena tajada aprovechando su aparente disgusto.  

2. LO QUE ES SER UN HOMBRE DE VERDAD 

      Una persona de verdad huye de esta clase de conductas y acciones, que lo único que hacen es minar la convivencia social y desprestigiar al ser humano por generalización, aunque esto no sea probablemente lo más justo. Un hombre de verdad, según Salomón, tira de inteligencia y temor de Dios: “Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre, pero el inteligente sabe alcanzarlo. Muchos hay que proclaman su propia bondad, pero un hombre de verdad, ¿quién lo hallará? Camina en su integridad el justo y sus hijos son dichosos después de él. El rey, al sentarse en el trono para juzgar, con su mirada descubre todo mal. ¿Quién puede decir: «Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado»?... Aun el muchacho es conocido por sus hechos, si su conducta es limpia y recta. El oído que oye y el ojo que ve, ambos igualmente ha hecho Jehová... Hay oro y multitud de piedras preciosas, pero joya más preciosa son los labios prudentes.” (vv. 5-9, 11-12, 15) 

     Una persona de verdad sabe discernir con perspicacia las intenciones de cada uno de los que se acercan a él. Tiene un conocimiento profundo de la naturaleza humana, de las virtudes y defectos que la caracterizan, de aquellos elementos que influyen en el pensamiento y en las ideas de todo aquel con el que se relaciona. No es una persona pesimista, que piensa mal de todo el mundo, acertando en el proceso sobre la maldad o la codicia de cada cual, ni tampoco es un cínico que prefiere aislarse de la sociedad, dada su alta capacidad para hacer el mal, ni es un ingenuo que piensa que todo el mundo es bueno, y que las personas no tienen interés en dañarlo, en aprovecharse de él o en manipularlo. Una persona de verdad sabe todo esto, y de acuerdo a esta sabiduría que solo puede provenir de Dios, toma decisiones, elabora juicios y analiza qué rumbo tomar en relación a los vínculos sociales que forman parte de su red de contactos. No se deja llevar por primeras impresiones, por la superficialidad cosmética de las personas o por el carisma de la fama o el éxito mundanal, sino que examina con calma, cautela y sentido cada uno de los gestos y cada una de las palabras que escucha y ve con sus propios ojos. 

      Una persona de verdad no se vanagloria de su carácter honrado y benévolo. No busca el aplauso como si fuese una droga a la que no puede renunciar. No procura la alabanza de los demás, ni sus acciones están motivadas por una exposición social y pública que le alce a los altares del prestigio y la honra de hordas de seguidores en las redes sociales. No va presumiendo de lo bueno que es, de las obras de misericordia que hace, o de los logros que ha conseguido en la vida. Es una persona discreta, humilde y sencilla. No es proclive al autobombo o a la promoción personal, tirando de una lista de cosas que ha hecho por los demás. Lo que hace, lo hace desde el anonimato y desde el amor incondicional hacia Dios y hacia sus congéneres. Es consciente de que es tan imperfecto como el más imperfecto de todos los hombres, y nunca asegurará que es intachable e impecable. Todo lo contrario.  

      Un hombre de verdad reconoce sus errores, se arrepiente de sus yerros y los confiesa ante Dios para recibir de este su perdón y gracia. No se refugia en su auto justicia mirando desde sus alturas morales al resto del mundo, sino que se somete por completo a la compasión divina. Solo su familia sabe ciertamente qué clase de persona es, en sus hechos y objetivos, en su testimonio y en su caminar diario. Únicamente sus hijos son capaces de captar a estos hombres y mujeres de verdad, como seres imitables y de los que aprender para asegurarse un futuro piadoso y feliz. 

     Una persona de verdad no conoce de edad, de posición, o de sexo. Aun sabiendo que la persona es joven, alguien que todavía tiene mucho que aprender en la vida, o que la persona es un rey, alguien que tiene en sus manos el destino de sus súbditos en la administración de justicia y clemencia, si sus respectivas conductas son rectas y justas, serán reconocidas como elementos modélicos de toda la sociedad, dignos de ser tenidos en cuenta a la hora de recabar consejo, justicia y gracia. Todos podemos oír y ver cómo se conducen todos aquellos que dicen ser perfectos y justos, y dado que Dios nos ha dado el regalo de emplearlos racionalmente, tenemos la posibilidad de valorar la coherencia de los dichos con los hechos.  

      Si existe un desajuste entre ambos factores, entonces deberemos tomar la decisión de denunciar la hipocresía y alejarnos de esta inconsistente manera de vivir, o de pasar todo esto por alto y ser cómplices de la depravación de los mentirosos e injustos. Una persona de verdad sabe de qué habla, cómo debe hablar y qué decir en cada situación. Esto hace que, no solamente sea considerada alguien sabio, sino que dejará la puerta abierta a hablar del Señor a los que consideren la armonía de su discurso con su estilo vital. No existe mayor bien que saber permanecer en silencio cuando así sea menester, y hablar sin ser irrespetuosos o faltar a la verdad en el trato con nuestros conciudadanos. 

CONCLUSIÓN 

      Ser un hombre o una mujer de verdad no es tarea sencilla, ¿verdad? Reunir las características que Salomón enumera en un solo ser, no es cosa fácil, al menos si lo intentamos exclusivamente con nuestras propias fuerzas y recursos. Hemos de reconocer que muchas veces cometemos errores en nuestra manera de hablar y actuar, y que, del dicho al hecho, hay mucho trecho. No obstante, no estamos solos en este empeño por ser personas de verdad, aprobadas por Dios y sensibles a la concordia y al progreso humano.  

      Aquellos que hemos entregado a Cristo nuestra persona por completo, sometiéndonos a su señorío, también somos templo del Espíritu Santo y barro en manos del Espíritu Santo, el que hace que en nosotros nazca, tanto el querer como el hacer, el que nos santifica y moldea para ser hechos a imagen y semejanza de Cristo, el único hombre de verdad que haya existido nunca sobre la faz de esta tierra. Pablo sabía que solo en la unidad del Espíritu de Dios podríamos ser personas de verdad, y a esto hemos de aspirar todos los días de nuestra existencia, hasta poder ser lo que debemos ser por la gracia de Dios en la eternidad de los días, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Efesios 4:13)

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