EL REGRESO DEL PRÍNCIPE


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE MOISÉS “MOISES EL LIBERTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 4:18-31 

INTRODUCCIÓN 

      A lo largo de la historia han surgido hombres y mujeres que han luchado por la liberación de los oprimidos, por la abolición de la esclavitud y por la independencia de territorios sometidos por potencias colonizadoras. Uno de los ejemplos más claros de esta clase de personas, las cuales han puesto todo de su parte por lograr la libertad y autonomía de regiones tiranizadas y esquilmadas, es el de los siete libertadores de América Latina. Encabezados por la acción impetuosa de Simón Bolívar, varios hombres de valor supieron, por las armas o por la persuasión, imbuir a los pueblos asfixiados por la explotación generalizada de sus gentes y recursos, de un espíritu de reclamación de sus derechos y libertades. Ahí tenemos a Francisco de Paula Santander liberando Nueva Granada, hoy Colombia; a José Antonio Páez, luchando por la independencia de Venezuela; a Andrés de Santacruz y a Antonio José de Sucre desatando las cadenas de Bolivia, Perú y Ecuador; a José de San Martín encabezando el ejército andino que daría la libertad a Perú; y a Bernardo O´Higgins, emancipando Chile. La mayoría de ellos, descendientes de españoles, tuvieron la visión clara de una América liberada del yugo español que ha desembocado en la actual realidad geopolítica de Latinoamérica. Sin justificar sus métodos, a menudo violentos y radicales, estos siete próceres de la libertad tenían una misión en principio loable, la cual es libertar a los cautivos y ofrecer la igualdad y la justicia a todos aquellos que los respaldaron y siguieron. 

       Lograr que toda una nación escuche a una persona que trae un mensaje de liberación no es nada fácil, sobre todo cuando la fuerza que los somete es extraordinariamente aplastante. El plan de hacer que miles de individuos alberguen en sus corazones la esperanza de deshacerse de la tiranía de otros pueblos que los conquistaron y sojuzgaron requería de medidas desesperadas, de valentía y coraje a prueba de bombas, de un discurso que inflamase la llama del deseo de la libertad y de la igualdad hasta inculcar un espíritu determinado y sólido que desembocase en la acción, no solía surtir efectos en corazones atribulados, transidos por el dolor y el abuso, y desesperanzados. Sin embargo, poco a poco, ese discurso por la libertad va calando hondo en el ánimo y en los sueños de cada vez más compatriotas hasta estallar en una revolución que no tiene vuelta atrás. Y aunque la represión y la reacción virulenta y agresiva de la potencia colonial no se hacía esperar, sin embargo, todos remaban en la misma dirección, como una sola mente, con un único destino en el horizonte, liberarse de los grilletes de quienes los domeñaron coercitivamente. Al fin, este proceso hace que, en un último acontecimiento climático, el avasallador colonizador tenga que valorar que lo mejor será prestar más atención a lo propio que a lo que arrebató en batalla y conquista. 

      La historia de la liberación de Israel no iba a ser muy diferente. Y aunque pueda comenzar con la voz de Dios dirigida a un solo hombre, la meta libertadora que se inicia en el Monte Sinaí será perseguida hasta sus postreras consecuencias. Dejamos a un Moisés que no cesaba en su empeño de poner pegas al plan divino de liberación de Israel de la esclavitud de la que era objeto en Egipto. Convencido al fin de que no había excusa válida para hacer que esta misión recayese en otra persona más capaz y mejor preparada, Moisés asume que suya ha de ser la tarea inicial de convencer a sus compatriotas de que Dios está de su lado, que habla por medio suyo, y que ha escuchado el clamor que hacia Él ha sido dirigido.  

1. RUMBO A EGIPTO 

      Ahora solo queda realizar los preparativos necesarios para regresar a su lugar natal, solicitando previamente el permiso de su suegro Jetro, y aguardar acontecimientos: Así se fue Moisés, regresó junto a su suegro Jetro y le dijo: —Me iré ahora y volveré a Egipto, a donde están mis hermanos, para ver si aún viven. —Ve en paz —dijo Jetro a Moisés. Dijo también Jehová a Moisés en Madián: —Regresa a Egipto, porque han muerto todos los que procuraban tu muerte. Entonces Moisés tomó a su mujer y a sus hijos, los puso sobre un asno y volvió a la tierra de Egipto. Tomó también Moisés la vara de Dios en su mano. Y Jehová le dijo: —Cuando hayas vuelto a Egipto, ocúpate de hacer delante del faraón todas las maravillas que he puesto en tus manos; pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo. Entonces dirás al faraón: “Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva; pero si te niegas a dejarlo ir, yo mataré a tu hijo, a tu primogénito.”” (vv. 18-23) 

      Procurando el beneplácito de su suegro, el cual lo había acogido como a un hijo durante tantos años, Moisés pide permiso a Jetro para marchar a tierras egipcias sin dar más detalles acerca de su misión divina. Simplemente le comunica que ha pasado mucho tiempo desde que se despidiera abruptamente de su familia, y que la nostalgia se ha instalado melancólicamente en su alma. Posiblemente sus padres ya habían pasado a mejor vida durante su estancia en Madián, pero confiaba en que sus hermanos Miriam y Aarón estuviesen todavía en esta dimensión terrenal. Jetro bendice a su yerno, comprendiendo el sentimiento que abriga el pecho de alguien que ha estado alejado durante un prolongado intervalo de tiempo en otras latitudes. Afianzada su confianza y tranquilidad con una nueva revelación de Dios, a través de la cual le anuncia que aquellos que buscaban ajustarle las cuentas a causa de su crimen del pasado, ya han fallecido, y que puede encarar su viaje a Egipto sin que nadie pueda juzgarle, condenarle o echarle algo en cara. El faraón que lo acogió como nieto en su corte había sido sepultado y nadie de los que lo persiguieron para ajusticiarlo tenía la capacidad de sentenciarlo, dado que los días de su vida se habían extinguido. 

      Moisés no marcha solitario a la aventura de liberación más titánica de la historia, sino que se rodea de sus hijos y de su amada esposa Séfora. Montados en un asno y empuñando la vara a través de la cual haría grandes maravillas y portentos para respaldar su relato teofánico, Moisés se despide de su hogar para regresar a sus raíces en Egipto. De nuevo, el Señor se revela a Moisés para seguir apuntalando y garantizando el éxito de su proyecto liberador. Cuando Moisés comparezca delante del faraón y toda su corte, este habrá de demostrar con hechos prodigiosos que la voz de Dios era real, y que la voluntad divina de dejar marchar al pueblo para adorarle y servirle en el desierto no iba a carecer de pruebas milagrosas que la apoyaran. Sin embargo, no iba a ser todo tan sencillo como desplegar una actuación sobrenatural y sobrecogedora ante el faraón, y que este, asombrado y convencido, permitiera de buenas a primeras que la mano de obra barata que sostenía la economía y las edificaciones megalíticas, le fuese arrebatada. El Señor advierte a Moisés que endurecerá el corazón del faraón, esto es, que permitirá que el orgullo del monarca se enseñoree de sus decisiones en contra de dejar marchar al pueblo hebreo.  

      Todo esto obedece a un propósito mayor que requiere de paciencia y confianza en las promesas y en el poderío del Señor. Justo cuando la obcecación del faraón alcance su cúspide, entonces Moisés tendrá que ejercer de vocero de Dios para señalar al soberano de Egipto que Israel es el pueblo del Omnipotente, que es, figuradamente, su hijo primogénito, escogido entre mil naciones para bendecir al mundo, y que no tolerará la obstaculización contumaz de sus designios eternos. Cualquier rechazo a las instrucciones divinas transmitidas por Moisés, llevará a una escalada de muerte y destrucción sin parangón en tierras egipcias. Ya desde este instante, Moisés alcanza a comprender que, tras todo este proceso, la muerte de los primogénitos egipcios desembocará en la rendición del faraón y en la oportunidad dorada de libertar a sus compatriotas de la esclavitud y la opresión abusiva. Moisés sabía desde antes de llegar a Egipto que debía ser paciente y dejar que la lucha entre el obtuso faraón y Dios mismo se decantara a favor del Creador del universo y del Padre de Israel.  

2. UN ASUNTO DE VIDA O MUERTE 

      El autor de Éxodo detiene el viaje de Moisés y su familia a medio camino, porque algo no acaba de ir bien y Dios decide que, antes de entrar en Egipto y dirigirse a los hebreos, Moisés ha de solucionar un asunto de vida o muerte: Aconteció que, en el camino, Jehová le salió al encuentro en una posada y quiso matarlo. Entonces Séfora tomó un pedernal afilado, cortó el prepucio de su hijo y lo echó a los pies de Moisés, diciendo: —A la verdad, tú eres mi esposo de sangre. Luego Jehová lo dejó ir. Ella había dicho: «Esposo de sangre», a causa de la circuncisión.” (vv. 24-26) 

      Al parecer Moisés no había caído en la cuenta de que su hijo mayor no había sido circuncidado conforme al rito tradicional que hacía del niño un miembro más del pueblo escogido por Dios. No sabemos de qué modo Séfora advirtió este craso error de su esposo, si fue en una visión o en un sueño, pero conociendo el olvido terrible de Moisés y previendo que iba a ser condenado a muerte por el mismísimo Dios, toma una decisión rápida y sabia. Empuñando un pedernal bien afilado, toma a su hijo primogénito y lo circuncida inmediatamente. Recogiendo el prepucio todavía sangrante de su hijo, lo presenta ante su esposo mientras certifica que este es su esposo de sangre. ¿Qué quiere decir esta expresión en boca de Séfora? Posiblemente se trataba de una jaculatoria u oración ceremonial que se empleaba en los rituales de circuncisión, que solía significar más “pariente de sangre” que “esposo.”  

      Al mostrar el prepucio cortado de Gerson a su padre, estaba arreglando el desaguisado negligente de su esposo y cumpliendo con el compromiso imprescindible de la circuncisión. Moisés no podría hablar a su pueblo en Egipto con propiedad, si su hijo primogénito no estaba cumpliendo con el mandamiento de Dios dado a todo hebreo varón. ¿El tema de la circuncisión era un tema tan importante como para que Dios quisiera matar a Moisés? Al parecer sí lo era, puesto que la circuncisión era el símbolo del pacto especial de pertenencia a Dios. Algunos estudiosos de las Escrituras atribuyen a Gerson el ser objeto de la ira divina, otros quieren ver a un Dios bipolar que no sabe controlar sus emociones, y otros procuran hallar un simbolismo futuro relacionado con la sangre de los dinteles y las jambas en la noche de la muerte de los primogénitos, con el primer evento pascual y con la propia figura de Cristo derramando su sangre en la cruz para hacernos hijos de Dios. La cuestión fundamental es que el asunto es resuelto a tiempo, y que ya pueden retomar su trayecto a Egipto sin mayores dificultades y cortapisas. 

3. UN PUEBLO CONVENCIDO DE SER LIBRE 

      El Señor actúa de conector entre dos hermanos que llevaban décadas sin verse. Dios ordena a Aarón en una teofanía que salga de la ciudad en la que vive, y que se dirija al monte Sinaí, para poder reencontrarse con su fugitivo hermano: “Jehová dijo a Aarón: —Ve a recibir a Moisés al desierto. Él fue, lo encontró en el monte de Dios y lo besó. Entonces contó Moisés a Aarón todas las palabras que le enviaba Jehová, y todas las señales que le había dado. Fueron, pues, Moisés y Aarón, y reunieron a todos los ancianos de los hijos de Israel. Aarón les contó todas las cosas que Jehová había dicho a Moisés, e hizo las señales delante de los ojos del pueblo. El pueblo creyó, y al oír que Jehová había visitado a los hijos de Israel y que había visto su aflicción, se inclinaron y adoraron.” (vv. 27-31) 

      Seguramente Aarón se vio sorprendido por la revelación de Dios de que iba a hacer tándem junto a su hermano Moisés en orden a liberar a los hebreos del yugo egipcio. No se nos dice que pusiera excusas a la voz divina, ni se nos da mayor detalle acerca de si preguntó, como su hermano hiciera, sobre la identidad del que le estaba hablando con tanta autoridad. El Señor no quiere que Aarón lo espere en la tierra de Gosén. Prefiere que sea Aarón el que salga al encuentro de Moisés precisamente en el lugar en el que, desde la zarza ardiente, el Señor confió su nombre y su misión a este. Aarón, ni corto ni perezoso, viaja al desierto y en cuanto lo divisa a unos cuantos metros de distancia, se echa en brazos de este, llenándolo de besos. Estos dos hermanos seguían amándose como si el tiempo no hubiese pasado, y tras conversar sobre el estado en el que se hallan las cosas en Egipto, Moisés le cuenta toda la historia de su llamamiento con todo detalle. El equipo de liderazgo que iba a iniciar el proceso de liberación de Israel ya estaba listo para llevar a cabo las instrucciones de Dios. 

      En cuanto llegan a Gosén, morada del numeroso pueblo de Israel desde los tiempos de José, lo primero que hacen es reunir a los ancianos que gobernaban el ghetto hebreo y que representaban a todas las tribus que componían el pueblo de Israel. Si podían convencerlos con palabras y portentosos hechos, lo demás vendría rodado, dado que estos ancianos eran los que ostentaban la prerrogativa y la autoridad que les permitía juzgar a su pueblo, hacer cumplir las obligaciones y leyes que entre ellos se habían dado, y señalar la hoja de ruta de todos los clanes familiares. Al parecer, tanto su discurso como sus prodigios, persuadieron a todos los ancianos de que el final de su esclavitud estaba cercano, de que Moisés y Aarón eran los voceros y representantes de Dios en la tierra, y de que sería preciso armarse de coraje y paciencia para lograr el tan ansiado objetivo por el que durante largos años habían clamado: ser libres al fin para ser un pueblo independiente de Egipto y dependiente de Dios. Comunicado de nuevo el relato de Moisés y Aarón a todo el pueblo, la esperanza y la ilusión comenzaron a cundir en medio de los hijos de Israel. Como señal de sumisión y obediencia a Dios, todos convinieron en postrarse en ese mismo instante, cediendo el peso de las negociaciones a los dos hermanos levitas, Moisés y Aarón. El príncipe de Egipto ha regresado, no para ocupar el lugar perdido en la corte, sino para liderar el cambio geopolítico que Dios ha establecido desde los albores del tiempo y de la historia. 

CONCLUSIÓN 

      No es fácil motivar a todo un pueblo para luchar por su libertad. Me figuro que no fue fácil para los libertadores seculares que aparecen en momentos clave de la historia de la humanidad. Y se me antoja también complicado que Moisés llegase y besase el santo solamente con palabras y actos milagrosos. Sin embargo, cuando Dios entra en escena, todo cambia, y solo Él es capaz de hacer que ardan los corazones en la búsqueda de la dignidad y de la justicia social, en la conquista de derechos y libertades, y en la consecución exitosa de sus propósitos eternos. Dios ha escuchado el alarido descarnado de sus hijos, tiene en mente sus promesas y su pacto, y ahora queda lo más difícil: conseguir convencer a un faraón enrocado en su soberbia y en su egocentrismo.  

     El Señor también escuchó nuestro clamor a causa de la esclavitud del pecado en nuestras vidas. Sometidos por la oscuridad de nuestros yerros, por los deseos concupiscentes de nuestra alma, por la influencia nociva de los valores mundanales, y, sobre todo, por la dictadura de Satanás, Dios envió a su Hijo unigénito para libertarnos de las pesadas cadenas de nuestra impiedad. A través de sus enseñanzas y de sus milagros durante su ministerio terrenal, Jesús nos dio el don de la fe, de la esperanza, de la gracia y del perdón, con el objetivo de ser redimidos por medio de su sangre derramada en el madero. En Cristo tenemos al Libertador por excelencia, a aquel que nos saca de la mazmorra de nuestras transgresiones para vivir libres en obediencia, servicio y santificación. 

      Una batalla sin cuartel entre dos dioses está a punto de comenzar: el dios humano de Egipto y el Dios Omnipotente que ha escogido a los hebreos como sus primogénitos. ¿Quién ganará la guerra? ¿Hasta dónde llega la altanería y la presunción humana? ¿El faraón dará su brazo a torcer cuando contemple el glorioso poderío del Señor? La respuesta a estas preguntas y a muchas otras más, en nuestro próximo estudio sobre la vida de Moisés en el libro del Éxodo.

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