LA ZARZA QUE ARDE


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE MOISÉS “MOISÉS EL LIBERTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 3 

INTRODUCCIÓN 

       Por lo general, los héroes suelen surgir de extractos humildes y sencillos. No me refiero a esos Tony Stark o Bruce Wayne, los cuales hacen de su fortuna un medio para diseñar un adalid de la justicia a medida, creando a Iron Man o a Batman, grandes personajes que logran sus poderes y capacidades de una cartera bien llena de dólares. Me refiero a ese Peter Parker, estudiante de química y aprendiz de fotógrafo que vive a trancas y barrancas en casa de su tía May; a ese Clark Kent, acogido por unos sencillos granjeros tras viajar por el espacio en una capsula de supervivencia; a esa Mulán, hija de un padre lastrado por viejas heridas de guerras del pasado; o al mismo Hércules de Disney, que pasa, como dice una de sus canciones míticas, de “Zero to Hero,” es decir, “de cero a héroe.” A todos nos gusta comprobar cómo una persona que pasa desapercibida llega a ser, de un modo u otro, el elegido, el escogido, el luchador contra la injusticia y el crimen. Tal vez es porque podemos llegar a vernos reflejados en el sueño personal de ser algo más que meros espectadores de la crueldad humana y de la violencia cotidiana. En definitiva, los héroes nos hacen ilusionarnos con la posibilidad de marcar una diferencia en un mundo terriblemente estragado por el mal y sus ramificaciones perversas. 

      ¿Quién no se ha imaginado alguna vez siendo alguien que lucha a brazo partido para restablecer la paz y la dignidad de los abusados y violentados? ¿Quién no se ha visto como alguien que pudiera cambiar la dinámica de dolor y sufrimiento que aqueja a nuestros semejantes? Yo, como voraz consumidor en su día de cómics de superhéroes, siempre pensé, en la inocencia e ingenuidad de mi mente adolescente, en todo el bien que podría llevar a cabo si tuviese alguna clase de poder sobrenatural como superfuerza, telepatía, telekinesis o velocidad sobrehumana. ¿Y quién iba a sospechar que debajo de la máscara y del traje de espándex se escondía un tímido y simple estudiante de instituto? La de tiempo que pasaba haciendo castillos en el aire con este pensamiento... A veces, ser un héroe o el elegido por una entidad superior es una cuestión que sorprende al mismo individuo, y este intenta, al menos al principio, querer desechar la responsabilidad que recae sobre su persona. La modestia les impide aceptar el desafío de una vida doble, la de ser personas comunes y corrientes de día, y justicieros y adalides de la vindicación de noche.  

1. FUEGO EN EL MONTE SANTO 

       Moisés, tal vez no iba a ser un héroe en toda la extensión de la palabra, pero sí que iba a convertirse en el elegido por Dios para llevar a término una labor realmente descomunal, y que haría dudar al más pintado. Y todo comienza con la visión de una zarza en medio del monte: Apacentando Moisés las ovejas de su suegro Jetro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Allí se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego, en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza ardía en fuego, pero la zarza no se consumía. Entonces Moisés se dijo: «Iré ahora para contemplar esta gran visión, por qué causa la zarza no se quema.»" (vv. 1-3) 

       Ese príncipe de Egipto, criado en los aposentos reales de uno de los hombres más influyentes y poderosos del mundo conocido y con un futuro lleno de comodidades y privilegios, ha visto como su suerte ha cambiado radicalmente. Moisés, tras haber cometido un asesinato, ha partido como alma que lleva el viento huyendo de la pena capital, y ha encontrado su lugar en Madián, tierra de nómadas y de ganaderos. Casado con la hija del sumo sacerdote de aquellos parajes, ahora Moisés ha entrado a formar parte de una familia de pastores de ovejas y cabras. Ha tenido que cambiar sus formas suaves, por otras más rudas. Su piel otrora suave y clara, ahora es áspera, barbada y atezada. Muchas cosas han cambiado para Moisés durante unas cuantas décadas, y ha pasado de ser un futuro pastor de hombres en Egipto a ser un pastor de ovejas humilde y sencillo en tierras inhóspitas. En esa tarea trashumante, Moisés ha aprendido a tratar a unos animales sospechosamente semejantes a los seres humanos. Las ovejas, bastante estúpidas, despistadas y obcecadas, le han enseñado a ser severo, a mantenerse alerta ante las bestias salvajes, a guiar a su rebaño por las escarpadas pendientes del Sinaí, por las pedregosas llanuras del desierto y por los verdes prados en los que hallar pastos con los que alimentar a su ganado. 

       En una de sus rutinarias expediciones para encontrar el sustento para el ganado de su suegro, llamado en esta ocasión Jetro, que significa, “su excelencia,” tal vez determinando más bien su papel y título de persona venerable como sumo sacerdote. En esta ocasión su ruta lo lleva a los pies del monte Horeb. El monte Horeb, cuyo nombre significa “yermo” o “desierto,” también conocido como Sinaí, es una montaña situada al sur de la península del Sinaí, al nordeste de Egipto, entre África y Asia. Su altura es de 2.285 metros, y marcaría un antes y un después en el desarrollo de Israel como nación escogida por Dios. El autor de Génesis añade que este monte era considerado el monte de Dios. No sabemos si este detalle es aportado por Moisés cuando escribe este texto, o si ya, en tiempos anteriores al episodio que aquí se nos narra, la montaña era considerada un lugar consagrado en el que se realizaban sacrificios y ofrendas a Dios, y en este caso, Jetro, era el encargado y responsable de llevarlos a cabo. El caso es que en cuanto Moisés pone la planta de sus pies en la falda de este monte, algo asombroso sucede delante de sus ojos.  

      Lo que llama poderosamente la atención y la curiosidad de Moisés, es que ante sí hay una zarza, posiblemente una zarzamora o una acacia, que arde sin que parezca consumirse. Decide aproximarse para contemplar con mayor detalle la razón de esta visión estremecedora e hipnótica. El Ángel del Señor se manifiesta en medio de la zarza, por lo que entendemos que Dios mismo, aparece en la dimensión terrenal para comunicar un mensaje a Moisés. No se trata de un enviado celestial distinto de Dios; es Dios mismo el que va a comunicarse directamente con el mortal Moisés. Esta expresión también la hallamos en la figura del ángel de Peniel, cuando Jacob tuvo que librar una lid que duró toda una noche antes de reencontrarse con su hermano Esaú. La misión que Dios tiene preparada para Moisés no requiere de intermediarios angélicos, puesto que el Señor tiene como objetivo en su encuentro con el pastor de Madián, establecer el marco adecuado para dar a conocer su nombre. 

2. UNA VOZ EN LLAMAS 

       No había dado más que unos pasos, dejando a buen recaudo a las ovejas de su suegro, cuando algo sobrecogedor le sucede: Cuando Jehová vio que él iba a mirar, lo llamó de en medio de la zarza: —¡Moisés, Moisés! —Aquí estoy —respondió él. Dios le dijo: —No te acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y añadió: —Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.” (vv. 4-6) 

      La zarza que no cesaba de arder no era un espejismo, fruto del cansancio y del efecto que las temperaturas de las condiciones climáticas duras del lugar pudieran causar en Moisés. Se trata de una teofanía, de un encuentro con el Dios viviente. El Señor, advirtiendo que había provocado en Moisés una reacción que tendía a observar en proximidad el fenómeno de la zarza, lo llama con su tonante voz por dos veces. Este detalle nos ayuda a considerar los llamamientos de otros siervos de Dios con una especial misión. Recordaremos a Abraham en Génesis 22:11, a Samuel en su infancia (1 Samuel 3:10), o a Pablo (Hechos 9:4), siendo llamados por dos veces por Dios. La respuesta, tanto de Moisés como de los otros escogidos, invariablemente es la de manifestar su disposición a escuchar qué tiene que decirles el Señor. El ser humano no puede ocultarse ante la escrutadora mirada de Dios, y, por tanto, siempre es mejor contestar reverente y humildemente, a la espera de las instrucciones de Dios. El eco abrumador de la voz de Dios retumba entre los riscos y las peñas que rodean a Moisés, y este queda boquiabierto mientras la zarza incrementa el latido de sus llamas. 

      La primera orden que Dios da a Moisés es que se detenga. La razón de este mandato obedece a que el lugar en el que la zarza arde es un lugar consagrado, santo, donde de manera especial, Dios se está revelando al ser humano. No se trata de una propiedad del suelo, sino que es un atributo del Dios que se hace presente en la tierra, el tres veces Santo comunica su santidad al lugar que lo acoge teofánicamente. El ser humano no puede, ni debe presentarse delante de Dios de cualquier manera. Moisés debe deshacerse de su calzado para que sus pies, el asiento de su ser físico, entre en contacto directo con la presencia santa de Dios. Además, el Señor añade a esta consideración protocolaria y ritual, su identificación con los ancestros del propio Moisés. Sabemos que Moisés era levita, y seguramente conocería las historias que pasaban de generación en generación acerca de sus antepasados. La idea de un Dios que escoge a sus ancestros para llevar a cabo sus propósitos y designios no debía ser extraña para Moisés, puesto que había sido criado, al menos durante un breve tiempo, por su auténtica madre en tierra de Gosén. Era inevitable que su madre biológica tratase de inculcar en el corazón de Moisés un amor por sus raíces ancestrales y espirituales. 

     Dios se presenta ante Moisés haciendo alusión a su padre y a sus antecesores familiares. El mismo Dios que llamó a Abraham para viajar desde Ur a Canaán y que le dio la promesa de que a través de él serían benditas todas las naciones es el que se manifiesta ante él. El mismo Dios que prosperó a Isaac, que cuidó y protegió a Jacob, que mostró su gracia para con sus hijos, entre los que se contaba el propio Leví, es el Dios que desea transmitirle un mensaje de liberación y misericordia. Moisés comprende inmediatamente ante quién está, y, por tanto, se lanza cuerpo a tierra, con la certeza de que ningún ser humano puede sobrevivir a la visión de la santidad y de la gloria de Dios. Teme alzar su rostro para contemplar la zarza ardiente desde la que la voz terrible le habla. El ser humano entiende rápidamente que la grandeza y la majestad de Dios son irresistibles para la carne y la mente de aquellos que reciben su visita personal. 

3. PLANES DE LIBERTAD 

       El motivo que lleva a Dios a elegir a Moisés de entre tantos hebreos que había en Egipto, era el de planificar la inminente misión de liberación del pueblo de Israel: “Dijo luego Jehová: —Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus angustias. Por eso he descendido para librarlos de manos de los egipcios y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a una tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de Israel ha llegado ante mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel.” (vv. 7-10) 

     Todavía con la cabeza gacha, sin atreverse a mirar de refilón el flamígero espectáculo de la zarza, Moisés escucha la propuesta de Dios para su futuro. En una suerte de recorrido sensorial, propio de los antropomorfismos bíblicos, Dios, tal y como vimos al final del capítulo anterior de Éxodo, ha visto la opresión y la explotación egipcia de sus hijos, ha examinado el sufrimiento inenarrable de cada uno de los hombres y mujeres que están siendo sometidos vilmente por los naturales del país del Nilo, y ha prestado oídos a las oraciones agonizantes y desesperadas de un pueblo que estaba siendo abusado de las maneras más deleznables y repugnantes. La maldad contra sus escogidos ha llegado a un límite tal que ya es hora de tomar cartas en el asunto. Es la hora de regresar a la tierra de sus antepasados, a la Tierra Prometida desde antiguo, a un lugar en el que su pueblo pueda vivir con libertad y tenga la posibilidad de adorarle de forma exclusiva. Aunque esos territorios están habitados por naciones y tribus cananeas, idólatras hasta la médula, Dios dejó dicho en su momento a Jacob y a José que retornarían para recuperar lo que era suyo por derecho divino. Esta tierra sería la tierra del descanso, de la provisión, de la prosperidad y de la libertad de las ataduras de la esclavitud. 

      Dada la situación de los compatriotas de Moisés, algo que ya sabía por experiencia propia, y formulado el anhelo determinado de Dios por liberar a Israel de las garras de los egipcios, el Señor ordena que se acerque más a su presencia, a fin de comisionarlo como instrumento suyo para el cumplimiento de sus promesas. Moisés debe aceptar el reto de sacar a un numerosísimo pueblo de Egipto, algo que, en primera instancia, se antoja una quimera, algo imposible. ¿Qué puede hacer un solo pastor de ovejas convicto contra un poderoso y divinizado faraón? ¿De qué manera abordar la salida pacífica y voluntaria de miles y miles de individuos que son mano de obra barata para la construcción de las ciudades egipcias? 

4. ¿QUIÉN SOY YO? 

      Moisés no duda en expresar su desconfianza en este plan divino: “Entonces Moisés respondió a Dios: —¿Quién soy yo para que vaya al faraón y saque de Egipto a los hijos de Israel? Dios le respondió: —Yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte.” (vv. 11-12) 

      La primera excusa que esgrime Moisés es la que se refiere a su capacidad personal. Él es un simple y llano pastor de ovejas y cabras, nada más. Él no es un líder carismático de masas. Además, si regresaba a Egipto, a buen seguro sería condenado por su crimen de sangre. Si en su momento, cuando trató de dirimir una contienda entre hebreos, se le echó en cara que él no era quién para erigirse en príncipe sobre ellos, no creía que las cosas hubiesen cambiado. No se sentía ni preparado, ni dotado ni capacitado para llevar adelante este colosal plan divino. ¿Cómo convencería al faraón? ¿Qué credenciales iba a presentar ante este y ante sus compatriotas que le brindasen la autoridad necesaria para asumir esta enorme responsabilidad? Seguro que existían otros individuos mejor preparados, más dispuestos y con una ascendencia mucho más atractiva. Moisés no entendía el porqué de haberle escogido precisamente a él, un prófugo de la justicia, un príncipe de Egipto venido a menos, un mero pastor de ganado ovino y caprino. Tal vez Dios se había equivocado de persona. 

      Dios no entra a valorar sus habilidades sociales o sus aptitudes de persuasión de multitudes. Simplemente, le promete que Él estará a su lado en todo momento. Que Dios diga esto a una persona es garantía más que suficiente como para dejar de poner pegas a su voluntad, y tomar las riendas de la misión propuesta. Si Dios está de su lado, nadie podrá hacerle daño, ni tomar represalias contra él, ni acabar con su vida. Por añadidura, el Señor también le promete que, en un momento dado, precisamente en un instante crucial de la historia del pueblo israelita, Moisés tendrá una evidencia clarísima de que su llamamiento está al cien por cien respaldado por Dios. Cuando el pueblo, tras haber cruzado el mar Rojo, llegue a los dominios del monte de Horeb, podrán adorar y servir al Dios que los ha liberado y que les ha abierto las puertas a una nueva realidad de libertad y de esperanza.  

5. EL NOMBRE QUE ES SOBRE TODO NOMBRE 

     Moisés no tiene argumentos para rebatir estas promesas de Dios. Será el Señor el que libere y el que provoque a la adoración del pueblo en Horeb, no su capacidad de elocuencia ni sus credenciales personales. Pero sigue teniendo miedo, y, por ello, plantea a Dios una nueva cuestión que seguro que le será sacada a colación el día en el que se presente de nuevo ante sus compatriotas esclavizados: “Dijo Moisés a Dios: —Si voy a los hijos de Israel y les digo: “Jehová, el Dios de vuestros padres, me ha enviado a vosotros”, me preguntarán: “¿Cuál es su nombre?” Entonces ¿qué les responderé? Respondió Dios a Moisés: —“Yo soy el que soy.” Y añadió: —Así dirás a los hijos de Israel: “‘Yo soy’ me envió a vosotros.”” (vv. 13-14) 

     Moisés decide aceptar la posibilidad de aceptar la tarea titánica que le propone Dios. Sin embargo, necesita conocer los detalles y las previsibles contingencias que puedan surgir en su misión libertadora. Si toma la decisión de ser un instrumento en manos de Dios, y regresa a su otrora hogar en Egipto, y se dirige a los ancianos de Israel para intentar convencerlos de que Dios tiene un plan de liberación que quiere poner en marcha a través de su persona, Moisés cree que es menester saber de parte de quién ha surgido esta idea. No era suficiente decirles que Jehová, el Dios de sus antepasados, era el responsable de este plan. No sabemos hasta qué punto la devoción de los hebreos en tierras egipcias se habría devaluado, difuminado o desvanecido. Tenemos la certeza, sobre todo por la evidencia bíblica, de que los israelitas sucumbieron demasiado a menudo a los cantos de sirena de las deidades paganas de Canaán y alrededores. Quizás los jefes de tribu no se conformarían con decirles que su encomienda estaba siendo respaldada por Dios. ¿Qué nombre podría darles si le era requerida esta información? 

      Es ampliamente conocido que el nombre, sobre todo en aquellas culturas y tiempos, era un modo de aprehender o materializar la esencia de la persona. Saber el nombre de alguien era tener poder e influencia sobre este. Sin embargo, en lo que atañe a Dios, y sabiendo que no es posible domesticarlo o encapsularlo de ningún modo, la cosa cambia. En un alarde de ironía, seriedad y compromiso con Moisés y con su labor liberadora, el Señor, por primera vez da a conocer su nombre. Se trata del tetragrámaton, o palabra compuesta por cuatro letras YHWH. Teniendo en cuenta que el idioma hebreo solo es consonántico y que carece de vocales en su escritura, Dios se autorrevela como Yahvé, el Eterno, el que fue, es y será, el eterno Yo, el que existe y da existencia. Dios es el absolutamente Otro, y su existencia y esencia ni tienen principio ni final. Este es el nombre definitivo y oficial de Dios, por el que será conocido por los siglos de los siglos. El problema de este nombre es colocar las vocales a las consonantes que lo conforman. Algunos usaron las vocales de Adonai, otro nombre para Dios, dando como resultado Jehová o Yahvé. Lo más importante es que Dios se revela al ser humano, se acerca y se da a conocer de manera íntima y personal, para lograr ser reconocido como exclusivamente el Preexistente, el autosuficiente, el Creador de todas las cosas, el Señor sobre todas las criaturas. 

6. PROFECÍAS DE LIBERACIÓN 

      Antes de que Moisés pudiera volver a hablar para considerar algunas cosas más sobre su misión, así como para encontrar elementos que pudieran eximirle de su llamamiento divino, el Señor retoma la palabra: “Además, Dios dijo a Moisés: —Así dirás a los hijos de Israel: “Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros.” Éste es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos. Ve, reúne a los ancianos de Israel y diles: “Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me dijo: En verdad os he visitado y he visto lo que se os hace en Egipto. Y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, a una tierra que fluye leche y miel.” Ellos oirán tu voz; tú irás con los ancianos de Israel al rey de Egipto y le dirás: “Jehová, el Dios de los hebreos, se nos ha manifestado; por tanto, nosotros iremos ahora tres días de camino por el desierto a ofrecer sacrificios a Jehová, nuestro Dios.” Yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por la fuerza. Pero yo extenderé mi mano y heriré a Egipto con todas las maravillas que obraré en el país, y entonces os dejará ir. Yo haré que este pueblo halle gracia a los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis no vayáis con las manos vacías, sino que cada mujer pedirá a su vecina, y a la que se hospeda en su casa, alhajas de plata, alhajas de oro y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas. Así despojaréis a los egipcios.” (vv. 15-22) 

      Recapitulando y recalcando algunas cuestiones ya dichas, como su identidad y su respaldo a Moisés ante los ancianos hebreos, el Señor ordena a Moisés que, en cuanto pise territorio egipcio, debe reunir a todos los líderes israelitas a fin de hacerles partícipes de los propósitos que Dios tiene para todo el pueblo. Moisés habrá de contar su teofanía en Horeb, tendrá que remachar la idea de que el Dios de sus antepasados ha escuchado su clamor, y deberá explicar con claridad el objetivo que Dios persigue al comisionar a Moisés, el cual es la liberación próxima de los hebreos y la conquista de las regiones que eran heredad de sus ancestros. Desde el ansia de libertad, desde la esperanza de un futuro mucho más halagüeño, y desde la confianza en la autoridad y el poder de Dios, todos se convencerán de que ha llegado el momento de desprenderse de la tiranía egipcia para tomar las riendas de su destino. Una vez todo el liderazgo hebreo haya apoyado esta iniciativa divina presentada por Moisés, será el momento de pedir audiencia al faraón, rogándole que deje salir a los israelitas fuera de sus fronteras y así adorar a Dios en Horeb.  

      El Señor anticipa que nada de esto será pan comido. Sobre todo, el faraón mostrará su reticencia recalcitrante a dejar que sus esclavos aprovechen sus ceremoniales religiosos fuera de la esfera de influencia de su poder. No será sino después de bregar y bregar con el soberano del Nilo que, al fin, por medio de plagas, catástrofes y portentos obrados por el Todopoderoso, el faraón tendrá que rendirse a la evidencia de que una potencia superior que lo sobrepasa en todos los sentidos, está del lado de los israelitas. Muy a su pesar, no le quedará más opción que dejar marchar a todos los israelitas, y, de una manera providencial, incluso los egipcios, aquellos que los subyugaron y humillaron, que los despreciaron y odiaron en su día, surtirán de valiosos regalos y dones a los israelitas antes de partir al desierto del Sinaí. Quizás, desde la superstición o desde el deseo de deshacerse de un pueblo que solo traía desgracias sobre sus existencias, los egipcios darán gustosamente de lo suyo para que los israelitas desaparezcan de su vista. Y todo aquello que les fue arrebatado a los hebreos, sería recuperado con creces antes de iniciar la travesía hacia lo desconocido de mano del Dios de sus antepasados. 

CONCLUSIÓN 

      El Señor ha escogido a Moisés porque Él siempre sabe lo que hace. Tal vez a nosotros nos cueste trabajo entender o aceptar el modo en el que Dios elige a cualquiera de los personajes que aparecen en la Palabra de Dios. De lo que sí nos damos cuenta es que Dios busca entre los humildes y los mansos de la tierra para cumplir sus propósitos. Los héroes suelen surgir de las situaciones más inverosímiles e ilógicas, y ejemplos de ello tenemos a raudales en las Escrituras. En definitiva, Dios no escoge a alguien por su valía o preparación, sino que lo hace en virtud de su capacidad de sometimiento a su sabia y providencial voluntad. 

     Dios también ha elegido revelarse al ser humano, poniendo en nuestras mentes y labios su nombre, para que podamos dirigirnos a Él sin miedo, con un espíritu reverente, confiadamente. Se da a conocer en la limitación de una sola palabra de cuatro consonantes, mostrando su amor y su disposición de escuchar a sus hijos, de entablar una relación de comunión constante, y de dejarse conocer a través de lo que encierra su eternidad, su santidad, su aseidad y su omnipotencia creadora.  

      Las promesas y las profecías de Dios son ciertas y se cumplen a su debido momento. Nosotros, al igual que Moisés, las recibimos y aguardamos en obediencia y sometimiento voluntario que estas se consumen cuando así al Señor le parezca dentro de su soberana voluntad y de sus eternos decretos. Podemos poner pegas o excusas al llamamiento que el Señor nos ha otorgado, pero Él siempre será fiel cuando nos diga que estará siempre a nuestro lado, respaldando la misión que nos ha encomendado. 

     Moisés sigue aterrado ante la presencia de Dios, sobrepasado por la misión que el Señor le está encomendando, y, aun así, todavía presenta alguna que otra duda sobre la idoneidad de su elección. ¿Seguirá dando largas al Señor? ¿O al final se rendirá ante Él y se implicará integralmente en la labor que le ha sido ofrecida? La respuesta a estas preguntas y a muchas otras más, en el próximo estudio sobre la vida de Moisés en Éxodo.

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