MENSAJE A ESMIRNA


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “CARTAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 2:8-11 

INTRODUCCIÓN 

       El martirio ha sido siempre parte de una historia horrible y terrorífica de la historia de la iglesia cristiana. Junto con el gozo de predicar las buenas noticias de salvación a todas las naciones del mundo, también aparece la posibilidad, más acentuada en algunas épocas y espacios culturales concretos, de la persecución, la tortura y los intentos de algunos de acallar la voz profética de la comunidad de fe cuya cabeza es Cristo. La oposición más feroz y sanguinaria se ha cebado en distintas etapas históricas con aquellos que, sin violencias ni coerción de ninguna clase, han tratado de transmitir la pureza del mensaje redentor de Dios. Desde los primeros cristianos siendo acusados falsamente de crímenes ajenos, siendo lanzados a la arena de los circos romanos para que las fieras los devoraran ante la sed morbosa de las multitudes, y teniendo que esconderse en catacumbas clandestinas en las que poder celebrar sus reuniones, pasando por los presuntos herejes quemados en hogueras y torturados sin compasión tras autos de fe públicos en tiempos de la Inquisición, y terminando por la continua censura que muchos creyentes, pastores y evangelistas sufren en las redes sociales, medios de comunicación y leyes ideológicas a la hora de dar cumplido testimonio de su fe y de las enseñanzas bíblicas, el martirio ha formado parte inseparable de lo que significa ser discípulo de Cristo. 

      Si queremos conocer mejor de qué modo en estos tiempos actuales el evangelio está padeciendo persecución y maltrato, existen organizaciones que se dedican a estudiar las diferentes formas en las que el cristianismo está siendo penalizado incluso hasta la muerte. Historias de personas que se convierten de sus anteriores creencias ancestrales al camino de Cristo y que son marginadas, insultadas y estigmatizadas, las hay a miles. Historias de pastores y misioneros autóctonos y foráneos que intentan plantar iglesias en lugares donde la religión predominante es salvaje y fanática, siendo encarcelados y ejecutados simplemente por ofrecer biblias y tratados evangelísticos, las hay a cientos. Historias en las que iglesias enteras han visto como sus templos eran demolidos o quemados por siniestros personajes cuyo respaldo viene de religiones exclusivistas y radicales, las hay también a montones. ¿Quién dijo que ser creyente, sin importar la denominación cristiana a la que se pertenezca, iba a ser un paseo por la campiña inglesa? ¿Quién prometió a los futuros cristianos que no iban a sufrir ataques físicos, acosos informativos y difamaciones sobre lo que en realidad están haciendo? ¿Acaso Jesús mismo no nos dijo que en el mundo tendríamos aflicción por causa de su nombre? 

       La iglesia en Esmirna es precisamente un ejemplo claro de hasta dónde el odio y el miedo a lo diferente pueden llegar. Esmirna era una ciudad importante de Asia, una de las provincias romanas que se ubicaba en lo que es actualmente Turquía. De hecho, es, de todas las ciudades nombradas por el apóstol Juan en esta carta de Apocalipsis, la única que sobrevive al paso del tiempo con el nombre de Izmir. Su puerto mirando al Mar Egeo era un lugar grandemente transitado por mercaderes de todas las regiones del Imperio Romano, e incluso albergaba varios templos dedicados exclusivamente a la adoración imperial, tanto del César, como el templo de Tiberio construido en el 26 a. C., como de la misma ciudad de Roma (Dea Roma). Es de reseñar, a efectos de interpretar mejor el contexto de esta carta a los hermanos y hermanas en esta ciudad, que existía una nutrida comunidad judía, la cual, por lo general, se oponía frontal y violentamente contra todo lo que sonase u oliese a cristianismo. A modo de curiosidad histórica, es precisamente en esta ciudad donde Policarpo, uno de los padres de la iglesia del s. II, es quemado vivo por rechazar llamar “Señor” al César del momento tras una persecución instigada por los mismos judíos. Podríamos decir que Esmirna era un lugar bastante hostil al evangelio con dos enemigos acérrimos verdaderamente temibles. 

1. PROMESAS DE ETERNIDAD Y VIDA 

       Cristo se presenta a esta congregación de sus discípulos, a fin de señalar y recalcar que él siempre estaría con ellos, sobre todo en los trances más agudos y controvertidos: Escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto.” (v. 8) 

       De nuevo, Cristo se dirige al ángel custodio o al mensajero celestial que cubre y protege a esta iglesia para insuflar de ánimo y confianza a sus miembros. A través de las palabras consignadas por Juan, y por medio de la descripción que Cristo hace de su persona, se pretende levantar la moral a una iglesia que lo está pasando realmente mal. Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin, y, por tanto, la comunidad de fe en Esmirna debe tener fe en que Cristo, como dueño y controlador de la historia y sus acontecimientos, estará con ellos hasta el fin del mundo. Cristo, Dios encarnado, es eterno, y en esa eternidad conoce perfectamente los tiempos y sazones de todo cuanto ha de acontecer en el mundo y de todo cuanto debe ocurrirle a su amada iglesia.  

       La iglesia esmírnea va a atravesar el valle de sombra de muerte en breve, pero Cristo, Señor suyo, estará junto a ellos para que su fe no mengüe, para que su perseverancia sea firme y para que las desdichas que se van a ir encadenando contra ellos no hagan que su ánimo flaquee. Además, Cristo se presenta como aquel que murió y que vive, aquel que da su vida por su pueblo, pero que vence a la muerte para derramar de su vida sobre aquellos que han de morir en el martirio por amor de su nombre. Muchos hermanos y hermanas podrán morir a manos de los malvados fanáticos de turno, pero Cristo les promete la resurrección para vida eterna y el galardón de vivirla en comunión imperecedera junto a él. 

2. APLAUSO Y AMENAZA EN EL HORIZONTE 

       Con esta introducción exhortatoria y promisoria, Cristo manifiesta su complacencia para con los creyentes esmírneos, a la par que solicita de ellos que se preparen espiritual y mentalmente para la tribulación venidera: “Yo conozco tus obras, tu tribulación, tu pobreza (aunque eres rico) y la blasfemia de los que dicen ser judíos y no lo son, sino que son sinagoga de Satanás. No temas lo que has de padecer. El diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. ¡Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida!” (vv. 9-10) 

       La iglesia en Esmirna no recibe ningún reproche, a diferencia de algunas de las otras iglesias a las que se dirige el Señor. Todo lo contrario. Cristo conoce de primera mano las grandes dificultades que están arrostrando en una ciudad en la que cualquiera puede delatarlos ante las autoridades imperiales. Sabe que sus acciones siempre van encaminadas a la predicación del evangelio, al sostén de las familias más necesitadas de su congregación y a la protección de la pureza de la doctrina apostólica. Es consciente de que la tribulación, esto es, la situación adversa y desfavorable por la que están pasando, tiene la capacidad de pasar factura al número de personas que pueden llegar a adherirse a la causa de Dios. Tiene idea de que sus reuniones pueden albergar espías e infiltrados que tengan como objetivo recoger cualquier palabra o manifestación en contra del César o del imperio romano. Cristo constata que económicamente la cosa no va demasiado bien, y que el fondo que conforman las ofrendas de los fieles no es suficiente para atender las necesidades de algunos de sus miembros.  

       Sin embargo, Cristo contrasta esta pobreza financiera con la riqueza espiritual de la que están disfrutando, aquella auténtica fortuna que pueden hallar en él. Pablo expresó de este modo el gran capital espiritual que la iglesia en Esmirna podía encontrar en Cristo: “En él tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia.” (Efesios 1:7-8) Además, Jesucristo es conocedor de los permanentes asedios sufridos por la congregación a manos de una amplia mayoría de judíos residentes en la ciudad. El Señor, que reconoce el interior y las intenciones de las personas, sean judías o gentiles, descubre a sus hijos en Esmirna que no todos los que se hacen llamar judíos en realidad lo son. Tal vez la sangre que corre por sus venas y las genealogías conservadas y recordadas inviten a hacer pensar a muchos que son parte del pueblo escogido por Dios en el Antiguo Testamento, pero es que ser judío demandaba algo más, y ese algo más era creer en Cristo como el Mesías prometido. Estos judíos que se dedican a atacar sin misericordia, a difamar públicamente y a denunciar a los cristianos ante las autoridades, no merecen el nombre de judíos.  

        Más bien son como aquellos a los que el mismo Jesús tachó de hijos del diablo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, pues es mentiroso y padre de mentira.” (Juan 8:44) De ahí que no nos sorprenda que Cristo denomine a esta caterva de adversarios furibundos “sinagoga de Satanás.” Como sabemos, la palabra “satán” significa precisamente eso, “adversario, enemigo,” y la voluntad de acoso y derribo de sus acólitos no deja margen a la duda sobre su auténtica afiliación. ¡Cuántas iglesias evangélicas no habrán sufrido el escarnio, la mentira y los bulos diseminados por otras confesiones mayoritarias, llevando a la demonización y la inculpación de estas comunidades de fe que solamente realizan una labor evangelística y espiritual! Cuando una iglesia se instala en una ciudad, siempre encontrará la resistencia de individuos que el mismo Satanás coordina, a fin de que el testimonio del evangelio no llegue a los corazones de los vecinos de la localidad. Como se suele decir, donde hay una capilla cristiana, allí edifica también el diablo la suya propia. 

       La indicación de Cristo es que no teman. A pesar de todo el chaparrón que les está cayendo encima, deben ser valientes y dejar a un lado cualquier miedo a lo que les pueda ocurrir. Jesús mismo se ocupó de dejar claro esto durante su ministerio terrenal: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” (Mateo 10:28) Estas palabras, viniendo de quien vienen adquieren una dimensión extraordinaria. Todos estimamos como algo valioso poder vivir en nuestro cuerpo en estas coordenadas espacio-temporales, y huimos de todo aquello que nos provoca dolor, sufrimiento y aflicción. Nuestro instinto de supervivencia nos sugiere en casos extremos de amenaza o peligro que hagamos lo necesario para conservar el pellejo intacto.  

       Y si una persona es torturada, vejada y es objeto de mil y una perrerías para lograr de esta una abjuración o una apostasía, es probable que sucumba a renunciar de palabra de su adhesión a Cristo al infligírsele un daño descomunal y constante. Cristo sabe que no es fácil mantenerse firme ante circunstancias semejantes, y, por ello, él mismo nos dio ejemplo de muerte de cruz para señalar el áspero y cruento camino del sacrificio. Sus apóstoles y el mismo Esteban, primer mártir cristiano, también tuvieron que apurar este cáliz amargo a lo largo de los siguientes años, y lo hicieron con la mirada puesta en Cristo sin desviarla hacia su cuerpo físico. 

       Cristo profetiza a los hermanos y hermanas esmírneos que las cosas se van a poner bastante feas en un breve periodo de tiempo. La prisión, con todo lo que esta conlleva, lo cual no era precisamente ingresar en un resort en Cancún, iba a ser el crisol en el que varios miembros de la iglesia iban a ver probada su fe en Cristo. En las lúgubres y apestosas celdas de la cárcel de Esmirna, algunos hermanos tendrían que demostrarse a sí mismos y a Dios que su confianza estaba plenamente puesta en las recompensas celestiales y en su testimonio de vida para bendición de muchos. Diez días durará la infame travesía de castigos, burlas y escarnios en las mazmorras, tiempo más que suficiente como para comprobar de qué pasta estaba hecho cada uno de los componentes enclaustrados de la iglesia de Esmirna.  

      Cristo incluso lanza una exclamación que resuena terrible en los oídos de los creyentes esmírneos, un desafío que puede llevar a la misma muerte de algunos de ellos, al no postrarse ante el César, pero que tendrá su galardón en la eternidad, en la coronación divina de sus cabezas con la abundancia de vida por los siglos de los siglos. El sacrificio final tendrá su recompensa en la complacencia del Señor en los lugares celestiales, y esto siempre será mejor que renunciar a Cristo públicamente, salvando el cuello, pero con la conciencia tocada de por vida. 

3. VENCER HASTA EL FIN 

      Por último, Cristo renueva este último desafío desde la atención que todas las iglesias de todas las épocas han de poner en el ejemplo, promesas y perseverancia de los hermanos y hermanas que componen la comunidad cristiana en Esmirna: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte.” (v. 11) 

      El Espíritu Santo nos habla y el eco de sus revelaciones nos atañe hoy también a nosotros. Tal vez no sufrimos la clase de persecución agresiva y física que muchos de nuestros antecesores en la fe padecieron, incluso entregando sus vidas al martirio. Sin embargo, la oposición que Satanás apoya desde la sombra empleando ideologías humanistas y discriminatorias contra la libertad de expresión, de confesión y de creencia, sigue estando más viva que nunca. Quizás, con la idea de la tolerancia religiosa de la que gozamos en la actualidad, pensemos que nadie vendrá a las puertas de nuestra capilla a lanzar consignas blasfemas, que nadie pintará nuestra fachada con frases humillantes y despreciables, que nadie entrará por nuestros atrios para intentar grabar un audio del pastor o maestro de turno enseñando lo que la Palabra de Dios tiene que decir sobre determinados asuntos que Él aborrece y que el mundo aplaude.  

      Tal vez no nos toque a nosotros que pongan pasquines fanáticos en nuestras puertas o que dejen una bolsa llena de ratas muertas en la entrada de nuestro lugar de culto. Pero estas cosas pasan, pasaron y pasarán. Y ante esto, hemos de vencer con razones convincentes, con paz y denuncia, con denuedo y reclamación de nuestros derechos como ciudadanos que merecemos el respeto de todos. Vencer no siempre es salir indemne de la lucha que tenemos, la cual no es siempre contra carne o contra carne, sino contra las huestes diabólicas que impulsan movimientos sociales e ideológicos anticristianos. Vencer a veces es morir, sufrir, tener paciencia y dejar que sea Cristo el que nos vindique. Y el que vence, el que persevera hasta el fin, este será salvo de las consecuencias del pecado, de tener que ser atormentados eternamente en la segunda muerte, infinitamente más horrible que la primera.  

      Venciendo al mal con el bien, sin renunciar a nuestra fe, seremos acreedores de las promesas de Cristo cuando estemos en su presencia: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre estos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años.” (Apocalipsis 20:6); “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron.” (Apocalipsis 21:4) 

CONCLUSIÓN 

      La iglesia de Esmirna nos enseña la parte más dura y dolorosa de ser discípulos de Cristo. Jesús mismo ya nos advirtió de que ser sus seguidores y aprendices no iba a ser un camino de rosas, y que nuestro compromiso a su causa iba a costarnos incluso nuestra vida misma: “—Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Mateo 16:24) Los hermanos y hermanas esmírneos seguramente tuvieron que lidiar con el martirio más cruel y sanguinario, algo por lo que nadie debería pasar hoy día si este mundo fuese ideal. Pero como no lo es, y como está lleno de personas que son herramientas del mismísimo Satanás para silenciar el mensaje de perdón y redención de Cristo, hemos de estar preparados para cualquier cosa.  

       No debemos sumirnos en el sopor de un pensamiento cómodo en el que nunca seremos objetivo de las saetas flamígeras del enemigo de la humanidad. Todo lo contrario. Tomando como referente a esta iglesia amada por Cristo en Esmirna, mantengámonos firmes y constantes en nuestra profesión de fe, sin avergonzarnos del evangelio, porque este es poder de Dios para salvación de todos aquellos que creen en Cristo como su Señor y Salvador. La iglesia está bajo ataque, subrepticio y astuto, bajo la superficie de determinadas ideologías y tendencias, por lo que haríamos bien en seguir rogando a Dios que nos dé fuerzas y coraje para vencer cualquier presión que quieran imponernos los enemigos del evangelio de Cristo.

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