JESUCRISTO REVELADO



SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “CARTAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 1:1-8 

INTRODUCCIÓN 

       El libro de Apocalipsis siempre ha sido una de las obras más leídas e interpretadas de toda la historia. Un gran número de películas, series televisivas, libros y canciones se han inspirado en esta carta universal que retrata los tiempos convulsos por los que estaba pasando la iglesia primitiva del primer siglo después de Cristo y que prolonga su mirada hacia los últimos días de la historia y más allá. Con la connotación subyacente de eventos sobrenaturales, cósmicos, catastróficos y simbólicos, muchas personas han querido ver en Apocalipsis un sinónimo de cataclismo mundial, de destrucción global o de amenazas violentas que se desatan en el contexto internacional del porvenir. La palabra apocalipsis proviene de un término griego que significa “desvelar.” Por eso, algunas traducciones al castellano o a otras lenguas también utilizan la palabra “Revelación” para nombrar este texto bíblico que cierra nuestros Nuevos Testamentos y biblias. 

       Esta carta, escrita por el apóstol de Jesús, Juan, ya anciano y desterrado a realizar trabajos forzados en la isla de Patmos, pequeño piélago griego del archipiélago del Dodecaneso, en el mar Egeo, fue probablemente compuesta casi al borde del segundo siglo de la era cristiana, sobre el 90 d. C. Repleta de verdades que no es posible conocer por medio de la investigación normativa, sino a través de la revelación divina, esta carta nos habla, entre muchas otras cosas, de asuntos futuros, de un Reino espiritual, de ángeles mensajeros que describen con una paleta de colores excelsa las imágenes de acontecimientos rodeados de una gran riqueza simbólica, y de asombrosos y complejos esquemas numéricos que, todavía hoy, el erudito bíblico lucha por desentrañar y asignar a sucesos pasados, presentes y venideros. 

      Apocalipsis se trata de una carta circular que el apóstol Juan, escritor a su vez de un evangelio y de tres cartas universales más, enviaba a las iglesias de su tiempo a fin de cubrir las necesidades reales de la iglesia primitiva, de alentar y animar a aquellos cristianos que estaban sufriendo persecución y presiones descomunales, y de señalar la victoria de Cristo sobre las fuerzas diabólicas que estaban empleando a las instancias e instituciones humanas para acabar con el provocador y cada vez más extendido mensaje del evangelio de salvación. Tengamos en cuenta que el contexto en el que se elabora esta carta es el de un dominio absoluto del mundo conocido por el Imperio Romano, y, de forma más concreta, del despótico reinado de uno de los emperadores más sanguinarios que se conocen, Domiciano, el cual gobernó Roma desde el 81 al 96 d. C. Bajo este emperador, el martirio, las torturas y la obligación total de la adoración personalista en términos religiosos, eran el pan de cada día para aquellos que veían cómo el César y Cristo chocaban frontalmente en sus lealtades.  

     En cuanto a la interpretación que a lo largo del tiempo se ha ido haciendo de esta obra tan compleja y enigmática, existen cuatro posicionamientos claros: los preteristas, los cuales adjudican el relato de Juan a los eventos acaecidos durante los tiempos de Juan; los futuristas, los cuales adivinan profecías de cosas que han de ocurrir en el futuro; los historicistas, los cuales visualizan en Apocalipsis los eventos que sucedieron, suceden y sucederán entre los dos advientos de Cristo; y los idealistas, los cuales creen hallar en este libro principios espirituales y éticos válidos para la experiencia cristiana de todas las épocas, incluyendo la contemporánea. Más allá de adherirnos a cualquiera de estas perspectivas hermenéuticas, intentaremos ser lo más humildes y sinceros en nuestra aproximación a estos textos bíblicos que pueden volverse peligrosamente contra aquellos que desean ver más cosas de las que existen, o que interpretan los simbolismos con la adjudicación rotunda de nombres y apellidos, o de acontecimientos históricos concretos, algo que muchas sectas apocalípticas tienden a llevar a cabo sin contar con una exégesis adecuada y un conocimiento maduro de los propósitos de Dios. 

1. CRISTO, AUTOR DE LA REVELACIÓN 

       Como toda carta que trate de insuflar renovadas energías y esperanzas a sus lectores, sobre todo en las horas más tenebrosas de la historia de la iglesia, Juan la inicia dando el honor y el reconocimiento a su Señor y Salvador, evitando que sus palabras solamente sean tenidas por humanas, y enfatizando que todo cuanto va a ser consignado en este escrito procede única y exclusivamente de lo alto: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto. La declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, el cual ha dado testimonio de la palabra de Dios, del testimonio de Jesucristo y de todas las cosas que ha visto. Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca.” (vv. 1-3) 

       Apocalipsis no es una obra puramente humana, producto del delirio de alguien enajenado, del interés misterioso de un mortal en busca de notoriedad o fama, o de un encuentro místico con visiones inconexas, extravagantes y psicodélicas a causa de un trauma sicológico severo. Apocalipsis no es ni más ni menos que la revelación de Jesucristo, el deseo de Dios Hijo por dar a conocer a la humanidad sus propósitos y designios, el anhelo profundo de aquel que nos salvó muriendo en la cruz, resucitando de entre los muertos, ascendiendo a los cielos para sentarse a la diestra del Padre para juzgar a vivos y a muertos, y que regresará de nuevo para recoger a su iglesia y dar su merecido a aquellos que lo negaron en este plano terrenal. Cristo es el autor de cada palabra, oración y párrafo de esta carta. El impulsor de la confección de este texto ha sido Cristo, dado que ha contemplado de qué manera sufre y padece su pueblo, aquel que le fue dado por el Padre, y estima que es la hora en la que debe afirmar la fe de sus discípulos en medio de las más terribles pruebas.  

      Esta revelación proviene de Dios Padre, el cual, dentro del concierto trinitario, también ha visto el clamor de sus hijos, la presión tan imponente que tienen que soportar entre servirlo a Él o doblegarse ante la idolatría imperial, y la intransigencia religiosa respaldada por el César. La iglesia necesitaba tener certezas que unir a su fe, esperanza que unir a su lealtad, victoria que unir a sus lamentables condiciones de vida. Toda esta revelación promueve el conocimiento de actuaciones futuras que la Trinidad va a realizar en un breve plazo de tiempo. Será un enviado celestial, un ángel, el que trasladará cada una de las imágenes, consejos, advertencias, alabanzas y amonestaciones que integran Apocalipsis. Este mensajero no solamente traerá consuelo, fortaleza y gozo al corazón de Juan, transido por el dolor y la aflicción que le causan sus carceleros mientras pica piedra en las canteras de Patmos, sino que brindará a toda la iglesia, representada esta por siete de sus sucursales en Asia Menor, la prueba de que Cristo sigue cuidando de su rebaño y de que la muerte por su causa será galardonada en el más allá. 

      ¿Por qué Juan es el escogido de Cristo para transmitir esta profecía a la iglesia? No cabe duda de que Juan posiblemente sería el único apóstol con vida, dada la juventud que éste tenía cuando conoció a Jesús durante su ministerio terrenal. Además, tal y como se nos muestra en este inicio de carta, Juan había sido un incansable predicador de las Escrituras hebreas como preámbulo a la exposición de la vida, obras y enseñanzas de Jesús mientras convivió con este en su ministerio itinerante. En su evangelio podemos ver recogidas y registradas algunas de las más importantes y relevantes actividades de Jesús, así como una teología sublime que señalaba sin lugar a dudas a éste como el Mesías de Dios, el Cristo, la esperanza de Israel y de todo el mundo sin excepción. Recordemos sus palabras sobre todas las cosas que hizo y dijo Jesús mientras caminó como ser humano por esta tierra: “Hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.” (Juan 21:25)  

       En su primera epístola universal, el apóstol también deja claro que su testimonio es coherente y de primera mano: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida —pues la vida fue manifestada y la hemos visto, y testificamos y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó—, lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos para que vuestro gozo sea completo.” (1 Juan 1:1-4) Juan era el mejor vehículo que podía haber para comunicar a la iglesia de Cristo todo cuanto Dios había escogido revelar sobre el porvenir, a fin de exhortarla a mantenerse firme en su fe y lealtad a su Señor y Salvador. 

     El anciano apóstol añade una bienaventuranza para aquellos que deseen de todo corazón investigar e inquirir sobre el contenido de Apocalipsis. Tanto los lectores como los oyentes de cada una de las revelaciones ofrecidas por Cristo a su iglesia serían felices, si, al hacerlas suyas y entenderlas, lograsen asimilar equilibradamente las enseñanzas y las sazones que subyacen en el texto divino. El gozo de los destinatarios de esta carta del fin del mundo sería un hecho en tanto en cuanto, no solamente la recorrieran con la mirada, sino que además la interiorizaran hasta influir sobre su ética y su práctica. Apocalipsis no solamente trata de un relato ciertamente evocador, lleno de fantásticas imágenes preñadas de ignotos significados y sentidos, capaz de arrobar a cuantos recorren sus páginas con avidez, sino que también es un registro de doctrina, teología y enseñanza espiritual que transforma nuestras vidas de manera individual, y la vida de la iglesia en su colectividad. La obediencia fiel a las indicaciones divinas que Juan pone negro sobre blanco en determinados momentos de su narrativa apocalíptica, será motivo de júbilo, paz y satisfacción para el creyente de todas las edades y épocas. Esta es una invitación muy hermosa que habríamos de tener más en cuenta de lo que lo solemos hacer. Apocalipsis no muerde; lo que realmente debe atemorizarnos es la clase de interpretación que de esta obra se haga por parte de personajes faltos de escrúpulos y sesera. 

2. SALUDO TRINITARIO 

      Una vez establecida la auténtica autoría de este maravilloso libro bíblico, Juan prosigue su elaboración epistolar, saludando a las siete iglesias a las que va a dirigir el contenido de esta profecía divina de manera específica: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros de parte del que es y que era y que ha de venir, de los siete espíritus que están delante de su trono, y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama, nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre, a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.” (vv. 4-6) 

      Juan, como canal de la revelación de Dios en Cristo a su iglesia, saluda a siete de las muchas congregaciones que en aquel entonces había en Asia Menor. Tal vez su conocimiento más estrecho de estas comunidades de fe, posiblemente por haber velado por ellas con visitas y estancias de cierta duración, y por haber forjado lazos de amor y fraternidad más fuertes, hace que estas siete iglesias se conviertan en una especie de paradigma del resto de comunidades de fe de todos los tiempos, tal y como veremos más tarde. Juan emplea una construcción formal y educada que adorna con un cántico o himno cristológico inmensamente rico en sentidos y significados teológicos. El apóstol de Patmos desea que la gracia de Dios, el favor inmerecido de su amor y misericordia, y que la paz del Señor, esa tranquilidad que supera a la paz humana y que trasciende lo meramente político o material, tan necesaria precisamente en las turbulentas circunstancias por las que estaban atravesando las iglesias cristianas, habiten en abundancia en medio de sus congregaciones respectivas. Aquel del que fluye esta gracia y esta paz, que las garantiza y que las derrama sobre sus discípulos, no es ni más ni menos que Dios Padre, el Eterno, el Inmutable, aquel que reina sobre toda su creación desde su trono celestial. Dios Padre es la fuente de toda manifestación de gracia y paz, las cuales propician la salvación del hombre por fe y el perdón de los pecados del mortal que confiesa sus culpas y se arrepiente ante Cristo. 

      Delante de la autoridad y señorío de Dios Padre, siete espíritus también mandan su deseo de bendición a las iglesias. Estos siete espíritus, atendiendo a la composición trinitaria de esta salutación, son la representación simbólica del Espíritu Santo derramado sobre cada una de estas congregaciones, con el número siete acentuando la perfección y plenitud de su presencia en medio de ellas. El Espíritu Santo también avala, en comunión con el Padre y el Hijo, la dispensación de la gracia y de la paz que tanta falta está haciendo a la iglesia primitiva. Su guía y su obra santificadora brindan la serenidad y la compasión que los creyentes atribulados requieren en instantes de zozobra espiritual y física. El tercer miembro de la Trinidad que se une al Padre y al Espíritu en el envío de aliento y fortaleza a la iglesia, es Cristo mismo, caracterizado por ser el testigo fiel, esto es, Dios encarnado, conocedor de la gloria y los propósitos de su Padre celestial, obediente hasta la muerte, sujeto al Padre en todas y cada una de sus instrucciones redentoras.  

       Además, es el primero que resucita de entre los muertos, abriendo paso y cauce a la resurrección futura de todos aquellos que aceptaron de buen grado servirle y seguirle, a la nueva vida espiritual que surge de la convicción de que en Cristo podemos aspirar por pura gracia a ser salvos y a gustar de toda una existencia eterna en su presencia. Y, para añadir mayor honra a su obra y persona, Cristo es considerado en este saludo aquel que ya reina sobre toda esfera de autoridad terrenal. Aunque los emperadores y reyes se sucedan a lo largo de la realidad histórica, a pesar de que los tiranos y los dictadores lleven a cabo su amenazadora voluntad, Cristo es el Señor de señores, y el Rey de reyes, algo que, sin duda, insuflaría de ánimo y tranquilidad los corazones de aquellos que estaban siendo represaliados por las autoridades y potestades humanas del momento. El César podía tener gran poder para disponer de la vida de sus súbditos, pero nada podría hacer con el gobierno eterno de Cristo, el cual juzgará a cuantos atormentaron a sus fieles siervos de forma inmisericorde. 

       Juan, el gran exponente del amor de Dios en Cristo, subraya que nos amó apasionadamente, hasta el punto de renunciar a su majestad y su gloria para descender al polvo de este mundo, para ser sacrificado injustamente en una oprobiosa cruz y para dar entrada libre al trono de gracia de Dios. En su infinito amor, quiso liberarnos de nuestros pecados, quiso transformar nuestra vanidad en propósito, quiso justificarnos ante el tribunal de Dios. En su incontestable misericordia, y a pesar de no ser merecedores de su salvación, nos hizo un pueblo de reyes y sacerdotes consagrados a Dios, por cuanto cada creyente ahora puede hablar directamente con el Padre sin intermediarios, sin cortapisas y sin necesidad de recurrir a sacrificios y ofrendas animales para atraer su atención sobre nosotros. Hemos sido santificados en virtud del derramamiento voluntario e inocente de la sangre de Cristo, y le pertenecemos a Él, somos coherederos del depósito celestial que nos aguarda cuando se consume el fin de la historia, somos hermanos y amigos de Jesucristo, preparados para reinar junto a Él sobre los cielos nuevos y la nueva tierra. Cristo, en definitiva, es nuestro valedor en la eternidad, y todo se lo debemos a él.  

      Nuestro Padre celestial, aquel que nos acoge como su pueblo, que nos ha apartado para que podamos servirle con regocijo, y que nos ha elegido para disfrutar de su sabiduría, poder y gloria por los siglos de los siglos, debe ser adorado todos y cada uno de nuestros días. La gloria y el imperio, su esplendor y majestad, su dominio y soberanía son dignos de ser tenidos en cuenta en nuestras diversas manifestaciones de alabanza y adoración. Los poderes fácticos de este mundo pasarán, y muchos se postrarán ante ellos, motivados tal vez por su necesidad de referentes físicos y personales, quizá por lo que puedan lograr haciendo esto, o tal vez por ser obnubilados por lo que puedan considerar virtudes humanas dignas de ser ensalzadas.  

      Pero Dios, su reinado y señorío, su Reino y su poderío, siempre estarán a disposición de cada uno de los creyentes que leen esta revelación entregada a Juan. Esta doxología final que concluye esta salutación preñada de atributos divinos, cristológicos y pneumatológicos, debe ser siempre nuestro santo y seña cuando contemplamos absortos las poderosas obras de Dios y experimentamos personalmente el amor y la paz de Cristo. La Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, son los promotores de esta carta del fin del mundo, y, por tanto, haríamos bien en prestar atención a qué tienen qué decirnos a través de la pluma del venerable apóstol Juan. 

3. PARUSÍA DE CRISTO 

      A continuación, Juan presenta la primera de sus profecías, una que llenaría de esperanza y expectación los corazones de los creyentes perseguidos del primer siglo: “He aquí que viene con las nubes: Todo ojo lo verá, y los que lo traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentarán por causa de él. Sí, amén. «Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin», dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.” (vv. 7-8) 

      Cristo regresará. Juan tiene esta certeza porque ha recibido directamente de parte de Dios esta revelación que el mismo Jesús ya había desvelado durante sus últimos años de vida terrenal. Triunfante, entre las nubes, retornando por el mismo lugar por el que se marchó ante los atónitos ojos de cientos de testigos en su ascensión. Victorioso, su aparición será tan evidente y palmaria que todo el mundo podrá saber que ha regresado de nuevo a por su iglesia y a juzgar a vivos y a muertos. No vendrá subrepticiamente o en secreto como algunas sectas proclaman errónea y torticeramente. Su segunda venida se producirá de tal modo que nadie podrá desmentirla, opacarla u ocultarla. Aquellos que lo traspasaron, del mismo modo que el soldado que alanceó su costado cuando estaba colgado en el madero, son aquellos que se negaron a someterse a su señorío y que rechazaron la salvación que se les brindaba.  

       Son los incrédulos, los apóstatas, aquellos que aborrecieron a Dios para vivir a espaldas de Él, los que prefirieron la maldad y la perversión antes que el amor de Cristo. Estos, cuando vean regresar a Cristo, no tendrán más remedio que lamentarse, que echarse a llorar, que esconderse en las entrañas de la tierra, porque sabrán inmediatamente que su castigo es cosa hecha. Esto será así, rubricado por la inquebrantable e inmutable voluntad de Dios. ¡Qué día tan terrible será este para los desobedientes y rebeldes de este mundo! ¡Qué sensación más amarga brotará en los corazones de aquellos que cometieron la equivocación de confiar en otros dioses y en sí mismos, en lugar de abrazar la causa de Cristo! ¡Y qué gozoso será el instante en el que los creyentes que padecen por razón de su nombre en toda la tierra, sean reunidos junto con la iglesia universal de todos los tiempos, para celebrar la victoria aplastante de nuestro Señor Jesucristo! 

CONCLUSIÓN 

      Con toda esta carga teológica y anímica con la que se inicia Apocalipsis, llega la hora de escuchar qué tiene que decir Cristo a cada iglesia que se nombra en las siguientes líneas. No solo van a ser una mezcla de reproches y aplausos a comunidades de fe particulares y específicas. También van a ser una llamada de atención a la iglesia contemporánea, un aviso para navegantes, una guía para tratar de erradicar lo negativo de nuestras congregaciones y de incidir en seguir los dictados de Dios para una mejor y mayor comunión corporativa.  

       Cada palabra que Cristo dirija a cada una de estas iglesias, va a ser una palabra que deberemos tomar en consideración para nuestra comunidad de fe local, a fin de ser perfeccionados, transformados y santificados por el Espíritu Santo. Atendamos, pues, a todo cuanto tenga que decir Cristo a sus iglesias, y a nuestra iglesia en los próximos estudios sobre Apocalipsis.

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