LUZ Y LIBERTAD


 

SERIE DE SERMONES SOBRE MIQUEAS “OÍD! 

TEXTO BÍBLICO: MIQUEAS 7:8-13 

INTRODUCCIÓN 

      Asumir la culpa por un error cometido no es lo nuestro. Reconocer que hemos metido la pata hasta el corvejón, que nos hemos equivocado en algunas de nuestras decisiones, que hemos errado el blanco, o que hemos fallado al prever algo que luego nos ha explotado en todo el hocico, no es lo nuestro. Confesar que no hemos hecho bien las cosas, que hemos dicho algo que no debimos decir en su momento o que hemos albergado siniestras intenciones contra alguien a la hora de llevar a cabo cualquier maniobra, no es lo nuestro. Admitir que hemos prejuzgado a una persona por su aspecto o procedencia sin conocerla bien, que nos hemos arrogado una autoridad que no nos correspondía con el fin de humillar a alguien, que somos culpables de desastres y fracasos que afectan al prójimo, no es lo nuestro. Muy pocas personas están en disposición de disculparse, de intentar arreglar el desaguisado, de asumir la responsabilidad de sus actos o de pedir perdón sincero por haber cometido pecados groseros y que involucran a terceros.  

       Muy pocos políticos o funcionarios públicos tienen la valentía de poner sus cargos a disposición de la sociedad cuando cometen cohecho, prevaricación, malversación de caudales públicos, o cuando se les pilla con las manos en la masa robando a manos llenas del erario de todos. Muy pocos entonan el mea culpa cada vez que, a la vista de las pruebas y evidencias, se ha destapado algún escándalo o delito flagrante. En esto, los españoles somos especialistas. Escurrir el bulto sí que es lo nuestro. Eludir contestar a los medios de comunicación con claridad sobre un asunto turbio que les concierne de pleno sí que es lo nuestro. Culpabilizar a los demás de un yerro propio, sí que es lo nuestro. Echar balones fuera para poner el foco en los errores de otros para que los nuestros no parezcan tan graves, es lo nuestro. Recurrir a disfraces retóricos, a eufemismos que no hay por donde coger, o a subterfugios de lo más esperpénticos para minimizar el auténtico calado de malas administraciones y gestiones, y así esperar que el chaparrón pase lo antes posible, es lo nuestro. A menos que la justicia vea con meridiana nitidez que alguien es culpable, es poco menos que imposible que alguien se apee de la burra y resuelva voluntaria y sinceramente recibir la corrección y la penalización de buen grado. 

      Desde que somos niños hemos aprendido decenas de técnicas para salirnos con la nuestra sin que el castigo se abata sobre nuestras tiernas carnes. Como si de un mecanismo de supervivencia se tratase, hemos interiorizado muy pronto en la vida que lo mejor para escapar de la disciplina que merece un malvado o díscolo acto, es mentir como bellacos, echarle la culpa al hermanito menor, al perro, al propio progenitor o al mismísimo destino. El dolor que supone, no solo la pena resultante de la sentencia condenatoria, sino el mismo hecho de humillarse y someterse cabizbajo para relatar la lista de iniquidades cometidas, es tan grande que no suele brotar de nuestro corazón la más mínima prioridad por ser veraces, responsables y humildes. Todo lo contrario. A pesar incluso de ser condenado oficialmente, el ser humano es capaz de seguir defendiéndose y anunciando a los cuatro vientos su inocencia y la injusticia que se está cometiendo contra su pura e ingenua alma. Huimos despavoridos cuando sabemos que hemos de afrontar el castigo, estiramos el chicle de las excusas y justificaciones peregrinas, inventamos chivos expiatorios, todo con tal de no ser disciplinados o amonestados. ¡Qué duros de cerviz que somos! 

1. RECONOCER EL ERROR ES DE SABIOS 

      Es hermoso e inspirador contemplar en las Escrituras que todavía hay una esperanza para la raza humana si esta se arrepiente de sus pecados, confiesa abiertamente sus culpas y pide clemencia y perdón a Dios. Israel, del que ya hemos hablado en relación a sus idolatrías, adulterios espirituales, injusticias, abusos y crímenes, ha escuchado con atención el juicio profético de Miqueas, y, al fin, entiende que, si algo catastrófico ha de sucederle, es porque se lo ha buscado: Tú, enemiga mía, no te alegres de mí, porque, aunque caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz. La ira de Jehová soportaré, porque pequé contra él, hasta que juzgue mi causa y me haga justicia. Él me sacará a la luz y yo veré su justicia." (vv. 8-9) 

       Israel, la niña de los ojos de Dios, ha caído en desgracia a causa de sus impiedades y pecados. La paciencia del Señor ha llegado a su límite, y ahora es el momento en el que su justo juicio debe consumarse en la realidad histórica de su pueblo. Asiria será en estos instantes la responsable de ejecutar la sentencia condenatoria de Dios contra los israelitas. Israel no ha escuchado la voz profética ni ha atendido a sus mandamientos, es más, ha hecho oídos sordos a sus requerimientos continuos de santidad, arrepentimiento y justicia. Su enemiga más inmediata se abalanzará pronto sobre Israel para devorar y rapiñar, para destruir y apresar. La risa del poderoso, del sacerdote infiel, del gobernante inepto y de los adoradores de falsos dioses será tornada en un rictus de angustia, abatimiento y humillación que nunca será olvidado. Ahora es la carcajada de sus adversarios la que resuena una y otra vez en la mente colectiva de Israel. Su alegría está propiciada por el declive y decadencia de un reino que antaño estaba respaldado por Dios y cuyo poder era reconocido por todas las naciones. Israel cae hasta lo más bajo, y solo queda aguantar con los dientes bien apretados y los puños crispados por la impotencia las burlas e invectivas de sus paganos conquistadores. 

      Sin embargo, parece que Israel ha vuelto en sí de su desdicha autoinfligida, y reconoce sin tapujos que ha caído a los abismos, que su gloria pasada ha fenecido y que está en manos de sus captores, siendo un juguete roto con el que se divierten sin contemplaciones. Confiesa que si la cautividad ha de ser su castigo y destino dada su inoperatividad a la hora de servir y obedecer al Señor, que si debe pasar una buena temporada en lugares extraños e inhóspitos, que si las tinieblas cubren completamente de gris sus perspectivas de volver a ser una nación, es para volver a levantarse de nuevo cuando Dios así lo disponga. La cautividad es el resultado directo de su desobediencia y rebeldía espiritual y solo queda aceptarlo como parte de la justicia de Dios. Desde esta compungida confesión de pecados, surge la esperanza de que la risotada estentórea de los asirios un día también se convierta en una mueca de aflicción y suplicio, de que Dios los vindique, perdone sus deudas y les restaure una vez más a su tierra, a su patria. La luz de Dios, esto es, su salvación y liberación, es ese asidero al que se aferra Israel, aunque durante muchos años tengan que vivir en la oscuridad que su pecado amerita. 

      Israel reconoce que si la ira de Dios se ha abatido drásticamente sobre todo el pueblo es porque ha contravenido todas las estipulaciones de obediencia que estaban en el pacto establecido con Él. Han cometido el trágico error de desvincularse de su señorío para abrazar sus propios caminos y auto considerarse dueños de sus propias vidas. Han eludido comprometerse con vivir existencias santas y piadosas, para entregarse a vicios y delitos sin cuento. Han despreciado el nombre del Señor con su empeño por adorar a otros dioses que en realidad ni existen ni tienen peso específico en la realidad. Han elaborado planes para institucionalizar la injusticia y el empobrecimiento de gran parte de la ciudadanía. Han insultado gravemente a Dios, avergonzándolo ante todas las naciones vecinas, ninguneándolo sin remordimientos ni escrúpulos. Ahora deben esperar la justicia de Dios, la cual saben justa y terrible a la vez. Israel ha entendido que su situación precaria y mísera es la consecuencia directa de sus desobediencias y que la sentencia no va a ser muy favorable que digamos. Viene una época de penitencia, de luto y de contrición en la que el pueblo debe recapacitar y reflexionar sobre su infidelidad y falta de lealtad al pacto de Dios. Toca esperar en la distancia, aprender de la lección y soñar con que un día, cuando así lo determine el Señor, volverán a su hogar. 

2. EL BURLADOR, BURLADO 

        No hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista, reza el refrán popular, e Israel, tras un intervalo de tiempo prolongado, verá restaurada su libertad y su honra: Lo verá mi enemiga y se cubrirá de vergüenza, la que me decía: “¿Dónde está Jehová, tu Dios?” Mis ojos se recrearán al verla, cuando sea pisoteada como el lodo en las calles." (v. 10) 

       Cuando la hora de regresar a la patria perdida llegue al fin, todos aquellos que se dedicaron durante décadas a mofarse de sus desgracias, a hacer escarnio de su ruina y a burlarse de Dios, recibirán también su merecido. ¡Qué fácil y cobarde es pitorrearse de una nación caída y vencida! ¡Qué sencillo y gratuito resulta chotearse de aquel Dios que dijo que siempre protegería a su pueblo de la derrota! No hay mayor humillación que la de aquellos que te ven en lo más profundo de un pozo cenagoso y encima te escupen y se ríen de tu adversidad. Sí, tal vez Israel mismo había sido el responsable de su propia destrucción, pero hacer leña del árbol caído ni es elegante ni es recomendable. Sobre todo, porque a todo cerdo le llega su San Martín. Y Asiria, la indomable, la orgullosa y la poderosa, descendería a la más profunda de las desdichas a su debido tiempo. En ese trance histórico, la soberbia y la altanería de los incrédulos se tornará en vergüenza y oprobio, en proverbios y dichos sarcásticos e irónicos de otros pueblos que también fueron oprimidos por el Imperio Asirio.  

      A los que nos encanta el deporte rey, en el que existe una competitividad entre equipos rivales, normalmente nos gusta picar al que sigue al equipo contrario. Intentamos hacerlo sanamente, sin que la sangre llegue al río, por supuesto, y nos reímos un día uno del otro, y otro día, el otro de uno, sin acritud ni mala baba. Pero existen personas que han convertido esta forma de pegar pellizcos de monja, cariñosamente hablando, en una auténtica cuestión personal. Conocemos de hinchas de equipos contrarios que se han enzarzado en batallas campales, que se han apuñalado o que, incluso se han suicidado cuando su equipo del alma ha sido vencido por el contrincante. Y las chanzas y befas han llegado a adquirir dimensiones realmente ofensivas y violentas, hasta el punto de que unos han saldado sus cuentas por medio del asesinato más absurdo. Asiria ahora era la abusona y se enorgullecía de sus victorias, pero como pasa en el deporte, no siempre se gana, y la derrota, aunque tarde en aparecer, lo hace, y todas esas risitas insoportables se revierten sonrojando al que antes triunfaba y en un momento dado le toca ser avergonzado. Asiria era oro reluciente y admirado un día, y al otro sería barro sucio a ras de suelo que todos podían hollar con sus pies. 

3. UN FUTURO SEGURO Y UNIVERSAL 

       La liberación y la luz de Dios llegaría con certeza, y con ellas la reunión de todos los exiliados que padecieron el cautiverio más duro y opresivo, no sin tener en mente que el juicio de Dios es justo siempre: Viene el día en que se edificarán tus muros; aquel día se extenderán los límites. En ese día vendrán hasta ti desde Asiria y las ciudades fortificadas, y desde las ciudades fortificadas hasta el Río, de mar a mar y de monte a monte. La tierra será asolada a causa de sus moradores, por el fruto de sus obras." (vv. 11-13) 

     La certidumbre de que, después de la corrección divina y la asimilación de la pena merecida, Israel va a volver a ser una nación amparada y protegida por Dios, surge de la reconstrucción, no de unas murallas defensivas hechas por manos de seres humanos, sino de un aprisco de piedra que salvaguarde y dé seguridad al pueblo escogido del Señor. Dios, como un pastor que ama a su rebaño y que las encierra al atardecer para que sus ovejas descansen y lo hagan con plena confianza en que no serán dañadas, secuestradas o sustraídas por los cuatreros y bandidos. Dios recogerá a los suyos y será para ellos luz y salvación mientras cumplan las estipulaciones del pacto y sean fieles a su palabra de someterse bajo su señorío.  

     Por otra parte, las puertas desvencijadas y las plazas abandonadas por el cautiverio, volverán a ver el paso de los descendientes de aquellos que merecieron ser disciplinados por el juicio justo del Señor. Y no solamente transitarán por sus callejuelas los herederos de aquellos que fueron sometidos al castigo divino, sino que personas de otras naciones se unirán a ellos para glorificar a Dios. Las fronteras se abrirán y se expandirán más allá del norte, lugar del destierro asirio, ubicación del río Éufrates, más allá del sur y de costa a costa. Desde todos los confines de la tierra vendrán a repoblar el erial en el que se convirtió Israel a causa de su pecado, y esto solo será la antesala, el aperitivo, de lo que habrá de suceder en el advenimiento mesiánico de Cristo. Cuando Jesús inaugure el Reino de los cielos, ya no habrá aduanas o límites territoriales, sino que judíos y gentiles compondrán el nuevo Israel de Dios: Por esta causa yo, Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles... Seguramente habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros, pues por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente. Al leerlo podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, el cual en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio.” (Efesios 3:1-6) 

      No obstante, Miqueas no quiere que sus oyentes se relajen, tomando a Dios por un blandengue o por alguien que, en definitiva, va a dejar sin efecto su juicio en poco tiempo. Dios desea que todos los israelitas, e incluso todos los habitantes de la tierra, que el pecado siempre traerá desolación, destrucción y mortandad. El ser humano ha de comprender que sus actividades no están exentas de repercusiones perniciosas y letales para con su prójimo, para con su nación y sociedad. La maldad colectiva lleva al deterioro de la justicia, de la verdad y de la solidaridad, y todo ello a la deriva espiritual y moral más deleznable y digna de juicio. El pecado trae dolor, sufrimiento, pérdida y congoja permanente, por lo que es preciso que los israelitas que escuchen el oráculo divino de labios de Miqueas, se arrepientan para ser contados como parte del remanente que volverá a habitar su tierra tras la condena de Dios. 

CONCLUSIÓN 

      Como creyentes y como iglesia de Cristo, debemos aprender de la actitud de Israel que muestran estos versículos proféticos. Hemos de reconsiderar nuestra actitud cerril y obstinada en situaciones en las cuales sabemos a ciencia cierta que hemos cometido errores de bulto. Endurecer nuestro corazón solo nos llevará a la vergüenza, a la miseria espiritual y a ser considerados ejemplares de la raza de los cabezones y de los duros de mollera. Más bien, seamos humildes y reconozcamos prontamente nuestros yerros y pecados, no solo a Dios, sino también a aquellos a los que hemos provocado heridas terribles con nuestras acciones y palabras. Disculparse, pedir perdón y tratar de reparar el mal hecho será la garantía de que Dios también nos perdone y borre nuestras iniquidades para siempre.  

      Nuestra vida debe reflejar el carácter de Dios, el ejemplo de Cristo y el fruto del Espíritu Santo, para que cuando el juicio final llegue, podamos ser justificados por la sangre preciosa de Cristo, derramada en propiciación por cada uno de nosotros. Mientras ese momento llega, quedémonos con las palabras de Pablo a los tesalonicenses, y hagámoslas nuestras, en cada jornada de nuestras existencias: Acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba, porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá, así como ladrón en la noche. Cuando digan: «Paz y seguridad», entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán. Pero vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino vigilemos y seamos sobrios, pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de salvación como casco. Dios no nos ha puesto para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que vigilemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él. Por lo cual, animaos unos a otros y edificaos unos a otros, así como lo estáis haciendo.” (1 Tesalonicenses 5:1-11)

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