MENSAJE A ÉFESO


 

SERIE DE ESTUDIOS EN APOCALIPSIS “CARTAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 2:1-7 

INTRODUCCIÓN 

       ¿Quién no se acuerda de su primer amor? ¿Quién no se puede olvidar del primer instante en el que el corazón comenzó a galopar en el pecho por otra persona que le hacía tilín? Existen cosas que puedes dejar en el arcón de la memoria, pero no cabe duda de que, si hay algo que nunca podrás arrinconar en el trastero de la desmemoria es la primera vez que sentiste algo muy especial por ese chico o esa chica que iba a tu clase, con el o la que te juntabas en la cuadrilla, o con el que compartías puesto de trabajo o aficiones. Las mariposas recorriendo con sus alas las cavidades de nuestro estómago, el brillo esplendoroso de nuestra mirada al ver a la persona amada, la ansiedad por quedar con ella a todas horas, el tiempo pasando lento en el reloj de nuestra impaciencia juvenil... ¡Qué tiempos!, ¿verdad? La primera cita, el primer beso, el primer “te quiero,” el primer regalo en el día del aniversario... Todo era desvelarse por la persona amada, desvivirse por hacerla feliz, cruzar montañas y mares para volver a disfrutar de su compañía, horas y horas pensando en un futuro juntos...  

       Puede que tal vez ese primer amor se truncase con el paso de los años, o que cada cual decidiese realizar su viaje personal por vías distintas, o que el amor tributado no fuese correspondido, pero nunca sería posible arrancar de la mente esos instantes de romanticismo, de cariño y de afectos. O tal vez sí, esa primera persona ha sido aquella que ha compartido tu vida hasta el día de hoy, complementándote, amándote y cuidándote aun a pesar de los altibajos que inevitablemente la vida nos acarrea. No hay una sensación igual en el mundo, sobre todo si amas y eres amado a tu vez. En términos espirituales también nos ocurre algo semejante como cristianos.  

       Conocemos el evangelio de Jesucristo, nuestra alma se inflama de pasión por su servicio y discipulado, nos entregamos completamente en obediencia y sumisión complaciente a Jesús, y estamos dispuestos a arrostrar cualquier peligro o desafío que pueda interponerse en esa comunión que deseamos hacer más profunda cada día. Estamos enamorados de Cristo, de su ejemplo de vida, de sus lecciones magistrales, de su entereza y compasión, de su misericordia y poder, de su sacrificio en la cruz y de su gran comisión. Es nuestro primer amor espiritual y vivimos, al menos durante los primeros años, flotando como en una nube mientras disfrutamos de su gracia y de su sabiduría. 

       Sin embargo, como pasa en todas las relaciones, el tiempo, las vicisitudes, los conflictos, las pruebas y los errores, suelen pasar factura a ese primer amor en el que invertimos todo nuestro caudal de compromiso y dedicación. En el ámbito humano y personal, sabemos que el amor desbordado del principio se transforma gradualmente en otra clase de amor, más maduro, más seguro, más paciente y más sabio, pero no deja de ser amor, si es que desde el principio fue amor. En el aspecto espiritual, sucede exactamente lo mismo. En el inicio de nuestro peregrinaje espiritual junto a Cristo, lo dábamos todo, lo colocábamos por encima de muchas otras cosas que estimábamos importantes, pero cuando las circunstancias terrenales nos afectan de un modo u otro, convertimos ese primer amor en otra clase de sentimiento, más atemperado, menos estricto, más flexible, pudiendo incurrir sin darnos cuenta en la equivocación de deslizarnos de entre los brazos de Cristo para acabar en los de vicios, crisis de fe, instintos mal canalizados y amnesia del alma. Y así, poco a poco, dejamos de leer la Biblia como antes, aplazamos nuestros encuentros comunitarios en consideración a otros compromisos, espaciamos nuestro tiempo devocional y de oración, hasta sentirnos cómodos en la idea de que Dios está con nosotros hagamos o no hagamos lo que nos aconseja y ordena hacer. 

1. APLAUSO 

       La iglesia de Éfeso, a la cual se dirige en esta ocasión el Señor Jesucristo, era una gran iglesia. De hecho, y como veremos en el resto de cartas a otras comunidades de fe cristianas de Asia Menor, la estructura que emplea Cristo, a través de la pluma de Juan, a la hora de dirigirse a ellas, es la siguiente: consignación del remite del mensaje, fórmula del mensajero, fortalezas exhibidas por la iglesia en cuestión, sus puntos flacos, la solución a estos talones de Aquiles, un llamamiento a prestar atención al discurso de Cristo, y un desafío que superar para el futuro de la iglesia. Cristo comienza a transmitir su mensaje a Éfeso de este modo: “Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: “El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que camina en medio de los siete candelabros de oro, dice esto.” (v. 1) 

      Como dijimos en el estudio anterior, la imagen del ángel podía simbolizar, tanto la protección de Dios de esta iglesia por medio de un ángel custodio que también actuaba como canal de transmisión de la voluntad divina a los responsables pastorales, como la labor de liderazgo de pastores y ancianos, los cuales recibían del Señor aquellas enseñanzas y palabras que debían predicar o proclamar en sus respectivas congregaciones. El caso es que Cristo desea trabar comunicación con su pueblo, dando a entender que es Señor de este y que todo cuanto va a ser dicho a su iglesia debe tomarse con la seriedad oportuna. Cristo es aquel que vela por las necesidades de su rebaño, y cuya presencia es espiritual, pero real, en medio de aquellos que componen la congregación. Las estrellas y los candelabros respaldan la idea de que Cristo es el soberano de aquellas asambleas de creyentes que han de atravesar mil y un erizados peligros en tiempos realmente difíciles y turbulentos. 

       La iglesia en Éfeso es una iglesia ejemplar de la que tendríamos que tomar buena nota, sobre todo en aquellas fortalezas que atraen la alabanza y la complacencia del Señor: “Yo conozco tus obras, tu arduo trabajo y tu perseverancia, y que no puedes soportar a los malos, has probado a los que se dicen ser apóstoles y no lo son, y los has hallado mentirosos. Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado.” (vv. 2-3) 

      No hay nadie que conozca mejor a sus ovejas que el buen pastor. Él las conoce a cada una por su nombre y sabe, sin necesidad de informes externos, qué hacen, qué pueden llegar a hacer, y qué cosas no se están llevando a cabo según sus designios. Cristo conoce a la perfección el fruto de la fe de los creyentes efesios, sobre todo conociendo la dura lid que estos están sosteniendo en una de las urbes más importantes y pobladas del Imperio Romano. Éfeso, con su puerto en la costa oeste de la provincia romana de Asia, centro comercial vital para la prosperidad, no solo de sus habitantes, sino de todo el imperio, albergaba una de las maravillas de la antigüedad: el Templo de Artemisa, diosa de la caza, el terreno virgen, los nacimientos y las doncellas, y también conocida como Diana por los romanos. También se hallaban allí, como muestra de la adoración del emperador, tres templos dedicados, entre los cuales estaba el de Domiciano, gran perseguidor de los cristianos en aquella época.  

      Dentro de sus muros habitaba una comunidad judía que se oponía frontalmente al cristianismo: “Entrando Pablo en la sinagoga, habló con valentía por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios. Pero como algunos se rehusaban a creer y maldecían el Camino delante de la multitud, Pablo se apartó de ellos y separó a los discípulos, discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tiranno.” (Hechos 19:8-9) La iglesia de Éfeso fue fundada por Aquila y Priscila con la inestimable ayuda de Apolos: “Pablo permaneció allí muchos días. Luego se despidió de los hermanos y navegó a Siria, junto con Priscila y Aquila. En Cencrea se rapó la cabeza, porque tenía hecho voto. Llegó a Éfeso y los dejó allí; y entrando en la sinagoga, discutía con los judíos. Estos le rogaban que se quedara con ellos más tiempo, pero él no accedió, sino que se despidió de ellos, diciendo: —Es necesario que en todo caso yo celebre en Jerusalén la fiesta que viene; pero otra vez volveré a vosotros, si Dios quiere. Y zarpó de Éfeso... Llegó entonces a Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, hombre elocuente, poderoso en las Escrituras. Éste había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque sólo conocía el bautismo de Juan.” (Hechos 18:18-21, 24-25). Éfeso, de este modo, se convirtió en un auténtico centro para la evangelización: “Así continuó (Pablo) por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús.” (Hechos 19:10) 

       Teniendo en cuenta todo este contexto, no era cosa menor que Jesús ensalzara sus buenas y numerosas obras, su incansable trabajo de evangelización y su constancia a la hora de seguir extendiendo el evangelio de salvación de Cristo en medio de una sociedad paganizada, idólatra y bastante fanática en lo referente a su diosa. Además, se trata de una iglesia que se ha convertido en un filtro eficaz ante la aparición de personajes siniestros y granujas que intentaban infiltrarse dentro de su comunidad de fe. Presuntos misioneros itinerantes con malas intenciones, falsos profetas con ansias de lucrarse a costa de los hermanos de la iglesia, perversos maestros que, taimadamente, procuraban introducir enseñanzas y doctrinas contrarias a la pureza del mensaje de los apóstoles, prueban suerte a la hora de encaramarse a las cotas de poder e influencia material en la iglesia de Éfeso. Sin embargo, lo que encuentran es una comunidad de fe con las cosas muy claras. Los dos años que pasa Pablo junto a ellos y la carta que les envía posteriormente, les ha provisto de las herramientas necesarias para distinguir la verdad de la mentira, la bondad de la maldad y el amor fraternal de la manipulación espiritual. No hay lugar en esta iglesia para individuos que practican el engaño para satisfacer sus carnales deleites y para llenar su andorga con las ofrendas de los santos. 

       Charlatanes que se arrogaban sin vergüenza la prerrogativa apostólica se acercaron a la iglesia en los hogares de Éfeso, y solo encontraron una férrea oposición que los ahuyentó para no volver más. Desenmascarando a los trileros de lo religioso y dejando al descubierto sus malignas intenciones, los líderes de la congregación efesia se habían hecho acreedores, ni más ni menos del aplauso de Cristo. Evitaron que la ponzoña y la contaminación de enseñanzas de hombres y vanas filosofías entrasen dentro de su comunidad. Además, los hermanos y hermanas de Éfeso habían padecido a causa de su fe, no sabemos si humillaciones, si burlas, si persecución o tortura, pero se habían mantenido firmes ante las asechanzas, tanto de judíos como de paganos. Sin descanso ni reposo habían estado cumpliendo con las ordenanzas de Cristo y del mismo Pablo, evitando dar lugar y cabida al desaliento y el desánimo. Era una iglesia fortalecida por el poder de Cristo, preparada para resistir los embates de cuantos enemigos del nombre del Señor pudieran intentar atemorizarla o derribarla. ¡Qué gran ejemplo nos ofrece esta iglesia en medio de las tempestades y la censura que el evangelio ha sufrido durante siglos! 

2. PERO... 

       Sin embargo, Cristo pone un “pero” a tanto trabajo, a tantas obras fieles y a tantas ocasiones en las que el mal había sido rechazado: “Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, arrepiéntete y haz las primeras obras, pues si no te arrepientes, pronto vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar.” (vv. 4-5) 

      La principal “pega” que Cristo pone a la iglesia en Éfeso es que, aun teniendo el asunto de la doctrina bastante controlado, la comunión fraternal ha salido perdiendo con el cambio. Algunos han querido ver en este reproche que la inicial consagración a Cristo se ha visto afectada sensiblemente, hasta derivar en una religiosidad y un legalismo exento de la esencia evangélica. No van por ahí los tiros. Más bien, Cristo se está refiriendo a que, en el empeño de aplicar filtros para evitar la entrada de personajes tóxicos en el seno de la iglesia, se está fallando en mantener y cultivar el amor fraternal. ¿Tal vez en su celo por la verdad habían descuidado la comunión entre los hermanos? ¿Quizá su fervor a la hora de cribar las personas que podían añadirse a la iglesia, había llegado hasta el punto de negar la entrada de personas que sincera y genuinamente querían añadirse a la iglesia?  

       A veces, en nuestro esfuerzo por tratar de esquivar la corrupción interna de la sana doctrina, nos hemos vuelto demasiado suspicaces, ahuyentando junto con los verdaderos adversarios de la fe cristiana a otras personas que no pretendían en absoluto minar la estabilidad eclesial. Ese primer amor, esa primera disposición a dar la bienvenida a todos cuantos tuvieran el deseo de conocer a Cristo por medio de la vida de la iglesia, se había perdido, y la congregación efesia se iba encerrando en sí misma cada día más.  

      Cristo expone a los cristianos efesios la solución a este problema concreto. Todos, desde los líderes de la iglesia hasta los miembros de a pie, deben reflexionar constantemente sobre la naturaleza de la misión, sobre cómo equilibrar la protección de la armonía eclesial con la apertura del corazón de los hermanos ante la visita de personas que solamente anhelan conocer más de Cristo y de su evangelio. No deben de perder de vista su razón de ser, han de arrepentirse de aquellos filtros, quizá demasiado estrictos y severos, que están convirtiendo a la iglesia en una auténtica secta. Conjugar sabiamente ambos aspectos no iba a ser fácil, sobre todo cuando seguramente muchos hermanos y hermanas habían escuchado de episodios de divisiones, conflictos y falsas doctrinas destruyendo incipientes comunidades de fe cristianas.  

       Desde el recuerdo de lo hermoso y maravilloso que fue en el inicio la obra en Éfeso, todos han de pedir perdón al Señor, han de confesar que se han extralimitado en una tarea necesaria, y han de buscar restaurar esa comunión fraternal olvidada y lastrada por dejar a un lado el propósito fundamental de la iglesia de Cristo: atraer a todas las personas posibles al conocimiento de su evangelio y a la entrega integral de sus vidas al Señor. ¿Se arrepentiría esta iglesia de este pecado? Según lo que hallamos en la carta a los efesios de Ignacio de Antioquía a principios del s. II, parece ser que sí, que evaluaron su situación y pusieron remedio a este punto débil. 

       Cristo no desea dejar un mal sabor de boca a sus discípulos efesios, y por ello, no duda en recalcar su buena labor en lo tocante a impedir que doctrinas y corrientes de pensamiento ajenas al evangelio y a la doctrina apostólica camparan a sus anchas en su iglesia: “Pero tienes esto: que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco.” (v. 6) 

       Aunque la palabra “aborrecimiento” aporta una significancia bastante cruda y directa a la clase de actitud que manifiestan tanto los efesios como Cristo mismo hacia una tendencia herética como era la nicolaíta, lo cierto es que es preciso que el término empleado sea este. La iglesia cristiana estaba comenzando a caminar, y era necesario que cualquier atisbo de contagio paganizador externo fuese desechado sin miramientos ni consideraciones de negociación. No podía haber un diálogo interreligioso a través del que poder compatibilizar filosofías y visiones ajenas al cristianismo con las enseñanzas apostólicas y evangélicas. Ahí entran los nicolaítas, una corriente de pensamiento que había intentado integrarse en la doctrina cristiana. De esta perspectiva poco sabemos. Algunos apelan a documentos de Ireneo y Clemente de Alejandría del s. II en los que se habla de que fue fundada por un tal Nicolás, identificado por algunos como el Nicolás diácono de Hechos 6:5: “Agradó la propuesta a toda la multitud y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía.”  

        No tenemos mucha evidencia de que fuera precisamente este hermano, por lo que habremos de remitirnos a ideas relacionadas con el gnosticismo, una visión religiosa que abogaba por la búsqueda de conocimientos y enseñanzas secretos que podían realmente salvar a la persona, y que participaba de prácticas idolátricas, cultos en templos, banquetes y orgías sexuales. Lo cierto es que, para que la palabra “aborrecimiento” (gr. miseis) aparezca aquí por partida doble, es porque lo que se hacía era algo que atentaba contra la ética del Reino de los cielos, y porque seguramente tenía bastante que ver con conductas sincretistas y libertinas. Ya vemos que la pugna de la iglesia de Cristo con determinadas creencias y filosofías no es una cuestión moderna, sino que forma parte de la lucha constante del pueblo de Dios desde sus inicios. Las iglesias de Pérgamo y Tiatira también tendrán que lidiar peligrosamente con esta clase de tendencias paganas, como veremos en su momento. 

3. EL DESAFÍO 

      Por último, Cristo plantea a su iglesia en Éfeso un reto complicado que requeriría de una disciplina espiritual inquebrantable, pero que tendría un premio sublime a la perseverancia: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en medio del paraíso de Dios.” (v. 7) 

      En esta expresión tan característica que Jesús empleaba durante su ministerio terrenal (Mateo 11:15; Marcos 4:23; Lucas 8:8), Cristo no solamente se dirige particularmente a los hermanos efesios, sino que lo hace a todas las iglesias de todos los siglos, puesto que los asuntos tratados anteriormente, por mucho que puedan variar en su forma, nunca lo harán en su fondo. Todas las iglesias habrán de atravesar por desfiladeros oscuros desde los que las emboscadas de forajidos de la fe acechan para sacar tajada de la fidelidad de los creyentes en Cristo. Todos debemos aplicar el oído a las palabras que el Espíritu Santo da a sus profetas, pastores y maestros. A través de ellos podremos estar preparados para la aparición de circunstancias adversas, para cualquier conflicto que se encienda en medio de la iglesia, y para seguir luchando a brazo partido por compartir el evangelio de salvación en Cristo a toda carne.  

      El desafío que presenta Cristo a los efesios es que venzan la tentación y las presiones del mundo y de los poderes cósmicos. El reto es mantenerse firmes sin caer en las garras de la mentira y de la carnalidad, sin sucumbir ante los cantos de sirena de Satanás, sin arrodillarse ante los hombres. La iglesia debe ser capaz de dar su vida por amor de Cristo. La congregación de los santos ha de estar dispuesta a morir si es necesario por mostrar su adhesión a la causa del evangelio. La sangre, el sudor y las lágrimas de muchos mártires pavimentan el camino que nos ha traído hasta aquí, y no podemos dejarnos derrotar por los enemigos de Dios. La verdad y la justicia, el amor y la gracia deben ser las enseñas de su pueblo santo aun en las horas más amargas y tenebrosas. 

       Como acicate ante la perspectiva cierta de dar la vida por Cristo, este nos promete que, si perseveramos hasta el fin, recibiremos el privilegio y placer de probar el fruto del árbol de la vida, una forma simbólica de hablar de la vida eterna, aquella vida que le fue vetada por su desobediencia a los primeros seres humanos. Cristo nos abre las puertas de la Nueva Jerusalén, el paraíso que perdió de vista el ser humano a causa de su pecado y orgullo, para degustar el suculento fruto del consuelo, el vigor, la alegría y la justicia que brota del Árbol de la Vida. ¡Qué gran galardón aguarda a aquellos que persisten en su consagración a la causa de Cristo!  

CONCLUSIÓN 

      La iglesia en Éfeso es un ejemplo claro de lo que debemos y de lo que no debemos hacer dentro de nuestra dinámica eclesial. Sigamos fortaleciendo nuestro entendimiento de la Palabra de Dios, nuestra defensa de la fe que nos fue entregada por sus siervos, y nuestra capacidad de discernimiento de tendencias y corrientes heréticas y extrañas a nuestras creencias cristianas. Pero haciendo esto, no descuidemos ni seamos negligentes en el desarrollo de nuestra comunión fraternal, abriendo nuestras puertas a quienes desean sincera y auténticamente seguir las pisadas de nuestro Maestro, predicando el amor de Dios por todas aquellas personas que ansían probar del fruto del Árbol de la Vida en la Nueva Jerusalén que nos aguarda. Quien tenga oído para oír, que oiga.

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