OPRESORES


 

SERIE DE SERMONES SOBRE MIQUEAS “OÍD! 

TEXTO BÍBLICO: MIQUEAS 2 

INTRODUCCIÓN 

      Posiblemente hayas escuchado alguna vez el término “fondos buitre,” acompañado del vocablo “desahucio.” En pocas y sencillas palabras, un fondo buitre es un fondo de capital riesgo o fondo de inversión libre que invierte en una deuda pública de una entidad que se considera cercana a la quiebra. Su forma de actuar consiste simplemente en comprar en el mercado deuda de Estados, bancos y empresas al borde de la quiebra, a un porcentaje muy inferior al de su valor nominal, y luego litigar o presionar por el pago del 100% de este valor. En otras palabras, mediante la especulación financiera, los fondos buitre compran títulos de deuda de los países en una situación económica difícil, a precio muy bajo para luego litigar en los foros internacionales e intentar cobrar la totalidad del valor de esos bonos. De ahí, que, en tiempos de la crisis económica más reciente, estos fondos buitre se hayan hecho con un volumen impresionante de viviendas que pertenecían al parque inmobiliario de bancos que veían como se iba incrementado con los impagos de las hipotecas. Dado que la deuda ha sido comprada por estas entidades financieras, y que buscan recuperar sus inversiones con beneficios, suelen echar de sus hogares a personas que vivían de alquiler de renta baja, que tenían impagos hipotecarios, o que esperaban que, negociando con la entidad bancaria anterior, pudieran acceder a un alquiler social o a una quita de la deuda. 

      Teniendo en cuenta esta realidad especulativa y codiciosa, muchas familias han perdido, están perdiendo y perderán el acceso a viviendas donde prácticamente han vivido durante décadas, sin saber muy bien qué hacer cuando los pongan de patitas en la calle. El desahucio está siendo, sobre todo en estos últimos años, un asunto peliagudo en el que siempre es preciso acudir a la casuística particular, aunque esto no quita que se haya convertido en un problema que, a duras penas, es capaz de gestionar el gobierno de nuestra nación. El desahucio no es simplemente expulsar a una familia de una vivienda; significa perder la oportunidad de encontrar acuerdos con los que amasan millones y millones de euros, a fin de lograr una solución lo más beneficiosa posible para ambas partes. Las consecuencias sicológicas que siguen a una situación de este calado pueden llegar a ser devastadoras para todos los componentes de un hogar. 

       Quisiera recoger las palabras de una página web de abogacía, Defendo Abogados, a fin de que comprobemos hasta qué punto el desahucio puede llegar a ser terriblemente traumático para una unidad familiar: “La vivienda constituye algo muy íntimo de uno mismo.  Además del espacio físico donde tiene lugar la vida privada de las personas, es un espacio de protección, seguridad y acomodo. Es una prolongación de uno mismo, es parte de nuestra vida, un espacio de vivencias y convivencias. Involucra también un entorno social, un barrio en el que se desarrollan muchas de las relaciones sociales de las personas. La vivienda constituye pues una necesidad básica fundamental para garantizar la dignidad humana y está muy relacionado con la posibilidad de desarrollar un proyecto personal y familiar. Forma parte de la identidad y de la autoestima de la persona, por eso perderla supone la pérdida de una parte de nuestro ser e incrementa el riesgo a la vulnerabilidad social y/o exclusión social.”  

     No pensemos que esta clase de realidades solo pasan en el aquí y en el ahora. Cuando el poder y el dinero se unen y se amalgaman en instituciones carroñeras y ambiciosas, la injusticia social está servida. A lo largo de la historia hemos podido comprobar cómo la concentración de propiedades en manos de unos pocos privilegiados, han conducido a las sociedades y a los individuos a malvivir, a penar diariamente sobre la faz de esta tierra, y a depender del capricho y avaricia de terceros. Épocas oscuras y tenebrosas como la era feudal, la de los latifundios en España o la de las colonias, nos hacen saber que el ser humano no ha cambiado mucho en cuanto a sus objetivos y motivaciones egoístas, aunque los modelos y estrategias para adueñarse del máximo número de propiedades ajenas se haya diversificado y actualizado a las lagunas legales y a los resquicios normativos.  

1. OPRESORES DEL MUNDO: TENÉIS LAS HORAS CONTADAS 

      Miqueas, profeta del Señor, también fue testigo de una dinámica demasiado parecida con la que se ha ido desarrollando a través del tiempo y de las civilizaciones sobre la acumulación especulativa de terrenos y heredades de personas indefensas y humildes. Dios contempla esta situación tan lamentable dentro de lo que debía ser su pueblo escogido, luz para las naciones y ejemplo de ética y moral a los paganos, y estalla en un oráculo dantesco y amenazador: “¡Ay de los que en sus camas piensan iniquidad y maquinan el mal, y cuando llega la mañana lo ejecutan, porque tienen en sus manos el poder! Codician campos y los roban; casas, y las toman; oprimen al hombre y a su familia, al hombre y a su heredad. Por tanto, así ha dicho Jehová: Yo planeo contra esta gente un mal del cual no libraréis el cuello, ni andaréis erguidos, porque el tiempo será malo. En aquel tiempo se os dedicará un refrán, y se os entonará una lamentación diciendo: “Del todo fuimos destruidos; él ha cambiado la heredad de mi pueblo. ¡Cómo nos quitó nuestros campos! ¡Los dio y los repartió a otros!” Por tanto, no habrá quien reparta heredades a suerte en la congregación de Jehová.” (vv. 1-5) 

     Los opresores de este mundo no cesan en su laboriosa tarea de buscar nuevas maneras de expoliar, hurtar y arrebatar. Son como bestias salvajes que esperan el momento propicio para lanzarse sobre sus víctimas, morder su yugular y alimentarse hasta reventar de su sangre. La imagen propuesta por el profeta Miqueas es la de personas siniestras que no duermen. No son capaces de descansar ni un instante planificando sus próximos movimientos depredadores, sus siguientes pasos para untar a las autoridades, legisladores y jueces con suculentas sumas que les permita salirse con la suya, y dejar desnudas a miles de familias. Su único pensamiento es el de provocar desigualdades sociales, de perpetrar injusticias sin cuento, y de acelerar aquellos procesos que desvistan de derechos a cualquier ser humano que lo único que desea es sobrevivir en un mundo inmoral y cruel. Si este escogido insomnio solo fuese para maquinar y tramar iniquidades, podríamos estar más o menos tranquilos. Si carecieran del poder y la ocasión para liquidar el bienestar de los más humildes e indefensos, todo quedaría en nada. Sin embargo, tal y como nos advierte Miqueas, estos personajes avarientos no solo poseen el alma ennegrecida por el pecado, sino que poseen los instrumentos y herramientas necesarios para cumplir con sus perversas líneas de acción. Pueden ser crueles y salvajes, y, de hecho, no tardan en serlo a la menor oportunidad que se presente. 

      En su mente está amasar fortunas, hacer acopio insano de propiedades que, en buena ley, ni necesitan ni le pertenecen realmente, puesto que toda heredad en Israel ha sido dada por el mismísimo Dios, colocando al ser humano como administrador de la tierra y sus recursos. Con un deseo enfermizo por lograr aquello que, empleando la ética dictada por Dios, no podría alcanzar, persiguen cualquier treta que pueda satisfacer sus apetitos más depravados. Ven una casa, y mueven cielo y tierra para arrebatársela sin miramientos ni escrúpulos a aquel que lleva morando allí durante generaciones. Una parcela agrícola les entra por los ojos, y, de inmediato se ponen manos a la obra para urdir un plan que les permita adquirirla a costa de la pobreza de sus legítimos dueños. Y cuando ya no pueden rapiñar bienes inmuebles, son capaces de esclavizar, oprimir y abusar de aquellos que se han quedado sin hogar y sin medio de subsistencia.  

      Son individuos que no respetan a Dios y sus disposiciones normativas en cuanto a las garantías de las heredades, y hacen caso omiso de las regulaciones relacionadas con el jubileo, año en el que, tanto terrenos como seres humanos son liberados de sus obligaciones y deudas para con el amo temporal: “Así santificaréis el año cincuenta y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus habitantes. Ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia.” (Levítico 25:10) El Señor dio a Moisés instrucciones claras sobre la transmisión de propiedades, que estos opresores olvidan oportuna y mezquinamente, y que pueden comprobarse prácticamente en el episodio de la herencia de las hijas de Zelofehad. 

     El Señor, contemplando con pesadumbre e indignación santa esta clase de conductas tóxicas para la sociedad de su presunta nación escogida, no duda en emitir su veredicto contra aquellos que especulan veleidosamente sobre la existencia, necesidad y supervivencia de los menesterosos y de las gentes sencillas. El castigo que se abatirá sobre ellos será pavoroso, indicando que, del mismo modo que humillaron y despojaron a familias enteras de su modus vivendi, solo para engordar innecesariamente su patrimonio personal, así serían acogotados, atados con bastas y ásperas cuerdas en su cautiverio y esclavitud, con la cerviz agachada y cabizbaja en señal de servidumbre y sometimiento absoluto. Podríamos decir que este predicamento que Miqueas se encarga de transmitir fielmente a los terratenientes cicateros, es una especie de ley del talión que aplastará por completo las aspiraciones ambiciosas de los poderosos latifundistas.  

      Su trágico destino será tan notorio a todos los habitantes de Israel, que será parte de un adagio moralizante, de un aviso para navegantes, de un lamento estremecedor en el que se mezcla su caída a los abismos de la miseria con la justicia incesante e inquebrantable de Dios. Todo aquello que hurtaron al amparo de sus tejemanejes y urdimbres, les será quitado por la fuerza para engrosar ellos mismos el ejército de esclavos que partirán a tierras extranjeras para trabajar de sol a sol de forma inmisericorde. Cuando llegue este instante de juicio, ya nadie podrá incurrir en crímenes y delitos relacionados con los bienes inmuebles y con la integridad humana, puesto que dejarán de ser dueños de sí mismos, para ser siervos desgraciados de pueblos invasores sin temor de Dios. 

2. FALSOS PROFETAS DEL MUNDO: VUESTRAS HORAS ESTÁN CONTADAS 

      Acodados y arrimados a estos opresores, cual parásitos y sanguijuelas abyectas, se hallan los falsos profetas, tipos que se hacen pasar por voceros de la voluntad de Dios para respaldar erróneas teologías y para apoyar las pretensiones de aquellos que los contratan: “No profeticéis, dicen a los que profetizan; no les profeticen, porque no les alcanzará la vergüenza. Tú que te dices casa de Jacob, ¿acaso se ha agotado el espíritu de Jehová? ¿Son éstas sus obras? ¿No hacen mis palabras bien al que camina rectamente? El que ayer era mi pueblo, se ha levantado como enemigo; a los que pasaban confiados les quitasteis el manto de encima del vestido, como adversarios de guerra. A las mujeres de mi pueblo echasteis fuera de las casas que eran su delicia; a sus niños quitasteis mi perpetua alabanza. Levantaos y andad, porque éste no es lugar de reposo, pues está contaminado, corrompido grandemente. Si alguno anda inventando falsedades y, mintiendo, dice: “Por vino y sidra profetizaré para ti”, ése sí será el profeta de este pueblo.” (vv. 6-11) 

      Estos falsos profetas no tienen mayor meta en la vida que medrar a costa del mal de los demás y del favor de los opresores. Son como aquellos que a buen árbol se arriman, para que una buena sombra les cobije. No dudan en utilizar sus artes pseudo-proféticas para justificar muchas de las malvadas actuaciones de sus contratadores, para engatusar a los pobres y a los simples, para elaborar oráculos que presuntamente proceden de los cielos para respaldar los deseos ruines de los especuladores inmobiliarios, y para estructurar una teología bastante curiosa, falaz y descarada. Su tarea es la de silenciar a los auténticos pregoneros de Dios, la de arrinconar y difamar a los genuinos siervos del Señor que pronuncian discursos de juicio y arrepentimiento a causa de la injusticia social que socava la misma raíz de la identidad nacional. No se sonrojan a la hora de ofrecer discursos demagógicos, tendenciosos y comprometidos con la progresiva y abusiva acumulación de poder y dinero de los opresores. Como dice el v. 11, presentan sus servicios al mejor postor, a aquellos que pueden satisfacer sus más deleznables concupiscencias, a los que disponen del parné suficiente como para suministrarles todo el alcohol que deseen. Así serán entonces sus oráculos, predicciones de borrachos, errabundas y balbuceantes previsiones de embriagados especímenes humanos, juicios que no se corresponden con la realidad de quién es Dios y de qué hará Dios con aquellos que pervierten sus designios y enseñanzas. 

     Fijaos la clase de teología bastarda que los falsos profetas han escogido diseminar por todo Israel. En primer lugar, son lo suficientemente osados como para decir a diestro y siniestro que el Espíritu de Dios ya no tiene ni arte ni parte en los asuntos de los mortales. Dios ya ni pincha ni corta en lo que concierne a cómo desea el ser humano conducir su vida. Si los opresores anhelan seguir fagocitando terrenos, casas y personas, no hay problema, porque Dios se ha alejado para siempre de la dinámica humana. El Señor no castigará sus repugnantes obras, porque se marchó para nunca más regresar. En segundo lugar, no tienen vergüenza a la hora de atribuir a Dios cualquier intervención maligna de los opresores. Parecen decir que todo lo que tiene que ver con el carroñerismo social es parte de los designios y propósitos de Dios. Es la justificación perfecta para la injusticia social, dado que Dios mismo es el que respalda el proceso de acumulación patrimonial de los opresores. Dios lo quiere así. Y, en tercer lugar, para rizar el rizo en lo que a estas falsas teologías se refiere, son tan imprudentes y audaces como para afirmar que no habrá repercusiones negativas para aquellos que arramblan con las propiedades ajenas. Ahí están, parecen decir, señalando el lujoso tren de vida de los opresores rapaces, las evidencias de que Dios los bendice y apoya en su prosperidad material. ¡Vaya hatajo de sinvergüenzas y de viciosas garrapatas! 

      Con este presunto respaldo profético y divino, los opresores se han convertido poco a poco en enemigos de su propio pueblo, en adversarios sedientos de sangre de sus propios conciudadanos. Aprovechando el tirón que les proporcionan los planteamientos teológicos retorcidos de los falsos profetas, los opresores dan rienda suelta a su hambrienta ambición. Tal es su actitud para con sus compatriotas, que son considerados por el Señor como némesis de la convivencia pacífica y justa de la que, en otro tiempo, era su nación elegida. Son capaces de ensañarse y refocilarse con la miseria ajena hasta cometer pillaje contra sus congéneres, arrebatándoles hasta lo más básico de sus derechos humanos. De forma asombrosamente insensible, han llegado hasta el punto de robar el manto, esa prenda que sirve para todo y de la que se sabía era la única pertenencia de un ser humano que no debía ser quitada. El manto era el símbolo de lo mínimo que alguien podía poseer, de algo con lo que taparse en las noches frías al raso, de una prenda que permitiera cubrir su desnudez tras haberlo perdido todo.  

       Los opresores también se ceban en las mujeres y los niños, los seres humanos más frágiles y dependientes que había en aquella época. El sector femenino e infantil fueron severamente afectados por los negocios turbios de los opresores, ya que, a unas les quitaron el núcleo de sus oficios y tareas, y a los más pequeños se les cercenó la inocencia de una infancia tranquila y feliz en un entorno hogareño estable y protector. Es triste tener que comprobar cómo la adoración propia de la inocencia da paso al dolor, el desamparo y el rencor. Con esta clase de comportamientos, los opresores están emponzoñando todo aquello que había sido originalmente santificado por Dios; están contaminando con su inmoralidad galopante todo aquello que era bueno en gran manera y que servía al propósito de exaltar y adorar a Dios; están ensuciando el shalom prometido por el Señor en su pacto. Israel ha dejado de ser un lugar en el que hallar acomodo, sosiego y paz; ahora es una llaga purulenta que paulatinamente va corrompiendo cada estamento vertebrador de la nación. 

3. ESPERANZA PARA LOS OPRIMIDOS 

      La dramática panorámica que nos ofrece Miqueas desde la perspicaz y más clara visión de Dios de las cosas que suceden en Israel no impide que un atisbo de esperanza aparezca en un horizonte todavía lejano, pero, aun así, prometedor: “De cierto te juntaré todo, Jacob, recogeré ciertamente el resto de Israel; lo reuniré como ovejas de Bosra, como un rebaño en medio de su aprisco, y harán el estruendo de una multitud. Subirá el que abre caminos delante de ellos; abrirán camino, pasarán la puerta y saldrán por ella. ¡Su rey pasará delante de ellos, y Jehová a su cabeza!” (vv. 12-13) 

       A pesar del alto grado de corrupción moral y de injusticia social que permea en estos instantes la nación entera de Israel, Dios siempre ofrece un mensaje que alivia la carga que se ha instalado sobre los hombros de aquellos que siguen sin doblegarse ante las amenazantes prácticas de los opresores. El Señor proclama por medio de Miqueas que, tras su juicio nacional y la disciplina estricta de su pueblo, tratará de volver a reunir a aquellos que desean servirle y obedecerle desde una ética intransigente con el cohecho, las manipulaciones inmobiliarias, los sobornos judiciales y las prebendas apoyadas por falsos profetas. En un solo versículo, el v. 12, Dios remacha la idea principal de que Israel volverá de su destierro para constituir una renovada y remozada nación, que estará bajo la guía y dirección del Gran Pastor, apacentada en los fértiles parajes de Bosra, capital del sur de Siria conocida por sus prados exuberantes y su dinamismo comercial. En su regreso, los deportados y sus descendientes habrán aprendido la lección que Dios, con gran pena, tuvo que dar para considerar lo errado de sus sendas. Recuperarán en el sonido ensordecedor de sus pisadas al retornar a sus raíces, la identidad de pueblo de Dios, para dar comienzo a una nueva etapa histórica en la que la ley de Dios volvería a ser el centro de su empaque moral. 

      Y como si de un aviso mesiánico se tratase, el Señor irá delante de su pueblo cuando sean desatadas las cadenas que los ataron a los destinos del pueblo asirio. Dios abrirá los caminos que propicien al fin la paz y la justicia en todos los términos de su nación consagrada, del mismo modo que Juan el Bautista devino en ser el precursor del Rey que estaba en camino para inaugurar el Reino de los cielos. Todos aquellos que tuvieron que servir penosamente en tierras asirias podrán recuperar la dignidad y la honra perdidas. Aquel que Dios escogerá como su soberano terrenal irá como avanzadilla de la restauración de una patria abandonada y sometida. Pero, sobre todo, lo que más importa en esta futura recomposición del estado de Israel, es que Dios será el que gobierne soberana y absolutamente por medio de este monarca. El Señor volverá a habitar en medio de su pueblo y su gloria resplandecerá una vez más con la esperanza de que la deportación solo fue un mal sueño del que todos despertaron. No cabe duda de que estas últimas especificaciones de la profecía de Miqueas, también se aplican a Cristo, el Rey de reyes, en el que Dios Padre halla su complacencia, y que entra por la ciudad santa para dar inicio a la era de la gracia divina. 

CONCLUSIÓN 

      Los opresores siempre han existido y seguirán haciendo de las suyas siempre que puedan continuar comprando voluntades, dictando leyes y promoviendo influencias de poder. Los fondos buitre son solo un ejemplo de lo que los opresores modernos hacen con las precarias vidas de millones de personas a lo largo del mundo, y todo, por alimentar su insaciable apetito materialista. No nos olvidemos de los proxenetas que alquilan el cuerpo de mujeres, hombres y niños a personajes asquerosamente inmorales. No nos olvidemos de políticos corruptos que elaboran leyes para quitar a los humildes lo poco que tienen. No olvidemos a las mafias de tráfico de personas que hurtan la vida y raíces de las personas para convertirlas en algo que puede consumirse por el precio adecuado. No olvidemos a los avarientos empresarios que déspotamente se aprovechan de mano de obra barata sin ofrecerle los mínimos derechos exigibles en términos laborales y contractuales. No olvidemos a los que se aprovechan de las adicciones de los individuos para encadenarlos al vicio y al consumo continuo de estupefacientes. 

      Dios aborrece la opresión del ser humano sobre el ser humano. Por eso, manda un mensaje a través de su Palabra que debería hacer reflexionar a aquellos que ponen su confianza en lo terrenal y en lo material. Todo opresor será castigado en el día del juicio final, y ninguno de aquellos que abusaron del prójimo saldrá indemne. Esta es la auténtica teología que promulgaban los verdaderos profetas como Miqueas. Y la esperanza que queda a los oprimidos y desahuciados es que, un día, cuando así lo determine el Señor, serán consolados, ensalzados y confortados por el abrazo eterno de nuestro Señor Jesucristo, Salvador nuestro.

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