EGIPTO I


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE JOSÉ EN GÉNESIS “JOSÉ EL SOÑADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 46 

INTRODUCCIÓN 

      Emigrar no supone, en la mayoría de casos, tomar decisiones fáciles y sencillas. Yo, como hijo de emigrantes manchegos que aterrizaron a principios de los años 80 en tierras vallduxenses, dada la falta de oportunidades laborales de pequeños pueblos como mi localidad natal en Cuenca, he podido comprobar en mis propias carnes la clase de recibimiento y trato que una familia puede sentir cuando deja atrás sus raíces, familia y cultura, para empezar prácticamente desde cero en un contexto lingüístico diferente y en un trasfondo cultural distinto. Por supuesto, no puedo, ni quiero compararme con personas que atraviesan tierra y mar de forma arriesgada para ver mejorada su calidad de vida, que son arrancadas a la fuerza de sus países de origen por mafias insidiosas, que corren mil y un peligros para traspasar la frontera de otros territorios más fructíferos y desarrollados. Pero sí puedo decir, con absoluta seguridad y certeza, que, hasta que no te integras en el medio ambiente social en el que inicias una nueva andadura, todo cuesta más de lo debido. Cruzar el umbral de nuevas regiones supone, por lo general, asumir que pasará un buen periodo de tiempo en el que se tendrá que recalibrar el peso de lo ancestral con la realidad presente. 

     El ser humano siempre ha participado de flujos migratorios de todo tipo a lo largo de la historia. Básicamente, la migración, de la cual ocupa su estudio la demografía, suele integrar dos procesos en los que han intervenido millones de personas: el de la emigración, desde el punto de vista del lugar o país de donde sale la población; y el de la inmigración, desde el punto de vista del lugar o país a donde llegan los "migrantes". Los que participan de estos flujos migratorios lo hacen por variadas causas, como, por ejemplo, por motivos económicos, por asilo político, por violencia institucionalizada, por falta de oportunidades laborales, por persecución religiosa, por catástrofes naturales, o por la necesidad de una mejor educación. Los migrantes no suelen salir indemnes de esta clase de procesos, ya que la mayoría sufren traumas psicológicos, abusos laborales, o desprecios xenófobos, por nombrar unas cuantas consecuencias dramáticas de las que son objeto. Trasladarse de un lugar a otro por motivos razonablemente justificados como los mencionados anteriormente, no es como ir de turismo para conocer otras cosmovisiones, o como viajar por placer. Es una experiencia dura que, al menos la primera generación, no podrá olvidar o acabar de asumir mientras viva. 

      La familia de Jacob se halla precisamente en esta tesitura, aunque salvaguardada por una ocasión inmejorable por sobrevivir en medio de una hambruna global que solo acababa de comenzar. Recordemos que Jacob vivía en aquellos momentos en Hebrón, lugar donde yacían los restos mortales de sus antepasados, anclado a una propiedad adquirida en su momento por su abuelo Abraham. Allí tenía su vida completamente planificada, sus ganados eran apacentados y su familia había crecido considerablemente junto con sus riquezas. Ahora, de golpe, y tras diferentes movimientos comerciales con Egipto, Jacob recibe la epatante noticia de que su hijo José, aquel que ya había dado por muerto años ha, no solo estaba vivito y coleando, sino que además era uno de los hombres más poderosos de Egipto. Aunque le costó creer en las palabras de sus también asombrados hijos, al final Jacob acepta la idea de que su hijo favorito lo está esperando en tierras egipcias para hacerse cargo de las necesidades tan imperantes que estaban afectando a su clan. Ni corto ni perezoso, Jacob determina sacudirse la tristeza acumulada y dirigirse junto a toda su familia a latitudes egipcias. 

1. PROMESAS DE ORO 

      Sin embargo, antes de cruzar el Rubicón y decir con decisión aquella frase que se le supone a Julio César de “Alea jacta est,” Jacob se detiene en un lugar enraizado simbólica y espiritualmente con su esencia y su fe. El lugar señalado es Beerseba: “Salió Israel con todo lo que tenía. Cuando llegó a Beerseba ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac. Y habló Dios a Israel en visiones de noche, y dijo: —Jacob, Jacob. Él respondió: —Aquí estoy. Entonces Dios dijo: —Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas descender a Egipto, porque allí haré de ti una gran nación. Yo descenderé contigo a Egipto, y yo también te haré volver; y la mano de José cerrará tus ojos.” (vv. 1-4) 

       A unos 40 kilómetros al sudeste de Hebrón, y fronterizo con el desierto que se extiende hasta Egipto, Beerseba posee una serie de significados profundamente cimentados en las promesas de Dios para con sus antepasados. Dios sabe que Jacob necesita un empujoncito más para que éste pudiera ver con mayor claridad que su gracia estaba detrás de cada detalle relacionado con este éxodo familiar. Jacob también es consciente de que, en Beerseba, sede de un altar dedicado a Dios, podrá comunicarse directamente con Dios, podrá ser el recipiente de su revelación, podrá esperar la confirmación celestial que le permita marcharse confiadamente de la que, durante tantos años, había sido su heredad. Jacob escoge entregar a su Señor un sacrificio de gratitud por haber cuidado providencialmente de su hijo y aguarda el espaldarazo definitivo de Dios en mitad de la noche. Dios, empleando la técnica onírica para dar a conocer su voluntad, se presenta ante Jacob con un llamamiento doble, señal de que es el Todopoderoso el que va a comunicarle cuál será su hoja de ruta de ahora en adelante. No es una divinidad alternativa la que ha de transmitirle lo que le deparará el futuro. Es el mismo Dios que habló a su abuelo y a su padre. Es la voz inconfundible de Aquel que lo acompañó desde Bet-el hasta el presente. 

      Cuatro son las promesas magníficas que Dios pretende grabar a fuego en la mente y el corazón del patriarca. La primera de ella hace referencia a los más que probables recelos que pudiera albergar el alma de Jacob sobre su destino. Dios disipa cualquier temor o miedo que pudiera atenazar el espíritu de Jacob. Él ha preparado este plan salvador en el que su hijo José ha sido una pieza crucial, y, por tanto, cualquier duda sobre lo que podrá encontrar en Egipto se desvanece como por ensalmo. La segunda promesa es la reincidencia en una promesa anterior dada a Abraham hace un buen montón de décadas. Dios prosperará y velará por el crecimiento numérico de su familia en tierras extrañas, creando con el paso del tiempo todo un pueblo que rivalizará con cualquier otra nación en un momento dado. Es curioso como esta promesa, en vez de ser llevada a cabo en territorio cananeo, dentro de la tierra asignada por Dios a sus antepasados, ha de ser consumada en territorio extranjero. Probablemente, entre la hambruna y la progresiva proliferación demográfica hebrea, la tierra de Hebrón dejaría de ser el lugar en el que seguir desarrollándose convenientemente. Era preciso moverse hacia otros lares con mayor amplitud y con ingentes recursos para mantener una creciente ganadería ovina. Con los años, el pueblo hebreo, no sin problemas y sufrimientos, tal y como veremos en el libro del Éxodo, se convertirá en una gran nación cuyo Dios será el Señor. 

      La tercera de las promesas propuestas por Dios a Jacob tiene que ver con la reiteración de su compañía, gracia y apoyo. Del mismo modo que Dios ha estado junto a Jacob a lo largo de su vida en regiones cananeas, Dios seguirá estando a su lado en un país pagano e idólatra. Dios garantiza a Jacob que no ha de preocuparse por su integridad física o por las necesidades de su familia, ya que Él se hará cargo de cualquiera de ellas. La prueba de que esta promesa ha sido fiel, es que ha podido contemplar cómo todo lo emprendido se ha dado bien y cómo, a pesar de la calamidad alimentaria, Dios ha provisto de todo lo oportuno para su subsistencia. Y la cuarta de las promesas del Señor a Jacob es que volverá de nuevo a su tierra. No regresaría a Hebrón con vida, pero sí lo harían sus restos por medio de su hijo José, el cual daría sepultura su embalsamado cadáver con honores de dignatario real. Todas estas promesas nos hablan claramente de la manera milagrosa y hermosa en la que Dios cuidó de cada detalle relacionado con este viaje hacia lo desconocido de un Jacob anciano ya. 

2. UNA NUTRIDA COMITIVA DE EMIGRANTES 

      Descansando al fin en manos de Dios, Jacob reemprende su travesía rumbo a Egipto. El autor de Génesis añade aquí, antes de la llegada de los hebreos a su destino, una enumeración bastante interesante de personas que componen la caravana de Jacob. No podemos por más que entrever y adivinar un eco de la narración antediluviana de la entrada en el arca de todos aquellos seres humanos y animales que iban a ser salvados de una muerte segura: “Jacob salió de Beerseba; y subieron los hijos de Israel a su padre Jacob, a sus niños y a sus mujeres en los carros que el faraón había enviado para llevarlo. También tomaron sus ganados y los bienes que habían adquirido en la tierra de Canaán, y fueron a Egipto Jacob y toda su descendencia consigo: sus hijos y los hijos de sus hijos; y sus hijas y las hijas de sus hijos. A toda su descendencia llevó consigo a Egipto. Éstos son los nombres de los hijos de Israel que entraron en Egipto, Jacob y sus hijos: Rubén, primogénito de Jacob. Y los hijos de Rubén: Hanoc, Falú, Hezrón y Carmi. Los hijos de Simeón: Jemuel, Jamín, Ohad, Jaquín, Zohar y Saúl, hijo de la cananea. Los hijos de Leví: Gersón, Coat y Merari. Los hijos de Judá: Er, Onán, Sela, Fares y Zara; pero Er y Onán murieron en la tierra de Canaán. Y los hijos de Fares fueron Hezrón y Hamul. Los hijos de Isacar: Tola, Fúa, Job y Simrón. Los hijos de Zabulón: Sered, Elón y Jahleel. Éstos fueron los hijos de Lea, los que dio a luz a Jacob en Padan-aram, y además su hija Dina; treinta y tres las personas todas de sus hijos e hijas. Los hijos de Gad: Zifión, Hagui, Ezbón, Suni, Eri, Arodi y Areli. Los hijos de Aser: Imna, Isúa, Isúi, Bería y Sera, hermana de ellos. Los hijos de Bería: Heber y Malquiel. Éstos fueron los hijos de Zilpa, la esclava que Labán regaló a su hija Lea, le dio a luz a Jacob; en total dieciséis personas. Los hijos de Raquel, mujer de Jacob: José y Benjamín. A José le nacieron en la tierra de Egipto Manasés y Efraín, los que le dio a luz Asenat, hija de Potifera, sacerdote de On. Los hijos de Benjamín fueron Bela, Bequer, Asbel, Gera, Naamán, Ehi, Ros, Mupim, Hupim y Ard. Éstos fueron los hijos de Raquel, que nacieron a Jacob; en total catorce personas. Los hijos de Dan: Husim. Los hijos de Neftalí: Jahzeel, Guni, Jezer y Silem. Éstos fueron los hijos que Bilha, la que dio Labán a Raquel, su hija, dio a luz de Jacob; en total siete personas. Todas las personas que llegaron con Jacob a Egipto, nacidas de él, sin contar las mujeres de los hijos de Jacob, todas ellas fueron sesenta y seis. Y los hijos de José, que le nacieron en Egipto, dos personas. Todas las personas de la casa de Jacob que entraron en Egipto fueron setenta.” (vv. 5-27) 

      En esta lista de integrantes del convoy familiar podemos adivinar, entre otras cosas, que algún hijo, como Simeón, había desobedecido a su padre en lo tocante a no tener esposas de procedencia cananea; que los hijos de Judá habidos con Tamar, su nuera, habían sido incorporados al grupo; que Dina, única hija de Jacob nombrada y vinculada con el episodio de Siquem, sigue siendo miembro del clan; que Benjamín había sido bastante prolífico en la generación de descendientes a pesar de su juventud; que Dan solo tuvo un hijo; y que las esposas de los hijos de Jacob no son contabilizadas o nombradas en el recuento final de los que llegan a tierras egipcias. La suma total que presenta aquí el autor de Génesis no pretende aportar una cifra literal de todos aquellos que van a instalarse permanentemente en Egipto, sino que busca reseñar un número con tintes tipológicos, por otra parte, algo bastante generalizado en la literatura bíblica. La idea que representa el número setenta es el de totalidad o plenitud, esto es, de que nadie se quedó atrás, de que nadie cuestionó la decisión del patriarca de dejar Hebrón para ir a vivir en Gosén. 

3. EL ABRAZO MÁS LARGO DEL MUNDO 

      Traspasando ya la línea fronteriza con Egipto, Jacob no desea otra cosa que volver a abrazar a su añorado vástago: “Envió Jacob a Judá delante de sí a José, para que lo viniera a ver en Gosén; y llegaron a la tierra de Gosén. José unció su carro y fue a recibir a Israel, su padre, en Gosén. Al verlo, se echó sobre su cuello, y sobre su cuello lloró largamente. Entonces Israel dijo a José: —Muera yo ahora, ya que he visto tu rostro y sé que aún vives.” (vv. 28-30) 

       Como ya vimos en el estudio anterior, la ubérrima región de Gosén se iba a convertir en el asentamiento definitivo en el que se iba a instalar el clan hebreo. Sabemos que José vivía en la capital de Egipto, Avaris, y que ésta distaba poco de Gosén. Exhausto del camino, Jacob decide esperar a su hijo en la tierra fértil y verde asignada del norte del delta del Nilo. Jacob pudo contemplar arrobado las amplias y benditas oportunidades que les iba a brindar esta rica tierra, y, sabiendo también que el trato entre egipcios y hebreos era una cuestión cultural bastante peliaguda, cree que es mejor quedarse allí con sus hijos y sus ganados, a la espera de que José al fin haga acto de aparición. Para avisar a José de que ya había llegado a Gosén, envía a Judá, demostrándose una vez más el ascenso de éste en el escalafón de liderazgo entre sus hermanos. Judá corre raudo para dar las buenas nuevas a su hermano, y José, desplegando todo el esplendor y gloria de su posición política, se lanza en su carruaje al encuentro de su amado padre. Aquel jovenzuelo, un tanto repelente, ahora se veía como un auténtico semidiós egipcio, algo que impresionaría enormemente a Jacob en cuanto lo vio aproximarse. 

     Creo que no hay escena cinematográfica o televisiva que pueda plasmar lo suficiente un encuentro como el que tuvieron José y Jacob. El alto voltaje emocional provocó que, al echarse el uno en los brazos del otro, todo ese nudo en el corazón que no les había dejado vivir plenamente sus vidas, se desharía para siempre como si nunca hubiese existido. Tocarse por fin después de cientos de lunas, estrecharse en un abrazo interminable y susurrarse al oído palabras de amor y cariño, fue todo un estremecedor e inolvidable instante. José apretó junto a sí a su anciano padre como si nunca quisiera desprenderse de su presencia; Jacob se fundió con su alma como jamás lo había hecho con nadie. No cabe duda de que este reencuentro trae a nuestra memoria la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, al que se daba por muerto, que vuelve al hogar para recibir de su amante padre un abrazo de oso, dando gracias a Dios por haberlo resucitado de entre los muertos. Y tampoco podemos dejar de pensar en el “Nunc Dimitis de Simeón cuando toma entre sus brazos al Hijo de Dios en el Templo, proclamando con alivio y paz que ya podía morir tranquilo, porque había visto la esperanza de Israel con sus propios ojos. Jacob estaba ahora acunando entre sus sarmentosos brazos a su salvador temporal, a su hijo José, y Simeón, hacía lo propio con el Hijo de Dios, su salvador eterno. 

4. GOSÉN, TIERRA DE PROVISIÓN 

      Después de este entrañable y estremecedor momento familiar, y con el propósito de dejar atado y bien atado el asunto de su morada en la región de Gosén, José da instrucciones a sus hermanos y a su padre sobre cómo comportarse ante el Faraón el día en el que hayan de comparecer en su presencia: “Luego José dijo a sus hermanos y a la casa de su padre: —Subiré y lo haré saber al faraón; le diré: “Mis hermanos y la casa de mi padre, que estaban en la tierra de Canaán, han venido a mí. Los hombres son pastores de ovejas, hombres ganaderos; han traído sus ovejas, sus vacas y todo lo que tenían.” Y cuando el faraón os llame y os pregunte: “¿Cuál es vuestro oficio?”, entonces diréis: “Hombres de ganadería hemos sido nosotros tus siervos, desde nuestra juventud hasta ahora, nosotros y nuestros padres.” Así podréis habitar en la tierra de Gosén, porque para los egipcios es abominación todo pastor de ovejas.” (vv. 31-34) 

       José, ingenioso y sabio conocedor de las costumbres egipcias, así como del carácter del Faraón, prepara concienzudamente la conversación que se mantendrá entre sus familiares y el más alto dignatario de Egipto. Ya conocimos en el anterior estudio que Faraón veía con buenos ojos la visita de la familia de José, y que se mostraba proclive a que viniesen a habitar dentro de su país. Ahora faltaba la confirmación y el respaldo real, la sanción definitiva del monarca, que daría legitimidad plena a los hebreos para considerar Mosén como su nuevo hogar y escenario de sus actividades económicas y ganaderas. No se sabe a ciencia cierta el porqué del aborrecimiento que existía entre los egipcios y los pastores de ovejas, pero lo que sí queda clara es la idea de dejar que los hebreos ocupasen un territorio apartado de la capital egipcia y que se mantuviese cerca de la frontera con otros países vecinos al norte. Algunos piensan que los pastores de ovejas eran aborrecidos porque comían la carne de sus ganados, o porque lo hacían sin tener en consideración a los primogénitos, los cuales eran venerados por los egipcios, o porque estos últimos eran vegetarianos y solamente usaban la leche y la lana de las ovejas sin recurrir a su carne. 

CONCLUSIÓN 

      Ahora sí que se cierra de forma nítida el ciclo de la gracia que transcurre a lo largo de la narración de la vida de José. Las promesas de Dios se cumplen a rajatabla, y la proyección de algunas de estas promesas irá desarrollándose con el paso del tiempo. José ha podido ver consumado su sueño de volver a ver a su padre, y Jacob no cabe en sí mismo de gozo y alegría al recibir de Dios el consuelo a tantos años de pena y dolor. Dios ha provisto por medio de José de un entorno favorecido y bendecido que proveerá durante los tiempos de carestía alimentaria del sustento necesario para sobrevivir. Dios siempre cuida de los suyos y nunca deja a un menesteroso desamparado. Un pueblo emigrante ha recibido de Dios un emplazamiento desde el cual poder recomenzar una bienaventurada existencia. 

     Podríamos decir que la historia termina aquí, que colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Pero todavía quedan cosas que tratar, profecías que pronunciar y promesas que cumplir, todas ellas para preparar el camino que llevará al incipiente pueblo hebreo a convertirse en una gran nación. ¿Cómo será el encuentro entre Jacob y Faraón? ¿De qué modo gestionó José la hambruna en Egipto? ¿Cuál será la última voluntad de Jacob? Todas las respuestas a estas preguntas, y muchas más, en nuestro próximo estudio sobre la vida de José en Génesis.

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