EFRAÍN Y MANASÉS



SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE JOSÉ EN GÉNESIS “JOSÉ EL SOÑADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 48 

INTRODUCCIÓN 

      He podido comprobar, preocupantemente diría yo, que, en bastantes ocasiones, cuando los padres se hacen mayores y se encuentran en la tercera edad, que sus hijos creen saber más que ellos, mostrándose displicentes en cuanto a sus pensamientos, a sus ideas o a sus decisiones. Desde hace ya muchos años, he observado que los hijos, ya adultos, menean la cabeza de un lado a otro, giran sus ojos hacia arriba y exhiben una mueca de ironía, cada vez que sus ancianos padres quieren aportar desde su experiencia, desean contribuir con su más amplio conocimiento de la historia, y ponen empeño en aconsejar positivamente a sus hijos y nietos. Los hijos que han entrado en la treintena y la cuarentena, con la asunción de que están mejor preparados e informados que sus progenitores, dejan de prestar oídos a cuantas lecciones de vida puedan dar sus canosos padres. ¿A quién le interesa cómo se hacían las cosas en el pasado? ¿Cómo va a ayudarnos escuchar los parloteos interminables de nuestros padres sobre esto o aquello? “Ya están muy viejos, y solo dicen incoherencias a causa de su avanzada edad,” he tenido que escuchar de personas que, incluso se las dan de creyentes en Cristo. 

     No cabe duda de que el respeto y la reverencia debidas a nuestros padres y abuelos son cosa pasada. Muy pocas son las familias que aspiran a hallar en sus miembros más mayores un asidero a las vivencias más humanas y experimentadas, una memoria a la fidelidad de Dios en sus vidas, o una serie de enseñanzas personales que suelen, misteriosamente, encajar a la perfección en la gestión contemporánea de muchos asuntos. La mayoría de familias prefiere desvincularse paulatinamente de esos lazos que antiguamente eran inquebrantables, irrompibles e irrenunciables. Hoy día hemos podido contemplar con tristeza el estado en el que se hallan muchas personas mayores en residencias impersonales, en hogares solitarios y en asilos de mala muerte. ¿No tenían familia que los acogiera, que los amara, que les prodigara un poco de su tiempo para atenderles como merecían sus desvelos y sacrificios durante tantos años? Por supuesto, hay casos y casos. Pero, por lo que se percibe sociológicamente, dadas las agendas extremadamente apretadas, los trabajos absorbentes y las ansias de no complicarse la vida más de lo debido, el anciano al final se resigna a ser un residuo más, un trasto avejentado y polvoriento que meter en un almacén, una pieza no aprovechable para la construcción del futuro. 

1. MEMORIAS DE LA GRACIA DE DIOS 

      Mucho hemos de aprender de tiempos pretéritos y de culturas en las que la ancianidad, no solo es un pilar fundamental del entendimiento familiar y social, sino que es una fuente inagotable de lecciones que nos han de preparar para planificar nuestro porvenir. Un ejemplo muy hermoso de esta actitud de un hijo, ya en su adultez, para con su padre anciano, es la que demuestra José en lecho de postración: Sucedió después de estas cosas que dijeron a José: —Tu padre está enfermo. Entonces él tomó consigo a sus dos hijos, Manasés y Efraín. Y se le hizo saber a Jacob, diciendo: —Aquí está tu hijo José, que viene a ti. Haciendo un esfuerzo, Israel se sentó sobre la cama y dijo a José: —El Dios omnipotente se me apareció en Luz, en la tierra de Canaán, me bendijo y me dijo: “Yo te haré crecer, te multiplicaré y te pondré por estirpe de naciones; y daré esta tierra a tu descendencia después de ti por heredad perpetua.” Ahora bien, tus dos hijos, Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto antes de venir a reunirme contigo a la tierra de Egipto, son míos; al igual que Rubén y Simeón, serán míos. Los que después de ellos has engendrado, serán tuyos; por el nombre de sus hermanos serán llamados en sus heredades. Cuando yo venía de Padan-aram se me murió Raquel en la tierra de Canaán, en el camino, como media legua antes de llegar a Efrata; y la sepulté allí, en el camino de Efrata, que es Belén.” (vv. 1-7) 

      Jacob, sabedor de la gran responsabilidad que su hijo José estaba desarrollando en todo Egipto, nunca quiso, aun en su situación de decadencia física, molestarlo con sus achaques. Seguramente se verían periódicamente, siempre que las labores gubernamentales se lo permitían al virrey de Egipto, dada la proximidad de la corte real con la tierra de Gosén. Sin embargo, un día, un mensajero de parte de Jacob o de sus hermanos, le trae la noticia de que Jacob se hallaba en una situación preocupante de salud que hacía presagiar que pronto iba a dejar el reino terrenal para reunirse con sus antepasados. Era el momento propicio para que el patriarca adjudicase su bendición especial a José y a sus dos hijos mayores, y manifestar su deseo de que su trayectoria vital nunca fuese olvidada junto con las promesas que Dios mismo le había hecho a lo largo de su existencia. En cuanto se anuncia a Jacob la llegada de su más amado hijo, acompañado de Efraín y Manasés, Jacob reúne todas las fuerzas que todavía le quedan en su maltrecho cuerpo, y se sienta en su jergón para atenderlos. 

      En cuanto supo por puro instinto que su hijo se hallaba presente ante él, Jacob comenzó a recordar las bendiciones de las que había sido objeto por la gracia de Dios desde que salió de su hogar huyendo de su hermano Esaú hasta el presente. Recogiendo las memorias de todo cuanto sucedió a lo largo de su peregrinaje por esta dimensión terrenal, Jacob adscribe todo lo bueno que ha vivido a Dios, el Todopoderoso, aquel que convierte circunstancias adversas en oportunidades de bendición, que transforma la historia y los corazones para que sus designios sean cumplidos sin oposición. Jacob no deja de rememorar el imborrable primer encuentro con el Señor en Luz, antiguo nombre de Bet-el, esa epifanía en la que recibió de Él una promesa que debía pasar a la siguiente generación hasta ser consumada siglos más tarde en la persona de Cristo. Las promesas dadas por Dios a Jacob tuvieron su concreción a lo largo de los años, prosperando sus caminos aun a pesar de los desafíos que tuvo que afrontar, aumentando su prole de forma considerable, y proyectando hacia el futuro la formación de una gran nación que volvería a reclamar lo que dejó atrás para sobrevivir en Egipto. Si lo primero se había cumplido, por fe, tanto Jacob como José, expertos ambos en los intrincados caminos de la soberana gracia de los designios divinos, sabían que todo llegaría en el momento adecuado. 

     A continuación, algunos eruditos quieren notar en las siguientes palabras de Jacob una especie de ceremonia de adopción tradicional. Jacob, formal y solemnemente, acoge y suma a Efraín y Manasés como sustitutos en la bendición especial que el patriarca solía ofrecer a su primogenitura de sus dos primeros hijos, ambos habidos con Lea, esto es, Rubén y Simeón. Las razones de esta estrategia adoptiva son aclaradas en 1 Crónicas 3:1, 2: “Rubén era el primogénito de Israel, pero como profanó el lecho de su padre, sus derechos de primogenitura fueron dados a los hijos de José hijo de Israel, y no fue contado por primogénito.” Simeón, también involucrado junto a Leví en la matanza de Siquem, a su vez había sido degradado en este establecimiento de la escala de primogenitura. José se aviene a esta ceremonia, respetando en todo momento las decisiones de su anciano padre, y entendiendo que todo obedecía a un plan mucho más grande y a largo plazo que Dios le había confiado. El resto de hijos de José serían parte en su momento de estas dos nuevas tribus de Efraín y Manasés cuando volviesen a su debido tiempo a conquistar la tierra prometida. 

     Como si un breve ramalazo de dolor y amargura se adueñara en ese instante de la memoria del patriarca, una sombra oscurece su semblante tras el registro mental de las bendiciones de Dios y el legado para la posteridad que deja a sus nuevos hijos adoptivos. Lo que opaca la mirada desvaída de Jacob, y que oprime con dureza su corazón, es el recuerdo de su amada esposa Raquel. Había pasado muchas décadas desde su fallecimiento, pero nunca, ni en su postrer estertor, iba a olvidar todo ese amor y esa pasión que sintió por ella. Y de lo que de ninguna manera iba a dejar en el olvido era su prematura muerte durante el parto en el que vio la luz Benjamín. Ante la premura de su travesía a la tierra de sus padres, no tuvo más remedio que sepultarla lejos de Macpela, concretamente en el camino a Efrata, ya conocida en aquel entonces como Belén, o “casa del pan.” Cuando las imágenes de toda una trayectoria existencial pasan ante los ojos de alguien que presume el final de sus días sobre la faz de la tierra, aquellas que más han hecho mella en el espíritu de uno suelen seguir todavía frescas y vívidas. José era apenas un niño cuando todo esto aconteció, pero la belleza de su madre aún vivía en su rostro y en sus gestos, algo que nunca pasó desapercibido para el anciano patriarca. 

2. UNA BENDICIÓN MUY ESPECIAL 

     Ha llegado el punto principal de la reunión familiar: la bendición última de Jacob. Siguiendo el procedimiento ancestral de la adopción, Jacob se dirige a José: “Vio entonces Israel a los hijos de José, y dijo: —¿Quiénes son estos? —Son mis hijos, los que Dios me ha dado aquí —respondió José a su padre. —Acércalos ahora a mí, y los bendeciré —dijo Israel. Los ojos de Israel estaban tan debilitados por la vejez, que no podía ver. Los hizo, pues, acercarse a él, y él los besó y los abrazó. Y dijo Israel a José: —No pensaba yo ver más tu rostro, y Dios me ha dejado ver también a tu descendencia. Entonces José los sacó de entre sus rodillas y se inclinó a tierra. Los tomó José a ambos, Efraín a su derecha, a la izquierda de Israel, y Manasés a su izquierda, a la derecha de Israel; y los acercó a él. Israel extendió su mano derecha y la puso sobre la cabeza de Efraín, que era el menor, y su mano izquierda sobre la cabeza de Manasés, colocando así sus manos adrede, aunque Manasés era el primogénito. Y bendijo a José, diciendo: «El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día, el Ángel que me liberta de todo mal, bendiga a estos jóvenes. Sea perpetuado en ellos mi nombre y el nombre de mis padres Abraham e Isaac, y multiplíquense y crezcan en medio de la tierra.»” (vv. 8-16) 

      Con una pregunta que probablemente servía como pie para rubricar oficialmente la adopción de los dos hijos de José por parte de su padre Jacob, el patriarca pide que los acerque a su vera, dado que su vista ha ido menguando en intensidad y potencia con la acumulación de años a sus espaldas. Mucho han visto estos ojos ya ajados y enceguecidos, y ahora será la fe la que dirigirá sus movimientos y sus últimas decisiones. Efraín y Manasés, obedientes al llamamiento de su abuelo, y ahora ya simbólica y legalmente padre, se acercan y lo abrazan tiernamente. ¡Qué maravilloso es contemplar la unión de tres generaciones en un abrazo, en un beso, en la proximidad de la distancia! Con un suspiro que brotó de lo más hondo del alma y con una mirada llorosa presa de la emoción de la escena, Jacob expresa un breve cántico de adoración a Dios al haberle permitido volver a ver, no solo a su hijo, el cual había dado por perdido para siempre, sino también a sus nietos. José, siguiendo la rutina de la adopción ritual, deja que sus hijos se desprendan de sus rodillas, símbolo de la pertenencia paterna, para ubicarse, el mayor a su derecha, y el menor a su izquierda, tal y como mandaban los cánones de la bendición especial de un patriarca.  

      No obstante, algo imprevisto sucede ante los atónitos ojos de José. Jacob cruza sus brazos sobre sus nietos, y cambia el patrón establecido ancestralmente para la recepción de la bendición de primogenitura. La mano siniestra de Jacob se posa sobre la cabeza del mayor, y la diestra, signo inequívoco de la primogenitura, es colocada sobre la testa del menor. Y, antes de que José diga “esta boca es mía,” Jacob cierra sus ojos levantando su cabeza al cielo para bendecir a José, y, por ende, a sus hijos. Con un espíritu de adoración y gratitud a Dios, confirma que Aquel que guio los pasos de sus antepasados, que sacó a Abraham de Ur de los caldeos para morar en tierra extraña, que prosperó los caminos de su padre Isaac en todo momento, y que ha acompañado y protegido providencialmente siempre a Jacob sin importar las circunstancias que lo rodeasen, será el que ha de derramar su bondad y misericordia sobre los vástagos de José. El Señor hará de ellos un gran pueblo, numeroso en su membresía y el nombre de sus ancestros habrá de ser recordado a través de ellos per sécula seculorum. Esta es, como podemos ver, una bendición general para ambos, sin importar el lugar que ocupen ahora bajo las manos extendidas de Jacob.  

3. LA LÓGICA ILÓGICA DE DIOS 

      José, que había quedado momentáneamente fuera de juego, en shock por el cambio de reglas en el ritual de la bendición del primogénito, ahora afea a su padre este giro de los acontecimientos: “Al ver José que su padre ponía la mano derecha sobre la cabeza de Efraín, se sintió disgustado; y tomó la mano de su padre para cambiarla de la cabeza de Efraín a la cabeza de Manasés. Y dijo José a su padre: —Así no, padre mío, porque éste es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza. Pero su padre no quiso hacerlo, y le respondió: —Lo sé, hijo mío, lo sé; también él llegará a ser un pueblo, y será también grande; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones. Y los bendijo aquel día, diciendo: —Que con vuestro nombre se bendiga en Israel, y se diga: “Hágate Dios como a Efraín y como a Manasés.” Y puso a Efraín antes de Manasés. Luego dijo Israel a José: —Yo muero; pero Dios estará con vosotros y os hará volver a la tierra de vuestros padres. A ti te he dado una parte más que a tus hermanos, la cual tomé al amorreo con mi espada y con mi arco.” (vv. 17-22) 

      “Este padre mío,” diría para sus adentros José, “con lo corto de vista que está, seguro que se ha equivocado al cambiar el orden de la bendición de mis hijos. La edad no perdona. Será mejor que se lo diga antes de que los bendiga, porque una vez pronunciada la bendición ya será irreversible su efecto.” José, nos dice el autor de Génesis, estaba verdaderamente preocupado y exasperado ante la reacción aparentemente errada de su padre. Con determinación y urgencia, toma por las muñecas a su padre para rehacer el dibujo simbólico de la bendición. Jacob, al notar las manos de su hijo forzándole a revertir su acción anterior, se queda mirándole, con una severidad y una sorpresa palpables. Las palabras de José conminándole a que hiciera las cosas bien, según la lógica de la costumbre y la tradición, lo hacen sonreír durante un parpadeo.  

      Ante la insistencia de su hijo por reubicar las manos sobre las cabezas de Efraín y Manasés, Jacob comprende la desazón de su hijo, y con cariño le hace ver que comprende su postura, pero que las cosas son como son por una razón que va más allá del puro capricho. Jacob confirma a José que Manasés será una gran nación en el futuro, pero también profetiza que Efraín será mayor que éste. De hecho, en muchos pasajes bíblicos en los que se utiliza el nombre de Efraín, se refieren al reino del Norte, al propio Israel. De nuevo, la misma pauta que aparece una y otra vez en los primeros relatos del Génesis, la de otorgar al menor un porvenir mucho más bienaventurado que el del mayor, no en balde Jacob sabía mejor que nadie que Dios obraba de formas misteriosas invirtiendo el orden de factores para desarrollar su plan de salvación.  

      Como añadidura a esta diferencia en calidad de la bendición, el anciano patriarca desea que la mayor manifestación de bendición entre los componentes del Israel que ha de venir, sea emplear la frase hágate Dios como a Efraín y Manasés.” ¡Qué inmenso privilegio ser proverbialmente reconocidos como los epítomes de la bendición de Dios sobre alguien! Para terminar su intervención, y así dar descanso a su cuerpo cada vez más debilitado, Jacob no deja de legar a su hijo José el terreno que compró en su día a Hamor de Siquem, el cual fue escenario desde el cual la sanguinaria matanza de Simeón y Leví se perpetró para trágica memoria del lugar (Génesis 33:19). Allí, en este paraje, serían sepultados finalmente los restos mortales de José mucho tiempo después. Con un conciso mensaje de despedida ante la inmediatez de su muerte, Jacob promete y profetiza que, en la época histórica escogida por Dios, Israel volverá a sus raíces para recuperar los territorios que le pertenecían por derecho divino. Es el último adiós de Jacob a su hijo José, aunque no el último adiós al resto de su familia, como veremos en el siguiente estudio. 

CONCLUSIÓN 

      El tacto, el cariño, la proximidad y la obediencia que transmite José hacia su padre, aunque puesta en duda en su intento de hacerle cambiar de decisión en un momento dado, es encomiable. La reverencia y el respeto que se respira y extrae de esta hermosa e inspiradora relación paterno-filial debe hacernos replantear el papel tan importante e imprescindible de nuestros padres y abuelos, incluso en sus últimos días de vida. Recibir la bendición de Dios a través de las manos arrugadas y frágiles de nuestros progenitores, los cuales, al igual que Jacob, han vivido la gracia y la provisión del Señor de una forma clara, es un inmenso privilegio que no hemos de hacer palidecer por causa de nuestro vertiginoso estilo de vida, de nuestro egoísmo e individualismo, de nuestro orgullo personal o de nuestro deseo de contar únicamente con lo novedoso para realizar elecciones sabias. La imagen de tres generaciones unidas en un acto de aprecio sublime, en una fusión de almas y cuerpos, y en una explosión de amor y cariño entrañable, es algo que no hemos de olvidar para nuestras propias realidades familiares. 

      Aprendemos de esta historia de bendiciones y cambios de última hora aparentemente ilógicos, que muchas veces, cuando el Señor dictamina algo para nuestras vidas, no hemos de luchar para asir la mano de Dios a fin de ajustar sus designios a los nuestros. Me figuro en cuántas ocasiones Dios, observándonos mientras nos quejamos de sus órdenes, mientras nos sentimos ofendidos por sus directrices bíblicas, y mientras intentamos torcerle el brazo para llevarlo a nuestro terreno, menea su cabeza para decirnos: “Ya lo sé, Emilio. Sé que no te parece muy bien lo que te he encomendado, pero es lo que sé que necesitas y lo que se ajusta a mi soberana voluntad. Entiendo que te enfades, pero es lo que necesitas y lo que todos a tu alrededor necesitan de ti.” No combatamos las decisiones del Señor, por muy ilógicas que nos parezcan, porque sus pensamientos no son nuestros pensamientos, y nuestro limitado conocimiento, amén de nuestra finita visión, pueden arrebatarnos miles de bendiciones para nuestras vidas. 

      Todavía queda cuerda en el reloj del cuerpo de Jacob para entregar su herencia profética al resto de sus hijos. ¿Qué corresponderá a cada cual? Lo veremos en el siguiente episodio de la vida de José en Génesis.

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