TRIQUIÑUELAS


SERIE DE ESTUDIOS EN GÉNESIS “JACOB EL SUPLANTADOR”
TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 27:1-40
INTRODUCCIÓN
La historia está plagada de tahúres y trileros. Desde que la mentira entró a formar parte del día a día de la humanidad tras la caída en desgracia delante de Dios, podemos constatar que siempre hubo personas dispuestas a todo con tal de lograr llevar a cabo sus metas y fines. Si había que retorcer la verdad hasta llevarla al límite, se hacía. Si había que retocar la realidad fehaciente con el maquillaje de los subterfugios, no se dudaba ni un ápice en tomar la paleta de colores para ello. Si había que difuminar la frontera entre lo veraz y la falsedad, se hacía a conciencia. Y así, nos hemos visto siglo tras siglo rodeados de personajes de caprichosa calidad moral que emplean las palabras de doble envés y las triquiñuelas de prestidigitador para llevarse el gato al agua. Usan sus trucos e ilusionismos para vendernos la moto, para darnos gato por liebre y para limpiarnos los bolsillos. Sin escrúpulos a los que dedicar atención, sus vidas se consagran al arte de engañar, timar y estafar con el objetivo de lograr sus intereses personales.
En la actualidad, algunos de esos timos ante los cuales hemos de estar preparados son los de los donativos para los sordomudos o toxicómanos en rehabilitación, los del inspector del gas, el tradicional de la estampita, el del atropello fingido en un semáforo, el consabido del tocomocho, el del nazareno, el de la oferta de trabajo inexistente por el que te piden una cantidad para agilizar los trámites para conseguirlo. En la red de redes, esto es, internet, circula el timo del “phishing”, en el que te envían un email o un mensaje solicitándote tus datos personales y de tarjeta de crédito para desplumarte haciendo uso de la suplantación de identidad, y, en el caso del sector masculino, la estafa de mujeres rusas que quieren sacarte los cuartos simulando un interés romántico absolutamente falso. Cualquier persona que te ofrezca duros por pesetas, o euros por céntimos, debe ser puesta en tela de juicio, eso si no quieres que te dejen a dos velas. Hay que estar alerta ante cualquier propuesta sospechosa, ya que por valorar el beneficio antes que lo que puedes perder, te pueden dar el sablazo del siglo.
1. UN GUISO PROBLEMÁTICO
Pues de fraudes y timos vamos a hablar hoy, teniendo en cuenta que la disputa fraternal entre Esaú y Jacob no ha cesado desde que fueron concebidos en el vientre de Rebeca. Es preciso recordar aquí el episodio de la venta de la primogenitura de Esaú a Jacob por un precio irrisorio, ya que de esos polvos provienen estos lodos. La historia de hoy comienza con un Isaac que siente que sus últimos días de vida ya están ahí mismo. En vista de que el fin se acerca, decide, como buen patriarca, desear lo mejor para su hijo primogénito, Esaú, y para ello, lo llama a la vera de su lecho para pedirle una suculenta pitanza: Aconteció que cuando Isaac envejeció y sus ojos se oscurecieron quedando sin vista, llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo: —¡Hijo mío! Él respondió: —Aquí estoy. —Ya soy viejo —dijo Isaac— y no sé el día de mi muerte. Toma, pues, ahora tus armas, tu aljaba y tu arco, y sal al campo a cazarme algo. Hazme un guisado como a mí me gusta; tráemelo y comeré, para que yo te bendiga antes que muera.” (vv. 1-4)
¿Sabría Isaac de la compra-venta de la primogenitura entre Esaú y Jacob? Lo supiese o no, Isaac tenía predilección por su hijo mayor Esaú, e, incluso a pesar de haber desdeñado la primogenitura de forma tan estúpida e inconsciente, prefería otorgar la bendición más importante de su mano al que creía su sucesor. Isaac parece obviar aquella profecía en la que Dios augura que un día Jacob llegará a estar por encima de su hermano, por lo que esto nos indica que Isaac estaba yendo en contra de la voluntad divina de dar a Jacob la preeminencia y el protagonismo en el pacto dado por el Señor a su padre Abraham. Isaac ha visto pasar los años tras sus conflictos con los filisteos a causa de los pozos, y ha vivido en paz y tranquilidad junto a su familia. Su salud ha menguado y sus ojos han sido velados por la ceguera. Sin embargo, el resto de sus sentidos se han agudizado, tal y como veremos más tarde. Entendiendo que su deber es el de dejar las cosas atadas y bien atadas en lo referente a la sucesión del clan, llama a Esaú a voces para requerirle que le prepare un manjar de los que a él le gustan, y así bendecirlo de manera especial.
2. UN PLAN USURPADOR
Esaú, enardecido e ilusionado, sale ipso facto a cazar un animal con el que elaborar el condumio para su padre. Este será un gran día para él, a pesar de haber cedido su primogenitura a su avispado hermano. No obstante, ni Isaac ni Esaú reparan en que Rebeca ha estado escuchando desde su escondite esta conversación. Las telas y piezas de cuero que forman parte de la tienda dejan pasar con bastante facilidad el sonido de las voces de su esposo y de su hijo mayor: “Rebeca estaba escuchando cuando Isaac hablaba a su hijo Esaú; y se fue Esaú al campo para buscar la caza que había de traer. Entonces Rebeca habló a su hijo Jacob, diciendo: —Mira, yo he oído a tu padre, que hablaba con tu hermano Esaú diciendo: “Tráeme caza y hazme un guisado, para que coma y te bendiga en presencia de Jehová antes que me muera.” Ahora, pues, hijo mío, obedece a mi voz en lo que te mando. Ve ahora al ganado y tráeme de allí dos buenos cabritos de las cabras, y haré con ellos un guisado para tu padre, como a él le gusta. Tú lo llevarás a tu padre, y él comerá, para que te bendiga antes de su muerte.” (vv. 5-10)
En cuanto Esaú salió de la tienda para buscar su presa, Rebeca comienza a cavilar con rapidez sobre lo recién escuchado. No cabe duda de que Rebeca era muy inteligente y que los mecanismos de su cerebro privilegiado empezaban a rodar en sus engranajes, planeando y urdiendo una estrategia a través de la cual, la primogenitura pudiese casarse con la bendición patriarcal, lo cual, en cierta manera era lo lógico y lo acostumbrado. Rebeca conocía las circunstancias en las que Jacob había conseguido la primogenitura, y dado su favoritismo hacia Jacob, no podía cruzarse de brazos. Llamando a Jacob, le cuenta la escena habida entre su padre y su hermano mayor. Y a continuación, lo involucra en un plan en principio descabellado y arriesgado. Jacob debe ir a por un par de cabritos de calidad, para que Rebeca cocine un guiso de rechupete para Isaac. En cuanto esté hecho el plato, Jacob debía presentárselo a su padre. Jacob parece comprender la triquiñuela en la que su madre quiere meterlo. La idea de Rebeca está clara y Jacob no dice ni pío al respecto, ni analiza la dudosa moralidad de lo que van a llevar a cabo.
Es más, Jacob repasa el planteamiento de su madre, y presenta un pero que puede complicar la puesta en marcha del timo familiar: “Pero Jacob dijo a Rebeca, su madre: —Mi hermano Esaú es hombre velloso, y yo lampiño. Quizá me palpará mi padre; me tendrá entonces por burlador y traeré sobre mí maldición y no bendición. Su madre respondió: —Hijo mío, sea sobre mí tu maldición; solamente obedece a mi voz: ve y tráemelos. Entonces él fue, los tomó y los trajo a su madre, y su madre hizo un guisado como a su padre le gustaba. Después tomó Rebeca los vestidos de Esaú, su hijo mayor, los más preciosos que ella tenía en casa, y vistió a Jacob, su hijo menor. Luego, con las pieles de los cabritos, cubrió sus manos y la parte de su cuello donde no tenía vello, y puso el guisado y el pan que había preparado en manos de su hijo Jacob.” (vv. 11-17) El miedo de Jacob no tiene que ver con arrebatarle a su hermano la bendición paterna. Su temor obedece a la posibilidad de que su padre lo reconozca y, en lugar de recibir un bien, reciba un mal. El respeto por su hermano es nulo. Y la honra que debería dar a su padre solamente tiene un impedimento para ser dejada de lado. Su padre estaba ciego, pero no era tonto.
La cuestión es que había que buscar una treta que les sirviese en el caso de que Isaac quisiera comprobar a través de sus otros sentidos más desarrollados. Esaú era un joven tremendamente peludo, y a Jacob no le hacía falta hacerse la depilación láser. No había dos pieles más distintas. Rebeca mira a su hijo como diciéndole: “¿Crees que no tenía prevista esta contingencia, hijo?” Las madres, siempre tan previsoras y prácticas... Jacob, encogiéndose de hombros, confía en el buen hacer de su madre, y va a los corrales a traer los dos cabritillos demandados.
Después de aderezar el guiso con todo aquello que sabía que llevaban los platos preparados por Esaú, el cual tendría su propio estilo culinario, Rebeca entra en el cuarto de Esaú, y toma una de sus túnicas, como diríamos, la de los domingos, la cual todavía tenía el aroma inconfundible del campo y el desierto, de los animales y de los arbustos. Y aprovechando las pellicas de los cabritillos cocinados, Rebeca confecciona unos guantes y una especie de bufanda para Jacob. Imaginémonos lo velludo que debía ser Esaú, para que estas piezas de pieles lograsen dar el pego. Ya equipado, Jacob, temblando y con algo de temor, se dirige a la estancia donde su padre estaba echado.
3. EL JUEGO DE LAS ADIVINANZAS SENSORIALES
¿Saldrá bien la triquiñuela de Rebeca y Jacob? “Entonces éste fue a su padre y dijo: —Padre mío. Isaac respondió: —Aquí estoy, ¿quién eres tú, hijo mío? —Yo soy Esaú tu primogénito —respondió Jacob—. He hecho como me dijiste. Levántate ahora, siéntate y come de mi caza, para que me bendigas. Entonces Isaac dijo a su hijo: —¿Cómo es que la hallaste tan pronto, hijo mío? Jacob respondió: —Porque Jehová, tu Dios, hizo que la encontrara delante de mí. Isaac dijo a Jacob: —Acércate ahora y te palparé, hijo mío, para ver si eres o no mi hijo Esaú. Se acercó Jacob a su padre Isaac, quien lo palpó, y dijo: «La voz es la voz de Jacob, pero las manos, las de Esaú.» Y no lo reconoció, porque sus manos eran vellosas como las manos de Esaú; y lo bendijo. Volvió a preguntar Isaac: —¿Eres tú mi hijo Esaú? Jacob respondió: —Yo soy. Dijo entonces: —Acércamela, y comeré de la caza de mi hijo, para que yo te bendiga. Jacob se la acercó, e Isaac comió; le trajo también vino, y bebió. Y le dijo Isaac, su padre: —Acércate ahora y bésame, hijo mío. Jacob se acercó y lo besó. Olió Isaac el olor de sus vestidos, y lo bendijo...” (vv. 18-27a)
Lo que vemos aquí es una secuencia de pruebas de identidad, así como de respuestas y evidencias inventadas para superar esas pruebas. Jacob, con la ayuda inestimable de su madre, había previsto cualquier clase de sospecha paterna. Todo comienza con el sentido del oído de Isaac. Jacob, tal vez intentando impostar la voz para hacerla lo más parecida a la de su hermano, se presenta a su padre. Parece que no logra mimetizar el timbre exacto de Esaú, porque su padre pregunta por su identidad. Jacob traga algo de saliva y hace lo que puede, mintiendo a su padre en cuanto a su nombre, aunque no en el tema de la primogenitura. Para desviar la atención auditiva de su padre, Jacob pasa a la añagaza de referir a su padre el motivo de su presencia con todo detalle, a fin de que su padre entienda que nadie podría conocer de la razón de estar allí, sino solamente Esaú y él mismo. La caza, el guiso y la bendición aparecen en escena para tapar la modulación vocal de Jacob.
Sin embargo, Isaac se huele algo. No tiene las cosas muy claras todavía. ¿Conocería de las tretas y trucos de su hijo menor, y por ello debía confirmar con evidencias rotundas la identidad del que estaba junto a su cama? El caso es que vuelve a poner a prueba a Jacob preguntándole sobre la prontitud que el cazador ha tenido en lograr su presa. Jacob, tirando de ingenio, al estilo Lazarillo de Tormes, introduce a Dios en el esquema de su descarada mentira: Dios ha provisto del animal de forma providencial. Y se queda tan ancho. Isaac no las tiene todavía consigo, y recurre al sentido del tacto para verificar si el que está atendiéndole es Esaú o Jacob. Pide a Jacob que se acerque para palparlo en lugares concretos y así salir de dudas. Toca, pasa sus apergaminadas manos por el suave pelaje de los guantes de cabritillo, y piensa para sus adentros que aquí hay una incongruencia sospechosa: la voz es la de Jacob, pero no puede ser, porque los brazos y las manos son tan pilosas como las de Esaú. Esto lo descoloca y lo desconcierta un tanto. Esaú estará resfriado o estará afónico...
Algo huele a podrido en Dinamarca... Aunque las señales le indican una cosa, tiene el pálpito de que aquí hay gato encerrado. Vuelve a preguntar de nuevo a Jacob sobre su identidad. “¿Seguro que eres Esaú?” “Sí, padre. Yo soy.” Bueno... pues pásame el guiso para que después de comer pueda bendecirte al fin. Parece que Isaac ya ha cejado en su empeño de seguir probando a Jacob, pero no. Jacob pone el plato en manos de su padre, le parte pan para mojar y le escancia una buena copa de vino. Ahora interviene el sentido del gusto. La carne está justo como a él le gusta, sabrosa y con el sabor fuerte del campo.
Y cuando Isaac termina, aprovecha un gesto de cariño, un abrazo y un beso, para acabar de consolidar la identidad de Jacob. Ahora Isaac emplea el olfato para reconocer el olor característico de alguien que pasa todo el día entregado a la tarea de cazar, recorrer montes y desiertos, y restregarse con los arbustos y las plantas aromáticas que allí crecen. Un aroma campestre inunda sus fosas nasales, y ya vencidas sus susceptibilidades, da el visto bueno a imponer sus manos sobre la cabeza de su presunto hijo mayor. Todas las evidencias señalaban que Esaú era el que estaba allí junto a él, listo para recibir su bendición especial.
4. UNA BENDICIÓN COLOSAL
Con gran reverencia y solemnidad, Isaac pronuncia su bendición sobre Jacob: “«Mira, el olor de mi hijo, como el olor del campo que Jehová ha bendecido. Dios, pues, te dé del rocío del cielo y de los frutos de la tierra, y abundancia de trigo y de mosto. Sírvante pueblos y las naciones se inclinen delante de ti. Sé señor de tus hermanos y ante ti se inclinen los hijos de tu madre. Malditos sean los que te maldigan y benditos los que te bendigan.»” (vv. 27b-29) Jacob, todavía temblando a causa de la tensión generada por sus exitosas triquiñuelas, escucha la voz firme y resuelta de su padre. Isaac comienza su bendición presentando a Jacob como a su hijo Esaú, con su olor campestre. Es curioso como Isaac intercede ante Dios por su hijo favorito, cuando lo está haciendo por su hijo menor, cumpliéndose así el designio celestial, y es que Dios escribe recto en renglones torcidos.
Isaac predice para su hijo grandes riquezas, prosperidad, provisión, alegría y una vida en la que Dios será el garante de su subsistencia. El rocío es el símbolo de la bondad divina, de la abundancia y del vigor de la tierra. Además, la nación que del tomador de la bendición saldrá con el paso de la historia, sojuzgará y someterá a muchas naciones, incluido el pueblo que nacerá de su hermano Esaú, más conocido por Edom. Y para cerrar esta bendición magnífica delante del Señor, Isaac desea que Jacob sea de bendición para aquellos que lo ayuden, y que la maldición de los cielos recaiga sobre aquellos que quieran dañar o amenazar a su hijo y a su descendencia. Alzando su mano, Isaac se despide de su hijo para descansar un rato. Jacob se escabulle por la puerta de la estancia, y raudo vuelve con su madre para contarle las buenas nuevas.
5. UN DESCUBRIMIENTO DEMOLEDOR
¿Y Esaú? ¿Dónde está el cazador? Todos sabemos que, en cuanto vuelva de su misión cinegética, y se encuentre con su padre, se va a liar parda: “Aconteció, luego que Isaac acabó de bendecir a Jacob, y apenas había salido Jacob de delante de su padre Isaac, que Esaú, su hermano, volvió de cazar. E hizo él también un guisado, lo trajo a su padre y le dijo: —Levántese mi padre y coma de la caza de su hijo, para que me bendiga. Entonces Isaac, su padre, le dijo: —¿Quién eres tú? Y él le dijo: —Yo soy tu hijo, Esaú, tu primogénito. Entonces se estremeció Isaac grandemente, y dijo: —¿Quién es el que vino aquí, que trajo caza, y me dio y comí de todo antes que tú vinieras? Yo lo bendije, y será bendito. Cuando Esaú oyó las palabras de su padre, lanzó una muy grande y muy amarga exclamación, y le dijo: —Bendíceme también a mí, padre mío. Éste le dijo: —Vino tu hermano con engaño y tomó tu bendición. Esaú respondió: —Bien llamaron su nombre Jacob, pues ya me ha suplantado dos veces: se apoderó de mi primogenitura y ahora ha tomado mi bendición. Y añadió: —¿No has guardado bendición para mí? Isaac respondió a Esaú, diciéndole: —Yo lo he puesto por señor tuyo, y le he dado por siervos a todos sus hermanos; de trigo y de vino lo he provisto; ¿qué, pues, haré por ti ahora, hijo mío? Dijo entonces Esaú a su padre: —¿No tienes más que una sola bendición, padre mío? ¡Bendíceme también a mí, padre mío! Y alzó Esaú la voz, y lloró.” (vv. 30-38)
Esaú, ajeno a todo lo que había pasado en su ausencia en la recámara de su padre Isaac, vuelve contento de su batida, prepara con esmero un guiso para chuparse los dedos, tal y como le encantaba a su padre, y entra orgulloso en la habitación donde dormita Isaac. Esaú lo llama y le ruega que se incorpore para degustar el mejor plato del mundo, y así después recibir su tan anhelada bendición. Isaac, que todavía cree que está soñando, se levanta sobresaltado al escuchar la voz inconfundible de Esaú. Esaú le contesta dando su nombre y su lugar en el esquema familiar. Y justo en ese instante, el corazón le da un vuelco demoledor a Isaac. ¿Qué sentiste el día en el que alguien te la dio con queso, y más tarde te diste cuenta de la manera tan miserable con que te habían engañado? Pues calcula que Isaac sintió más o menos eso. Es como si despertara de una pesadilla, como si todas tus sospechas se confirmasen una por una, como si pudieras atar todos los cabos y te dieras de bruces con la desafortunada realidad de que alguien muy querido te ha traicionado vilmente. Isaac se estremece violentamente, con sus cegados ojos abiertos de par en par, con su confianza partida en dos. E inmediatamente, llega a la conclusión fatídica de que ha sido objeto de una estafa descomunal.
Pero si acaba de estar aquí alguien que era prácticamente igual que Esaú. ¿Cómo es posible?”, dice Isaac entre dientes, mientras trata de recuperarse de una impresión de aúpa. Esaú acierta a escuchar este comentario, y comienza a preocuparse de verdad. Le entran sudores fríos, empieza a tiritar de pánico y se centra en lo único que desea por encima de todo: la bendición de su padre. Cuando Isaac indica que la bendición otorgada a la otra persona es irremplazable e irreversible, Esaú grita de desesperación. Su obsesión es ser bendecido, ha hecho lo que su padre le había mandado, y ahora quiere lo que le pertenece. Isaac trata de explicar a Esaú las conclusiones que surgen en su mente. Jacob, no podía ser otro, ha sido el que con argucias y triquiñuelas ha usurpado el lugar de Esaú.
Esaú, que no tenía precisamente un concepto muy favorable de su hermano Jacob, confirma que este tipo de actos solamente pueden proceder de su reconocida capacidad para el engaño y la suplantación. Esaú recuerda amargamente que él mismo ya había sido víctima de sus trucos trileros, y que la primogenitura le costó un simple plato de lentejas. Ahora, después de tantos años, adquiere conciencia de sus meteduras de pata y de las discutibles habilidades de su hermano.
Entre llantos de rabia e indignación, Esaú ruega de rodillas a su padre que le dé algo, una bendición que le permita sobrellevar esta traición fraternal. Su padre le dice que ya ha bendecido a Jacob sin querer, y que esta bendición no puede ser reemplazada por otra semejante en la persona de Esaú. Éste insiste una y otra vez, a pesar de saber que nada puede hacer por recuperar lo perdido. El escritor de Hebreos nos detalla el alcance de la frustración de Esaú: “Ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no tuvo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.” (Hebreos 12:17)
Al final, Isaac, con dolor y pena en el corazón al escuchar los quejumbrosos lloros de su hijo mayor, le ofrece una especie de anti bendición, una bendición que depende por completo de la primera bendición otorgada a Jacob: “Entonces Isaac, su padre, habló y le dijo: «Será tu morada lejos de la tierra fértil y del rocío que cae de los cielos. De tu espada vivirás, y a tu hermano servirás; pero cuando te fortalezcas sacudirás su yugo de tu cerviz.»” (vv. 39-40) Isaac profetiza que Esaú y toda su prole tendrá que pasarlas canutas cuando quieran establecerse como nación, ya que su lugar siempre estará sujeto a las sequías y a la aridez del desierto. Su mentalidad será puramente militar y se harán un hueco en la tierra a base de su destreza bélica. Será sometido por la descendencia de Jacob, pero llegará un día en el que se sacudirán su dominio para vivir independientemente de sus hermanos de sangre. La historia nos irá demostrando este pronóstico de Isaac de una forma asombrosamente precisa, tal y como nos muestra Hebreos 11:20: “Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a Esaú respecto a cosas venideras.”
CONCLUSIÓN
La principal enseñanza que debemos recoger de la historia presente, es que, por mucho que nos empeñemos en tomar decisiones contrarias a los designios de Dios, nunca nos saldremos con la nuestra. Esto no quiere decir que el Señor viese con buenos ojos cómo Rebeca y Jacob tramaban un plan lleno de engaños y falsedades contra Isaac y Esaú. Dios nunca va a premiar la falta de consideración a los padres ni la mentira, aunque sea para conseguir un fin aparentemente bueno. Dios establece su plan de salvación incluso contando con las buenas y malas decisiones del ser humano, y escribe de qué maneras son llevados a cabo sus propósitos. Muchas personas creen que la ética personal es irrelevante si lo que uno hace ayuda de algún modo a llevar a cabo la voluntad de Dios. De ahí que cuestiones como el proselitismo o los atajos morales se contrapongan a la rectitud, la pureza y la verdad que, entre otras cosas, deben caracterizar nuestro trabajo evangelístico y social.
Otra lección que debemos apropiarnos tiene que ver con un hogar en el que los favoritismos creaban una atmósfera prácticamente irrespirable, y en el que la confrontación fraterna causaba tiranteces de difícil solución en cuanto a las relaciones familiares. Esta será una tónica en algunas de las familias de la Biblia, y desde sus narrativas, hemos de cultivar y procurar un entorno de igualdad afectiva entre los hijos, y una comunión decisoria entre los cónyuges. Si lo pensamos bien, todos pecan en esta historia. Ambición, celos, envidia, mentira, codicia, malicia, manipulación, tozudez, idiotez, son algunos de los pecados que cometen los protagonistas de este pasaje bíblico. Todos pierden. A pesar de la oposición de Isaac al plan de Dios, a pesar de la manipulación de Rebeca y Jacob, y a pesar de la indiferencia de Esaú, todo obrará a que la estirpe que desemboca en Jesús prospere.
¿Tendrá consecuencias el episodio de engaños y mentiras perpetrado por Rebeca y Jacob? Lo veremos en el próximo estudio.














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