TRIQUIÑUELAS
SERIE
DE ESTUDIOS EN GÉNESIS “JACOB EL SUPLANTADOR”
TEXTO
BÍBLICO: GÉNESIS 27:1-40
INTRODUCCIÓN
La
historia está plagada de tahúres y trileros. Desde que la mentira
entró a formar parte del día a día de la humanidad tras la caída
en desgracia delante de Dios, podemos constatar que siempre hubo
personas dispuestas a todo con tal de lograr llevar a cabo sus metas
y fines. Si había que retorcer la verdad hasta llevarla al límite,
se hacía. Si había que retocar la realidad fehaciente con el
maquillaje de los subterfugios, no se dudaba ni un ápice en tomar la
paleta de colores para ello. Si había que difuminar la frontera
entre lo veraz y la falsedad, se hacía a conciencia. Y así, nos
hemos visto siglo tras siglo rodeados de personajes de caprichosa
calidad moral que emplean las palabras de doble envés y las
triquiñuelas de prestidigitador para llevarse el gato al agua. Usan
sus trucos e ilusionismos para vendernos la moto, para darnos gato
por liebre y para limpiarnos los bolsillos. Sin escrúpulos a los que
dedicar atención, sus vidas se consagran al arte de engañar, timar
y estafar con el objetivo de lograr sus intereses personales.
En
la actualidad, algunos de esos timos ante los cuales hemos de estar
preparados son los de los donativos para los sordomudos o toxicómanos
en rehabilitación, los del inspector del gas, el tradicional de la
estampita, el del atropello fingido en un semáforo, el consabido del
tocomocho, el del nazareno, el de la oferta de trabajo inexistente
por el que te piden una cantidad para agilizar los trámites para
conseguirlo. En la red de redes, esto es, internet, circula el timo
del “phishing”, en el que te envían un email o un mensaje
solicitándote tus datos personales y de tarjeta de crédito para
desplumarte haciendo uso de la suplantación de identidad, y, en el
caso del sector masculino, la estafa de mujeres rusas que quieren
sacarte los cuartos simulando un interés romántico absolutamente
falso. Cualquier persona que te ofrezca duros por pesetas, o euros
por céntimos, debe ser puesta en tela de juicio, eso si no quieres
que te dejen a dos velas. Hay que estar alerta ante cualquier
propuesta sospechosa, ya que por valorar el beneficio antes que lo
que puedes perder, te pueden dar el sablazo del siglo.
1.
UN GUISO PROBLEMÁTICO
Pues
de fraudes y timos vamos a hablar hoy, teniendo en cuenta que la
disputa fraternal entre Esaú y Jacob no ha cesado desde que fueron
concebidos en el vientre de Rebeca. Es preciso recordar aquí el
episodio de la venta de la primogenitura de Esaú a Jacob por un
precio irrisorio, ya que de esos polvos provienen estos lodos. La
historia de hoy comienza con un Isaac que siente que sus últimos
días de vida ya están ahí mismo. En vista de que el fin se acerca,
decide, como buen patriarca, desear lo mejor para su hijo
primogénito, Esaú, y para ello, lo llama a la vera de su lecho para
pedirle una suculenta pitanza: “Aconteció
que cuando Isaac envejeció y sus ojos se oscurecieron quedando sin
vista, llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo: —¡Hijo mío! Él
respondió: —Aquí estoy. —Ya soy viejo —dijo Isaac— y no sé
el día de mi muerte. Toma, pues, ahora tus armas, tu aljaba y tu
arco, y sal al campo a cazarme algo. Hazme un guisado como a mí me
gusta; tráemelo y comeré, para que yo te bendiga antes que muera.”
(vv. 1-4)
¿Sabría
Isaac de la compra-venta de la primogenitura entre Esaú y Jacob? Lo
supiese o no, Isaac tenía predilección por su hijo mayor Esaú, e,
incluso a pesar de haber desdeñado la primogenitura de forma tan
estúpida e inconsciente, prefería otorgar la bendición más
importante de su mano al que creía su sucesor. Isaac parece obviar
aquella profecía en la que Dios augura que un día Jacob llegará a
estar por encima de su hermano, por lo que esto nos indica que Isaac
estaba yendo en contra de la voluntad divina de dar a Jacob la
preeminencia y el protagonismo en el pacto dado por el Señor a su
padre Abraham. Isaac ha visto pasar los años tras sus conflictos con
los filisteos a causa de los pozos, y ha vivido en paz y tranquilidad
junto a su familia. Su salud ha menguado y sus ojos han sido velados
por la ceguera. Sin embargo, el resto de sus sentidos se han
agudizado, tal y como veremos más tarde. Entendiendo que su deber es
el de dejar las cosas atadas y bien atadas en lo referente a la
sucesión del clan, llama a Esaú a voces para requerirle que le
prepare un manjar de los que a él le gustan, y así bendecirlo de
manera especial.
2.
UN PLAN USURPADOR
Esaú,
enardecido e ilusionado, sale ipso facto a cazar un animal con el que
elaborar el condumio para su padre. Este será un gran día para él,
a pesar de haber cedido su primogenitura a su avispado hermano. No
obstante, ni Isaac ni Esaú reparan en que Rebeca ha estado
escuchando desde su escondite esta conversación. Las telas y piezas
de cuero que forman parte de la tienda dejan pasar con bastante
facilidad el sonido de las voces de su esposo y de su hijo mayor:
“Rebeca
estaba escuchando cuando Isaac hablaba a su hijo Esaú; y se fue Esaú
al campo para buscar la caza que había de traer. Entonces Rebeca
habló a su hijo Jacob, diciendo: —Mira, yo he oído a tu padre,
que hablaba con tu hermano Esaú diciendo: “Tráeme caza y hazme un
guisado, para que coma y te bendiga en presencia de Jehová antes que
me muera.” Ahora, pues, hijo mío, obedece a mi voz en lo que te
mando. Ve ahora al ganado y tráeme de allí dos buenos cabritos de
las cabras, y haré con ellos un guisado para tu padre, como a él le
gusta. Tú lo llevarás a tu padre, y él comerá, para que te
bendiga antes de su muerte.” (vv. 5-10)
En
cuanto Esaú salió de la tienda para buscar su presa, Rebeca
comienza a cavilar con rapidez sobre lo recién escuchado. No cabe
duda de que Rebeca era muy inteligente y que los mecanismos de su
cerebro privilegiado empezaban a rodar en sus engranajes, planeando y
urdiendo una estrategia a través de la cual, la primogenitura
pudiese casarse con la bendición patriarcal, lo cual, en cierta
manera era lo lógico y lo acostumbrado. Rebeca conocía las
circunstancias en las que Jacob había conseguido la primogenitura, y
dado su favoritismo hacia Jacob, no podía cruzarse de brazos.
Llamando a Jacob, le cuenta la escena habida entre su padre y su
hermano mayor. Y a continuación, lo involucra en un plan en
principio descabellado y arriesgado. Jacob debe ir a por un par de
cabritos de calidad, para que Rebeca cocine un guiso de rechupete
para Isaac. En cuanto esté hecho el plato, Jacob debía
presentárselo a su padre. Jacob parece comprender la triquiñuela en
la que su madre quiere meterlo. La idea de Rebeca está clara y Jacob
no dice ni pío al respecto, ni analiza la dudosa moralidad de lo que
van a llevar a cabo.
Es
más, Jacob repasa el planteamiento de su madre, y presenta un pero
que puede complicar la puesta en marcha del timo familiar: “Pero
Jacob dijo a Rebeca, su madre: —Mi hermano Esaú es hombre velloso,
y yo lampiño. Quizá me palpará mi padre; me tendrá entonces por
burlador y traeré sobre mí maldición y no bendición. Su madre
respondió: —Hijo mío, sea sobre mí tu maldición; solamente
obedece a mi voz: ve y tráemelos. Entonces él fue, los tomó y los
trajo a su madre, y su madre hizo un guisado como a su padre le
gustaba. Después tomó Rebeca los vestidos de Esaú, su hijo mayor,
los más preciosos que ella tenía en casa, y vistió a Jacob, su
hijo menor. Luego, con las pieles de los cabritos, cubrió sus manos
y la parte de su cuello donde no tenía vello, y puso el guisado y el
pan que había preparado en manos de su hijo Jacob.” (vv. 11-17) El
miedo de Jacob no tiene que ver con arrebatarle a su hermano la
bendición paterna. Su temor obedece a la posibilidad de que su padre
lo reconozca y, en lugar de recibir un bien, reciba un mal. El
respeto por su hermano es nulo. Y la honra que debería dar a su
padre solamente tiene un impedimento para ser dejada de lado. Su
padre estaba ciego, pero no era tonto.
La
cuestión es que había que buscar una treta que les sirviese en el
caso de que Isaac quisiera comprobar a través de sus otros sentidos
más desarrollados. Esaú era un joven tremendamente peludo, y a
Jacob no le hacía falta hacerse la depilación láser. No había dos
pieles más distintas. Rebeca mira a su hijo como diciéndole:
“¿Crees
que no tenía prevista esta contingencia, hijo?”
Las madres, siempre tan previsoras y prácticas... Jacob,
encogiéndose de hombros, confía en el buen hacer de su madre, y va
a los corrales a traer los dos cabritillos demandados.
Después
de aderezar el guiso con todo aquello que sabía que llevaban los
platos preparados por Esaú, el cual tendría su propio estilo
culinario, Rebeca entra en el cuarto de Esaú, y toma una de sus
túnicas, como diríamos, la de los domingos, la cual todavía tenía
el aroma inconfundible del campo y el desierto, de los animales y de
los arbustos. Y aprovechando las pellicas de los cabritillos
cocinados, Rebeca confecciona unos guantes y una especie de bufanda
para Jacob. Imaginémonos lo velludo que debía ser Esaú, para que
estas piezas de pieles lograsen dar el pego. Ya equipado, Jacob,
temblando y con algo de temor, se dirige a la estancia donde su padre
estaba echado.
3.
EL JUEGO DE LAS ADIVINANZAS SENSORIALES
¿Saldrá
bien la triquiñuela de Rebeca y Jacob? “Entonces
éste fue a su padre y dijo: —Padre mío. Isaac respondió: —Aquí
estoy, ¿quién eres tú, hijo mío? —Yo soy Esaú tu primogénito
—respondió Jacob—. He hecho como me dijiste. Levántate ahora,
siéntate y come de mi caza, para que me bendigas. Entonces Isaac
dijo a su hijo: —¿Cómo es que la hallaste tan pronto, hijo mío?
Jacob respondió: —Porque Jehová, tu Dios, hizo que la encontrara
delante de mí. Isaac dijo a Jacob: —Acércate ahora y te palparé,
hijo mío, para ver si eres o no mi hijo Esaú. Se acercó Jacob a su
padre Isaac, quien lo palpó, y dijo: «La voz es la voz de Jacob,
pero las manos, las de Esaú.» Y no lo reconoció, porque sus manos
eran vellosas como las manos de Esaú; y lo bendijo. Volvió a
preguntar Isaac: —¿Eres tú mi hijo Esaú? Jacob respondió: —Yo
soy. Dijo entonces: —Acércamela, y comeré de la caza de mi hijo,
para que yo te bendiga. Jacob se la acercó, e Isaac comió; le trajo
también vino, y bebió. Y le dijo Isaac, su padre: —Acércate
ahora y bésame, hijo mío. Jacob se acercó y lo besó. Olió Isaac
el olor de sus vestidos, y lo bendijo...” (vv. 18-27a)
Lo
que vemos aquí es una secuencia de pruebas de identidad, así como
de respuestas y evidencias inventadas para superar esas pruebas.
Jacob, con la ayuda inestimable de su madre, había previsto
cualquier clase de sospecha paterna. Todo comienza con el sentido del
oído de Isaac. Jacob, tal vez intentando impostar la voz para
hacerla lo más parecida a la de su hermano, se presenta a su padre.
Parece que no logra mimetizar el timbre exacto de Esaú, porque su
padre pregunta por su identidad. Jacob traga algo de saliva y hace lo
que puede, mintiendo a su padre en cuanto a su nombre, aunque no en
el tema de la primogenitura. Para desviar la atención auditiva de su
padre, Jacob pasa a la añagaza de referir a su padre el motivo de su
presencia con todo detalle, a fin de que su padre entienda que nadie
podría conocer de la razón de estar allí, sino solamente Esaú y
él mismo. La caza, el guiso y la bendición aparecen en escena para
tapar la modulación vocal de Jacob.
Sin
embargo, Isaac se huele algo. No tiene las cosas muy claras todavía.
¿Conocería de las tretas y trucos de su hijo menor, y por ello
debía confirmar con evidencias rotundas la identidad del que estaba
junto a su cama? El caso es que vuelve a poner a prueba a Jacob
preguntándole sobre la prontitud que el cazador ha tenido en lograr
su presa. Jacob, tirando de ingenio, al estilo Lazarillo de Tormes,
introduce a Dios en el esquema de su descarada mentira: Dios ha
provisto del animal de forma providencial. Y se queda tan ancho.
Isaac no las tiene todavía consigo, y recurre al sentido del tacto
para verificar si el que está atendiéndole es Esaú o Jacob. Pide a
Jacob que se acerque para palparlo en lugares concretos y así salir
de dudas. Toca, pasa sus apergaminadas manos por el suave pelaje de
los guantes de cabritillo, y piensa para sus adentros que aquí hay
una incongruencia sospechosa: la voz es la de Jacob, pero no puede
ser, porque los brazos y las manos son tan pilosas como las de Esaú.
Esto lo descoloca y lo desconcierta un tanto. Esaú estará resfriado
o estará afónico...
Algo
huele a podrido en Dinamarca... Aunque las señales le indican una
cosa, tiene el pálpito de que aquí hay gato encerrado. Vuelve a
preguntar de nuevo a Jacob sobre su identidad. “¿Seguro
que eres Esaú?” “Sí, padre. Yo soy.”
Bueno... pues pásame el guiso para que después de comer pueda
bendecirte al fin. Parece que Isaac ya ha cejado en su empeño de
seguir probando a Jacob, pero no. Jacob pone el plato en manos de su
padre, le parte pan para mojar y le escancia una buena copa de vino.
Ahora interviene el sentido del gusto. La carne está justo como a él
le gusta, sabrosa y con el sabor fuerte del campo.
Y
cuando Isaac termina, aprovecha un gesto de cariño, un abrazo y un
beso, para acabar de consolidar la identidad de Jacob. Ahora Isaac
emplea el olfato para reconocer el olor característico de alguien
que pasa todo el día entregado a la tarea de cazar, recorrer montes
y desiertos, y restregarse con los arbustos y las plantas aromáticas
que allí crecen. Un aroma campestre inunda sus fosas nasales, y ya
vencidas sus susceptibilidades, da el visto bueno a imponer sus manos
sobre la cabeza de su presunto hijo mayor. Todas las evidencias
señalaban que Esaú era el que estaba allí junto a él, listo para
recibir su bendición especial.
4.
UNA BENDICIÓN COLOSAL
Con
gran reverencia y solemnidad, Isaac pronuncia su bendición sobre
Jacob: “«Mira,
el olor de mi hijo, como el olor del campo que Jehová ha bendecido.
Dios, pues, te dé del rocío del cielo y de los frutos de la tierra,
y abundancia de trigo y de mosto. Sírvante pueblos y las naciones se
inclinen delante de ti. Sé señor de tus hermanos y ante ti se
inclinen los hijos de tu madre. Malditos sean los que te maldigan y
benditos los que te bendigan.»” (vv. 27b-29)
Jacob, todavía temblando a causa de la tensión generada por sus
exitosas triquiñuelas, escucha la voz firme y resuelta de su padre.
Isaac comienza su bendición presentando a Jacob como a su hijo Esaú,
con su olor campestre. Es curioso como Isaac intercede ante Dios por
su hijo favorito, cuando lo está haciendo por su hijo menor,
cumpliéndose así el designio celestial, y es que Dios escribe recto
en renglones torcidos.
Isaac
predice para su hijo grandes riquezas, prosperidad, provisión,
alegría y una vida en la que Dios será el garante de su
subsistencia. El rocío es el símbolo de la bondad divina, de la
abundancia y del vigor de la tierra. Además, la nación que del
tomador de la bendición saldrá con el paso de la historia,
sojuzgará y someterá a muchas naciones, incluido el pueblo que
nacerá de su hermano Esaú, más conocido por Edom. Y para cerrar
esta bendición magnífica delante del Señor, Isaac desea que Jacob
sea de bendición para aquellos que lo ayuden, y que la maldición de
los cielos recaiga sobre aquellos que quieran dañar o amenazar a su
hijo y a su descendencia. Alzando su mano, Isaac se despide de su
hijo para descansar un rato. Jacob se escabulle por la puerta de la
estancia, y raudo vuelve con su madre para contarle las buenas
nuevas.
5.
UN DESCUBRIMIENTO DEMOLEDOR
¿Y
Esaú? ¿Dónde está el cazador? Todos sabemos que, en cuanto vuelva
de su misión cinegética, y se encuentre con su padre, se va a liar
parda: “Aconteció,
luego que Isaac acabó de bendecir a Jacob, y apenas había salido
Jacob de delante de su padre Isaac, que Esaú, su hermano, volvió de
cazar. E hizo él también un guisado, lo trajo a su padre y le dijo:
—Levántese mi padre y coma de la caza de su hijo, para que me
bendiga. Entonces Isaac, su padre, le dijo: —¿Quién eres tú? Y
él le dijo: —Yo soy tu hijo, Esaú, tu primogénito. Entonces se
estremeció Isaac grandemente, y dijo: —¿Quién es el que vino
aquí, que trajo caza, y me dio y comí de todo antes que tú
vinieras? Yo lo bendije, y será bendito. Cuando Esaú oyó las
palabras de su padre, lanzó una muy grande y muy amarga exclamación,
y le dijo: —Bendíceme también a mí, padre mío. Éste le dijo:
—Vino tu hermano con engaño y tomó tu bendición. Esaú
respondió: —Bien llamaron su nombre Jacob, pues ya me ha
suplantado dos veces: se apoderó de mi primogenitura y ahora ha
tomado mi bendición. Y añadió: —¿No has guardado bendición
para mí? Isaac respondió a Esaú, diciéndole: —Yo lo he puesto
por señor tuyo, y le he dado por siervos a todos sus hermanos; de
trigo y de vino lo he provisto; ¿qué, pues, haré por ti ahora,
hijo mío? Dijo entonces Esaú a su padre: —¿No tienes más que
una sola bendición, padre mío? ¡Bendíceme también a mí, padre
mío! Y alzó Esaú la voz, y lloró.” (vv. 30-38)
Esaú,
ajeno a todo lo que había pasado en su ausencia en la recámara de
su padre Isaac, vuelve contento de su batida, prepara con esmero un
guiso para chuparse los dedos, tal y como le encantaba a su padre, y
entra orgulloso en la habitación donde dormita Isaac. Esaú lo llama
y le ruega que se incorpore para degustar el mejor plato del mundo, y
así después recibir su tan anhelada bendición. Isaac, que todavía
cree que está soñando, se levanta sobresaltado al escuchar la voz
inconfundible de Esaú. Esaú le contesta dando su nombre y su lugar
en el esquema familiar. Y justo en ese instante, el corazón le da un
vuelco demoledor a Isaac. ¿Qué sentiste el día en el que alguien
te la dio con queso, y más tarde te diste cuenta de la manera tan
miserable con que te habían engañado? Pues calcula que Isaac sintió
más o menos eso. Es como si despertara de una pesadilla, como si
todas tus sospechas se confirmasen una por una, como si pudieras atar
todos los cabos y te dieras de bruces con la desafortunada realidad
de que alguien muy querido te ha traicionado vilmente. Isaac se
estremece violentamente, con sus cegados ojos abiertos de par en par,
con su confianza partida en dos. E inmediatamente, llega a la
conclusión fatídica de que ha sido objeto de una estafa descomunal.
“Pero
si acaba de estar aquí alguien que era prácticamente igual que
Esaú. ¿Cómo es posible?”,
dice Isaac entre dientes, mientras trata de recuperarse de una
impresión de aúpa. Esaú acierta a escuchar este comentario, y
comienza a preocuparse de verdad. Le entran sudores fríos, empieza a
tiritar de pánico y se centra en lo único que desea por encima de
todo: la bendición de su padre. Cuando Isaac indica que la bendición
otorgada a la otra persona es irremplazable e irreversible, Esaú
grita de desesperación. Su obsesión es ser bendecido, ha hecho lo
que su padre le había mandado, y ahora quiere lo que le pertenece.
Isaac trata de explicar a Esaú las conclusiones que surgen en su
mente. Jacob, no podía ser otro, ha sido el que con argucias y
triquiñuelas ha usurpado el lugar de Esaú.
Esaú,
que no tenía precisamente un concepto muy favorable de su hermano
Jacob, confirma que este tipo de actos solamente pueden proceder de
su reconocida capacidad para el engaño y la suplantación. Esaú
recuerda amargamente que él mismo ya había sido víctima de sus
trucos trileros, y que la primogenitura le costó un simple plato de
lentejas. Ahora, después de tantos años, adquiere conciencia de sus
meteduras de pata y de las discutibles habilidades de su hermano.
Entre
llantos de rabia e indignación, Esaú ruega de rodillas a su padre
que le dé algo, una bendición que le permita sobrellevar esta
traición fraternal. Su padre le dice que ya ha bendecido a Jacob sin
querer, y que esta bendición no puede ser reemplazada por otra
semejante en la persona de Esaú. Éste insiste una y otra vez, a
pesar de saber que nada puede hacer por recuperar lo perdido. El
escritor de Hebreos nos detalla el alcance de la frustración de
Esaú: “Ya
sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue
desechado, y no tuvo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la
procuró con lágrimas.” (Hebreos 12:17)
Al
final, Isaac, con dolor y pena en el corazón al escuchar los
quejumbrosos lloros de su hijo mayor, le ofrece una especie de anti
bendición, una bendición que depende por completo de la primera
bendición otorgada a Jacob: “Entonces
Isaac, su padre, habló y le dijo: «Será tu morada lejos de la
tierra fértil y del rocío que cae de los cielos. De tu espada
vivirás, y a tu hermano servirás; pero cuando te fortalezcas
sacudirás su yugo de tu cerviz.»” (vv. 39-40)
Isaac profetiza que Esaú y toda su prole tendrá que pasarlas
canutas cuando quieran establecerse como nación, ya que su lugar
siempre estará sujeto a las sequías y a la aridez del desierto. Su
mentalidad será puramente militar y se harán un hueco en la tierra
a base de su destreza bélica. Será sometido por la descendencia de
Jacob, pero llegará un día en el que se sacudirán su dominio para
vivir independientemente de sus hermanos de sangre. La historia nos
irá demostrando este pronóstico de Isaac de una forma
asombrosamente precisa, tal y como nos muestra Hebreos
11:20: “Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a Esaú respecto a cosas
venideras.”
CONCLUSIÓN
La
principal enseñanza que debemos recoger de la historia presente, es
que, por mucho que nos empeñemos en tomar decisiones contrarias a
los designios de Dios, nunca nos saldremos con la nuestra. Esto no
quiere decir que el Señor viese con buenos ojos cómo Rebeca y Jacob
tramaban un plan lleno de engaños y falsedades contra Isaac y Esaú.
Dios nunca va a premiar la falta de consideración a los padres ni la
mentira, aunque sea para conseguir un fin aparentemente bueno. Dios
establece su plan de salvación incluso contando con las buenas y
malas decisiones del ser humano, y escribe de qué maneras son
llevados a cabo sus propósitos. Muchas personas creen que la ética
personal es irrelevante si lo que uno hace ayuda de algún modo a
llevar a cabo la voluntad de Dios. De ahí que cuestiones como el
proselitismo o los atajos morales se contrapongan a la rectitud, la
pureza y la verdad que, entre otras cosas, deben caracterizar nuestro
trabajo evangelístico y social.
Otra
lección que debemos apropiarnos tiene que ver con un hogar en el que
los favoritismos creaban una atmósfera prácticamente irrespirable,
y en el que la confrontación fraterna causaba tiranteces de difícil
solución en cuanto a las relaciones familiares. Esta será una
tónica en algunas de las familias de la Biblia, y desde sus
narrativas, hemos de cultivar y procurar un entorno de igualdad
afectiva entre los hijos, y una comunión decisoria entre los
cónyuges. Si lo pensamos bien, todos pecan en esta historia.
Ambición, celos, envidia, mentira, codicia, malicia, manipulación,
tozudez, idiotez, son algunos de los pecados que cometen los
protagonistas de este pasaje bíblico. Todos pierden. A pesar de la
oposición de Isaac al plan de Dios, a pesar de la manipulación de
Rebeca y Jacob, y a pesar de la indiferencia de Esaú, todo obrará a
que la estirpe que desemboca en Jesús prospere.
¿Tendrá
consecuencias el episodio de engaños y mentiras perpetrado por
Rebeca y Jacob? Lo veremos en el próximo estudio.
Comentarios
Publicar un comentario