GRANO DE MOSTAZA
SERIE
DE SERMONES SOBRE MATEO 13 “PARABOLÉ”
TEXTO
BÍBLICO: MATEO 13:31-32
INTRODUCCIÓN
A
lo largo de estos últimos cuatro años he tenido la oportunidad y el
privilegio de poder asistir a conferencias y encuentros relacionados
con la juventud bautista europea. Saliendo del círculo de comodidad
que podemos hallar en nuestro pequeño mundo y en nuestro hogar e
iglesia local, he podido observar las maravillosas formas en las que
se mueve el Espíritu Santo a lo largo y ancho de Europa. Cuando
tienes ocasión de conversar con hermanos y hermanas de otras
latitudes, con culturas e idiomas muy distintos, con una idea de la
iglesia multiforme, te das cuenta de cómo Dios obra en todas partes,
de que no todo radica en el limitado horizonte de la comunidad de fe
local. Entiendes que formas parte de un todo mayor, de una iglesia
universal que abarca el mundo entero, de una confraternidad que
trasciende las fronteras y las barreras. La iglesia, como ente
supranacional, tal como la entendió Jesús desde siempre, se nutre
de un surtido multicolor de personas que han aceptado el reto de
seguir a Cristo como su Señor y Salvador.
Aquellos
que habéis tenido el placer de visitar otras iglesias, de asistir a
alguna convención, de participar de la comunión de creyentes de
otros países, seguro que podéis hablar de que vuestra mente se ha
abierto al convencimiento de que el Reino de los cielos sigue
creciendo, progresando y expandiéndose paulatinamente. Tener la
certeza de que, por mucho que nuestra congregación pueda resultar
minúscula a nuestros ojos, pertenecemos a un conjunto descomunal de
creyentes a nivel planetario, debe seguir insuflándonos la fe en que
el Reino de Dios está en camino de establecerse por completo en la
segunda venida de Cristo. Mientras este evento cósmico tan esperado
por cada cristiano llega, es vital no desmayar y continuar trabajando
para que el evangelio de salvación siga transformando vidas a
nuestro alrededor. Cuando echamos la vista atrás, a nuestra propia
historia, tras ciento veintisiete años de existencia, entendemos que
el movimiento evangélico que se suscitó en nuestra localidad, no
fue una ocurrencia de breve recorrido, o un acto efímero ideado
únicamente por seres humanos. Adivinamos en tantos años de vida de
nuestra comunidad de fe una fuerza sobrenatural y divina que ha ido
confirmando y estableciendo el testimonio bautista de creyentes aun
con adversidades, oposiciones y censuras de todo tipo.
Es
muy importante conocer nuestra historia como iglesia, del mismo modo
que es crucial que seamos conscientes de la historia del cristianismo
hasta nuestros días, cuando leemos y estudiamos el texto que hoy nos
concierne. Más de dos mil años de trayectoria de la iglesia, con
sus equivocaciones y aciertos, con sus corrupciones e inspiraciones,
con sus luces y con sus sombras, nos dan pie a pensar que el Reino de
Dios ha ido acrecentando su influencia en el mundo. Cierto es que el
ser humano ha abusado de su posición dentro de la iglesia para
lograr sus ansias de poder sobre las masas, que ha despreciado a Dios
para dedicarse a despojar de fe a muchos creyentes sinceros a base de
latrocinios, mentiras y depravaciones, pero incluso en medio de
episodios realmente tenebrosos y pornocráticos protagonizados por la
iglesia institucionalizada, hombres y mujeres que buscaban la pureza
del evangelio de Cristo, arriesgaron sus vidas y todo lo que tenían
por remover conciencias y reformar lo deformado en el seno del
cristianismo. A los cristianos, sean de la denominación que sean, se
les podrá adjudicar muchísimas acusaciones de perversión y odio al
diferente, pero también, en honor a la verdad y a la justicia, habrá
de adscribírsele todo tipo de actuaciones dirigidas a mejorar la
vida material y espiritual de millones de personas.
La
cuestión, en definitiva, es que, a pesar de los desmanes que muchos
supuestos cristianos perpetraron a lo largo de la historia de los
últimos veintiún siglos, el Reino de los cielos continuó, lento,
pero seguro, creciendo hasta poner en entredicho a los herejes y a
los manipuladores de lo religioso, y exhibiendo la auténtica
devoción y seguimiento hacia Cristo. De este modo, podemos
contemplar de qué formas tan extraordinarias, la iglesia de Cristo
sigue restaurando vidas, cambiando corazones y reconciliando a
personas con Dios.
1.
DE LO HUMILDE A LO EXCELSO
Jesús,
cuando cuenta la parábola del grano de mostaza, lo hace desde un
espíritu profético que, en principio sorprendería a sus más
allegados, dado el contraste tan hiperbólico que emplea a la hora de
hablar sobre el desarrollo y progreso del Reino de los cielos tras su
aparición en la escena terrestre: “Otra
parábola les refirió, diciendo: «El reino de los cielos es
semejante al grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su
campo. Ésta es a la verdad la más pequeña de todas las semillas,
pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas y se hace árbol,
de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus
ramas.»” (vv. 31-32) De
nuevo, Jesús acude a la estrategia parabólica para enseñar a sus
discípulos acerca de la naturaleza y porvenir del Reino de los
cielos. Para ilustrar esta realidad espiritual, usa la imagen de un
grano de mostaza, una semilla proverbialmente insignificante para el
pueblo judío.
Todo
comienza con un hombre sembrando una semilla de mostaza en su campo.
Este hombre es, sin duda, el Mesías, el Cristo, aquel que, con cuyo
nacimiento humilde e imperceptible para los orgullosos y soberbios
del mundo, daba inicio a una nueva era para la humanidad, la era de
la gracia de Dios. ¿Quién repararía en un niño acostado en un
pesebre situado en la pequeña aldea de Belén? Cuando el tiempo
pasa, y llega el momento en el que Jesús debe dejar su hogar y
familia para dedicarse en cuerpo y alma a la predicación del
evangelio de salvación, la pequeña semilla de su palabra va
encontrando terreno fértil en los corazones hambrientos de justicia
y paz de aquellos que la escuchan. En su ministerio itinerante, Jesús
encuentra terrenos de toda clase, vidas que aceptan de buen grado las
buenas noticias de perdón y redención celestiales, y personas que
rechazan de plano ser receptores de unas enseñanzas que se les
antojan heréticas de medio a medio. Podríamos pensar que Jesús
conquistó todos los corazones de aquellos con los que se topaba por
el camino, pero no fue así. Y por cuanto no era así, Jesús quiere
mostrar a sus seguidores más íntimos que plantar la pequeña
semilla del evangelio no era tarea fácil y sencilla.
Sin
embargo, cuando esta ínfima semilla de mostaza, una de las simientes
más minúsculas conocidas en aquel tiempo, logra encontrar acomodo y
abrigo en las profundidades del alma de la persona, entonces el
milagro de la germinación espiritual tiene lugar. Muchos coetáneos
de Jesús, escuchándole hablar de este Reino celestial, pensarían
en una revolución próxima, cataclísmica, demoledora y radical. Sus
corazones se inflamarían automáticamente al oír de labios de Jesús
que el Mesías anunciado era él y que traería consigo un nuevo
orden al mundo, y de manera particular, al pueblo judío sometido por
el Imperio Romano. Sin embargo, no habían entendido nada. Jesús no
está hablando del desarrollo y progreso del Reino de los cielos como
de una revolución estrepitosa e inmediata. Jesús nos dice que esta
semilla de mostaza germina paulatinamente, sin prisa, pero sin pausa,
hasta alcanzar su madurez y culminación absolutas. El Reino de los
cielos, poco a poco, centímetro a centímetro, va creciendo hasta
lograr completar su potencial definitivo en el mundo. El evangelio de
Cristo provoca en el ser humano una metamorfosis santificadora guiada
por el Espíritu Santo, la cual no transforma del día a la noche al
individuo, sino que se trata de un proceso que abarcará toda la
vida.
2.
UNA PROFECÍA CUMPLIDA PROGRESIVAMENTE
Si
intentamos conocer mejor la forma en la que el cristianismo fue
adquiriendo relevancia e influencia en la sociedad y en la historia
de la humanidad, nos daremos cuenta de que, lo que parecía una
simple secta judía más, sin visos de continuidad y éxito, se iría
convirtiendo en un fenómeno cada vez más extendido en el mundo
conocido. La iglesia salió de su caparazón en Jerusalén para
seguir expandiendo su mensaje evangélico a todas las naciones a las
que, en la diáspora, muchos cristianos se dirigían para huir de la
persecución y el odio de sus compatriotas. Todos los imperios y
pueblos tuvieron que claudicar, tarde o temprano al empuje de este
improbable movimiento espiritual, y muchas naciones desaparecieron y
aparecieron, mientras que la iglesia de Cristo continuó adelante
hasta el día de hoy, y pensemos en cuantas trabas, amenazas y
peligros se dispusieron contra ésta, sin que pudieran vencer la fe
de millones de creyentes. En las ramas frondosas del evangelio, no
solamente pudieron cobijarse los judíos, el pueblo escogido por Dios
para dar a luz al Salvador del mundo, sino que también los gentiles
tuvieron la oportunidad gloriosa de alzar el vuelo para anidar en el
árbol de la mostaza.
Jesús
quiere hacer entender a sus seguidores que el Reino de Dios está
disponible para todo el mundo, sin importar raza, cultura o sexo. Es
tan amplio y gigantesco, que todo aquel que desee hacer su hogar en
él, puede estar seguro de que tendrá lugar en el que descansar y
morar para siempre. Y es que así debe ser la iglesia de Cristo,
tanto universal como local: un entorno en el que puedan encontrar
salud, cobijo, amor y perdón sin importar su procedencia y estado.
La comunidad de fe debe ser ese árbol de mostaza en el que el
evangelio de Cristo sea el tronco central, y en el que, aquel que
desea conocer a Dios pueda hallar lo que busca. Hemos de reconocer
que los tiempos han cambiado. Hubo instantes en los que nuestras
iglesias estaban formadas por membresías autóctonas, producto de
los instantes históricos en los que vivíamos. Pero hoy encontramos
aves de todas clases, de todo origen y condición, que, movidos por
el Espíritu Santo y por las necesidades que tienen a todos los
niveles, hoy nutren nuestras iglesias y las enriquecen
espiritualmente. La voz profética de Jesús se ha ido haciendo
realidad en la historia y en la iglesia, y por ello, hemos de asumir
que Dios ha estado dirigiendo y conduciendo cada tiempo hacia su
voluntad de implantar el Reino de los cielos en nuestro mundo.
3.
SOMOS RAMAS DEL ÁRBOL DE MOSTAZA
Lo
mejor de todo es que Dios es el autor, cuidador y preservador de su
árbol de mostaza, de su Reino. Y es por ello que, de forma
sobrenatural y milagrosa, sus propósitos se han ido cumpliendo,
incluso con enemigos contrarios al crecimiento de su pueblo
espiritual. Cuando las situaciones críticas se han presentado para
tratar de aminorar el paso del Reino de los cielos, o cuando las
persecuciones han intentado arrancar del corazón de las personas su
fe en Cristo, Dios siempre actuó de forma providente y magnífica
para sustentar a sus hijos. Y lo que es más inspirador y revelador,
es que el Señor nos llamó para ser colaboradores en la extensión
de su Reino y en la misión evangelizadora de este mundo. Somos
ramificaciones del tronco que es el evangelio primigenio de Cristo, y
nuestra función no es dormitar como aves en sus cálidos nidos, sino
que es nuestro placer y privilegio lograr que más brotes surjan de
nosotros para que más pájaros puedan posarse en el vivificador
árbol del Reino de Dios.
Tal
vez puedas pensar que eres un creyente insignificante, un cristiano
que no tiene capacidad para marcar diferencias en tu sociedad y en tu
familia. No debes pensar de este modo, puesto que cada rama que forma
parte del árbol del Reino de los cielos, siempre puede fructificar y
multiplicar su capacidad para seguir albergando lugar para nuevas
criaturas aladas, nuevas personas de tu entorno que necesitan a
Cristo, que viven aprisionadas por el pecado y que suspiran por vivir
liberados de sus ataduras. Tú eres una rama de ese árbol que Dios
plantó en Carlet, eres miembro de una agencia del Reino de Dios,
eres un misionero más que puede y debe predicar el evangelio en
palabra y obra. El Reino de los cielos crece y crece según el ritmo
que imprime Dios. Él mejor que nadie sabe cuál ha de ser la
dimensión definitiva de este árbol de mostaza, y conoce el fin de
los tiempos. Por ello, nunca te subestimes, ya que la sombra que tu
rama da, junto con la del resto de ramas que componen el follaje del
árbol del Reino de Dios, logrará dar asueto y descanso a nuevas
aves procedentes de mil naciones.
CONCLUSIÓN
La
semilla de mostaza ha dejado de serlo. Tal vez lo fuera en tiempos de
Jesús, humilde y pequeña, desapercibida para los primeros que
escucharon del evangelio de vida y perdón de pecados. No obstante,
en los tiempos en los que vivimos, la imagen que tenemos de esta
semilla plantada por Jesús en un puñado de corazones aventureros ha
cambiado. Hoy es un exuberante árbol repleto de ramas y hojas que da
cobertura y habitación a millones y millones de personas alrededor
del mundo. Considerando la rapidez de las comunicaciones, la
facilidad de acceso a territorios indómitos y perdidos, y el
entusiasta y apasionado trabajo de misioneros de toda nación, es
probable que el tiempo en el que el evangelio sea conocido por todas
las generaciones y pueblos del orbe terrestre, esté más cerca de lo
que imaginamos.
¡Qué
próximas nos parecen las palabras del apóstol Juan en Apocalipsis,
cuando el ángel toca la séptima trompeta, para anunciar el
advenimiento de Cristo al mundo para tomar posesión del mismo y
juzgar a todas las naciones!: “El
séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo,
que decían: «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor
y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.»”
(Apocalipsis 11:15)
Mientras esta escena tan deseada por cada uno de nosotros llegue al
fin, seamos partícipes activos en obra y palabra, del modo en el que
Dios ofrece redención y vida eterna a aquellos que acercándose a Él
hacen honor al consabido refrán de que “el
que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.”
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