PIES PARA QUÉ OS QUIERO
SERIE
DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE JACOB “JACOB EL SUPLANTADOR”
TEXTO
BÍBLICO: GÉNESIS 27:41-28:9
INTRODUCCIÓN
Napoleón
acuñó una frase, de entre muchas otras que pronunció durante su
vida, que ha pasado a la posteridad: “Una
retirada a tiempo es una victoria.”
El refranero español también recoge un adagio similar a esta
afirmación napoleónica: “Más
vale una retirada a tiempo que una batalla perdida.”
¿Cómo entendemos esta paradoja que nos proponen estos dos dichos
propios de la experiencia personal y de la sabiduría popular? A
menudo hemos escuchado de deportistas que van acumulando años y
cansancio en sus cuerpos y mentes, y que se resisten a decir adiós a
su pasión competitiva. Los años no pasan en balde, y los miembros
van evidenciando su desgaste y su necesidad de descansar y retirarse
para dedicarse a otros menesteres propios de su edad y capacidades.
Sin embargo, hay personas que se niegan a reconocer que ya no son
unos jovenzuelos con los mismos reflejos y energías de hace diez o
veinte años, y contemplamos cómo se van arrastrando y cómo se
humillan aun a sabiendas de que su época de esplendor y gloria ha
terminado al fin. No ser capaces de gestionar los últimos años de
su actividad deportiva los lleva al fracaso, a la depresión y a la
frustración. Sabemos de deportistas que han llegado incluso a
suicidarse porque no han sabido aceptar la realidad y han sometido a
abusos a sus cuerpos hasta que han colapsado y han quedado impedidos
de por vida.
Siempre
se ha dicho que huir es de cobardes. Pero eso depende de la situación
que uno enfrente. Si pretendemos afrontar circunstancias que nos van
a sobrepasar, si intentamos luchar contra molinos de viento y si
queremos encararnos arriesgadamente con enemigos mucho más poderosos
que nosotros, lo mejor es huir y vivir para pelear otro día en
mejores condiciones. A veces nos emperramos en querer chocar una y
otra vez con un muro que se alza ante nosotros infranqueable, en
lugar de retirarnos para pensar en una estrategia que nos permita
volver más fuertes y con mejores perspectivas de triunfo. Damos
demasiada importancia a nuestros esfuerzos y recursos, y nos cegamos
a la hora de desear impacientemente lograr nuestras metas. Dar la
vida simplemente por la peregrina razón de que nuestra fe puede
hacer que salgamos victoriosos, es una táctica poco recomendable y
tremendamente peligrosa.
En
ocasiones, si valoramos seguir viviendo un poco más, hemos de
renunciar a nuestras obsesiones y emplazar nuestro encontronazo final
con el problema a tiempos más óptimos y esperanzadores. Por
supuesto, esta actitud no es fácil de poner por obra. Queremos ser
valientes y no vemos más allá de nuestras imprudentes aspiraciones.
Como Arquíloco, un poeta jonio del siglo VI a. de C., el cual perdió
su escudo en plena batalla cuando se encontraba rodeado de enemigos y
que optó por huir en vez de acometerles, y que cuando todos le
afearon su comportamiento y lo llamaron cobarde y desertor, se
defendió diciendo: «Sabed,
amigos, que el Hades está repleto de valientes, y que no es deshonra
que un pobre soldado salve lo único que tiene: la vida».
De
ahí la expresión “el
cementerio está lleno de valientes.”
1.
LA VENGANZA LA SIRVEN FRÍA
Dejamos
la historia de Jacob en un momento bastante tenso. Jacob, en
colaboración con su madre Rebeca, había engañado a su padre y a su
hermano Esaú, arrebatándole la bendición paterna, un beneficio
profético que solamente debía ser derramado sobre la cabeza del
hijo mayor. Con Isaac desconcertado y Esaú airado, el ambiente
familiar se torna en irrespirable, sobre todo cuando Esaú comienza a
verbalizar su inquina contra su hermano menor: “Aborreció
Esaú a Jacob por la bendición con que su padre lo había bendecido,
y dijo en su corazón: «Llegarán los días del luto por mi padre, y
yo mataré a mi hermano Jacob.»” (v. 41)
La palabra “aborrecer” es una palabra muy dura, puesto que
significa “detestar
enormemente a alguien.”
Podríamos decir que era un estado emocional extremo que, llevado a
su vertiente práctica, podría desembocar en el asesinato de la
persona odiada. Esaú, recogiendo el eco de la muerte de Abel por
parte de su hermano Caín, inició un proceso avieso y sanguinario
contra Jacob. Lo único que impedía llevar a término su furiosa
meta era su padre Isaac. Ya había padecido lo suficiente con todo
este tema. Esperaría a que su padre muriese para dar su estocada
letal contra la vida de su hermano.
La
venganza es un pensamiento decididamente destructivo, no solamente
hacia la víctima de la revancha, sino hacia el que la practica. Como
decía Walter Scott, escritor británico de los siglos XVIII y XIX,
“la
venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno.”
Con
la venganza Esaú no recuperaría la bendición perdida, ni
restablecería la estima de sus padres. Solamente provocaría el
caos, la muerte y la maldición sobre toda la familia. Sin embargo,
cuando la ira hace su nido en nuestras mentes y corazones, nuestros
ojos solo ven el color carmesí de la sangre y la efímera
satisfacción de haber acabado con el motivo de nuestros desvelos.
Tras el delito solamente puede haber justicia, miseria y castigo.
Tácito, historiador romano del siglo I, dijo en una ocasión que “el
odio entre parientes es el más profundo.”
Podemos llegar a estimar el rencor que abrigaba Esaú hacia su
hermano con esta breve frase. El hecho de esperar el momento más
idóneo para perpetrar el fratricidio nos recuerda ese refrán que
reza: “La
venganza y el cangrejo de río, se sirven en plato frío.”
2.
PIES PARA QUÉ OS QUIERO
No
sabemos si Esaú traslucía esta ira con sus acciones, ademanes y
gestos en el día a día, o si transmitió sus intenciones a sus
esposas o amigos, pero lo cierto es que Rebeca recibe noticias de lo
que podía llegar a pasar en un futuro no muy lejano: “Fueron
dichas a Rebeca las palabras de Esaú, su hijo mayor; y ella envió a
llamar a Jacob, su hijo menor, y le dijo: —Esaú, tu hermano, se
consuela pensando en matarte. Ahora, pues, hijo mío, obedece a mi
voz: levántate y huye a casa de mi hermano Labán, en Harán, y
quédate con él algunos días, hasta que el enojo de tu hermano se
mitigue, hasta que se aplaque la ira de tu hermano contra ti y olvide
lo que le has hecho; entonces enviaré yo a que te traigan de allá.
¿Por qué seré privada de vosotros dos en un solo día?” (vv.
42-45)
En
vista del peligro que sobrevolaba la cabeza de su hijo favorito,
Rebeca lo llama urgentemente para proponerle un plan que pueda
alejarlo de las asechanzas homicidas de su hermano mayor. Rebeca
expone a Jacob la situación ominosa que se presenta en el horizonte
y le aconseja que debe dejar el campamento familiar para mantener las
distancias con Esaú si quiere salir con vida de este embrollo.
Rebeca lo envía a un lugar que conoce a la perfección, a Harán,
donde vive su hermano Labán, y donde sabe que tendrá el refugio que
necesita dadas las circunstancias. La idea original era que Jacob
pudiera poner tierra de por medio con su hermano, a la espera de que
el odio de Esaú fuese menguando con el paso del tiempo, y al final,
olvidase por completo la afrenta recibida. Rebeca era muy optimista,
por lo que vemos... Cuando ya no hubiese peligro, Rebeca volvería a
llamarlo para regresar como si nada hubiese pasado. La congoja se
apodera del corazón de una madre, dado que, si Jacob permanecía en
el hogar familiar y no obedecía sus instrucciones, la tragedia sería
un hecho tras la muerte de Isaac, el único obstáculo que impedía
la consumación de la furia de Esaú.
A
fin de que la huida de Jacob no fuese tan descarada, y de que la
estrategia de Rebeca no demostrase ser parte de un favoritismo
exacerbado por su hijo menor, Isaac debe dar su visto bueno, siempre
siendo desconocedor de lo que se está cociendo a su alrededor:
“Luego
dijo Rebeca a Isaac: —Fastidio tengo de mi vida a causa de las
hijas de Het. Si Jacob toma mujer de entre las hijas de Het, como
éstas, de entre las hijas de esta tierra, ¿para qué quiero la
vida?” (v. 46) No
cabe duda de que Rebeca era una mujer extraordinariamente inteligente
y de que su mente iba a mil por hora. Para disfrazar las auténticas
intenciones que tenía para Jacob, Rebeca apela a la conducta
sentimental de su hijo Esaú, la cual estaba, como ya vimos en otro
estudio anterior, muy, pero que muy alejada de los cánones
endogámicos que sus ancestros establecieron. Esaú, en lugar de
obedecer las leyes que Dios había dado a Abraham y a Isaac, y
casarse con mujeres de su propia parentela, prefiere contraer
matrimonio con heteas, las cuales eran conocidas como adoradoras de
dioses e ídolos. Tal era el hastío que provocan sus nueras en
Rebeca e Isaac, que deciden que Jacob se marche de allí para no
emparentarse con alguna de las doncellas de Het. Rebeca exagera y
dramatiza el hecho de que sus dos hijos se ayunten con mujeres
paganas, con el objetivo de que Isaac, no ponga pegas a que Jacob
pueda viajar lejos del campamento.
Isaac,
evaluando los pros y los contras de la partida de Jacob, decide
finalmente dar su beneplácito: “Entonces
Isaac llamó a Jacob, lo bendijo y le mandó diciendo: «No tomes
mujer de las hijas de Canaán. Levántate, ve a Padan-aram, a casa de
Betuel, padre de tu madre, y toma allí mujer de las hijas de Labán,
hermano de tu madre. Que el Dios omnipotente te bendiga, te haga
fructificar y te multiplique hasta llegar a ser multitud de pueblos;
que te dé la bendición de Abraham, y a tu descendencia contigo,
para que heredes la tierra en que habitas, la que Dios dio a
Abraham.» Así envió Isaac a Jacob, el cual fue a Padan-aram, a
Labán hijo de Betuel, el arameo, hermano de Rebeca, madre de Jacob y
de Esaú.” (vv. 1-5)
Isaac llama a su hijo Jacob y confirma las instrucciones de su esposa
Rebeca. Debe marcharse lejos de la tierra de los cananeos para
encontrar una esposa en la casa de su suegro y de su cuñado. Del
mismo modo que el siervo de su padre encontró a Rebeca en Harán,
Jacob habrá de hacer otro tanto entre sus primas.
Como
protección para un viaje que Jacob debía hacer en solitario, Isaac
pronuncia una bendición que le acompañará por la ruta hacia
Padan-Aram. Esta bendición es dicha sobre la base de la primera.
Isaac apela al poder inmenso de Dios para que la bendición
patriarcal dada anteriormente se haga realidad en su vida. De nuevo,
Isaac ruega a El-Shaddai, el Omnipotente, que vele por la seguridad
de su vástago. Pide al Señor que de Jacob haga una gran nación, y
que la promesa dada a su padre Abraham, referente a la posesión de
Canaán, algún día se cumpla en él y en sus descendientes.
Intuimos un “hasta luego” en las palabras de Isaac, ya que antes
de morir a sus 180 años de edad, Jacob regresaría a Mamre para
sepultarlo junto a su hermano Esaú. Pero esto es una historia que
llegará en su momento oportuno. Con todo aquello que necesitaba
Jacob para sobrevivir en los parajes que recorrería en los próximos
días, parte hacia la tierra de su familia materna en busca de paz,
refugio y esposa, porque, en definitiva, una retirada a tiempo era la
mejor manera de salvar el pescuezo.
3.
INTENTO DE REPARACIÓN DEL DAÑO CAUSADO
¿Y
Esaú? ¿Cómo reacciona ante la marcha de su hermano Jacob? ¿Lo
considerará una victoria o una oportunidad para hacerse con las
riendas familiares? “Vio
Esaú cómo Isaac había bendecido a Jacob y lo había enviado a
Padan-aram, para tomar allí mujer para sí; y que cuando lo bendijo
le había mandado diciendo: «No tomarás mujer de las hijas de
Canaán»; y que Jacob había obedecido a su padre y a su madre, y se
había ido a Padan-aram. Vio asimismo Esaú que las hijas de Canaán
no agradaban a Isaac, su padre; y se fue Esaú a Ismael, y tomó para
sí por mujer, además de sus otras mujeres, a Mahalat, hija de
Ismael hijo de Abraham, hermana de Nebaiot.” (vv. 6-9)
Aparentemente,
Esaú fue testigo directo de la despedida de Jacob, así como de la
bendición de su padre sobre éste. Ese instante fue para Esaú como
un “clic” en su cerebro. Se da cuenta por fin de que su elección
sentimental no es del gusto de sus padres, que las relaciones entre
sus esposas y sus progenitores son prácticamente inexistentes, y que
su hermano está yendo por el camino de bendición que han propuesto
sus padres.
En
su cortedad de miras, cree poder arreglar esta situación y así
aspirar a obtener el mismo amor y afecto que sus padres prodigan a
Jacob. Una mezcla de enfado, envidia y ansia de cariño
materno-parental hacen que Esaú se plantee hacer algo para
congraciarse con sus padres. La solución la halla en encontrar una
esposa que entre dentro de los parámetros de lo aceptable para
Rebeca e Isaac. Ya muy tarde para arreglar el problema de sus
esposas, Esaú recurre a la veta familiar de los ismaelitas, hermanos
de sangre de Isaac, como bien sabemos. Y así, presa de las prisas y
la conveniencia entabla relaciones conyugales con Mahalat, una prima
suya, hermana de su primo Nebaiot, cuyo nombre significa “alturas”.
Mahalat significa “enfermedad, debilidad” o “lira”, lo cual
denota que la elección de Esaú no era movida por el amor, sino por
la conveniencia. De nuevo, contemplamos a Esaú llegando tarde a todo
e intentando reparar sus malas e imprudentes elecciones en la vida.
Pensaba, tal vez, que, si se redimía por medio de este nuevo
matrimonio, recibiría alguna clase de bendición especial de parte
de su padre. La cuestión no residía en las formas, sino en el plan
de Dios para una estirpe de patriarcas que daría a luz el linaje de
Cristo por medio de Jacob.
CONCLUSIÓN
Como
podemos comprobar, la mentira y la desidia encienden la chispa que
consumirá a un hogar entero. Añadir a los favoritismos, los
embustes, la manipulación emocional y a la dejación de
responsabilidades, la idea del odio más encendido y el propósito
homicida, provoca en esta familia la implosión que todo hogar debe
evitar a toda costa. Creer que las disputas fraternales pueden
solucionarse por sí mismas dejando que pase el tiempo, es ser
demasiado ingenuos.
¡Cuántas
familias han tenido problemas como los que tuvo la familia de Isaac!
Por no hablar de los casamientos con personas que no comulgan con la
misma fe y que no respetan las creencias familiares, los cuales
fomentan el resquebrajamiento progresivo de los lazos emocionales y
afectivos del clan. En ocasiones, el egoísmo prima por sobre lo que
realmente nos conviene, y luego, de estos polvos, llegan estos lodos.
Y cuando una familia explota por la tensión, los roces, los
malentendidos y los choques de intereses y creencias, es muy difícil
volver a restaurar lo que debió ser un hogar armónico y centrado en
Dios.
¿Cómo
le irá a Jacob en su viaje a Padan-Aram? ¿Lo acogerán con los
brazos abiertos? ¿Y Esaú? ¿Tomará represalias contra su hermano a
corto plazo? Todo esto, y más, en el próximo estudio sobre la vida
de Jacob.
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