DE TAL PALO...
SERIE
DE ESTUDIOS EN GÉNESIS “JACOB, EL SUPLANTADOR”
TEXTO
BÍBLICO: GÉNESIS 26
INTRODUCCIÓN
En
mis tiempos de infancia, recuerdo todavía con cariño un tebeo en el
que siempre aparecía la siguiente frase tras acabar la historieta:
“Igualico,
igualico, que el defunto de su agüelico.”
Las viñetas pertenecían a un personaje muy curioso llamado
Agamenón. Agamenón
fue
una historieta humorística creada en 1961 por el guionista y
dibujante español Nené Estivill para la revista Tío Vivo
de
Editorial Bruguera,
en
la que se reflejaba la vida en la España rural de los sesenta. El
protagonista es Agamenón, el mozo más bruto del pueblo, aunque de
buen corazón. Todas sus aventuras terminan con el protagonista
haciendo alguna becerrada, y con la abuela de Agamenón cerrando la
historia con esa cantinela de que, igual que era de borrico el
abuelo, así también lo era el nieto. Siempre hemos escuchado este
proverbio con otras hechuras: “De
tal palo tal astilla”, “de padres gorrinos, hijos marranos”,
“el andar de la madre, tiene la hija. Siempre salen los
cascos a la botija”,
etc.
La
sabiduría popular no hace más que recoger la idea de que los padres
y las madres poseen una influencia sobre sus hijos tal, que cuando
éstos son adultos vuelven a reproducir los mismos hábitos, tics,
actitudes, temperamentos e ideologías. Es natural pensar que los
hijos, como esponjas ahítas de información y ejemplo, absorban el
estilo de vida de sus progenitores, y en la mayoría de casos
intenten mimetizarlos, para bien o para mal. Si un padre es violento
y arisco en el trato, es bastante probable que lo mismo suceda con su
descendencia. Si un padre es amable y respetuoso con los demás, es
posible, en un porcentaje más alto, que el hijo duplique esta manera
de abordar sus relaciones personales. En los pueblos, suele ser muy
patente esta clase de pensamiento, sobre todo cuando el apodo pasa de
padres a hijos de forma invariable. La educación y el modelo que se
ofrece en el seno del hogar ejerce un poderoso influjo en el futuro
vital de las nuevas generaciones, y por ello, hoy más que nunca,
hemos de cuidar estos detalles.
1.
LA HISTORIA SE REPITE
Dejamos
de momento a Jacob y a Esaú para centrarnos en la figura de Isaac.
La narrativa de Isaac posee innumerables semejanzas con la de su
padre Abraham, tanto para lo bueno, como para lo no tan bueno. En el
texto que hoy nos ocupa, Isaac se enfrenta a un problema seguramente
ya conocido con antelación, dado que sus padres lo pondrían en
antecedentes sobre las dos ocasiones en las que Abraham tuvo que
mentir para salvar el pellejo, involucrando peligrosamente a su
esposa en temas de índole conyugal con dos soberanos de dos países
distintos. Pudiéramos pensar que Isaac aprendería de estas
historias para no cometer los mismos errores que su padre, pero, como
dice el refrán, “no
hay dos, sin tres.”
Leamos qué tiene que decirnos el autor de Génesis: “En
aquel tiempo hubo hambre en la tierra —además de la primera que
hubo en los días de Abraham—, y se fue Isaac a Gerar, adonde
estaba Abimelec, rey de los filisteos. Allí se le apareció Jehová,
y le dijo: «No desciendas a Egipto; habita en la tierra que yo te
diré. Habita como forastero en esta tierra. Yo estaré contigo y te
bendeciré, porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras
y confirmaré el juramento que hice a Abraham, tu padre. Multiplicaré
tu descendencia como las estrellas del cielo y daré a tu
descendencia todas estas tierras, y todas las naciones de la tierra
serán benditas en tu simiente, por cuanto oyó Abraham mi voz y
guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.»”
(vv. 1-5)
Como
sabemos de otras ocasiones, en las tierras de Palestina, el clima es
muy duro y seco, y cuando un periodo de lluvias no llega en su
momento idóneo, muchas cosechas se pierden o dan poco fruto.
Posiblemente, las épocas de bonanza habían dado paso a una
temporada de sequía, lo cual afectaba profundamente a la consecución
de alimento, tanto para seres humanos como para animales. De ahí,
que muchos pueblos optaran por adquirir un estilo de vida nómada o
seminómada, buscando continuamente lugares en los que establecerse y
poder seguir subsistiendo. Este es el caso de Isaac. Ante la crisis
humanitaria que se adivina en el horizonte, Isaac decide trasladarse,
del mismo modo que hizo su padre en varias ocasiones, a otros países
para abastecerse de grano y alimentos. Avisado de que en Egipto
habría una oportunidad para salvar la hambruna que se había
declarado en sus tierras, se pone en marcha, no sin antes recibir de
Dios una nueva teofanía.
Dios
se aparece a Isaac para advertirle de que no debe descender a tierras
egipcias. Solo Dios sabe la razón de este consejo. Como alternativa,
lo encamina a Gerar, en tierras filisteas. El Señor, con una
sabiduría a prueba de dudas, le asesora sobre la clase de vida que
debe desarrollar allí. Ha de entender que su estancia es momentánea,
sujeta a la coyuntura económica actual, y que su mente debe ser la
de alguien que es forastero y extranjero. Como sabemos, el pueblo
filisteo era una nación pagana e idólatra, con una serie de normas
morales bastante distintas a las que Dios dicta a Isaac. El motivo de
este consejo lo veremos más adelante. Lo único que debe comprender
Isaac mientras habite entre filisteos es que, pase lo que pase, Dios
estará bendiciéndole y prosperándole. Más aún, el Señor le
promete, igual que hizo a su padre, que, aunque ahora el territorio
pertenezca a los filisteos, en un futuro será parte de la heredad
que Él otorgará a sus descendientes, como así fue después de
varios siglos. Desde esta realidad espiritual, la nación que surgirá
de las entrañas de Abraham e Isaac, será la plataforma desde la
cual Dios establecerá su plan de salvación para toda la humanidad,
en virtud de la obediencia envidiable a la voluntad divina de
Abraham.
2.
PELIGROS DE NO APRENDER DEL PASADO
Con
todo ya dispuesto para enfocarse en Gerar, he aquí otra señal de
que Isaac había aprendido de su padre, no a evitar sus errores, sino
a volver a repetirlos: “Habitó,
pues, Isaac en Gerar. Y cuando los hombres de aquel lugar le
preguntaron acerca de su mujer, él respondió: «Es mi hermana»,
pues tuvo miedo de decir: «Es mi mujer», pensando que tal vez los
hombres del lugar lo matarían por causa de Rebeca, pues ella era de
hermoso aspecto. Sucedió después de muchos días de estar él allí,
que Abimelec, rey de los filisteos, mirando por una ventana vio a
Isaac que acariciaba a Rebeca, su mujer. Entonces llamó Abimelec a
Isaac y le dijo: —Ciertamente ella es tu mujer. ¿Por qué, pues,
dijiste: “Es mi hermana”? Isaac le respondió: —Porque me dije:
“Quizá moriré por causa de ella.” Pero Abimelec replicó: —¿Por
qué nos has hecho esto? Un poco más y habría dormido alguno del
pueblo con tu mujer, y tú habrías traído el pecado sobre nosotros.
Entonces Abimelec amenazó a todo el pueblo, diciendo: —El que
toque a este hombre o a su mujer, de cierto morirá.” (vv. 6-11)
Al
leer este episodio de la vida de Isaac, es inevitable pensar en los
dos instantes en los que su padre recurrió a esta artimaña para
salvar el cuello ante el interés de personas sin temor de Dios. En
este caso, la cuestión era peor, puesto que Rebeca de hermana no
tenía nada con Isaac, y Sara con Abraham, sí. En previsión de la
codicia de sus nuevos vecinos de Gerar, urde este bulo con las
previsibles y arriesgadas consecuencias que ya conocemos de Abraham y
Sara. Mientras la “fake new” daba de sí, todo estaba en paz,
hasta que Abimelec, disfrutando de un atardecer tremendamente hermoso
desde la ventana de su palacio, fue testigo de una serie de
actividades que lo dejaron perplejo y asombrado. A lo lejos reconoció
a Isaac y a Rebeca, aunque sus manifestaciones de cariño no eran
precisamente la de dos hermanos. Más bien se trataba de un afecto
mucho más íntimo y sentimental. En vista de que esta expresión de
afectos no se correspondía con lo anunciado por Isaac, el rey se
enfadó y quiso comunicar a Isaac su malestar e indignación.
Citando
a Isaac a su corte, Abimelec decidió confrontarlo con la verdad que
sus ojos habían captado sin lugar a dudas. Isaac se excusa en la
misma razón que su padre ya aportó décadas antes, tal vez al padre
de este Abimelec. Es muy curioso poder ver a Isaac cabizbajo, siendo
reprendido por un auténtico seguidor de dioses de talla. Al parecer,
incluso en el orden moral propugnado por los filisteos, había algo
que casaba a la perfección con la idea de pecar desde la consumación
del adulterio. En esta sociedad que adoraba a sus baales existía un
principio ético que impedía que alguien pudiese cometer un pecado
de esta clase, y que además lo definiese en términos comunitarios.
Desde la misericordia y la gracia de este rey filisteo, en lugar de
echarlo a patadas de su reino, optó por pregonar por toda la zona
que Rebeca era esposa de Isaac, y que nadie, so pena de muerte, debía
tomar represalias contra ellos. Dios, de nuevo, estaba del lado de
Isaac y, a pesar de que éste metió la pata del mismo modo que su
padre, fue librado de ser expulsado o castigado.
3.
LA MALDICIÓN DEL INMIGRANTE
No
sabemos a ciencia cierta el número de años que permaneció entre
los filisteos, pero lo que sí conocemos es de qué modo le fueron
las cosas: “Sembró
Isaac en aquella tierra, y cosechó aquel año el ciento por uno; y
lo bendijo Jehová. Se enriqueció y fue prosperado, y se engrandeció
hasta hacerse muy poderoso. Poseía hato de ovejas, hato de vacas y
mucha servidumbre; y los filisteos le tuvieron envidia. Todos los
pozos que habían abierto los criados de su padre, Abraham, en sus
días, los filisteos los habían cegado y llenado de tierra. Entonces
dijo Abimelec a Isaac: —Apártate de nosotros, porque te has hecho
mucho más poderoso que nosotros. Isaac se fue de allí y acampó en
el valle de Gerar, y allí habitó.” (vv. 12-17) Todo
lo que hallamos en estos versículos no es sino el cumplimiento
fehaciente de las promesas de Dios para Isaac durante su habitación
en Gerar. Grandes cosechas, riquezas incontables, una fama que
trascendía las fronteras filisteas, una ganadería bien cuidada y
numerosa, una servidumbre que parecía más un ejército que un
equipo de mayordomos...
A
veces sucede que, cuando alguien extranjero logra labrarse un
porvenir fulgurante, los ciudadanos autóctonos comienzan a envidiar
lo que éste consigue. En lugar de alegrarse y aprovechar su fortuna
para enriquecer su nación, optan por ir corriendo la voz de que el
forastero ya es persona non grata. Así sucede con Isaac. Con el paso
del tiempo, los filisteos murmuran contra Isaac, dado que su estado
es mucho más lamentable que el estado extraordinariamente positivo
del extranjero. Esto llega a oídos de Abimelec, sobre todo cuando
Isaac decide volver a cavar los pozos que su padre había abierto en
territorio filisteo. ¡Más prosperidad y riqueza para el inmigrante!
¡De eso nada! Con este pensamiento, Abimelec aborda a Isaac y le
propone que se marche de Gerar, porque en cualquier momento pudiera
aparecer la posibilidad de hacerse con el poder y el trono, y eso sí
que no. Isaac, sin quejarse ni levantar la voz, entendiendo de manera
clara el por qué Dios le había aconsejado que siempre se sintiera
como un extranjero en Gerar, se marcha al valle de Gerar, donde
comienza una nueva etapa de su vida sin roces con los filisteos.
¿Sin
roces con los filisteos, he dicho? “Volvió
Isaac a abrir los pozos de agua que habían sido abiertos en los días
de Abraham, su padre, y que los filisteos habían cegado después de
la muerte de Abraham; y los llamó por los nombres que su padre los
había llamado. Pero cuando los siervos de Isaac cavaron en el valle
y hallaron allí un pozo de aguas vivas, los pastores de Gerar
riñeron con los pastores de Isaac, diciendo: «El agua es nuestra.»
Por eso, al pozo le puso por nombre «Esek», porque se habían
peleado por él. Después abrieron otro pozo y también riñeron por
causa de él, y le puso por nombre «Sitna». Se apartó de allí y
abrió otro pozo, y ya no riñeron por él; le puso por nombre
Rehobot, y dijo: «Ahora Jehová nos ha prosperado y fructificaremos
en la tierra.» De allí subió a Beerseba.” (vv. 18-23) Una
de las primeras medidas que toma Isaac en su nuevo emplazamiento es
la de surtirse del agua suficiente para dar de beber a su ganado y a
su casa. Para ello, regresa a los pozos que su padre había excavado,
y que los filisteos, con muy mala baba, habían cerrado. Los vuelve a
abrir y, recordando los nombres que su padre les había puesto como
símbolo de pertenencia, torna a llamarlos a la antigua usanza.
Además, como motivo de alegría y gozo, los trabajadores de Isaac
encuentran un pozo de aguas vivas, un verdadero tesoro en medio del
desierto.
En
cuanto los pastores filisteos oyen de este hallazgo, lo primero que
hacen es intentar reclamarlo para sí e iniciar un conflicto con los
siervos de Isaac. Sin cavar ni doblar el lomo, pretenden arrebatar
este oasis fuera de sus territorios. De ahí que el nombre del pozo
viniese a llamarse Esek o “pelea, contienda.” Parece que, en esa
envidia tiñosa que tenían hacia Isaac, no podían dejarlo en paz,
ni siquiera fuera de sus fronteras. No sabemos quién se llevó el
gato al agua, no obstante, Isaac, tal vez con el ánimo de no estar
siempre a la greña con los filisteos, cava otro pozo. Pero ni aun
así se desprende de la confrontación con los pastores de Gerar. A
este pozo se le llama entonces Sitna u “hostilidad.” ¿Encontraría
Isaac un lugar en el que poder vivir tranquilo y sosegadamente, al
margen de los continuos choques con los filisteos? Isaac no perdía
la paciencia, porque sabía en su fuero interno que Dios estaba con
él y que, pasara lo que pasara, siempre recibiría de Él su
provisión diaria. Alejándose un poco más del radio de acción de
los filisteos, Isaac reemprende su interés por horadar la tierra y
extraer la preciada agua potable. En vista de que ningún pastor de
Gerar se aprestaba a reclamarle el pozo, Isaac lo llamó Rehobot o
“habitación, sin riñas.”
4.
BUSCANDO LA PAZ Y LA ESTABILIDAD
Por
fin puede Isaac respirar aliviado, y así agradecer a Dios sus
promesas cumplidas. Desde este paraje en el valle de Gerar, Isaac
elige subir a Beerseba, lugar ampliamente conocido por su familia. En
este lugar, una nueva teofanía le aguarda: “Aquella
noche se le apareció Jehová y le dijo: «Yo soy el Dios de tu padre
Abraham. No temas, porque yo estoy contigo. Te bendeciré, y
multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham, mi siervo.»
Entonces edificó allí un altar e invocó el nombre de Jehová.
Plantó allí su tienda, y abrieron allí un pozo los siervos de
Isaac.” (vv. 24-25)
Dios vuelve a recordar a Isaac de dónde viene y que Él es el que
guía y prospera su vida en todos los sentidos. Se trata de seguir
rubricando el pacto que Dios hizo con Abraham y de respaldar todas
las promesas que se han cumplido, que se están cumpliendo y que
deben consumarse en el futuro. El miedo ya no tiene sitio en el
corazón de Isaac, puesto que el Todopoderoso está ahí a su lado,
librando sus batallas y solventando sus conflictos. El recuerdo del
amor de Dios por su padre Abraham ha de ser un acicate más para
seguir profundizando su fe y su confianza en el Dios de su destino.
Ya
con la serenidad y la estabilidad del lado de Isaac, por ventura del
poder y la providencia divinos, el panorama parece despejarse. Sin
embargo, los filisteos vuelven a hacer acto de aparición, esta vez
para asegurarse la buena voluntad de Isaac tras los percances
anteriores con algunos habitantes de Gerar: “Abimelec
vino desde Gerar adonde él estaba. Y con él vinieron Ahuzat , cuyo
nombre significa “presa”, “puñado” o “posesión”, amigo
suyo, y Ficol, capitán de su ejército. Isaac les dijo: —¿Por qué
venís a mí, si me habéis aborrecido y me habéis echado de entre
vosotros? Ellos respondieron: —Hemos visto que Jehová está
contigo, y dijimos: “Haya ahora juramento entre nosotros.”
Haremos contigo este pacto: Tú no nos harás ningún mal, pues
nosotros no te hemos tocado; solamente te hemos hecho bien y te
dejamos partir en paz. Tú eres ahora bendito de Jehová. Entonces él
les ofreció un banquete, y comieron y bebieron. Se levantaron de
madrugada y se hicieron mutuo juramento. Luego Isaac los despidió, y
ellos se despidieron de él en paz.” (vv. 26-31)
¿Os
suena de algo este encuentro entre Isaac y Abimelec junto a Ficol?
Del mismo modo que hizo Abraham con el padre de Abimelec en tiempos
pasados, así sucede en esta ocasión con Isaac. Isaac, sin embargo,
no se muerde la lengua, quizá porque se barruntaba otra operación
de sustracción de pozos. “Habéis
abominado de mí, me habéis hecho la vida imposible, me habéis
expulsado de vuestro país. ¿Qué más queréis? ¿Podéis dejarme
en paz de una vez? ¡Ya está bien!”,
parece decir con aspereza Isaac a sus visitantes. Abimelec, por su
parte, parece intervenir como un corderillo, con melifluas
manifestaciones sobre el origen de la riqueza de Isaac. El temor
podía adivinarse en cada una de sus palabras. La idea de que Isaac
pudiese armarse bélicamente y pudiese arrebatarle el cetro de Gerar
había cobrado realidad en su mente. Lo único que quiere es pactar
con Isaac para que ninguna de las partes tuviese la tentación de
iniciar una conflagración militar, y así evitar ser aplastado por
el poderío de Isaac. Con medias verdades, Abimelec apela a que no lo
han violentado mientras estuvo en Gerar, a que solamente le dieron
facilidades, y a que lo despidieron de buenas maneras. Isaac sabe a
la perfección que la realidad no se corresponde con estas palabras,
pero únicamente desea vivir sin sobresaltos y se aviene a forjar una
alianza de no agresión.
5.
BUENAS Y MALAS NOTICIAS PARA ISAAC
Para
cerrar esta narrativa sobre Isaac, el autor de Génesis nos ofrece
una buena noticia y otra no tan buena: “Aquel
mismo día sucedió que vinieron los criados de Isaac y le dieron la
noticia del pozo que habían abierto, y le dijeron: «Hemos hallado
agua.» Isaac lo llamó «Seba»; por esta causa el nombre de aquella
ciudad es Beerseba hasta este día. Cuando Esaú tenía cuarenta
años, tomó por mujer a Judit, hija de Beeri, el heteo, y a Basemat,
hija de Elón, el heteo; y fueron amargura de espíritu para Isaac y
para Rebeca.” (vv. 32-35) Tras
el pacto llevado a cabo por Isaac con Abimelec, un hecho parece
confirmar que Dios iba a bendecir este evento: el descubrimiento de
un nuevo pozo llamado Seba o “juramento,” de ahí que Beerseba
signifique “valle del juramento” a causa del pacto entre Isaac y
Abimelec. Era una gran nueva, y más en los yermos y áridos lugares
en los que se hallaba enclavada la ubicación de sus tiendas.
Por
otro lado, una mala noticia viene a enturbiar esa alegría y
felicidad recién recobrada: su hijo Esaú desoye las advertencias de
sus padres de no casarse con las hijas de pueblos paganos como era el
heteo. Presa de su impetuosidad y de su intemperancia, Esaú contrae
matrimonio con dos heteas, Judit o “la alabada”, hija de Beeri u
“hombre de los manantiales,” y Basemat o “la perfumada,” hija
de Elón o “terebinto.” Además del disgusto que traería a la
vida de sus padres, parece ser que, además, tuvieron altercados con
sus suegros debido a temas religiosos y morales, entendiendo que
ellas adorarían a sus respectivos ídolos, y que intentarían
arrastrar a Esaú a esta clase de paganismo. Por muy bellas que
fuesen, espiritualmente estaban logrando que la tensión familiar se
agravase con el paso del tiempo. No es de extrañar que la expresión
“amargura de espíritu” fuese tan elocuente en este caso concreto
y en el ambiente enrarecido de la convivencia familiar.
CONCLUSIÓN
Algunas
personas piensan que los hijos somos el reflejo de la educación y el
ejemplo de nuestros padres, que prácticamente no podemos elegir en
un momento dado cambiar el curso de nuestro destino genético y
cultural. Como creyentes sabemos que no es así. Dios nos da las
herramientas y los recursos suficientes como para revertir y mejorar
nuestras conductas por muy dañinas o nocivas que hayan sido nuestra
infancia y nuestra adolescencia y juventud en el seno de nuestros
hogares. Dios puede transformar una vida maltrecha y abusada en un
canal de bendición a otras personas que pasan por esta clase de
trances vitales. Dios provee, restaura y prospera a aquellos que
rompen sus esquemas mentales influenciados por la perversión de sus
progenitores y se enfocan en Cristo como el modelo a seguir.
También
hemos visto en este estudio que Dios siempre provee y brinda apoyo y
protección a aquellos que confían plenamente en sus promesas y
planes. Pueden aparecer encontronazos con los demás, disputas en las
que el adversario no tiene razón, o crisis de todo tipo, pero el
Señor siempre se hace cargo de nosotros y de nuestras necesidades,
ofreciéndonos incluso más de lo que necesitamos y merecemos.
Por
último, la actitud de Esaú nos recuerda que, a pesar de que unos
padres hayan intentado educar a sus hijos en el temor de Dios y en la
obediencia a las leyes del Señor, no siempre es matemático lograr
una descendencia que se entregue en cuerpo y alma al evangelio. Los
padres no siempre tienen la culpa de las malas decisiones de un hijo
ya adulto, y, por tanto, no se les debe juzgar con la dureza con que
algunas personas lo hacen. Los padres cristianos de hijos que escogen
vivir sus vidas sin Dios no deben ni culpabilizarse, ya que dieron el
todo por el todo por inculcar los valores del Reino de Dios a sus
hijos, ni resignarse ante el rumbo equivocado que sus descendientes
toman. Solo queda orar y seguir siendo los ejemplos que Dios quiere
que sean para que un día, se den cuenta de que sus padres siempre
quisieron lo mejor de lo mejor para ellos, una vida junto a Cristo.
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