TRIGO O CIZAÑA
SERIE
DE SERMONES SOBRE MATEO 13 “PARABOLÉ”
TEXTO
BÍBLICO: MATEO 13:24-30; 36-43
1.
UNA HISTORIA DEL LEJANO ORIENTE
Érase
una vez, en un país del lejano Oriente, un terrateniente acaudalado
llamado Martín, decidió que había llegado el momento oportuno para
sembrar sus campos de trigo. El otoño de noviembre abría sus brazos
a los agricultores para cultivar toda clase de cereales y
leguminosas, y la tierra debía prepararse para cobijar la simiente
bajo su pardo manto. Tras arrancar las malas hierbas, arar el terreno
para allanar la tierra y peinarla con surcos profundos con rejas de
hierro tiradas por robustos bueyes, los trabajadores dejaron
preparada la tierra. A diferencia de otros propietarios de
latifundios vecinos, Martín no iba a recurrir a sus trabajadores
para la siembra. Había seleccionado y comprado personalmente la
mejor semilla que había en el mercado, y no cabía duda de que la
cosecha sería abundante si las condiciones del terreno, las
inclemencias meteorológicas y el riesgo de plagas colaboraban.
Él
mismo, tomando el grano en su seno, arremangándose, y comenzando por
una de las esquinas de su parcela, inició la ardua y agotadora tarea
de enterrar cada grano de trigo a la profundidad debida. Exhausto
tras varios días de incansable esfuerzo, contempló con orgullo y
satisfacción la labor realizada. Ahora solamente quedaba estar
alerta ante la amenaza de plagas, de langostas o de plantas
parásitas, cuestión de la que debían encargarse sus hombres.
Regarían el campo en tres o cuatro ocasiones en los próximos meses,
y esperarían poder ver cómo el trigo pasaba de verde a dorado
dentro de seis meses, en el mes de mayo. Martín podía descansar
tranquilo hasta la fiesta de la siega.
Sin
embargo, como bien sabemos todos, la prosperidad de algunos no es, en
muchas ocasiones, bien considerada por personas malignas que
simplemente disfrutan con la desdicha y miseria de los demás. Martín
tenía un vecino que en varias ocasiones había tratado de comprarle
alguna que otra hectárea de su campo, y en vista de que Martín se
negaba a hacer esta compra-venta, le cogió una tirria monumental. No
pasaba un día en la vida del vecino sin que urdiera algún plan
maléfico para sumir en la bancarrota a Martín. En cuanto se enteró
de que Martín iba a sembrar sus campos con trigo, una bombilla se
encendió sobre su cabeza. Debía atacar sigilosamente a Martín y
darle donde más pudiera dolerle. Para eso, ordenó a sus propios
trabajadores que hiciesen acopio de semillas de cizaña, una planta
de
tallo ramoso, hojas estrechas y espigas anchas y planas cuyos granos
contienen un principio tóxico. Su facilidad para crecer
espontáneamente en los sembrados de trigo y su gran dificultad para
extirparla, procuraba al vecino taimado la oportunidad de vengarse
del desaire de Martín.
Y
así fue como, aprovechando que los operarios de Martín estaban
descansando de sus quehaceres y durmiendo a pierna suelta, los
secuaces del vecino malicioso fueron diseminando el germen ponzoñoso
que echaría a perder por completo la cosecha. Tardaron toda la
noche, pero al fin cumplieron con las órdenes de su señor. Nadie
notaría la actividad frenética y abominable que habían realizado
en el campo de Martín, al menos no hasta que la diferencia del fruto
de ambas plantas descubriese el pastel. Los meses transcurrieron
tranquilos hasta que la semilla germinó y dio paso a largos tallos
verdes que se asemejaban a olas de esmeralda con el soplido del
viento. Entonces es cuando los criados de Martín se dieron cuenta de
que algo no marchaba correctamente. En una inspección más
minuciosa, se apercibieron de que otra clase de planta, muy semejante
al trigo, estaba creciendo a la par que éste. Con las manos en la
cabeza, y preguntándose cómo era posible que la cizaña hubiese
aparecido tras una cuidadosa preparación del terreno y una esmerada
selección de la simiente, los labradores estaban a un paso de
desesperarse. Solamente con pensar en la casi imposible tarea de
escardar la cizaña, se les vino el alma al suelo. Debían
comunicárselo lo antes posible a su señor.
El
capataz de los trabajadores de Martín entró como una exhalación en
la casa de su patrón y pidió al ama de llaves que lo avisara,
porque tenía muy malas noticias que darle sobre los cultivos de
trigo. Martín lo recibió en su despacho y le pidió que le contase
la razón de tanto alboroto. El capataz le explicó la situación tan
preocupante en la que se hallaba el sembradío. Con temor y temblor,
el capataz preguntó a su jefe si estaba seguro de que la simiente
sembrada no había estado mezclada con semillas de cizaña. Sabía
que al plantear esta cuestión se arriesgaba mucho, pero es que no
encontraba otra explicación posible. Martín, que tenía un carácter
reflexivo y comprensivo, y más dadas las circunstancias que se
habían presentado, rumió por un instante la respuesta. Después de
un par de minutos pensando, Martín supo enseguida a qué se había
debido esta problemática agrícola. Nunca hubiese pensado que su
vecino malencarado se atreviese a tanto, pero no había otra
explicación para la cizaña en sus predios. Martín transmitió a su
capataz que habían sido objeto del ataque demoledor y malévolo del
vecino.
“¿Qué
hacemos entonces?”,
preguntó el capataz, “¿intentamos
arrancar la cizaña ahora antes de que su crecimiento llegue a su
plenitud? Será un trabajo descomunal, pero estamos dispuestos a
hacerlo.”
Martín, con conocimiento de causa y con un autocontrol lleno de
experiencia, negó con la cabeza. “Corremos
el riesgo de desarraigar mucho trigo si nos precipitamos, o de
confundir algunas espigas de cizaña con trigo e incorporarlas al
granero. Ahora la planta de la cizaña es prácticamente igual a la
del trigo, y podemos perder más de lo que nos imaginamos. Dejemos
que crezcan a la par, y cuando llegue el momento de segar la mies,
con paciencia y buen tino, iremos recogiendo en primer lugar la
cizaña, mucho más reconocible en esa época del año. La ataremos
en manojos y la llevaremos a los hornos para deshacernos de ella
quemándola, y así evitaremos que enferme a personas que puedan
comer de su harina. Cuando hayamos hecho esto, entonces
recolectaremos el trigo, lo aventaremos y trillaremos en la era, y lo
guardaremos en nuestros graneros.”
Llegó
mayo, y así hicieron los trabajadores de Martín. Con una
escrupulosidad formidable, seleccionaron la cizaña para quemarla, y
recogieron con gozo y felicidad la abundancia de fruto que la cosecha
había dado, aun a pesar del contratiempo tan serio por el que habían
tenido que pasar. Ahora sí, con los brazos en las caderas, Martín
sonreía mientras sus graneros se llenaban a rebosar con el resultado
de su trabajo y dedicación. Su malhadado vecino, por otra parte,
murió de un ataque cardíaco al comprobar cómo todos sus planes se
habían ido al traste, y al coger un berrinche del quince. Y colorín,
colorado, este cuento se ha acabado.
2.
¿COLORÍN, COLORADO?
¿Acabado?
No, no ha acabado. Esta historia parabólica que Jesús cuenta a la
multitud no es simplemente una fábula con moraleja. Es una narración
completa y sencilla de la realidad espiritual y terrenal en la que se
encontraban los coetáneos de Jesús y en la que nosotros también
nos hallamos. Los discípulos, tras haber escuchado esta parábola,
se han quedado con ganas de saber qué significa: “Entonces,
después de despedir a la gente, entró Jesús en la casa. Se le
acercaron sus discípulos y le dijeron: —Explícanos la parábola
de la cizaña del campo.” (v. 36)
Ya en un entorno más tranquilo e íntimo, los discípulos más
estrechos del maestro de Nazaret, desean que éste desentrañe los
misterios y simbolismos que encierra esta historia tan interesante y
curiosa. Quieren entender la relación existente entre el Reino de
los cielos y la dinámica agrícola descrita por Jesús. Seguro que
tenían prefiguradas sus propias conclusiones en sus mentes, pero
anhelaban, como niños que piden a sus padres que contesten a sus
inquietudes, saber la verdad oculta de esta enseñanza tan bien
ilustrada.
Jesús,
sonriendo a todos los presentes, se sienta ante ellos, hambrientos de
conocimiento y verdad: “Respondiendo
él, les dijo: —El que siembra la buena semilla es el Hijo del
hombre.” (v. 37)
El sembrador es Jesús mismo, el Hijo del hombre, título profético
que podemos hallar en el libro de Daniel: “Miraba
yo en la visión de la noche, y vi que con las nubes del cielo venía
uno como un hijo de hombre; vino hasta el Anciano de días, y lo
hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y
reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieran;
su dominio es dominio eterno, que nunca pasará; y su reino es uno
que nunca será destruido.” (Daniel 7:13-14) Este
título mesiánico obedece al hecho de adjudicar a Jesús, tanto la
humanidad como la divinidad. Jesús es Dios con nosotros, es Dios
encarnado, es Dios caminando junto a la humanidad, ciento por ciento
humano, y ciento por ciento Dios.
El
contexto en el que Jesús está cultivando sus buenas nuevas de
redención es el siguiente: “El
campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino, y la
cizaña son los hijos del malo.” (v. 38)
El mundo es de Jesús, por cuanto participó junto con el Padre y el
Espíritu Santo en su creación, y en él es en el que planta a
aquellos que pertenecen a la familia de Dios, aquellos que fueron
hechos hijos suyos en virtud del amor que manifiestan hacia Jesús y
su evangelio. Son aquellos que potencialmente van a entregar sus
vidas a Dios en obediencia y servicio, agentes del Reino de los
cielos aquí en la tierra, preparados para crecer y madurar
espiritualmente hasta la segunda venida de Cristo.
El
creyente fiel en Cristo está en este mundo, sin participar de las
obras de este mundo. Sin embargo, otras personas aparecen en el
escenario de la realidad espiritual pasada, presente y futura: los
hijos del malo, los descendientes de Satanás. Estos son personas
podridas por dentro, contumaces y rebeldes en sus planteamientos
malvados, perversos a más no poder que se burlan de la cruz de
Cristo, depravados seres humanos que prefieren ofrecer sus cuerpos y
mentes al diablo, miserables seres humanos que viven atrapados en sus
deseos desordenados y que se hallan encadenados a sus vicios y
corrupciones. Su meta en la vida es mezclarse con los hijos de Dios
para intoxicar a muchos de ellos con sus artimañas y añagazas
demoníacas. Con la conciencia cauterizada y los ojos cegados por su
supuesta libertad de acción y expresión, dedican sus existencias a
maldecir a aquellos que quieren seguir siendo discípulos de Cristo.
Su apariencia puede ser, en principio, la de cristianos fieles y
consagrados, pero con el tiempo, muestran su auténtico rostro de
desafío directo a Dios.
Jesús
continúa desvelando las señales ocultas tras las bambalinas de su
parábola: “El
enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del mundo, y
los segadores son los ángeles.” (v. 39) El
diablo es el enemigo más acérrimo de Dios y de la humanidad, y por
ello, no duda en emplear cualquier recurso a su alcance para
enemistar a la humanidad con su Creador. No puede resistir tener que
ver cómo hay personas que hacen suya la oportunidad de reconciliarse
con Dios, de arrepentirse de sus viejas y polvorientas sendas de
pecado, de confesar sus culpas y de ser transformados por el Espíritu
Santo en el proceso de la santificación. Se desespera cuando uno de
sus esclavos espirituales decide confiar en Jesús para verse
liberado de los grilletes del pecado. Y no vacila en mezclar a muchos
de sus súbditos diabólicos en orden a conseguir que las almas que
han conocido el evangelio se echen atrás y renuncien a seguir
conociendo a Dios en Cristo. Su trabajo es continuo y persistente,
cosa que podemos observar a lo largo de la historia de la humanidad,
y su grado de éxito sigue siendo estremecedor.
3.
DOS FINALES PARA LA MISMA HISTORIA
No
obstante, el día de la siega ha de llegar cuando así lo disponga el
Hijo del hombre. Este día será terrible para la cizaña, y
grandioso para el trigo; será temible para aquellos que han optado
en esta vida cumplir con las ordenanzas de Satanás, y reconfortante
para aquellos que escogieron vivir únicamente para Cristo. Es el día
del Juicio Final, juicio en el que todos habremos de comparecer sin
excepción, a fin de que el Juez justo, de nuevo Jesucristo,
establezca la sentencia para cada mortal que haya existido en este
mundo. En este instante cósmico y sobrecogedor, los ángeles del
cielo, servidores del Hijo del hombre, apartarán la cizaña del
trigo por orden del juez celestial, sin que haya equívocos o
infiltraciones: “De
manera que, así como se arranca la cizaña y se quema en el fuego,
así será en el fin de este mundo. Enviará el Hijo del hombre a sus
ángeles, y recogerán de su Reino a todos los que sirven de tropiezo
y a los que hacen maldad, y los echarán en el horno de fuego; allí
será el lloro y el crujir de dientes.” (vv. 40-42)
Aquellos
individuos que no solamente cometieron crímenes de lesa humanidad,
que destrozaron la vida a miles de personas, que aniquilaron las
esperanzas de los más humildes y necesitados, que cercenaron la
posibilidad de que los justos recibiesen justicia en este plano
terrenal, y que empujaron a los inocentes a ser como ellos, comidos
de gusanos y putrefacción espiritual, serán reunidos en un solo
haz, y serán lanzados sin contemplaciones ni misericordia al fuego
eterno del infierno. Visto su expediente rezumante de infracciones
contra la ley de Dios sin asomo de arrepentimiento o contrición, de
rebeliones flagrantes, de conductas concupiscentes sin atisbo de
enmienda, y de delitos innombrables de los que no han querido dar
cuentas, su destino ha de ser, en justicia, el de acabar con sus
huesos en el horno de fuego, en el que serán consumidos y padecerán
una sed insufrible y perpetua. La maldad y la propensión corruptora
de la cizaña humana no serán tolerados para siempre, porque Jesús,
salvación y justicia nuestra, erradicará definitivamente a los que
eligieron convertirse en enemigos de su Padre celestial.
Por
otro lado, los hijos del Reino de los cielos, recibirán de su Señor
y Salvador el cumplimiento de su fe y de su esperanza en el día
postrero: “Entonces
los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El
que tiene oídos para oír, oiga.” (v. 43)
Del mismo modo que los campos de trigo brillan cuando el sol acaricia
sus espigas y el viento mece sus tallos en un vaivén pleno de
armonía, así refulgirán los creyentes en Cristo. Aquellos que
hicieron suya la salvación ofertada por Jesús a través de su
evangelio no tendrán temor cuando se presenten ante el juez supremo
de los cielos, ya que Cristo, al sacrificarse voluntariamente por
ellos en la cruz, los ha revestido de su gracia, de su perdón y de
su redención, justificándolos ante el Padre, el cual imputará la
inocencia de su Hijo a cada uno de ellos. La tranquilidad y emoción
con la que acogerán la venida de Cristo embargará su alma y la hará
relucir como el astro rey. Aquel que ha depositado su fe y amor en
Cristo recibirá la bienaventurada bienvenida del Señor al hogar al
que pertenecen de verdad, a la ciudad santa, a la Nueva Jerusalén,
para vivir eternamente en presencia de Dios, y en ausencia del mal,
del dolor, de la pérdida y del odio.
CONCLUSIÓN
Jesús
termina la explicación del significado de la parábola apelando a la
respuesta del oyente. El que desee hacer suyas las lecciones
extraídas de esta narrativa, ya sabe qué debe hacer al respecto.
Por eso, para concluir, hazte a ti mismo esta pregunta: ¿Eres trigo
o eres cizaña? ¿Has entregado tu vida a Cristo en orden a ser salvo
y poder entrar en el Reino de los cielos? ¿O has escogido el camino
contrario, un camino que responde fraudulentamente a tus deseos y
caprichos, y que se halla en franca contraposición con Dios?
¿Vives
con la esperanza hermosa de que tu nombre se hallará escrito en el
libro de la vida de Dios? ¿O simplemente vives a salto de mata,
dando rienda suelta a tus apetitos descontrolados y sometiéndote a
los dictados del pecado? ¿Esperas con todas tus fuerzas el día de
la siega, y así ver colmada tu fe en el encuentro inenarrable con tu
Señor y Salvador? ¿O temes al día de tu muerte, o al instante en
el que Dios te pida cuentas por lo que has hecho en esta vida, y no
tengas excusa o justificación que exponer delante de Él?
Cosa
terrible y pavorosa es caer en manos del Dios vivo cuando el Juicio
Final llegue, que llegará, no lo dudes. Hoy todavía tienes tiempo
para unirte al trigo y dejar de ser cizaña para los demás. Hoy es
día de salvación para tu alma. No te escabullas ni huyas de esta
decisión que te cambiará la vida desde el momento en el que
entregues tu corazón a Cristo. El día menos pensado Cristo volverá
de nuevo a por sus fieles discípulos, o sufrirás en tus carnes la
guadaña de la muerte, ¿y quién podrá tener entonces misericordia
y compasión de ti?
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