SOBERANÍA
SERIE DE
SERMONES SOBRE ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”
TEXTO
BÍBLICO: ZACARÍAS 14:8-11, 16-21
INTRODUCCIÓN
Durante varios meses hemos podido
comprender y aprender que el libro profético de Zacarías está lleno de visiones
del porvenir, de aliento y ánimo para aquellos que regresan del exilio a su
madre patria, de promesas victoriosas dadas por Dios y de perspectivas
cristológicas y mesiánicas que trascienden el tiempo y el espacio. Zacarías,
siervo del Señor, fue uno de los pilares fundamentales que Dios edificó para
redimir a una nación expatriada, para refinar a través de la santificación a un
pueblo que no debía cometer los mismos errores de sus antepasados, y para
restaurar desde su soberanía una nueva Jerusalén, la cual sería el símbolo por
excelencia del triunfo de Cristo y la culminación del plan de salvación de
Dios. A pesar de aquellos textos que tal vez pudiesen ser enigmáticos, oscuros
y misteriosos, hemos tenido ocasión de sumergirnos en la esperanza de Israel y
en el amor que Dios demuestra a sus hijos, aun sabiendo que su tendencia es
especialmente infiel e inconstante. Si nos hemos podido ver reflejados en
alguna de las enseñanzas y futuribles pronósticos proféticos, es precisamente
porque la Palabra de Dios es capaz de sobrepasar las fronteras de la historia
con su maravillosa y asombrosa perspicacia espiritual.
Después del choque más terrible y
formidable que la tierra y la memoria habrá imaginado nunca, tras la batalla de
Armagedón en la que los enemigos y adversarios del Señor han claudicado y han
sido vencidos, es la hora de que los creyentes en Cristo disfruten con alegría
suprema poder morar por toda la eternidad en nuestra auténtica patria, el Reino
de los cielos. También será el instante en el que aquellos seres humanos
incrédulos que se enfrentaron obstinadamente contra la voluntad divina, reciban
el merecido por sus actos y sus palabras. El infierno abrirá sus pavorosas
fauces para deglutir y masticar la carne y el espíritu de aquellos individuos
que pensaron que podían vivir de espaldas a Dios sin recibir el pago por sus
perversiones y depravaciones. En ese cénit cósmico en el que Dios juzgará a
vivos y a muertos en un juicio sin parangón, los destinos perpetuos de los
justificados por la sangre de Cristo y de los que no vieron la necesidad de
someterse a su soberanía, quedarán definidos para siempre, y sin posibilidades
de apelación o recurso. Ese día abrirá la puerta a poder celebrar la victoriosa
presencia de Dios, la consumación del establecimiento de su perenne reino, y la
transformación gloriosa de nuestros cuerpos.
1. LA NUEVA JERUSALÉN NOS AGUARDA
Zacarías remata su recopilación de
oráculos de Dios con una imagen preciosa y admirable de lo que habrá de
acontecer cuando el Señor, desde su gran trono, anuncie su completa y absoluta
soberanía sobre toda la creación. Esta imagen incomparable es la de la ciudad
santa, la Nueva Jerusalén, la cual habrá de acoger a todos aquellos que
perseveraron hasta el fin en su consagración a Dios: “Acontecerá también en aquel día, que saldrán de
Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad
hacia el mar occidental, en verano y en invierno. Y Jehová será rey sobre toda
la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre. Toda la tierra se
volverá como llanura desde Geba hasta Rimón al sur de Jerusalén; y ésta será
enaltecida, y habitada en su lugar desde la puerta de Benjamín hasta el lugar
de la puerta primera, hasta la puerta del Angulo, y desde la torre de Hananeel
hasta los lagares del rey. Y morarán en ella, y no habrá nunca más maldición,
sino que Jerusalén será habitada confiadamente.” (vv. 8-11)
El río de aguas vivas, símbolo de la vida eterna y de la sanidad de
todas las naciones, tendrá su fuente original en la mismísima Jerusalén. Esta
corriente de aguas salutíferas de la que todo el mundo podrá beber, es
precisamente señal de que Cristo, con su sacrificio vicario en la cruz, ofrece
salvación gozosa, fertilidad espiritual y abundancia provisoria a todos los que
acudan a saciarse de ella. Desde el Mar Muerto al Mediterráneo, estas aguas
caudalosas recorrerán Israel, de un confín hasta el otro confín. No habrá
momentos en los que el cauce refrescante del amor de Dios en Cristo desaparezca
a causa de estaciones calurosas y tórridas. Este río corre siempre lleno de
perdón, restauración y misericordia, y sea invierno, primavera, verano u otoño,
recorrerá todo Israel, a disposición de los que, en el plano terrenal, habían
tenido el gaznate reseco a causa de las injusticias y de las persecuciones de
las que habían sido objetos a causa de su seguimiento de Cristo y de su
evangelio.
Además, la soberanía de Dios será
completa al fin. Hasta la segunda venida de Cristo y la condenación de sus
aborrecibles enemigos, el mundo seguirá entregado a la idolatría, a la
egolatría y al culto a Satanás. Cristo ya ha vencido sobre el maligno, príncipe
de este mundo, pero todavía es preciso que todos los seres humanos se inclinen
hacia los dos únicos caminos que pueden ser transitados: la senda de Cristo o
la avenida de Satanás. Pero cuando Cristo demuestre en su parusía que Él, el
Espíritu Santo y el Padre son uno, el desenlace final de la vieja tierra dejará
al descubierto quién es el que realmente manda. Ya no habrá lugar para aquellos
que, insensatamente, piensan que cada cual tiene su dios, o que hay un dios con
mil nombres y características distintas, solamente con el pensamiento de que
así son tolerantes, generosos y respetuosos. Jehová, Yo Soy el que Soy, el
único e incomparable Señor del universo, desvanecerá definitivamente cualquier
intento por banalizarlo.
Tú y yo, como hermanos en Cristo,
conciudadanos de la Nueva Jerusalén, entraremos en ella para vivir eternamente
junto a Dios. Los desniveles y los abismos serán allanados para que todo aquel
que ha depositado su confianza en Cristo pueda acceder a la ciudad sin ningún
tipo de barreras. Desde el norte en Geba hasta el sur en Rimón, Israel será una
planicie que hará destacar a la Nueva Jerusalén en sus alturas, de tal modo que
todos cuantos quieren adorar al Señor por siempre no necesitarán de GPS o de
brújula para llegar a ella. Toda ella será habitada por creyentes de todos los
siglos y épocas, y el encuentro fraternal del que seremos partícipes superará
con creces cualquier sueño que podamos haber tenido al respecto. De una puerta
a la otra, de norte a sur, toda Jerusalén bullirá de gozo y expectación, de
adoración y alegría inconmensurable. Será nuestro hogar y el hogar de Moisés,
de Abraham, de Jacob, de David y Daniel, de Pedro y de Pablo, de Elías y
Esteban. ¡Qué gran iglesia se juntará dentro de las murallas de la Nueva
Jerusalén! No hay imaginación posible para considerar nuestro encuentro
congregacional en ese día increíble y emocionante. La maldición del pecado,
esto es, la muerte y el infierno, dejarán de importarnos al fin, porque nuestra
ciudadanía será una ciudadanía confiada, segura y firme en Cristo. El dolor, la
pena y el sufrimiento desaparecerán definitivamente de nuestro diccionario
celestial.
2. LOS DOS DESTINOS ETERNOS
Tal será la fiesta que nos espera en los
cielos, en la Nueva Jerusalén de Dios, que nunca se cansará nuestra voz de
alabar y bendecir su nombre. Por el contrario, aquellos que no desean rendir
homenaje y latría a Dios, verán secarse su espíritu y boca en el infierno de
fuego y azufre: “Y todos los
que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año
en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de
los tabernáculos. Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no
subieren a Jerusalén para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, no vendrá
sobre ellos lluvia. Y si la familia de Egipto no subiere y no viniere, sobre
ellos no habrá lluvia; vendrá la plaga con que Jehová herirá las naciones que
no subieren a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Esta será la pena del
pecado de Egipto, y del pecado de todas las naciones que no subieren para
celebrar la fiesta de los tabernáculos.” (vv. 16-19)
Del mismo modo que los peregrinos judíos
subían a la Jerusalén terrenal para celebrar la fiesta de los tabernáculos, así
acudirán todos aquellos creyentes de todas las naciones y épocas históricas
para disfrutar de la presencia eterna de Dios en medio de ellos en la Nueva Jerusalén.
El simbolismo de estas fiestas tenía que ver con el tiempo en el que, mientras
estábamos en la tierra habitamos físicamente en tabernáculos de carne, hueso y
pellejo, frágiles y efímeras cabañas que contenían nuestro espíritu. Pero con
la manifestación definitiva de la soberanía de Dios, estas cabañas y
tabernáculos dejarían de tener significado, dado que en Cristo y su ciudad
santa obtendríamos justamente la liberación de nuestras ataduras mundanales y
un nuevo tabernáculo corporal glorificado y perfecto. Teniendo el aspecto que
deberíamos tener sin la acción degeneradora del pecado en nuestras existencias,
será una sensación fabulosa que no podemos esperar poder experimentar en el
cielo.
Sin embargo, aquellos individuos que han
optado por deshonrar el nombre de Dios y por despreciar la fiesta de Dios
sufrirán en sus carnes y en sus gargantas el resultado de su incredulidad y
menosprecio. Si recordamos al personaje del rico sin nombre que clama a voz en
grito para recibir, aunque sea una gota de agua que aplaque su sedienta laringe
en la parábola que Jesús contó, nos daremos cuenta de que lo peor que puede
hacer una persona es rechazar de plano la oferta de salvación de Dios. No les
importa haber perdido la batalla, no les importa haber sucumbido bajo la
poderosa mano de Dios, y no les importa que sus almas vayan directamente al
ardiente averno. Por lo tanto, no debería sorprendernos que Dios, el Rey de
reyes, deje áridos y polvorientos sus corazones. Cuando el agua de vida no
riega las vidas de una persona, no se puede esperar más que se amustie y muera
espiritualmente. Es triste comprobar cómo Dios ha dado multitud de
oportunidades a los que lucharon contra Él, y cómo han dilapidado estas
ocasiones entregándose en manos de Satanás y del pecado. Este es el amargo
contraste entre aquellos que decidieron seguir a Cristo y aquellos que
blasfemaron contra su Espíritu Santo: gozo y celebración versus sufrimiento y
llanto.
3. SANTOS EN LA CIUDAD SANTA
Para concluir el libro de Zacarías, el
autor quiere que entendamos el carácter de nuestras vidas una vez ya estemos en
la presencia del Señor a perpetuidad. Nuestra vida eterna será una vida
absoluta y plenamente santa, de consagración y obediencia, de adoración y
glorificación: “En aquel día
estará grabado sobre las campanillas de los caballos: SANTIDAD A JEHOVÁ; y las
ollas de la casa de Jehová serán como los tazones del altar. Y toda olla en
Jerusalén y Judá será consagrada a Jehová de los ejércitos; y todos los que
sacrificaren vendrán y tomarán de ellas, y cocerán en ellas; y no habrá en
aquel día más mercader en la casa de Jehová de los ejércitos.” (vv. 20-21) La santidad y la dedicación total a Dios será
nuestra cotidiana manera de vivir en los cielos. Todo aquello que existe en el
Reino de Dios es santo, desde las campanillas que adornan las riendas de los
caballos, objetos estéticos sin aparente carga consagradora, hasta las ollas,
utensilios triviales que hay en toda cocina, tendrán la consideración de
sagradas, hasta el punto de que la misma inscripción que corona el turbante de
los sumos sacerdotes, estará labrada en elementos sencillos y simples.
Todos seremos sacerdotes santos en la casa de Dios, y ante el estrado de
sus pies, todos los creyentes podremos tributar nuestra adoración de mil formas
y maneras diferentes. No hará falta ninguna clase de intermediario sacrosanto
para entrar en la presencia de Dios, puesto que en Cristo ahora ya no
necesitaremos la ayuda de vendedores y comerciantes que nos provean de los
animales para el sacrificio, o que cambien nuestra moneda nacional por la
moneda del templo. Tú y yo, junto a millones de otros hermanos en la fe, nos
presentaremos limpios y aprobados, justificados y santificados, puros y
refinados delante de nuestro Señor, sin obstáculos, sin barreras y sin
distracciones de ningún tipo. Al fin seremos santos como Dios es santo, y
nuestra ofrenda siempre será acepta delante de sus ojos de amor y gracia.
Mientras caminamos por esta tierra seremos imperfectos, aunque busquemos serlo
por amor de Cristo y con la ayuda del Espíritu Santo, pero cuando ya estemos en
la Nueva Jerusalén podremos sentirnos completos y satisfechos desde la santidad
de una vida eterna impresionante y feliz.
CONCLUSIÓN
Zacarías fue un privilegiado. Tuvo la oportunidad de volver a ver cómo
su pueblo retornaba a Jerusalén y a sus raíces tras setenta años de exilio.
Pudo contemplar la visión de una nación restaurada en el amor de Dios, refinada
por el Espíritu Santo y redimida por el perdón y la gracia divina. Y además puso
sus ojos en un porvenir glorioso y terrible a la vez, en el final de la
historia tal y como la conocemos en esta esfera de barro y agua que es la
tierra. Estoy seguro que su labor profética caló profundamente en los corazones
de aquellos que lo escuchaban, así como también tengo la certeza de que, en
aquel día en el que Cristo regrese para instaurar su reinado de amor y
justicia, estará dispuesto a contarnos la manera asombrosa en la que Dios lo
usó para su honra y para su gloria. La eternidad se extiende ante nosotros, y
ahora nosotros hemos de luchar con esperanza para resistir hasta el final
sujetos de la Palabra de Dios y en comunión como un pueblo redimido, refinado y
restaurado.
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