ABIMELEC




SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS Y LA VIDA DE ABRAHAM “ABRAHAM, EL PADRE DE LA FE”

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 20

INTRODUCCIÓN

       El ser humano por naturaleza suele ser reincidente. Se pega la costalada madre, tropieza y se parte los dientes, cae en un hoyo fangoso y se lamenta de su suerte, pero en cuanto tiene ocasión de volver a correr como un gamo tras su libidinoso deseo, en cuanto percibe que puede transitar de nuevo por el mismo camino que le llevó al odontólogo, y en cuanto que ve que tiene posibilidades de caminar por la misma senda repleta de agujeros y baches, lo hace. La mayoría de animales llegan a aprender rápidamente las consecuencias de sus actos instintivos, se retrotraen de sus intenciones cuando un obstáculo les para las patas, y entienden tras unas pocas intentonas que no pueden seguir haciendo lo mismo, puesto que el resultado de sus avances seguirá siendo el dolor o la reconvención. El ser humano no. Ya le puedes castigar, penalizar, amonestar o sermonear, que si atisba un resquicio por el que puede regresar a su vómito, lo hará menospreciando el coste de las repercusiones de sus acciones. Somos reincidentes, y si hubiese una palabra que pudiese agrandar el significado de ésta aplicado a la inclinación pecaminosa elevada a la enésima potencia, sería adjudicado a cada uno de los mortales que recorren la tierra.

      Según el Código Penal, la reincidencia es la reiteración de una misma culpa o defecto. Como concepto de derecho penal es un agravante de la responsabilidad criminal, aplicado al reo que reincide en cometer un delito análogo a aquél por el que ya ha sido condenado.” Si valoramos esta idea de la reincidencia, no podremos por menos que asumir que en muchísimas ocasiones reincidimos en determinados hábitos perniciosos, los cuales pueden procurarnos un placer momentáneo, pero que a la larga pueden constituirse en una auténtica esclavitud y en motivo de lamento y tristeza. El adagio tan manido de que el ser humano es el único animal que tropieza dos o más veces con la misma piedra apela a la experiencia histórica y cultural de toda la humanidad. En ocasiones da la impresión de que nos gusta en cierto modo pasarlo mal, como si de masoquistas se tratase. Metemos la pata hasta el corvejón, nos equivocamos una vez más, sabemos que por ahí no es conveniente ir y vamos, y a pesar de las advertencias, de los consejos y de las señales de peligro y riesgo, reincidimos vez tras vez en las mismas tendencias perversas y malignas.

1.      VUELTA LA BORRICA A LA CEBADA

       Abraham y Sara no eran ajenos a esta realidad espiritual y práctica. Recordamos desde el texto que hoy nos ocupa el episodio vivido en tierras egipcias, cuando el faraón toma por esposa a Sara con el beneplácito de su esposo Abraham. Y antes de que el soberano de Egipto consume su enlace nupcial con Sara, Dios le para los pies para revelarle la verdad del asunto, lo cual lo llena de indignación contra Abraham y Sara. El matrimonio podría haber aprendido la lección, podría haber reflexionado con el paso de los años sobre esta táctica de engaño, o podría haber tenido la decencia de no volver a emplear esta estratagema. Sin embargo, como ahora veremos, Abraham y Sara reinciden en recuperar esta estrategia en esta ocasión en la ciudad estado de Gerar. Como diría mi padre, “vuelta la borrica a la cebá.”

       No tenemos información de por qué Abraham traslada su campamento ubicado en el encinar de Mamre a la región comprendida entre Cades y Shur. ¿Pudiera ser que una nueva época de sequías y hambrunas asolasen Mamre? ¿Tenía algo que ver con la destrucción y devastación de centros importantes para la economía, la agricultura y el comercio como eran Sodoma y Gomorra? No lo sabemos. La cuestión es que recogen todos sus enseres y servidumbre y se dirigen a la frontera que existe entre Canaán y Egipto, muy cerca de la península del Sinaí. Allí encuentran un lugar desde el que poder encontrar lo necesario para sobrevivir habiendo cuenta de que a Abraham le estaba prohibido entrar en tierras egipcias a causa de su engaño de años atrás. Concretamente, se instalan en la ciudad de Gerar, una ciudad estado perteneciente a una confederación de pueblos filisteos sobre la que reinaba Abimelec: “Del lugar donde estaba partió Abraham a la tierra del Neguev, acampó entre Cades y Shur, y habitó como forastero en Gerar.” (v. 1)

       El autor de Génesis, antes de comenzar con la narrativa abrahámica, desea dejar clara una cosa: Abraham y Sara nunca han dejado de lado su plan de embaucar a aquellos dirigentes de naciones paganas cuando tuviesen que habitar en sus dominios. Es curioso comprobar que ya no se trata de una imposición unilateral de Abraham sobre Sara acerca de su verdadero estado civil: “Allí Abraham decía de Sara, su mujer: Es mi hermana. Entonces Abimelec, rey de Gerar, envió por Sara y la tomó.” (v. 2) Del mismo modo que había sucedido en Egipto, vuelve a ocurrir en Gerar. Tengamos en cuenta dos cosas: Sara ya había cumplido casi dos decenas de años desde entonces, y además estaba en estado de buena esperanza. A Abraham parece no importarle que suceda lo mismo de antaño y que un rey se prende de la belleza y el donaire de su esposa encinta. Tal es la cuestión, que Abimelec, “Mi padre es rey,” no duda en acudir a Abraham, el “hermano” de Sara, para concertar el matrimonio. Después de los tira y afloja entre ambos por la dote, Abraham, con el visto bueno de Sara, la entrega a Abimelec. La practicidad por encima de todo, y la desconfianza en el poder provisorio de Dios de nuevo salta a la palestra.

2.      LA PESADILLA DE DIOS

       Dios no iba a permitir que la situación se consumara, poniendo en riesgo la continuidad del pacto que Dios había hecho con Abraham. Por ello, del mismo modo que en la narrativa egipcia, Dios inicia un plan para desfacer el entuerto. Todo ello pasa por una revelación divina que descubriese la farsa: “Pero Dios vino a Abimelec en sueños, de noche, y le dijo: «Vas a morir a causa de la mujer que has tomado, la cual es casada y tiene marido.»” (v. 3) Mientras Abimelec descansaba y soñaba con un futuro perfecto junto a su amada futura esposa, el Señor habla desde la dimensión onírica con el fin de declararle la realidad de las cosas. Dios es tajante y rotundo en su mensaje: Abimelec es reo de muerte. ¿La razón? Que se ha comprometido con una mujer casada. “¿Casada? ¿Cómo es eso?,” se preguntaría mentalmente Abimelec mientras un sudor frío recorría su espina dorsal. “Pero como Abimelec no se había llegado a ella, le respondió: «Señor, ¿matarás también al inocente?¿No me dijo él: “Mi hermana es”, y ella también dijo: “Es mi hermano”? Con sencillez de mi corazón y con limpieza de mis manos he hecho esto.»” (vv. 4-5) Abimelec estaba estupefacto y desconcertado. “A mí Abraham y Sara me dijeron que eran hermanos, y nada me dijeron sobre que estaban casados. A mí que me registren. Yo no era conocedor de esta circunstancia, por lo que no merezco morir. Mis intenciones eran puras y nobles, ¿por qué habría yo de perecer a causa de una sarta de mentiras y engaños?”  Abimelec apela a la justicia divina, algo que nos debe dar que pensar acerca del temor que, incluso personas de otras creencias religiosas, tenían hacia el Señor.

       Menos mal que Abimelec no había consumado su compromiso con Sara en el tálamo nupcial, porque entonces las cosas hubiesen sido bien distintas. Abimelec señala a Abraham y a Sara como urdidores de una añagaza mayúscula que había puesto en juego su real cuello. Ellos son los que deben ser juzgados por su aranera intención. Del mismo modo en que el faraón abogó por mostrar su dignidad y altura moral, Abimelec hace otro tanto. Se considera a sí mismo como una persona sencilla, sincera y de puras intenciones, algo que Dios parece considerar y pesar en esta ocasión como puntos a su favor a la hora de establecer un mecanismo de justicia y resarcimiento: “Le dijo Dios en sueños: «Yo también sé que con integridad de tu corazón has hecho esto. Y también yo te detuve de pecar contra mí; por eso no permití que la tocaras. Ahora, pues, devuelve la mujer a su marido, porque es profeta y orará por ti para que vivas. Pero si no la devuelves, debes saber que de cierto morirás tú, y todos los tuyos.»” (vv. 6-7) Dios conoce el interior de Abimelec y confirma que su afecto por Sara es genuino. Sus acciones no han sido acompañadas de avasallamiento, violencia o coacción. Todo se había organizado según los usos y costumbres y nada reprocha Dios en este sentido a Abimelec.  

     Es precisamente a causa de la rectitud de la disposición moral de Abimelec, que Dios detiene un compromiso conyugal que podría haber trastocado la línea directriz del plan salvífico divino. Abimelec debe devolver a Sara a Abraham, sin ideas de vendetta por la engañifa, ni represalias por el mal trago que ha tenido que pasar el rey de Gerar. Además, debe rogar a Abraham, ahora en calidad de profeta, que interceda por él y por su casa, de modo que cualquier castigo impuesto por Dios sobre su corte sea inmediatamente retirado. Es interesante observar que el primer uso de la palabra “profeta” que se hace en la Biblia es precisamente aquí. Abraham se convierte en vocero de Dios, en intermediario entre el cielo y la tierra, en valedor de la humanidad ante el Señor del universo. Solo a través del canal de Abraham, Dios podría favorecer graciosamente a Abimelec, incluso a pesar de que el damnificado principal era éste y no Abraham. 

3.      EXCUSAS DE UN COBARDE

        Abimelec, todavía con el miedo en el cuerpo y con el corazón roto, se levanta ipso facto para cumplir con lo requerido por Dios, no sin antes compartir esta revelación con todos los que conforman su corte real: “A la mañana siguiente se levantó Abimelec y llamó a todos sus siervos. Contó todas estas cosas a oídos de ellos, y los hombres sintieron mucho temor. Después llamó Abimelec a Abraham y le dijo: —¿Qué nos has hecho? ¿En qué pequé yo contra ti, que has atraído sobre mí y sobre mi reino tan gran pecado? Lo que no debiste hacer, has hecho conmigo. Dijo también Abimelec a Abraham: —¿Qué pensabas al hacer esto?” (vv. 8-10) El temor reverente preside todos los preparativos necesarios para restituir a Sara a su esposo Abraham. Mientras tanto, Abimelec quiere tener un careo con Abraham. Necesita comprender qué pasaba por la mente del matrimonio hebreo para liarla tan parda. Abraham es citado para comparecer ante el rey, y lo haría con un pavor nervioso de aúpa, presintiendo tal vez que iba a recibir el merecido por su imprudencia. Abimelec reprocha a Abraham su comportamiento tan poco honorable, y le pide explicaciones. ¿Qué le había hecho él para que la desgracia se cebase en su familia? ¿Por qué no había hecho nada para impedir que pudiese incurrir en un delito flagrante e ignominioso cuyas consecuencias funestas iban a afectar a toda la nación? Abraham no era desconocedor de que moralmente dar el visto bueno a una relación adúltera era algo que ni los paganos estaban dispuestos a permitir o consentir. Entonces, ¿por qué se le pasó por la mente dejar que todo pasara sin mostrar ni un ápice de valentía y sinceridad?

       Abraham intenta excusarse y justificarse muy pobremente, la verdad: “Abraham respondió: —Dije para mí: “Ciertamente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi mujer.” Pero ella a la verdad es también mi hermana, hija de mi padre, aunque no hija de mi madre, y la tomé por mujer. Cuando Dios me hizo salir errante de la casa de mi padre, yo le dije: “Te pido este favor: En todos los lugares adonde lleguemos, dirás de mí: ‘Es mi hermano.’”” (vv. 11-13) Con un morro que casi se lo pisa, Abraham trata de ser eximido de su responsabilidad y del alcance de las posibles consecuencias de sus actos. Notemos que el inicio de su discurso eximente se refiere a su meditación individual y no a buscar el consejo de Dios, el cual seguramente quitaría de su cabeza cualquiera de las triquiñuelas que el miedo iba a sugerirle para resolver su probable problema.

         Su primera excusa es que Gerar era un lugar pagano e idólatra, y que como en algunas naciones en las que no existe reconocimiento por Dios, las costumbres podrían ser inmorales, hasta el punto de que, en razón de la belleza de su esposa Sara, podría ser eliminado para que los poderosos del lugar tuviesen vía libre para casarse con una viuda. Básicamente está diciendo a Abimelec que existía la posibilidad de que, como era un idólatra, podría arrebatarle a su esposa sin miramientos ni escrúpulos de ninguna clase. De nuevo, el reincidente Abraham vuelve a desconfiar de la protección de Dios.

       La segunda excusa de Abraham versa sobre que él en realidad no ha mentido a Abimelec. A la pregunta de qué lazo unía a Sara con Abraham, ambos fueron veraces al contestar que eran hermanos. Era común en la Mesopotamia donde se ubicaba la ciudad de Ur, casarse endogámicamente con familiares que no fuesen estrictamente directos, como en el caso de dos medio-hermanos, para mantener las propiedades y terrenos dentro del mismo clan familiar. El matiz que aporta Abraham es que nadie les preguntó si eran marido y mujer. Toma castaña. La cuestión no es que mintiera, sino que no dijo toda la verdad. Este subterfugio abrahámico le daba carta blanca para evitar en la medida de lo posible cualquier asomo de amenaza a su integridad física. 

       Y la tercera excusa de Abraham tiene que ver con que este era un plan consensuado entre Sara y él. Era una táctica habitual que empleaban cuando, en su travesía errante, se asentaban en territorios donde el nombre de Dios no era conocido o no era tenido en consideración. Era una promesa que se habían hecho mutuamente, y visto el resultado que les dio en Egipto, no les había ido nada mal en lo patrimonial y en lo material. Con estas tres peregrinas justificaciones Abraham pretende convencer al rey Abimelec, utilizando la pena del victimismo y la carta de la fidelidad conyugal en su propio beneficio. ¿Se tragaría Abimelec todas estas explicaciones?

4.      NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA

       Pues parece que, o a Abimelec le convenció esta cadena de razonamientos, o quería solventar esta papeleta lo antes posible y sin resentimientos: “Entonces Abimelec tomó ovejas y vacas, siervos y siervas, se los dio a Abraham y le devolvió a Sara, su mujer. Y dijo Abimelec: —Mi tierra está delante de ti; habita donde bien te parezca. Y a Sara dijo: —He dado mil monedas de plata a tu hermano; mira que él es para ti como un velo ante los ojos de todos los que están contigo, y así quedarás justificada.” (vv. 14-16) De igual forma que sucedió en Egipto con el faraón, Abimelec colma a Abraham con regalos y mercedes. La diferencia aquí es que, el faraón los expulsó de Egipto, pero Abimelec les ofrece un lugar en el que puedan habitar dentro de los límites de Gerar. Todo son facilidades. Pero no todo iba a ser beneficios para Abraham el práctico, sino que Abimelec, posiblemente imbuido de un amor que todavía tardaba en borrarse de su alma, se prodiga en atenciones para con Sara. La prueba son las mil monedas o shekels que aporta a Abraham para deshacer el compromiso que habían contraído. Si el precio o dote de una doncella era en aquel entonces de cincuenta shekels, imaginaos el aprecio que Abimelec tenía por Sara al apreciarla y valorarla en veinte veces más que al resto de mujeres que había conocido jamás. Nadie más posaría su mirada sobre Sara sin saber que estaba unida matrimonialmente con Abraham, y nadie codiciaría su belleza para arrebatársela a su marido. 

       Con todo a su favor, Abraham cumple con su función profética e intercede a Dios en beneficio de Abimelec y toda su familia: “Entonces Abraham oró a Dios, y Dios sanó a Abimelec, a su mujer y a sus siervas, las cuales tuvieron hijos, porque Jehová, a causa de Sara, mujer de Abraham, había cerrado completamente toda matriz de la casa de Abimelec.” (vv. 17-18) A pesar del error garrafal de Abraham en confiar más en su capacidad intelectual que en Dios, y a pesar del grado de reincidencia demostrado en esta ocasión, Dios escucha su plegaria. Dios ha arreglado lo que el ser humano ha estropeado por enésima vez. La esposa de Abimelec y el resto de esposas de sus siervos volvieron a tener la posibilidad de seguir fructificando y prosperando después de una época de infertilidad y esterilidad que podía haber puesto en claro riesgo la dinastía de los reyes de Gerar. ¿Aprenderían Abraham y Sara la lección después de este incidente? Tal vez. No obstante, su futuro hijo volverá a recoger el testigo de la artimaña de sus padres para evitar justamente perder a su amada Rebeca.

CONCLUSIÓN

       El Señor, en su revelación especial podría haber obviado capítulos de la índole del que hemos analizado. Podría haber dejado a Abraham y a Sara con la mácula de su incidente en Egipto y listo. Pero Dios, como siempre que nos habla a través de su Palabra, quiere que aprendamos de nosotros mismos, de nuestros miedos, de lo lejos que podemos llegar cuando queremos salvar nuestro pellejo, y de las urdimbres que somos capaces de tramar cuando deseamos algo sin contar con Dios. La reincidencia de Abraham y Sara nos demuestra que, hasta los personajes más devotos y espiritualmente encumbrados pueden volver a incurrir en errores que supuestamente debían haberles llevado a intentar eludir a causa de las repercusiones pasadas. Si somos sinceros y no nos engañamos a nosotros mismos, nuestra vida es muy semejante a la de Abraham y Sara, dejándonos llevar por el temor en lugar de por los consejos de la Palabra de Dios, justificar nuestros actos con medias verdades en lugar de ser veraces al ciento por ciento, y tratar de salir airosos de un panorama sombrío sin prever las consecuencias y sin recurrir a la inestimable y sabia dirección del Señor.

       Ante la reincidencia en nuestros pecados, debemos optar por buscar las fuerzas para superar esta clase de hábitos tóxicos en Dios y solo en Él. Y si volvemos a sucumbir ante la misma tentación, Dios está a una oración de arrepentimiento y confesión para perdonarnos y restaurarnos. Agravar más nuestra situación pecaminosa no nos va a deparar nada bueno, y lo sabemos, por lo que nuestra mejor baza es resistir ante las asechanzas del maligno, traer a nuestro pensamiento las lecciones recibidas por yerros pretéritos, poner nuestra fe en el modelo de Cristo y dejarnos moldear por la operación santificadora del Espíritu Santo. No seamos como Abraham y Sara, sino confiemos siempre en que la verdad nos hará libres y en que Dios nos protegerá y salvará cuando las crisis nos azoten con saña.



      

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