DESTRUCCIÓN




SERIE DE ESTUDIOS EN GÉNESIS SOBRE LA VIDA DE ABRAHAM “ABRAHAM, EL PADRE DE LA FE”

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 19:1-29

INTRODUCCIÓN

        La erupción del Vesubio en el año 79 arrasó y destruyó por completo las ciudades de Pompeya y Herculano. Lluvias sulfurosas, lava incandescente, cenizas volcánicas, gases tremendamente tóxicos y una granizada de grandes pedazos de piedra pómez acabaron con la vida de alrededor de cinco mil personas en solo un instante. Aquel que desee visitar estas dos ciudades devastadas todavía podrá comprobar cómo muchas de las personas que en aquel momento hacían una vida normal y cotidiana, sucumbieron por sorpresa bajo la ardiente ira de la tierra. Los moldes de ceniza y lava endurecida todavía siguen siendo un fiel testimonio de la terrible cólera del volcán, los gestos paralizados de las víctimas nos dan a entender en qué situación se hallaba cada persona, y los edificios derrumbados nos hablan de la dureza de las condiciones en las que estas dos ciudades se hallaron cuando el Vesubio vomitó desde sus profundidades muerte y aniquilación.

       Esta es solo una más de las catástrofes naturales que han marcado indeleblemente la memoria humana. A lo largo de la historia, decenas de cataclismos han sembrado el mundo de tristeza, calamidades y tragedia. Y casi todos ellos han ocurrido justamente cuando menos la población que los ha padecido ha pensado. De súbito, la amenaza se convierte en una realidad y miles de personas mueren sin apenas tener tiempo de encontrar un refugio en el que guarecerse o un lugar en el que hallarse sanos y salvos. A menudo, estas horribles experiencias han sucedido en parajes que no reunían las condiciones necesarias para afrontar estos peligros, o en localizaciones que temerariamente se han colonizado sin contar con los posibles riesgos geológicos. Contemplar los efectos que causa una catástrofe natural suele ponernos un nudo en la garganta, y en la mayoría de casos, nos provoca a reflexionar sobre hasta qué punto estamos exentos justo donde estamos de cualquier manifestación abrupta de las fuerzas de la naturaleza.

1.      LOT EL HOSPITALARIO

      La historia que hoy nos ocupa, también es la historia de dos ciudades que no son conscientes de lo que se les viene encima. Dos ciudades florecientes en lo tocante a la economía y a las comodidades cosmopolitas, pero que moral y éticamente estaban en las antípodas de lo que significaba la justicia y el bien. Estas dos ciudades, como seguramente ya habrás adivinado, eran Sodoma y Gomorra. En el estudio anterior asistimos a un regateo memorable entre Abraham y el mismísimo Dios. Abraham intentó por todos los medios, hasta el final, lograr que Dios no consumiese con juicio y fuego estas dos ciudades a las que se dirigían dos mensajeros angélicos de parte de Dios para rescatar a las tres únicas personas que habían hallado gracia ante sus ojos. Lógicamente, tras apurar todas las opciones, Abraham pudo darse cuenta rápidamente de que estas dos ciudades merecían en justicia ser raídas de la faz de la tierra, aunque el pesar se instalase en su corazón. Una vez Dios marcha de la presencia del patriarca, una nueva narrativa paralela se sucede en las personas de los ángeles de Dios.

       Recordemos que, después de pactar con Abraham su separación territorial, Lot había extendido sus tiendas hasta alcanzar Sodoma. Allí, aparte de haber sido convertido en preso de guerra y liberado poco tiempo después por su tío Abraham, parece que había estado echando raíces: Llegaron, pues, los dos ángeles a Sodoma a la caída de la tarde; y Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma. Al verlos, Lot se levantó a recibirlos, se inclinó hacia el suelo y les dijo: —Ahora, mis señores, os ruego que vengáis a casa de vuestro siervo para alojaros y lavar vuestros pies. Por la mañana os levantaréis y seguiréis vuestro camino. Ellos respondieron: —No, esta noche nos quedaremos en la calle. Pero Lot porfió tanto con ellos que fueron con él y entraron en su casa. Allí les hizo banquete, coció panes sin levadura y comieron.” (vv. 1-3) Mientras Abraham dialogaba con Dios, los ángeles, en su forma humana, descienden al Valle del Jordán con el objetivo de salvar del juicio venidero a los familiares de Lot. Ya estaba atardeciendo cuando al fin arriban a las impresionantes puertas y murallas de Sodoma. Y justo, sentado junto a la puerta principal de la urbe, estaba Lot.

      ¿Por qué Lot estaba a esas horas sentado en la puerta de Sodoma? Aparentemente, Lot se había convertido en alguien de notable influencia en la ciudad, y normalmente, en aquella época y cultura, el uso que se tenía a la hora de encontrar consejo, de dirimir pleitos y administrar justicia, o de negociar y comerciar, era que los más ancianos y entendidos se encontrasen diariamente en este lugar concreto de la ciudad. También es posible que, dada la categoría controvertida de las gentes sodomitas, Lot estuviese allí para atender convenientemente a los viajeros y transeúntes que quisieran pernoctar en Sodoma. Siendo como era el único justo en una sociedad especialmente perversa y maliciosa, Lot se convertía en una especie de luminar y faro que podía ayudar a evitar males mayores a los que por allí pudiesen pasar. Por eso, cuando divisó a los ángeles, fue el primero en correr hasta alcanzarlos y el primero en ofrecerles su hospitalidad. Nada más llegar a su altura, y tal como mandan los cánones de la hospitalidad, se prosternó mostrando humildemente su disposición para llevarlos a su hogar y disfrutar de asueto y albergue. Del mismo modo que Abraham, Lot tenía a gala perseverar en el arte del acogimiento, a diferencia, como veremos después, del resto de habitantes de Sodoma. 

     La respuesta de los visitantes es realmente sorprendente y desconcertante. En primera instancia no desean ser acogidos por Lot. ¿Acaso era una manera de probar hasta qué punto el deseo de invitarlos al pan y a la sal era algo sincero y genuino? ¿Pretendían comprobar si Lot demostraba ser ese único justo entre tanto injusto? El caso es que Lot no dejó que siguiesen su camino, rondando por las callejuelas de la ciudad, y siendo diana del espíritu depravado que exhalaba toda una sociedad entregada al mal y a la oscuridad de deseos desenfrenados y oscuros. Les pidió por activa y por pasiva que no desdeñaran su ofrecimiento, no dejó de gesticular mientras les explicaba los riesgos a los que se enfrentaban si querían deambular por las arterias de la ciudad, y al final, tras tanto insistir e insistir, dieron su brazo a torcer y acompañaron a Lot a su casa. En un entorno saludable y seguro, Lot desplegó la alfombra roja de su hospitalidad, manifestando la diferencia existente entre la sencillez y frugalidad del campo en el que comieron ese día, y la comodidad y abundancia de la ciudad de la cena. Un gran banquete se preparó para recibir con dignidad y alegría a los huéspedes, y tras cenar y conversar durante un buen rato, el cansancio comenzaba a hacer de las suyas en todos. 

2.      SODOMITAS Y VIOLADORES

      Cuando ya todo parecía solucionado, cuando Lot suspiraba aliviado al constatar que dentro de su hogar estos visitantes ya podían descansar tranquilos y seguros, y cuando ya se estaban preparando los lechos en los que iban a dormir los invitados, una secuencia brutal de golpes en la puerta de su casa resonó amenazante: “Pero, antes que se acostaran, rodearon la casa los hombres de la ciudad, los varones de Sodoma, todo el pueblo, desde el más joven hasta el más viejo. Y llamaron a Lot, gritando: —¿Dónde están los hombres que vinieron a ti esta noche? Sácalos, para que los conozcamos.” (vv. 4-5) Voces destempladas y gritos que denotaban un cierto grado de violencia regada de alcohol rompieron el silencio de la noche. Una multitud formada exclusivamente por hombres se había arremolinado en torno a la casa de Lot, y no parecían tener muy buenas intenciones que digamos. Allí estaban todos sus vecinos varones, jóvenes, niños, adultos y ancianos, con ganas de liarla parda y de provocar un altercado de dimensiones enormes. La exigencia generalizada de esta horda de perversos pecadores no era ni más ni menos que Lot sacase afuera, lejos del entorno de hospitalidad, a los visitantes.

      No sabemos si los ángeles eran de buen parecer o si eran hermosos en su apariencia física. Creo que eso no tiene tanta importancia cuando las ansias de transgredir las normas de convivencia y el deseo de consumar acciones realmente repugnantes y deleznables. Fuese por la razón de su aspecto estéticamente atrayente, o fuese por la novedad que procuraba el hecho de ser personas desconocidas a las que había que probar sexualmente hablando, el caso es que todos los sodomitas demandan que los ángeles les fueran entregados para “conocerlos.” Por supuesto, no estamos hablando de que esta tropa de personajes lujuriosos tuviese curiosidad por saber datos e información de estos dos seres angélicos. No buscaban ser sus amigos, intercambiar sus números de teléfono o solicitarles cualquier credencial que les identificase o que les dijese de dónde procedían. La palabra hebrea para “conocer” significa principalmente “tener relaciones sexuales.” Lógicamente, si los varones sodomitas querían tener sexo con estos dos visitantes, esto iba a consistir en una violación homosexual en toda regla, algo que Dios no aprueba y que considera abominable por ser una actividad sexual contra natura y además agravada por la violencia y el no consentimiento de los transeúntes.

        ¿Qué hacer en una tesitura así? Las cosas se estaban poniendo muy feas para Lot y para sus huéspedes. Tras pensar un poco, Lot escoge apelar a cualquier poso de moral o conciencia en aquellos que aporrean su puerta: “Entonces Lot salió a ellos a la puerta, cerró la puerta tras sí y dijo: —Os ruego, hermanos míos, que no hagáis tal maldad. Mirad, yo tengo dos hijas que no han conocido varón; os las traeré y podréis hacer con ellas lo que bien os parezca; solamente que a estos varones no les hagáis nada, ya que han venido al amparo de mi tejado. Ellos respondieron: —¡Quítate de ahí! Y añadieron: —Vino este extraño para habitar entre nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez? Ahora te trataremos peor que a ellos. Enseguida comenzaron a forcejear con Lot, y se acercaron para romper la puerta.” (vv. 6-9) 

        Lot, con rapidez y valentía, sale al exterior de su casa para enfrentarse a los requerimientos de la enfurecida muchedumbre. Con su persona entre los sodomitas y la seguridad de su hogar, ruega en primer lugar que respeten las leyes no escritas de la hospitalidad y que se retiren a sus casas. El apóstol Pedro recoge la clase de persona que era Lot y su actitud para con las prácticas abyectas de los sodomitas: “También condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente. Pero libró al justo Lot, abrumado por la conducta pervertida de los malvados, (pues este justo, que habitaba entre ellos, afligía cada día su alma justa viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos). El Señor sabe librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio.” (2 Pedro 2:6-9) La expresión “hermanos míos” intenta hacerles ver que él es uno de los suyos, un vecino más que cohabita con ellos en paz y serenidad. Al comprobar que la vociferación no aminoraba y que la furia tumultuosa de la multitud seguía aumentando de nivel, Lot, imprudentemente, escoge dar prioridad a la hospitalidad sobre la familia.

       Lot, en una decisión desesperada y ciertamente poco meditada, anuncia a los sodomitas que, con tal de velar por el cumplimiento de las reglas hospitalarias, es capaz de entregarles a sus dos hijas, las cuales son vírgenes, a cambio de que dejen de importunar con sus peticiones homosexuales. Lot sabía lo que podía ocurrir con sus hijas si las ofrecía como sacrificio por la integridad física de sus visitantes. Si la inmoralidad había cundido en las entrañas de la sociedad sodomita, si la inclinación homosexual y la violación se habían convertido en algo notorio y consentido a nivel local, y si la desviada libido de los hombres estaba desenfrenada y desbocada, las dos hijas vírgenes de Lot podían considerarse mujeres muertas. Sin embargo, la respuesta que recibe de parte de estos patanes y granujas es negativa. Ellos no quieren participar de algo de lo que ya gozan diariamente; quieren desfogarse con unos desconocidos inocentes. Y para enfatizar el nulo caso que hacen a Lot, le increpan señalando que nunca sería parte de la ciudad, que nunca serían hermanos ni vecinos, que él era un extranjero, un extraño, un advenedizo. ¿Quién era Lot para decirles lo que debían o no hacer? La moralidad la definían ellos, no un despreciable arribista foráneo. Y en esas, agarran a Lot para cebarse con él antes de entrar sin consideraciones ni contemplaciones en su hogar para completar su meta de forzar sexualmente a los ángeles.

       Menos mal que los visitantes echan mano de Lot para introducirlo de nuevo en la casa, porque si no, seguramente hubiese corrido una suerte vergonzante y dantesca: “Pero los huéspedes alargaron la mano, metieron a Lot en la casa con ellos y cerraron la puerta. Y a los hombres que estaban a la puerta de la casa los hirieron con ceguera, desde el menor hasta el mayor, de manera que se fatigaban buscando la puerta.” (vv. 10-11) Los ángeles sabían perfectamente que no es posible dialogar con personas obsesionadas por conseguir que sus pasiones encendidas sean satisfechas al precio que sea. A veces, la diplomacia no funciona, y lo mejor es prepararse para lo peor, estableciendo una estrategia de confusión que ayude a huir de la problemática, y seguir respirando para vivir un nuevo día. Los ángeles, conocedores de antemano de la ralea que podía recibirlos al llegar a Sodoma, poseen la potestad de trasladar la ceguera espiritual a la mirada de las personas, e inducen a todos los componentes de la turbamulta una oscuridad absoluta. Allí están todos, chicos y grandes, tambaleándose de un lado a otro, chocando con el compañero, pero no sin dejar de despotricar contra Lot, no sin cejar en su empeño de conseguir entrar en su vivienda para violar a los dos ángeles. Así son las personas, capaces de seguir en sus trece, aun a pesar de saber que nada pueden hacer por solventar sus necesidades y caprichos.

3.      ¡HUID!

       Lot, todavía atolondrado y sofocado por el episodio agresivo de sus convecinos, no sabe muy bien qué hacer. Los ángeles son entonces los encargados de planificar la huida de este impúdico lugar y poner a salvo a la familia de Lot: “Después dijeron los huéspedes a Lot: —¿Tienes aquí alguno más? Saca de este lugar a tus yernos, hijos e hijas, y todo lo que tienes en la ciudad, porque vamos a destruir este lugar, por cuanto el clamor contra la gente de esta ciudad ha subido de punto delante de Jehová. Por tanto, Jehová nos ha enviado a destruirla. Entonces salió Lot y habló a sus yernos, los que habían de tomar sus hijas, y les dijo: —¡Levantaos, salid de este lugar, porque Jehová va a destruir esta ciudad! Pero sus yernos pensaron que bromeaba. Y al rayar el alba los ángeles daban prisa a Lot, diciendo: —Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que se hallan aquí, para que no perezcas en el castigo de la ciudad.” (vv. 12-15) 

      Los ángeles conminan a Lot a que reúna a toda su familia, tanto la consanguínea como la política, y sus bienes más preciados. Al fin, los ángeles declaran a Lot quiénes son en realidad y cuál es el cometido que tienen al estar allí en su hogar. Van a destruir las ciudades del Valle del Jordán a causa de su maldad innombrable e incalculable. Dios ha juzgado que los seres humanos que viven en estas ciudades perversas reciban su merecido de una vez por todas. Lot, todavía descolocado por la revelación de los ángeles y por el juicio sumario de Dios, corre a toda pastilla en busca de sus yernos, los prometidos de sus hijas, y así advertirles de la que se venía encima. La reacción de éstos es la esperada por parte de personas que no creen en Dios y que se unen a las mismas francachelas y orgías de sus conciudadanos sin pensar en las consecuencias de sus actos. Se burlan de Lot y consideran que todo lo que Lot les está diciendo es una patraña o una burla. Se jactan de que es imposible que la muerte se apodere de cada calle de la ciudad. Son el mejor lugar del mundo y sus murallas resistirán cualquier ataque o sentencia divina. Ni siquiera hacen algo por acompañar a sus prometidas, pensando que Lot estaba un poco mal de la cabeza. Daba igual que intentase razonar con ellos, convencerlos de mil maneras distintas, persuadirlos de lo que se avecinaba en el horizonte; ellos no tomaron en serio el veredicto de Dios para Sodoma y Gomorra. En vista de que Lot se demoraba demasiado intentando que sus yernos se uniesen a la partida, le urgen a que tome a su esposa y dos hijas y que salgan ya mismo de Sodoma.

       La inminencia de la tormenta hacía que los ángeles pugnaran por apresurar los pasos de Lot y de su breve familia: “Como él se demoraba, los varones los asieron de la mano, a él, a su mujer y a sus dos hijas, según la misericordia de Jehová para con él; lo sacaron y lo pusieron fuera de la ciudad. Cuando ya estaban fuera, le dijeron: —Escapa por tu vida; no mires atrás ni te detengas en ningún lugar de esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas. Pero Lot les dijo: —No, yo os ruego, señores míos. Vuestro siervo ha hallado gracia en vuestros ojos y habéis tenido mucha misericordia conmigo al salvarme la vida, pero no podré escapar al monte, no sea que me alcance el mal y muera. Cerca de aquí hay una pequeña ciudad, a la cual puedo huir. Dejadme ir allá (¿no es en verdad pequeña?) y salvaré mi vida. Uno de ellos le respondió: —También he escuchado tu súplica sobre esto, y no destruiré la ciudad de que has hablado. Date prisa y escápate allá, porque nada podré hacer hasta que hayas llegado. Por eso fue llamado Zoar el nombre de la ciudad. El sol salía sobre la tierra cuando Lot llegó a Zoar.” (vv. 16-23)

        No sé si Lot era consciente de lo que iba a acontecer en apenas unas horas, cuando rayase el alba. Me hago esta pregunta porque Lot, en lugar de seguir las instrucciones angélicas, propone un trato a sus salvadores. Los ángeles le indican que deben huir a las montañas para permanecer a salvo de la destrucción venidera, ya que esta sería descargada sobre toda la llanura del Valle del Jordán sin excepciones. Sin embargo, Lot, no sabemos si por el hecho de negarse de algún modo a renunciar a la vida urbana y sus beneficios materialistas, pide a los ángeles que, en lugar de marchar hacia los montes, pueda residir en una mini-Sodoma: Zoar. Aunque en las órdenes de los ángeles va implícita la idea de que todo debe ser dejado atrás, y que la nostalgia por lo que se pierde no traerá buenas consecuencias, Lot cree que no tendrá tiempo para guarecerse en las alturas de los montes, que será aniquilado junto al resto de los habitantes de la llanura, y, por lo tanto, aunque reconoce la gracia y la misericordia de Dios en su rescate, desconfía en cierta manera de la protección y fidelidad de Dios. El Señor escucha la oración de Lot y transige prometiendo que únicamente la pequeña ciudad de Zoar estará a salvo del juicio divino. Ahora sí, con la perspectiva de un cataclismo extraordinario en ciernes, Lot logra llegar a Zoar, justo cuando el sol comienza a desperezarse para recorrer el orbe, para ser testigo de un acontecimiento sobrecogedor y pavoroso.

4.      DESTRUCCIÓN Y SAL

       Podemos intentar imaginarnos qué vio y escuchó Lot desde la privilegiada plataforma de Zoar cuando la ira de Dios se abatió justamente sobre las ciudades de Sodoma y Gomorra: “Entonces Jehová hizo llover desde los cielos azufre y fuego sobre Sodoma y sobre Gomorra; y destruyó las ciudades y toda aquella llanura, con todos los habitantes de aquellas ciudades y el fruto de la tierra. Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal.” (vv. 24-26) Muchos han intentado explicar natural y científicamente lo que sucedió ese día. La arqueología ha aportado evidencias más que sustanciales para apoyar el hecho de una grandísima catástrofe en aquella área del Valle del Jordán. Algunos biblistas atribuyen esta lluvia de azufre y fuego a una fisura geológica de dimensiones enormes provocada por un seísmo desde la cual gases sulfurosos y petróleo combustionaron hasta reducir a cenizas las poblaciones de Sodoma y Gomorra. Por supuesto, son suposiciones que pueden ser plausibles, aunque no son importantes en sí mismas. Lo realmente relevante del cataclismo ardiente es que fue empleado por Dios para castigar una tierra maldita por una sociedad insoportablemente malvada e inmoral. 

       Para añadir más patetismo a esta completa aniquilación, tenemos la alusión a la esposa de Lot, posiblemente de ascendencia canaanita, siendo transfigurada en sal a causa de su imposibilidad de renunciar y sacrificar una vida repleta de lujos y facilidades que solo era posible hallar en las ciudades que estaban ardiendo como teas. Algunos intentos de explicar este fenómeno, abogan por que el cuerpo de la esposa se vio indefenso ante la acción de gases, cenizas y sal, y quedó recubierta de una película de cloruro de sodio y materiales volcánicos. Flavio Josefo, historiador judío, llegó a escribir en su día que pudo, personalmente, contemplar la figura salina de la esposa de Lot en aquellos parajes. Jesús mismo empleó el ejemplo de la esposa de Lot para señalar cómo reaccionar ante su segunda venida: “En aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus bienes en casa, no descienda a tomarlos; y el que esté en el campo, asimismo no vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará.” (Lucas 17:31-33)

         Como cierre a esta narrativa de destrucción y desolación sin cuento, el autor de Génesis llama nuestra atención sobre Abraham, el hombre que trató de evitar esta estremecedora catástrofe: “Subió Abraham por la mañana al lugar donde había estado delante de Jehová. Miró hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella llanura, y vio que el humo subía de la tierra como el humo de un horno. Así, cuando Dios destruyó las ciudades de la llanura, se acordó de Abraham, y sacó a Lot de en medio de la destrucción con que asoló las ciudades donde Lot estaba.” (vv. 27-29) Abraham se levanta temprano y regresa al mismo lugar en el que Dios le mostró el Valle del Jordán y sus ciudades, y donde la justicia de Dios dictaminó la muerte y devastación de una sociedad tóxica y pagana. El panorama que contempla desde la altura en la que se hallaba, lo deja totalmente estupefacto: lo único que podía observar era una columna de humo de kilómetros de circunferencia que impedía ver el origen del fuego y las ciudades que habían sido alcanzadas por la ira santa de Dios. El silencio de Abraham contrasta con los gritos de agonía y terror de miles de personas siendo consumidas por el abrasador fuego que lo abarcaba todo. Abraham supo, no sabemos cómo, seguramente por fe, que su sobrino estaba a salvo de la quema, y reconoció que Dios es soberano y un justo juez que cumple con sus promesas de misericordia y gracia.

CONCLUSIÓN

       Hay tantas cosas que aprender de esta historia... Desde el valor encomiable de Lot por lidiar con la intransigencia y el irrespeto contra las leyes de la hospitalidad, pasando por el carácter justo de Dios a la hora de condenar a aquellas personas que han rebasado excesivamente la frontera de su paciencia y misericordia, y desembocando en el peligro que existe en querer nadar en dos aguas, huyendo a los brazos de Dios sin dejar de desear lo que el mundo materialista ofrece, podemos aprender lecciones valiosísimas para nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. 

        Somos instruidos por Dios por medio de esta narración para que vivamos vidas santas en medio de una sociedad secular y perversa en la que la inmoralidad está ganando terreno a aquello que es puro, justo, bueno y ajustado a la voluntad de Dios. Y nos enseña a poner nuestros ojos en Cristo sin posar nuestra mirada en aquello que dejamos, a lo que éramos adictos, pero que nos abocaba a la autodestrucción.



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