SEPARACIÓN




SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE ABRAHAM “GÉNESIS II: ABRAHAM, EL PADRE DE LA FE”

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 13

INTRODUCCIÓN

       A menudo, las disyuntivas que se presentan en la vida son el producto de conflictos de intereses. Todos hemos tenido algún que otro encuentro con una encrucijada justo después de valorar dos o más opciones a seguir. Una crisis o un encontronazo con la visión de otras personas han abierto varias alternativas en el horizonte de nuestro futuro. A veces elegimos correcta y sabiamente, escogiendo la senda del esfuerzo, del tesón y de la perseverancia hasta llegar a la meta del éxito y la estabilidad. En otras ocasiones nos hemos dejado llevar por la comodidad y la facilidad del camino, sin meditar si el objetivo que deseamos conseguir es bueno y conveniente para nosotros. No todas las puertas conducen a la felicidad, ni todas las direcciones nos guían al bienestar en todas sus vertientes. Dejarse llevar por corazonadas, por el instinto o por promesas vanas no suele aparejar resultados beneficiosos. Pensar racionalmente sin dejarse influenciar por los sentimientos y las emociones, valorando pros y contras, estimando el precio que nos costará alcanzar nuestros anhelos y sueños, requiere de tiempo y de una búsqueda obediente y sincera de la voluntad de Dios.

      La fe juega en cada cruce de caminos en el que nos hallemos un papel fundamental. Desde la fe es posible calibrar una vereda estrecha y pedregosa como un proceso necesario de aprendizaje, de sacrificio y de renuncia, hasta culminar una hazaña penosa en su comienzo, pero altamente satisfactoria en su finalización. Sin fe, la vista materialista que se nutre de sensaciones carnales se adueña de nuestra voluntad, y tira de nosotros hacia aquella ruta más espaciosa, más llana y mejor pavimentada. Esta ruta, no obstante, suele depararnos tranquilidad y confort en nuestra andadura, pero más tarde, con el tiempo, nos enredaremos en atajos, vericuetos laberínticos y en vías autodestructivas. Las apariencias engañan, y por eso, ante los espejismos de esta vida que prometen gloria y poder, fama y riquezas, lo más prudente es alejarse de ellos, ya que tras su fachada atractiva y seductora, hay todo un mundo de corrupción, podredumbre y esclavitud espiritual del que es muy, pero que muy difícil escapar.
 
1.      DE REGRESO A CANAÁN

      La historia que hoy nos ocupa es la historia de dos hombres que, ante un choque de intereses, debe separarse y continuar su camino con el propósito de lograr la paz entre sus familias. Dejamos en el estudio anterior a Abraham y a Sara saliendo de Egipto con prisas y urgencias debido a la argucia que el primero había ideado para salvar su pellejo. Lot, sobrino de Abraham, también se encontraba formando parte de esta comitiva que retornaba a la tierra que Dios había prometido a Abraham: “Subió, pues, Abram de Egipto hacia el Neguev, con su mujer y con todo lo que tenía, y con él iba Lot.” (v. 1) Sin lugar en el que establecerse en Egipto, y con todas las ganancias que había recibido como regalo de Faraón mientras duró la pantomima, Abraham necesita encontrar una ubicación lo más próspera y ubérrima posible en Canaán y así poder dar de comer a una gran cantidad de ganado. Al parecer, esa hambruna y escasez que lo llevó a recurrir a la ayuda que le brindaba Egipto había pasado, y tanto Abraham como Lot tenían todas las condiciones para habitar en un territorio más acogedor.

      Las riquezas de Abraham se habían multiplicado en tiempos de crisis, logrando que fuese uno de los hombres más adinerados y poderosos de la zona cananea: “Abram era riquísimo en ganado, y en plata y oro.” (v. 2) Abraham no se detiene en el Neguev, al norte de Egipto y al sur de Canaán, sino que emprende una travesía de sur a norte que lo llevaría al primer sitio en el que levantó un altar para adorar a Dios tras salir de Harán: “Caminó de jornada en jornada desde el Neguev hasta Bet-el, hasta el lugar donde había estado antes su tienda, entre Bet-el y Hai, al lugar del altar que antes había edificado; e invocó allí Abram el nombre de Jehová.” (vv. 3-4) Poco a poco, kilómetro a kilómetro, Abraham y Lot arriban a un área geográfica conocida y consagrada para Dios. Después de la desconfianza que Abraham manifestó con respecto a Dios marchándose a Egipto para recibir provisión, aquí contemplamos al patriarca adorando a Dios, reconociendo la bendición de Dios sobre su vida. Se trata de un reencuentro con Dios solicitando su perdón y la renovación de su favor. Este será su hogar, un lugar en el que poder convivir con Lot y su familia.

2.      UNA PAZ POCO DURADERA

      Sin embargo, no todo es paz y calma en este recién alcanzado enclave: “También Lot, que iba con Abram, tenía ovejas, vacas y tiendas. Y la tierra no era suficiente para que habitaran juntos, pues sus posesiones eran muchas y no podían habitar en un mismo lugar. Hubo contienda entre los pastores del ganado de Abram y los pastores del ganado de Lot. (El cananeo y el ferezeo habitaban entonces en la tierra.)” (vv. 5-7) Lot, aunque no era tan rico como su tío, también tenía una buena cantidad de reses, rebaños y propiedades. Con el paso del tiempo, la región que habían colonizado se iba haciendo cada vez más pequeña, y los roces entre siervos de Abraham y Lot pasaron a ser auténticas trifulcas y combates. Ambos grupos de pastores se disputaban las praderas y terrenos de pasto, así como los pozos de agua, y era tal la cantidad de animales, que ya casi no podían trabajar sin tener que pedir cuentas entre sí. La gran bendición de Dios en forma de prosperidad se estaba convirtiendo en un problema realmente grave. Entre paréntesis, el autor de Génesis nos recuerda que el territorio estaba habitado por pueblos paganos, y que Abraham y Lot también tenían que compartir espacio con sus ganados.

     ¿Qué hacer en esta tesitura conflictiva? Son familia, un solo clan. Abraham y Lot se respetan mutuamente, pero las circunstancias demandan de estrategias radicales y desesperadas. Abraham, más sabio y justo que su sobrino, toma la iniciativa para resolver las diferencias que empiezan a abrir una brecha significativa en la relación entre ambos: “Entonces Abram dijo a Lot: «No haya ahora altercado entre nosotros dos ni entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si vas a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si a la mano derecha, yo iré a la izquierda.»” (vv. 8-9) La hermandad debe primar por encima de disputas territoriales y pastoriles. Al menos ese debería ser el espíritu en las relaciones familiares que se ven afectadas por herencias y legados muebles e inmuebles. La familia es lo primero, y mantener la paz y el amor entre hermanos, entre parientes, es para Abraham la prioridad. Sabemos que esto pocas veces se puede observar en nuestra cultura occidental, dado que los pleitos, las rupturas y los cismas familiares son el pan de cada día a causa de las posesiones terrenales. Es triste tener que ver a hermanos enfrentados entre sí, sin hablarse años y años, insultándose en los tribunales de justicia y echándose maldiciones y males de ojo, debido a la parte que debería corresponderle a cada miembro de la familia. Abraham se distancia de las cuestiones materiales para valorar y apreciar aquello que es más importante y más prioritario: la paz en el hogar.

      Pareciera a simple vista que Abraham le dijese a Lot que “ancha es Castilla.” Abraham sube a una colina con su sobrino y otean desde las alturas la formidable extensión de valles, montañas, ciudades y ríos que dibujan su recorrido en las tierras de Canaán. El mundo es demasiado amplio como para perder el tiempo y la serenidad en peleas fratricidas. Abraham muestra a Lot el mundo que se extiende ante ellos. Y le ruega, seguramente con lágrimas en los ojos y tristeza en el corazón, que se emancipe y que asuma la responsabilidad madura de escoger en esta encrucijada en la que se hallan. A situaciones comprometidas y desesperadas, medidas desesperadas. Lot se encuentra en la disyuntiva que marcará el devenir de su existencia terrenal. Sea cual sea su elección, Abraham la respetará y él mismo marchará en dirección contraria para no volver a incurrir en la misma problemática a la que estaban haciendo frente ahora. Abraham podía haber recurrido a su mayor rango de edad, a su estatus más holgado o a su autoridad familiar para escoger en primer lugar, y lograr lo mejor para su gente y sus ganados. Sin embargo, la compasión y el amor que siente hacia su sobrino hacen que deje que sea Lot el primero en tomar una decisión.

3.      LA ENCRUCIJADA DE LOT

      Lot no iba a perder esta ocasión dorada. Tras recorrer con la mirada la vastedad de Canaán, escoge una zona geográfica en particular para establecerse con su séquito: “Alzó Lot sus ojos y vio toda la llanura del Jordán, toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que Jehová destruyera Sodoma y Gomorra. Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; se fue, pues, Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro.” (vv. 10-11) No era tonto Lot, no. La llanura del Jordán, a la cual identifica con el mismísimo Edén y con una región al parecer muy famosa por su fertilidad en Egipto, será su nuevo hogar. Habrá posibilidad de sembrar y cosechar, de dar de comer a sus animales, de no pasar hambre nunca más, y de sociabilizar con ciudades como Sodoma y Gomorra, símbolos de la seguridad y de la comunidad humana sedentaria. Ríos de agua viva correrían entre los campos donde la fruta y toda clase de cereales crecerían prácticamente solas. La visión de esta tierra era la viva imagen de todo lo que cualquiera podría desear y soñar. Lot es el hombre que propone, el ser humano que no cuenta con Dios para tomar sus decisiones en la vida. Lot representa el proceso estándar del pecado: visión, codicia, deseo, elección, y ejecución.

     Todo era absolutamente perfecto para Lot, ¿verdad? Pues no, no era oro todo lo que relucía. El autor de Génesis ya nos anticipa qué clase de personas moraban en las ciudades cerca de las cuales se iba a instalar Lot: “Abram acampó en la tierra de Canaán, en tanto que Lot habitó en las ciudades de la llanura y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma. Pero los habitantes de Sodoma eran malos y cometían horribles pecados contra Jehová.” (vv. 12-13) Estas dos capitales regionales iban a ser destruidas y arrasadas por Dios a causa de su incapacidad absoluta para hacer el bien y su increíble habilidad para cometer atroces maldades. ¿De qué manera podría cohabitar Lot, una persona que creía en Dios y que era justo en su conducta, con individuos de calaña deplorable? Más adelante veremos que la prosperidad material no siempre viene acompañada de tranquilidad y paz. ¿No es acaso también una metáfora de la vida? ¿En cuántas ocasiones nos ha deslumbrado la apariencia de algo o de alguien, y más tarde hemos visto que rascando la superficie solo hay veneno a raudales? ¿En cuántas oportunidades nos hemos dejado cegar por los atractivos de algo sin pensar en las consecuencias que esto comportaría para nosotros a medio y largo plazo? La tentación funciona de ese modo. Presenta un cuadro de ensueño, apetecible y deseable, con la promesa de felicidad y placer, y cuando el encantamiento desaparece y se agrieta, entonces ya es demasiado tarde y estamos enfangados hasta el cuello de problemas y apreturas.

4.      LA PROMESA DE DIOS A ABRAHAM

      Abraham deja que Lot tome sus propias decisiones, erradas o acertadas. El tiempo lo diría. No le da una palmada en la espalda ni le guiña el ojo diciéndole que es un pillín astuto que se va a llevar lo mejorcito de la región. Abraham entiende que por encima de las decisiones que cada uno vaya a tomar, sobrevuela la soberanía de Dios, y que sea cual sea la tierra que él tenga que trabajar y en la que tenga que construir su hogar, todo entrará dentro de los designios y propósitos del Señor. La fe de Abraham vuelve a ser puesta a prueba. Dios mismo será el que respaldará a Abraham en el resultado de esta separación y sellará su ayuda y su pacto con el patriarca de una manera magnífica y esperanzadora: “Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: «Alza ahora tus ojos y, desde el lugar donde estás, mira al norte y al sur, al oriente y al occidente. Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Haré tu descendencia como el polvo de la tierra: que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate y recorre la tierra a lo largo y a lo ancho, porque a ti te la daré.»” (vv. 14-17)
 
       Canaán sería el territorio que Dios había asignado a Abraham, desde un confín al otro, en todas las direcciones de la rosa de los vientos. Dios regala esta región a Abraham, y por ello el factor de la codicia no aparece en este caso. Sabemos por lo que nos dice el autor de Génesis sobre Lot que en un momento dado lo perdería todo y que su deseable tierra sería arrasada por el fuego. En el caso de Abraham, sería todo lo contrario, puesto que Dios promete solemnemente que sus descendientes siempre serán herederos legítimos de esta tierra que se abre ante sus ojos asombrados. Tenemos conocimiento desde el estudio de la historia que el pueblo de Dios tuvo sus altibajos en su relación con el Señor, que incluso ha tenido que abandonar la Tierra Prometida, principalmente a causa de su idolatría y adulterio espiritual, que fue perseguido a lo largo y ancho de este mundo, pero también hemos visto como Israel pudo sobreponerse a las amenazas y a los genocidios para regresar a la tierra que les fue prometida por Dios. 

       También hemos estudiado cómo el pueblo judío ha superado las barreras, los odios y los prejuicios de muchas naciones que querían su erradicación completa, y que la descendencia de Abraham no solamente se ha ceñido a lo puramente genético, sino que hoy nosotros, como el Israel espiritual, somos hijos del padre de la fe. La descendencia de Abraham es incontable e innumerable porque lo que Dios promete, lo cumple sin ningún tipo de duda. Esto debemos considerarlo a la luz de una Sara todavía estéril y de la edad de ambos, la cual iba siendo cada vez más avanzada. Con la fe por estandarte, Abraham es conminado a que recorra la tierra de norte a sur, y a que la haga suya en el nombre de Dios.

      Caminando de acá para allá, al fin determina cuál será el lugar en el que él y toda su tribu se establecerá definitivamente: el encinar de Mamré, en la tierra de Hebrón: “Así pues, Abram levantó su tienda, se fue y habitó en el encinar de Mamre, que está en Hebrón, donde edificó un altar a Jehová.” (v. 18) Como hito y como escritura de propiedad, Abraham erige un altar de adoración a Dios, registrando este terreno como propio y como su hogar. La adoración fluye del norte al sur a lo largo de la tierra que Dios ha elegido para Abraham, sosteniendo su fecundidad y manteniendo la paz. Precisamente en este encinar descansarían de sus trabajos él y todos los demás patriarcas que continuarían cantando y contando el cumplimiento de las promesas de Dios.

CONCLUSIÓN

      ¿Cómo lidias con tus decisiones, bien sean importantes o bien sean más triviales? ¿Eres como Lot, el cual se dejaba embaucar por los deseos de su concupiscencia sin contar con Dios? ¿O eres como Abraham? ¿Un hombre de fe que recibió a cambio de su magnanimidad el regalo de la Tierra prometida, y que fio todo al plan soberano de Dios? Toma tus decisiones por ti mismo, pero sabiendo que Dios tiene la última palabra sobre nuestras propuestas, y teniendo en cuenta que, a menudo, las cosas buenas y provechosas solo se logran poniendo nuestra confianza en Dios y trabajando con esmero, esfuerzo y abnegación. 

      Cuando se presente una nueva disyuntiva en la vida, ¿qué harás? ¿Dejarte cegar por el oropel de las promesas falsas o recurrir al consejo de Dios en oración y estudio de su Palabra? Tú decides.

Comentarios

Entradas populares