ADVENIMIENTO
SERIE DE
SERMONES SOBRE ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”
TEXTO
BÍBLICO: ZACARÍAS 9:1-9
INTRODUCCIÓN
En estos días
tuve la oportunidad de visionar un documental bastante interesante sobre la Ley
de Amnistía de 1977. Esta ley aprobada en tiempos de la Transición Democrática
en España, en principio tenía el objetivo de evitar en la medida de lo posible
cualquier clase de conflicto fratricida tras la muerte del dictador Francisco
Franco. Esta ley del olvido amnistiaba a todos cuantos participaron de
torturas, asesinatos, encarcelamientos políticos y censuras patrióticas durante
un periodo muy oscuro de nuestra historia nacional. Se daba carpetazo al asunto
de imputar y condenar a personajes siniestros que formaron parte de estamentos
policiales, militares y políticos, los cuales emplearon métodos violentos de
coacción, la represión física y psicológica, estrategias de castigo
sistemático, e incluso el homicidio, con el presunto propósito de mantenerse en
el poder y erradicar la insurgencia comunista.
En esta
película, con el título de “La memoria
de los otros,” se hace un recorrido testimonial sobre el intento de miles
de personas por recuperar la memoria histórica y por instar al poder judicial a
que la justicia juzgue los delitos de lesa humanidad que se perpetraron
inmisericordemente por individuos que nunca pidieron perdón, y que se jactan todavía
hoy día de que son intocables a pesar de sus crímenes abyectos.
Nadie discute que
esta Ley de Amnistía de 1977 fuese necesaria en relación a la coyuntura
política y social que se vivía en una época convulsa, dubitativa y frágil. Pero
a pesar de que los intentos políticos llevaron a esta solución prácticamente
consensuada al ciento por ciento, lo cierto es que todavía siguen viviendo
personas que siguen marcadas por la pérdida de sus seres queridos, no ya en la
Guerra Civil, en la cual cayeron personas de ambos bandos, sino en los años
posteriores de represión, persecución y aniquilación de los derechos y
libertades fundamentales de pensamiento e ideología. Todavía existen madres que
lloran por los hijos que les fueron arrebatados por médicos malignos al
servicio del régimen franquista para darlos a otras familias adictas al
franquismo imperante. Aún siguen penando personas que no saben donde yacen los
restos de sus antepasados, y que reciben un no por respuesta ante su búsqueda
de paz y dignidad.
Yo no tengo
familiares y allegados que tenga que encontrar y desenterrar en una cuneta o que
exhumar en una fosa común. Sí puedo decir que mi abuelo paterno tuvo que pasar
las de Caín en un par de cárceles a causa de su inclinación republicana, hasta
que en los años cuarenta pudo salir de estos infectos calabozos para seguir
viviendo en silencio todo cuanto pudo haber sufrido simplemente por pensar de
forma distinta a los vencedores de la contienda civil.
La justicia a
veces se hace de rogar. La justicia en múltiples ocasiones a lo largo de la
historia ha sido manipulada por los poderes políticos y ejecutivos para cerrar
expedientes incómodos, para cerrar los ojos ante el padecimiento de miles de
personas con una causa justa por la que luchar, y para dictaminar
sobreseimientos para personajes que todos conocemos por su lasciva y criminal
trayectoria. Tal vez la justicia terrenal no haga su trabajo poniendo trabas a
una realidad histórica clara, documentada y cincelada en la piel y la mente de generaciones
pasadas, pero de lo que no nos debe caber la menor duda es de que, a pesar de
todo, Dios es justo y enviará a un vindicador y a un Justo Juez que lo ve todo,
que considera la vida de cada ser humano que ha hollado la tierra con sus pies,
y que dará su merecido a todos cuantos infligieron dolor y aflicción sin ningún
tipo de empatía o misericordia.
1.
LA JUSTICIA
PRECEDE AL ADVENIMIENTO MESIÁNICO
Zacarías nos
acerca esta realidad al hacerse eco de la voluntad profética de Dios en el
pasaje que hoy nos ocupa. Setenta años contemplan el asedio y destrucción de
Jerusalén por los babilonios. Setenta años han tardado los nuevos habitantes de
Sion en regresar a sus raíces y esencias. Setenta años recordando y añorando
sus hogares, su identidad, sus costumbres y tradiciones. Setenta años viendo
como sus mayores morían en el exilio, como sus hijos se ajustaban a una nueva
cultura y a una nueva manera de ver la vida en el extranjero. Setenta años
vagando de un confín al otro del mundo, heridos en su orgullo nacional,
sedientos de nostalgia por su tierra perdida. Setenta años considerando el daño
emocional y físico que muchos de ellos sufrieron mientras salían de forma
humillante de sus casas y propiedades, mientras los pueblos vecinos se mofaban,
se burlaban y se reían a mandíbula batiente de su miserable suerte. ¿Quién
confundiría a aquellos que se aprovecharon de su derrota y de su desdicha?
¿Habría alguien que hiciese justicia sobre aquellas gentes que se dedicaron a
escarnecer su siniestro destino?
Dios, después de estos setenta años de
silencio y cautiverio, abre la puerta al retorno de su pueblo, y para que éstos
ya no tengan temor a causa de los ataques hirientes de sus vecinos, les vindica
con una justicia contundente y rotunda: “La
profecía de la palabra de Jehová está contra la tierra de Hadrac y sobre
Damasco; porque a Jehová deben mirar los ojos de los hombres, y de todas las
tribus de Israel. También Hamat será comprendida en el territorio de éste; Tiro
y Sidón, aunque sean muy sabias. Bien que Tiro se edificó fortaleza, y amontonó
plata como polvo, y oro como lodo de las calles, he aquí, el Señor la
empobrecerá, y herirá en el mar su poderío, y ella será consumida de fuego.
Verá Ascalón, y temerá; Gaza también, y se dolerá en gran manera; asimismo
Ecrón, porque su esperanza será confundida; y perecerá el rey de Gaza, y
Ascalón no será habitada. Habitará en Asdod un extranjero, y pondré fin a la
soberbia de los filisteos. Quitaré la sangre de su boca, y sus abominaciones de
entre sus dientes, y quedará también un remanente para nuestro Dios, y serán
como capitanes en Judá, y Ecrón será como el jebuseo.” (vv. 1-7)
Dios se refiere a
diferentes ciudades-estado que se sitúan sobre todo al norte de Israel y
Jerusalén. Su juicio y maldición se dirigen hacia aquellas naciones que no
ayudaron a Israel, que fueron insensibles a su necesidad, y que además sacaron
tajada de su destrucción. Hadrac era un territorio colindante al norte de
Israel, así como Siria, cuya capital era Damasco. Ambas ciudades, a las cuales
se añade Hamat, otro territorio al norte de Israel, y las ciudades fenicias de
la costa mediterránea de Tiro y Sidón, son los objetos de esta profecía de
juicio sumario. Son naciones que, en lugar de obedecer y servir a Dios, han
preferido vivir sin contar con Él, fiándolo todo a su supuesta sabiduría, a sus
recursos económicos y a sus altas y fuertes murallas. No necesitan a Dios, y
por tanto, no alzan sus ojos al cielo para considerar los caminos del Señor de
los ejércitos.
Los israelitas
se habían contagiado de este parecer espiritual, y se habían entregado en
brazos del materialismo, de la injusticia social, del adulterio espiritual y de
la hipocresía religiosa. Todos merecen de Dios el castigo por sus desmanes e
indiferencias, y todos serán conquistados en un futuro no muy lejano por las
huestes de Alejandro Magno, herramienta en manos de Dios para cumplir su
sentencia, y serán sometidas sin que nadie alcance a prestarles socorro. Tal
vez hoy se riesen de la suerte que corrió Israel a manos de los babilonios,
pero mañana lamentarían también su terrible sino a manos de otros que
devastarían todo aquello en lo que pusieron su confianza.
De manera
especial, el Señor envía un mensaje de advertencia a la orgullosa ciudad de
Tiro, cuna de colonizadores y comerciantes marítimos fenicios. Su
autosuficiencia, su soberbia manera de solazarse en su formidable riqueza
económica y financiera, y su presunción en forma de fortaleza inexpugnable, les
hacía pensar únicamente en sí mismos, en perseguir hedonistas formas de gastar
y disfrutar su ingente capital, en desentenderse de los problemas de sus
vecinos. De hecho, esta legendaria ciudad costera se jactaba de haber rechazado
los asedios de dos de los monarcas más importantes de la antigüedad. Habían
sido capaces de soportar el sitio de cinco años del rey asirio Salmanesar V en
el 722 a. C., y el acoso y derribo de Nabucodonosor, soberano de los
babilonios, que se prolongó durante 13 años en el 527 a. C. Su fama de
resistencia y combatividad había recorrido la tierra y esto les hacía
ensoberbecerse aún más. Sin embargo, sería Alejandro Magno el que, en el año
332 a. C. conquistaría esta ciudad, demoliendo sus altivas murallas, masacrando
a sus habitantes, sepultando en el fondo del mar sus armas de defensa, y
reduciendo a cenizas la memoria de toda su gloria pasada.
Lo mismo habrá de
suceder con cuatro de las ciudades que componían la alianza filistea, enemigas
acérrimas de Israel y carroñeras aves de rapiña que se beneficiaron de la desolación
de Jerusalén. Ascalón sufriría el mismo miedo que padecieron cuantos quedaron
como remanente en una Jerusalén asolada y arrasada, y la misma suerte correría
al ser invadida sin contemplaciones por el ejército de Alejandro Magno. Gaza
vería como el dolor se adueñaría para siempre de los recuerdos de cuantos
quedaron tras la escabechina que sucedió a la muerte de su gobernante. Ecrón
contemplaría completamente confusa cómo su poderío y su esplendor se esfumaban
ante la arrolladora potencia de un ejército netamente superior. Sería raída de
la faz de la tierra del mismo modo en el que los jebuseos fueron erradicados
por David para construir su casa en Jerusalén. Y Asdod tendría que asumir que
ya no sería dueña de su futuro, sino que un nuevo rey, un varón macedonio, se
haría cargo por la fuerza de todo cuanto se atesoró y valoró como precioso y
valioso.
Estas ciudades,
que no vacilaron en reírse de Israel y de su Dios, serían juzgadas por Dios
desde la historia y bajo la espada poderosa de un mítico caudillo como fue
Alejandro Magno. Dios llama a estas cuatro ciudades-estado confederadas, “fieras rapaces,” entes corruptos que
se alimentan de corrupción, de la sangre derramada, de la libación idolátrica
de las vidas de aquellos pocos que quedaron en Jerusalén tras la debacle
babilónica. El castigo por sus pecados tarde o temprano sería una realidad
histórica y fehaciente, desapareciendo desde entonces del mapa de la
geopolítica para engrosar el imperio impresionante de Alejandro Magno.
Dios siempre
tañe las cuerdas de la realidad y de la historia para ejecutar su juicio, no lo
olvidemos nunca. No obstante, el remanente de Dios volverá a ver florecer su
nación y cumplirá sus sueños de empezar de nuevo su camino bajo el cuidado y la
providencia de Dios, siendo considerados como capitanes de Judá, como la élite
de aquellos que resistieron y nunca olvidaron los mandamientos del Señor a
pesar de las tribulaciones y el juicio disciplinador de Dios.
2.
LA
PRESENCIA DIVINA ANTECEDE AL ADVENIMIENTO MESIÁNICO
Dios promete a
su remanente, que en su juicio contra las naciones adversarias, se consumaría
su anhelo por amar y proteger a su pueblo: “Entonces
acamparé alrededor de mi casa como un guarda, para que ninguno vaya ni venga, y
no pasará más sobre ellos el opresor; porque ahora miraré con mis ojos.” (v. 8)
La imagen de Dios acampando alrededor de su templo y de su nación escogida y
perdonada, es muy sugerente. Dios se convierte en guardador y vigilante, no
solo para evitar que los enemigos vuelvan a atacarlos, a ensañarse con ellos, o
a desanimarlos en la reconstrucción de Jerusalén, sino que también establece su
morada junto a su querido remanente, conviviendo con éste y guiándolo en su
dinámica cotidiana. Dios establecerá quién ha de formar parte de su pueblo,
quién trata de volver a someterlos por la fuerza, quién merece ser protegido y
cobijado.
Dios ahora mira
con sus ojos. Antaño su espalda era lo único que podía ver la generación que
fue trasladada obligadamente a Babilonia. Los profetas de Dios habían sido
despreciados y vejados, y por tanto, Dios no podía habitar en medio de un
pueblo idólatra, hipócrita e injusto. Hoy la mirada de Dios se proyecta y
enfoca en Israel, en su bienestar, en su paz, en su shalom.
3.
EL PRIMER ADVENIMIENTO
DE CRISTO
Como culminación
de este juicio contra las naciones aledañas y de la restauración de su pueblo
en el favor de Dios, Zacarías proclama un advenimiento que alcanzará a todas
las naciones del mundo, y de manera especial a Israel y Jerusalén, el
advenimiento del Mesías, aquel que liberaría por completo a sus hijos y que
instauraría un nuevo reinado de paz, justicia y verdad: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén;
he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un
asno, sobre un pollino hijo de asna.” (v. 9)
Este texto es
ampliamente reconocible porque es el que más se emplea a la hora de celebrar la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. En Jesús se completa esta profecía
mesiánica de Zacarías. Pasarían muchos años hasta que este evento cósmico se
diese, pero la esperanza nunca menguó entre aquellos que, regresados de
Babilonia, deseaban que Dios los visitase para darles la libertad y para saciar
su sed y hambre de justicia. Por eso el Señor invita a todos los que en aquel
entonces retornan a la ciudad santa que se alegre y que se goce en el día en el
que el Cristo traspase sus pórticos.
Este Mesías
anunciado no será un conquistador, por lo que cuando Alejandro Magno llegue a las
puertas de Jerusalén montado en Bucéfalo, su formidable montura, no sería
confundido con el Salvador al que esperan. A diferencia de este legendario
guerrero, el Ungido de Dios vendría a Jerusalén, no a tomarla por la fuerza, o
a rendirla de cualquier manera, sino que lo haría ataviado de la justicia e
inocencia de su estilo de vida, de su salvación, no solo de cadenas y grilletes
de hierro, sino del pecado y de la negrura de la dictadura de Satanás, y de una
humildad inusitada y asombrosa que derivaría en sacrificio y servicio por toda
la humanidad.
En ese pollino
iría sentado el descendiente de David, legítimo aspirante al trono, sumo
sacerdote definitivo, y soberano eterno. Muchos no entendieron ni interpretaron
a Jesús como ese Mesías prometido, aunque un remanente de sus seguidores
encendería un pequeño fuego que aún sigue ardiendo apasionadamente. Nosotros sí
podemos comprender lo que mucha gente no quiso o no pudo entender, y por ello
somos ese remanente privilegiado que confiesa que Jesucristo es el Mesías
prometido por Dios para salvarnos de nuestra vana manera de vivir en el pecado,
y para juzgar a vivos y a muertos con su justo juicio.
CONCLUSIÓN
Como la película hacía ver con
preguntas a las nuevas generaciones que ni vieron ni vivieron durante la
dictadura franquista, la historia y sus víctimas, sean del bando que sean, se
van desvaneciendo en la memoria de los más jóvenes. Los interesados en que la
memoria histórica no permita sacar de los armarios de muchos esqueletos y cadáveres
del pasado, tratarán de dilatar los plazos, de emplear las leyes para afirmar
la prescripción de lo que pasó hace tanto tiempo, y de obstaculizar el curso de
la justicia universal. Pero nunca olvidemos que hay un Dios justo cuyo brazo
alcanzará a todos, o en esta vida, o en la venidera. Y la memoria de los otros,
de los vencidos y de los agraviados injustamente, será expuesta por Dios
delante de los torturadores y de los criminales de guerra que se aprovecharon
de la coyuntura para dar rienda suelta a su odio, su salvajismo y su crueldad.
Aquellos que
hemos elegido el perdón a pesar de las cicatrices, dejamos que sea Cristo el
que asuma el control de la historia y de la justicia. Cristo en su
advenimiento, nos muestra a Dios encarnado amándonos a pesar de nuestros yerros
y nuestros errores del pasado. Cristo es aquel que acampa alrededor de su
iglesia para protegerla de los ataques furibundos de nuestros enemigos. Cristo
es el juez justo que pondrá a cada cual en su lugar, y que nos vindicará en la hora
postrera, dando su merecido a cuantos se burlaron, se ensañaron y se dedicaron
a marginarnos. Cristo es el siervo sufriente que murió en la cruz como un
cordero humilde y sencillo que enmudeciendo, no abrió su boca para proferir
insulto o acusación alguna contra sus detractores. Cristo es el Rey de reyes y
Señor de señores que vino al mundo para reconciliarnos con Dios en su obra
redentora, y que reinará sobre vivos y muertos por los siglos de los siglos.
Amén.
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