PROMESAS




SERIE DE SERMONES SOBRE ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”

TEXTO BÍBLICO: ZACARÍAS 8

INTRODUCCIÓN

      Todos hemos hecho alguna que otra promesa a alguien. Desde niños, para respaldar nuestra palabra dada sobre un asunto de fiabilidad, hemos tenido que prometer que haríamos algo o que nuestra historia era cierta a nuestros amigos con nuestros propios ceremoniales infantiles. También intentamos cruzar los dedos tras la espalda para contar trolas y mentiras mientras prometíamos cualquier cosa. Conforme nos íbamos haciendo mayores, descubrimos que las palabras se las lleva el viento, que las personas normalmente mienten y tratan de engañarnos rompiendo las promesas. Entendimos ya en nuestra adultez que las promesas sin tinta no son válidas, y que las firmas eran necesarias para lograr préstamos, conseguir cierta confianza y obtener servicios que debíamos pagar a posteriori. 

       El mundo, podríamos decirlo así, está lleno de promesas, de votos, de contratos, de acuerdos y de alianzas, aunque lamentablemente, nada de esto es capaz de garantizar que el ser humano sea coherente y consistente con su palabra dada. Incumplimos promesas solemnes, rompemos votos sagrados, liquidamos contratos unilateralmente sin motivaciones serias, cambiamos de chaqueta para adherirnos a otro acuerdo quebrantando aquel que tenemos suscrito, y las alianzas son renegociadas en sus condiciones dependiendo de los intereses de las partes.

      Estas semanas, nos hallamos en el paréntesis electoral más notorio de la democracia española, y después de haber sufrido los debates políticos a nivel nacional y autonómico, ahora nos toca padecer unos nuevos comicios a nivel europeo y local. El denominador común que recorre toda campaña electoral que se precie es el programa de promesas que cada candidatura debe comunicar a cada español. Se prometen cosas que en negro sobre blanco son espectacularmente positivas para el futuro de la nación. Se prometen medidas sociales sorprendentemente necesarias para lograr mejorar el estado de bienestar de nuestros conciudadanos. 

       Si todo aquello que se promete, fuese cumplido en la realidad más inmediata, nada más entrar en el gobierno, sin duda alguna, todos saldríamos beneficiados. Pero una vez el partido vencedor se sienta en el escaño del poder, normalmente constatamos que las cosas se llevan a cabo con una serie de matices que deslucen la propuesta inicial, que los plazos se eternizan y se dilatan en el tiempo sin que se resuelva gran cosa, y que se achaque a las dificultades presupuestarias y a la estrechez de las arcas públicas que alguien dejó en la anterior legislatura, el hecho de no poder consumar aquello que se prometió en su día.

     Las promesas que se ciñen únicamente a un ejercicio verbal suelen provocar en nosotros gran sospecha. Necesitamos una prenda, un aval, una garantía que nos permita creer a pies juntillas todo cuanto se nos promete. Tenemos tantas experiencias de personas allegadas a nosotros que se desdijeron de sus promesas y que nos dejaron más tirados que una colilla… Antaño un contrato verbal entre dos partes era vinculante y sacrosanto; hoy, como no vayas a un notario que dé fe de lo pactado, estás vendido. Con el paso del tiempo todos los seres humanos llegamos a asumir que no te puedes fiar ni de tu propia sombra, y que hay que revisar las condiciones y estipulaciones contractuales con lupa y muchísima paciencia. ¿Quién es capaz de prometernos algo, lo que sea, y cumplir fehacientemente sus promesas sin sombra de variación o duda? De entre los mortales, pocos son los que se salvan de la quema, por no decir, ninguno, pero desde los cielos, tenemos a un Dios que cuando promete algo, no dice las cosas para quedar bien, para dejarnos en la estacada más pronto que tarde, o para frustrar nuestras esperanzas y nuestra fe.

A.     PROMESAS DE UN DIOS DE AMOR

      Zacarías sabía que servía a un Dios de verdad y confiable al cien por cien. Tenía la certeza de que Dios, cuando prometía algo a su pueblo, era para concretarlo en la realidad, bien fuese para juicio de sus hijos, o bien fuese para bendición de su remanente. Antes de que Dios, por medio de la labor profética de Zacarías, desgrane sus promesas para Israel, quiere dejar muy clara una cosa: Él ama profundamente a su pueblo. Así nos lo dice el profeta: “Vino a mí palabra de Jehová de los ejércitos, diciendo: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Celé a Sion con gran celo, y con gran ira la celé.” (vv. 1-2)
 
      Dios siempre veló por mucho tiempo por el bienestar y la prosperidad de su nación escogida. La palabra “celo” no tiene que ver con la acepción humana que hacemos de ella. Aquí significa una pasión inefable y un amor inquebrantable de alguien que no quiere ni desea compartir a su pueblo con otros dioses e ídolos. Pero a pesar de este amor increíblemente beneficioso para Israel que Dios le prodigaba, el pueblo decidió jugar a dos bandas, con doble baraja, adorando y amando a otros dioses, y entregando a Dios una religiosidad barata y mediocre, las migajas de un afecto corrompido por el adulterio espiritual. Por ello, Dios ejerce su dura disciplina desde este amor paternal, enviando a Israel al destierro babilónico.

B.      PROMESAS DE PROSPERIDAD A SU PUEBLO

     Sin embargo, las cosas han cambiado sustancialmente. Los expatriados vuelven de su cautiverio de setenta años para poner el cuentakilómetros a cero, y Dios despliega, en su amor perfecto y real, una lista de promesas repletas de bendición y shalom: “Así dice Jehová: Yo he restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad, y el monte de Jehová de los ejércitos, Monte de Santidad. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Aún han de morar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén, cada cual con bordón en su mano por la multitud de los días. Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas. Así dice Jehová de los ejércitos: Si esto parecerá maravilloso a los ojos del remanente de este pueblo en aquellos días, ¿también será maravilloso delante de mis ojos? dice Jehová de los ejércitos. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: He aquí, yo salvo a mi pueblo de la tierra del oriente, y de la tierra donde se pone el sol; y los traeré, y habitarán en medio de Jerusalén; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios en verdad y en justicia.” (vv. 3-8)

      La restauración ya no es una promesa: es un hecho. Dios está ayudando a fortalecer las manos y el ánimo de cuantos reedifican los muros de Jerusalén y el nuevo templo. En cuanto el templo ya sea completamente viable, Dios promete habitar, residir, morar en medio de su pueblo, como señal inequívoca de que su favor y su poder irradiarán sobre todo Israel, y de que la santidad y la verdad serán estándares éticos que caracterizarán la vida de todos cuantos aman su nombre y su ley. Jerusalén ya no será el nido de los engañadores y de los burladores, ni la ciudad en la que se congregan los impíos y los corruptores. Cuando Dios asienta sus reales en medio de su pueblo, el panorama social debe cambiar, las mentes deben supeditarse a la voluntad de Dios, y las vidas deben buscar su rostro cada día en adoración y consagración. 

       No existe una imagen más hermosa y feliz para confirmar estas promesas que la visión de ancianos sonrientes paseando por una ciudad donde se les respeta y venera, donde no se les embauca ni se les arrincona, donde siguen sirviendo a la sociedad desde su experiencia y sabiduría. No hay mejor retrato vivo de la paz y de la alegría que contemplar a los niños y a los jóvenes jugando en cada calle de una ciudad antes muerta y desierta. Las risas y las carreras de los muchachos y las muchachas harán olvidar a muchos la tristeza que en el pasado recorría las arterias empedradas de la ciudad.

       Zacarías nos comparte un pensamiento de Dios que nos hace estremecer. Si para aquellos que quedaron como un remanente, un grupo pequeño de fieles servidores de Dios que no fueron deportados a Babilonia, y que malvivían entre los escombros de Jerusalén, la idea de recuperar la alegría, el gozo, la paz y la vida era algo asombroso y sumamente deseable, ¿cómo no sería esto para un Dios que siempre ha amado a su pueblo, que lo ha vuelto a recomponer y que anhela lo mejor para sus hijos? Dios es un ser emocional, tal vez no como pensamos las emociones desde el punto de vista humano e imperfecto, y que el profeta nos haga entrever el júbilo y la felicidad inconmensurable del Señor, es algo que deberíamos valorar oportunamente. Si el ser humano se somete a su voluntad, el shalom, aquello que debía haber sido desde el principio, se encarna en una sociedad, y Dios se siente satisfecho y emocionado de un modo que no somos capaces de imaginar. Dios vuelve a recoger desde los confines de la tierra a todos cuantos le pertenecen, para que, unidos en Él, puedan recuperar la gloria y el esplendor que se perdieron tras la debacle espiritual de sus antepasados. La justicia y la verdad reinarán en cada corazón, y Dios manifestará su bondad y gracia sobre toda una renovada nación de fieles y consagrados creyentes.

C.      PROMESAS DE DIOS Y ESFUERZO HUMANO

      La prosperidad y la restauración que Dios trae a Israel, aunque son parte de su amorosa iniciativa, requiere que el pueblo dé un paso al frente, y actúe coherentemente con una respuesta activa: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Esfuércense vuestras manos, los que oís en estos días estas palabras de la boca de los profetas, desde el día que se echó el cimiento a la casa de Jehová de los ejércitos, para edificar el templo. Porque antes de estos días no ha habido paga de hombre ni paga de bestia, ni hubo paz para el que salía ni para el que entraba, a causa del enemigo; y yo dejé a todos los hombres cada cual contra su compañero. Mas ahora no lo haré con el remanente de este pueblo como en aquellos días pasados, dice Jehová de los ejércitos. Porque habrá simiente de paz; la vid dará su fruto, y dará su producto la tierra, y los cielos darán su rocío; y haré que el remanente de este pueblo posea todo esto. Y sucederá que como fuisteis maldición entre las naciones, oh casa de Judá y casa de Israel, así os salvaré y seréis bendición. No temáis, mas esfuércense vuestras manos. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos: Como pensé haceros mal cuando vuestros padres me provocaron a ira, dice Jehová de los ejércitos, y no me arrepentí, así al contrario he pensado hacer bien a Jerusalén y a la casa de Judá en estos días; no temáis.” (vv. 9-15)

      El refrán castizo del que todos hemos oído hablar de “a Dios rogando, y con el mazo dando,” adquiere sentido y afinidad con estos versículos. Todos deben arrimar el hombro, deben animarse mutuamente para lograr reconstruir lo que se había destruido, y han de hacerlo bajo el poder del Espíritu Santo. Desde que se programó construir el templo por segunda vez, todos debían unir esfuerzos, recursos y capacidades bajo la égida de Dios. Antes de que el pueblo asumiese el desafío de volver a restaurar Jerusalén como centro político y religioso de Israel, las cosas iban de mal en peor: no había dinero con que pagar a los trabajadores, se trabajaba de balde, la inseguridad atemorizaba a todos cuantos transitaban por una ciudad fantasma, y los conflictos y enemistades eran el pan de cada día. 

       Pero ahora hay que dejar el pasado atrás, si se quiere construir un nuevo futuro lleno de esperanzas. Dios constata que su ira ha cesado, y promete a su pueblo paz, prosperidad económica y agrícola, bendición meteorológica en forma de agua benéfica, y restablecimiento territorial de la nación israelita. Se pasará de ser un ejemplo y testimonio negativo y dramático de las consecuencias que el pecado trae a toda una sociedad, a ser un modelo de salvación y bendición a los ojos del resto de naciones, muchas de las cuales se burlaron de ellos y los escarnecieron como parte del juicio de Dios a Israel.

      Es un tiempo nuevo, es una época de renovación, es una etapa repleta de oportunidades y de retos, una coyuntura histórica para dar el todo por el todo con el fin de dar inicio a una era de progreso y prosperidad en Dios. Ya no deben temer nada de Dios, ni de su furia a la hora de juzgar a su díscolo pueblo. Si todos reman a una, si todos se esfuerzan y sacrifican de sus energías en pro de lograr un sistema social en paz, justo y en el que la verdad de la Palabra de Dios guía los pasos de todos cuantos conforman la membresía de su nación santa, nada deberán temer de Dios, puesto que recompensará el arduo trabajo y prolongará su misericordia sobre sus hijos.

D.     PROMESAS DE DIOS Y RESPUESTA HUMANA

       Dios tiene un interés especial en que su pueblo no vuelva a recaer en pecados pasados, y por ello conmina a Zacarías a que los advierta de que, a pesar de que está transformándolo todo con gran amor y compasión, si incurren en los mismos delitos de antaño, todo puede irse al traste: “Estas son las cosas que habéis de hacer: Hablad verdad cada cual con su prójimo; juzgad según la verdad y lo conducente a la paz en vuestras puertas. Y ninguno de vosotros piense mal en su corazón contra su prójimo, ni améis el juramento falso; porque todas estas son cosas que aborrezco, dice Jehová. Vino a mí palabra de Jehová de los ejércitos, diciendo: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: El ayuno del cuarto mes, el ayuno del quinto, el ayuno del séptimo, y el ayuno del décimo, se convertirán para la casa de Judá en gozo y alegría, y en festivas solemnidades. Amad, pues, la verdad y la paz.” (vv. 16-19)

      El contexto ético y práctico en el que se ha de dar la reedificación nacional debe estar caracterizado por tres valores fundamentales, la verdad, la justicia y la paz, que son atributos comunicables de Dios mismo. La mentira solo lleva a la desdicha y al desastre, ya que al pervertir la verdad se pierde de vista la voluntad de Dios, la cual es verdadera y no puede relativizarse. Cuando el relativismo campa a sus anchas en una sociedad, lo que obtenemos es una comunidad dividida, caótica y sin una brújula moral confiable y absoluta. Los prejuicios que brotan de tópicos y etiquetas superficiales, los juicios de valor que se centran únicamente en el deseo de menospreciar a otros y de crear castas o escalafones sociales, y los juicios precipitados que son el reflejo de la inseguridad y los traumas personales, son el fermento ideal para la desintegración, el conflicto y la marginación. La búsqueda de motivos para odiar al diferente, la necesidad de dejar salir la ira enfocándola en aquellos que no piensan igual que uno, y la conveniencia de meter cizaña en determinados foros para lograr la anarquía y la discordia, simplemente consiguen la desaparición de la seguridad, el constreñimiento de las libertades, y la consecución de guerras fratricidas que no llevan a ningún lado. 

        El Reino de Dios debe involucrar la verdad, la justicia y la paz, porque desafortunadamente vivimos en un mundo de mentiras, injusticias y confrontaciones. A Dios le asquea la idea de que su pueblo vuelva a las andadas, y por ello no duda en dejar nítidamente su postura ante delitos como la malicia, el odio, la codicia, la avaricia, el perjurio, el engaño sistemático del prójimo, y el soborno. Solamente desde una cultura del Reino de los cielos es posible cambiar una sociedad. Solamente desde la mirada a Cristo, como consumador de los atributos de Dios en la tierra, como ejemplo de verdad, justicia y paz, es posible salvar de la destrucción a una civilización. Si el ser humano se resiste a este plan promisorio de Dios, si deja que sus instintos más bajos se apoderen de su voluntad, y si permite que Satanás tome las riendas de su alma, la realidad actual se impone: un mundo perdido, desenfrenado, injusto y supurante de odio, rencor y pecado. Si el ser humano, por el contrario, desea vivir feliz y satisfecho en Dios, si quiere desterrar el lamento y el luto de un pasado trágico y penoso, y si anhela celebrar la fiesta de su liberación y redención, ha de amar estas tres cosas poniéndolas por obra desde lo individual hacia lo comunitario.

E.      PROMESAS DE DIOS Y TESTIMONIO HUMANO

      Además del jolgorio y de la danza que eclipsa al dolor del recuerdo, Dios promete que, como resultado de obedecerlo y servirlo esforzadamente, las naciones aledañas podrán reconocer que Él reina sobre su pueblo, y lo ama con amor eterno: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Aún vendrán pueblos, y habitantes de muchas ciudades; y vendrán los habitantes de una ciudad a otra, y dirán: Vamos a implorar el favor de Jehová, y a buscar a Jehová de los ejércitos. Yo también iré. Y vendrán muchos pueblos y fuertes naciones a buscar a Jehová de los ejércitos en Jerusalén, y a implorar el favor de Jehová. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: En aquellos días acontecerá que diez hombres de las naciones de toda lengua tomarán del manto a un judío, diciendo: Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros.” (vv. 20-23)

      El efecto llamada que el testimonio de integridad, salvación, justicia y verdad que Israel modela, será apoteósico y formidable. Muchos incrédulos podrán contemplar con asombro el modo en el que una nación moribunda y prácticamente desaparecida del mapa, se alza potente, gloriosa y deslumbrante en medio del panorama político internacional. Cuando Dios es el corazón del ser de una sociedad o civilización, todos los demás pueblos podrán comprobar la diferencia entre una muerte anunciada y una resurrección poderosa. 

        Fijémonos que esto no solamente se quedará en el asombro, en la admiración o en la sorpresa. Aun miles de personas querrán tener lo que Israel tiene. Desearán recurrir al favor y la bendición de Dios para sus vidas. Ansiarán conocer más de cerca a este Dios que transforma algo devastado en un símbolo de la prosperidad y la redención. Se dirán unos a otros que vale la pena considerar la posibilidad de ir a Jerusalén para corroborar personalmente todo lo que desde la distancia puede saberse. Aquellas ciudades y naciones que no tenían en sus previsiones contar con Israel abrirán sus ojos para tomar del manto de un judío, anteriormente identificado con la esclavitud y el fracaso, y rogar su intercesión delante de Dios.

CONCLUSIÓN

     ¡Cómo cambian las tornas cuando Dios toma el timón de una comunidad! ¡De qué forma el testimonio fiel de una sociedad entregada y dedicada a Dios puede impactar e influir en el mundo que nos rodea! Las promesas de Dios para el pueblo de Israel siguen siendo igual de válidas y aplicables para su pueblo actual, su iglesia. Dios va a cumplir con su palabra, así que deberíamos preparar nuestro corazón y nuestra vida para aceptarlas y hacerlas nuestras.

        Cuando nos esforzamos en ser personas responsables de nuestro llamamiento, cuando hacemos todo lo posible por hacer nuestra la verdad de la Palabra de Dios, la justicia de la mirada de Cristo y la paz que sobrepasa todo entendimiento y que nos es canalizada a través de la obra santificadora del Espíritu Santo, no solamente gozaremos de bendiciones sin número y de una celebración continua de la salvación de Dios en Cristo, sino que además seremos luminares suyos en medio de nuestra sociedad. Dejemos que Dios habite en medio nuestro para que todos aquellos que el Señor tenga a bien enviarnos para buscarle se añadan a la iglesia de Cristo en Carlet.
      

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