MELQUISEDEC
SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE
ABRAHAM “GÉNESIS II: ABRAHAM, EL PADRE DE LA FE”
TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 14
INTRODUCCIÓN
No todos los regalos lo son en realidad.
No todos los dones son gratuitos. No todos los favores son desinteresados. Y no
todas las suculentas ofertas que aparecen en nuestro camino están exentas de un
quid pro quo. ¿Has oído alguna vez el dicho de que favor con favor se paga? ¿No
has escuchado en alguna ocasión lo de pactar con el diablo para lograr un
beneficio inmediato en instantes desesperados? Prácticamente la totalidad del
mundo sabe que nadie da euros por diez céntimos, y que nadie da nada por nada.
Las empresas y las marcas de productos prometen grandes gangas, y sin embargo,
a cambio suelen pedir nuestros datos, una pequeña cantidad de dinero o futuras
fidelizaciones. Por norma general, las personas huyen de aquellas otras
personas que les ofrecen cosas gratis, y la sospecha siempre recae sobre
aquellos individuos que parecen no pedirte nada, aunque sabes que en el fondo
siempre habrá alguna clase de petición misteriosa. El ser humano ha vuelto
desconfiado al ser humano, y por ello, si no pides algo a cambio de lo que se
te entregue, parece que no te quedarás tranquilo imaginando que hay gato
encerrado o que te están dando gato por liebre.
Hace unas semanas se estrenó una nueva
serie de televisión llamada “Dilema” (en inglés “What if?”) en la que un
matrimonio joven y lleno de expectativas para el futuro en lo profesional acaba
siendo víctima de un conjunto de reveses económicos. La esposa tiene una
empresa de genética que busca inversores, y aunque intenta vender su proyecto,
nadie desea respaldarla financieramente. La empresa está al borde de la quiebra
y el matrimonio debe devolver un préstamo que les hizo el padre de la esposa lo
antes posible. De repente, una enigmática mujer aparece en el lugar de trabajo
del esposo ofreciéndose a invertir una desorbitante cantidad de dinero en la
empresa de la esposa. Algo parece oler a cuerno quemado, pero vista la
situación dramática por la que está pasando su esposa, le traslada esta oferta.
Tras citarse las partes, la mujer misteriosa solamente pone una condición al
trato de inversión: el esposo debe pasar toda la noche con ella. Este
matrimonio, idílico y aparentemente firme, parece resquebrajarse mientras
intentan racionalizar esta condición que en principio les parece inasumible,
pero que con el paso de las horas empiezan a valorar como la solución a sus
problemas.
Al fin, el matrimonio se decide a tomar el
paso de aceptar la oferta. Con la condición de que el esposo no hablará sobre
lo que haya de acontecer en esa noche que pasará con la mujer multimillonaria,
ambos firman un acuerdo. Él se queda en el edificio propiedad de la siniestra
mujer, mientras la esposa vuelve a casa. Los remordimientos hacen de las suyas
en la mente de ésta mientras está en su hogar, recordando lo que significaba ser
un matrimonio fiel, y corriendo intenta invalidar este contrato. Es demasiado
tarde, y cuando su esposo vuelve a casa por la mañana, lo nota distante,
desorientado e irascible. Ella no puede preguntarle sobre lo acontecido la
noche anterior, y algo parece romperse entre ellos. La imagen de los ojos de la
mujer misteriosa aparece en primer plano para darnos a entender que ha logrado
al fin destruir algo que en principio parecía inquebrantable: el amor de este
matrimonio. Así son las cosas en muchas de las áreas de nuestra vida cuando
estamos desesperados; nos agarramos a un clavo ardiente y recurrimos a vías
inmorales y poco éticas para salir del atolladero. Lo que mucha gente no sabe,
o lo sabe más tarde, es que quien realiza pactos con el diablo tendrá que pagar
un precio mucho mayor de lo que pueda imaginar.
1.
UN MUNDO EN CONFLICTO
Abraham tuvo, en el texto bíblico que hoy
nos atañe, un episodio de esta clase. Pero antes de considerarlo, comencemos
por el principio. El narrador de Génesis inicia este nuevo relato sobre la vida
de Abraham hablando de alianzas y guerras, de pactos y rebeliones: “Aconteció en los días de Amrafel, rey de
Sinar, Arioc, rey de Elasar, Quedorlaomer, rey de Elam, y Tidal, rey de Goim,
que estos hicieron guerra contra Bera, rey de Sodoma, contra Birsa, rey de
Gomorra, contra Sinab, rey de Adma, contra Semeber, rey de Zeboim, y contra el
rey de Bela, la cual es Zoar. Todos estos se juntaron en el valle del Sidim,
que es el Mar Salado. Doce años habían servido a Quedorlaomer, y en el
decimotercero se rebelaron.” (vv. 1-4) Estos pueblos de los que nos habla
el escritor de Génesis son los componentes de dos confederaciones predominantes
en el área geográfica de Asia Menor. La primera coalición la formaban los
babilonios, o habitantes de Sinar, cuyo rey era Amrafel, o “el que habla de
secretos;” los hurritas, o habitantes de Arioc, en la Turquía actual,
comandados por el rey Elasar, o “rebelde contra Dios;” los elamitas,
procedentes de la moderna Irán, dirigidos por Quedorlaomer, o “conjunto de
gavillas;” y los hititas de Goim, también en la actual Turquía, bajo el mando
del monarca Goim.
Realizando la misma ruta que Abraham
para llegar a Canaán, fueron conquistando para sí toda la zona, y venciendo a
todos los pueblos que se les interponía en el camino, hasta llegar a la
península del Sinaí: “En el año
decimocuarto vino Quedorlaomer con los reyes que estaban de su parte y
derrotaron a los refaítas en Astarot Karnaim, a los zuzitas en Ham, a los
emitas en Save-quiriataim y a los horeos en los montes de Seir, hasta la
llanura de Parán, que está junto al desierto. Después regresaron y llegaron a
En-mispat, que es Cades, y destruyeron todo el país de los amalecitas y también
al amorreo que habitaba en Hazezon-tamar.” (vv. 5-7) Bajo sus ejércitos
cayeron pueblos temibles como los refaítas, también llamados zuzitas por los
amonitas, y emitas por los moabitas, conocidos por su gran estatura, los horeos
que vivían al este del valle del Rift, los amalecitas y los amorreos. Era una
coalición tremendamente poderosa y ante la cual nadie podía hacer más que
rendirse y ofrecer vasallaje a menos que quisieran ser asolados y devastados.
Por otro lado, tenemos a la pentápolis o
confederación de ciudades-estado del sur del Mar Muerto. La conformaban Sodoma,
con el rey Bera o “pozo;” Gomorra, con el rey Birsa, o “maldad;” Adma, con el
monarca Sinab, o “padre de cambio;” Zeboim, con su soberano Semeber, o
“fortaleza;” y Zoar, cuyo rey era Bela, o “destructor.” Esta confederación fue
vencida por la primera, y se convirtió en tributaria de estos invasores durante
doce años, hasta que se hartaron y convinieron en rebelarse contra un ejército
mucho más grande que el que podían disponer ellos. El lugar de la batalla se
estableció en el valle de Sidim, un lugar estratégico y lleno de peligros en
forma de pozos de brea y asfalto: “Entonces
salieron el rey de Sodoma, el rey de Gomorra, el rey de Adma, el rey de Zeboim
y el rey de Bela, que es Zoar, y pelearon contra ellos en el valle del Sidim;
esto es, contra Quedorlaomer, rey de Elam, Tidal, rey de Goim, Amrafel, rey de
Sinar, y Arioc, rey de Elasar; cuatro reyes contra cinco. El valle del Sidim
estaba lleno de pozos de asfalto; y cuando huyeron el rey de Sodoma y el de
Gomorra, cayeron allí; los demás huyeron al monte.” (vv. 8-9) Podríamos
decir que esta batalla era la crónica de una derrota anunciada. Su deseo de
romper las cadenas de la opresión y del dominio había sido una absoluta
imprudencia y un deplorable cálculo de fuerzas y recursos.
Los vencedores se tiraron a degüello sobre
los rebeldes, y como aves rapaces que se alimentan de la carroña con voracidad
y salvajismo, despojaron a esta pentápolis de todo cuanto tuviese valor,
incluyendo a las personas y a los animales: “Los vencedores tomaron toda la riqueza de Sodoma y de Gomorra, y todas
sus provisiones, y se fueron. Tomaron también a Lot, hijo del hermano de Abram,
que habitaba en Sodoma, y sus bienes, y se fueron.” (vv. 10-11) Aquí es
donde Abraham aparece en escena. Su sobrino Lot, aquel que creyó en el día de
su separación que su situación iba a ser más próspera y halagüeña que la de su
tío, aquel que vislumbró la riqueza de la tierra sin contar con la estulticia
de sus habitantes, había sido tomado como prisionero juntamente con su familia
y todas las posesiones, que no eran pocas, que había amasado en Egipto y en su
nuevo hogar. Los vencedores, tras recoger su botín y aprovisionarse para
regresar a su zona de influencia, habían dejado meridianamente clara su
supremacía territorial, como aviso para navegantes en el futuro.
2.
ABRAHAM ENTRA EN ESCENA
¿Y cómo se entera Abraham de la trágica
suerte de su sobrino Lot? “Uno de los
que escaparon fue y dio aviso a Abram, el hebreo, que habitaba en el encinar de
Mamre, el amorreo, hermano de Escol y hermano de Aner, los cuales eran aliados
de Abram.” (v. 12) Abraham, ya conocido como el hebreo, o habitante de
Hebrón, recibe las terribles noticias de parte de alguien que se había librado
por los pelos de ser ajusticiado o de ser hecho esclavo. Abraham se había
establecido en el encinar de Mamre, comprando unos terrenos a un clan amorreo.
Había pactado tener una buena relación con éste y con dos de sus hermanos, por
lo que entendemos que Abraham era respetado, considerado y tenido en cuenta en
estas regiones que todavía no habían probado la invasión de la confederación
que había sometido a la pentápolis cananea. Al conocer los detalles de la
derrota en el valle de Sidim, y al saber que Lot había sido aprisionado junto
con todas sus pertenencias, decide tomar cartas en el asunto. Podría haberse
mantenido al margen para evitar problemas mayores, o podía haber hecho oídos
sordos al relato del superviviente, apelando a que Lot tenía lo que se merecía,
pero no obstante, la llamada del corazón y la solidaridad familiar lo impelen a
reclutar un ejército para rescatarlo de garras de la esclavitud.
Los preparativos convierten a Abraham en
un auténtico general de tropas, en un valiente caudillo hasta la médula: “Al oír Abram que su pariente estaba prisionero,
armó a trescientos dieciocho criados nacidos en su casa, y los persiguió hasta
Dan. Cayó sobre ellos de noche, él con sus siervos, y los atacó, y los fue
siguiendo hasta Hoba, al norte de Damasco. Recobró así todos los bienes, y
también a su pariente Lot, los bienes de éste, las mujeres y demás gente.” (vv.
14-16) A simple vista el ejército que pertrecha Abraham no era gran cosa en
comparación con las huestes triunfantes de Quedarlaomer y compañía. De lo que
no cabía duda era de su lealtad y arrojo, ya que Abraham no hace leva de los
criados o siervos adquiridos o comprados, sino que se trata de siervos nacidos
bajo su autoridad y cuidado, cuestión que avala su fidelidad a Abraham. Como si
de una operación relámpago se tratase, arriba a Dan, a las puertas del
contubernio invasor, y logra una victoria fulminante y sorpresiva en una
emboscada demoledora. Tal es su empuje y brío que los echa fuera de los límites
de Canaán, a territorios correspondientes a Damasco, ubicación de la actual
Siria. Recupera todo el botín y libera a todos los cautivos, con el objetivo de
devolver a cada cual lo suyo.
3.
DOS VISITAS DIAMETRALMENTE OPUESTAS
Al regreso, Abraham recibe la visita de
dos reyes completamente diferentes en sus actitudes e intereses: Bera, el rey
de Sodoma y Melquisedec, el rey de Salem: “Cuando
volvía de derrotar a Quedorlaomer y a los reyes que con él estaban, salió el
rey de Sodoma a recibirlo al valle de Save, que es el valle del Rey. Entonces
Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y lo
bendijo, diciendo: «Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos
y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en
tus manos.» Y le dio Abram los diezmos de todo.” (vv. 17-20) El primero que
sale a su encuentro en el valle de Save o del Rey, cerca de Jerusalén, es el de
Sodoma, del que hablaremos en unos instantes. El segundo es un monarca
misterioso llamado Melquisedec, o “rey de justicia.” Conocedor de la hazaña de
Abraham, se presenta ante éste para rendirle homenaje y agradecerle su
inestimable ayuda, y lo hace a través varios elementos simbólicos como son el
pan y el vino, la vida y la alegría, y por medio de una bendición sacerdotal
repleta de reconocimiento del poder de Dios y de honor a Abraham. Es curioso
que un rey de esta zona, entregada casi por completo al paganismo y la
idolatría, sea adorador del Dios vivo de Abraham. Algunos sugieren que
Melquisedec es el mismo Sem, el cual, a tenor de las matemáticas genealógicas
pudiera estar todavía vivito y coleando; otros insinúan que era una
cristofanía, esto es, una aparición de Cristo. Cualquiera de estas dos
explicaciones carece de sostén bíblico, por lo que es mejor entender que era
una persona de carne y hueso, descendiente del maldito Canaán, hijo a su vez de
Sem, que reinaba sobre la ciudad de Salem. Abraham, por revelación de Dios,
asume que Melquisedec es un sacerdote ordenado divinamente, y que a él es
preciso entregar el diezmo del botín que se había recobrado, como señal de que
su mano había sido reforzada por el poder de Dios.
Y ahora viene la prueba del éxito. La
prueba que dictaminará qué clase de persona es Abraham: “Entonces el rey de Sodoma dijo a Abram: —Dame las personas y toma para
ti los bienes.” (v. 21) A diferencia de Melquisedec, que agradece su labor
libertadora y que confiesa en adoración la intervención de Dios en esta
victoria, Bela va directo al grano, sin bendiciones, ni honores, ni confesión
de la ayuda de lo alto. Bela quiere que Abraham le devuelva las personas, como
si Abraham las quisiera para engrosar su clan, y para ello le quiere compensar
con las posesiones rescatadas. El interés oculto que hay en su corazón es parte
de la tentación que Satanás despliega ante Abraham. Sin embargo, Abraham no es
un imprudente ni un insensato. Sabe de qué va la película, y tiene la
corazonada de que quedarse con el botín será algo que condicionará su libertad
de acción y su fama de persona magnánima. Podría apropiarse de una gran
cantidad de riquezas de forma legítima, pero moralmente podría pasarle factura,
y siempre habría quien diría que se había aprovechado injustamente de una
coyuntura dramática.
La respuesta que ofrece Abraham a Bela es
contundente: “Respondió Abram al rey de
Sodoma: —He jurado a Jehová, Dios Altísimo, creador de los cielos y de la
tierra, que ni un hilo ni una correa de calzado tomaré de todo lo que es tuyo,
para que no digas: “Yo enriquecí a Abram”; excepto solamente lo que comieron
los jóvenes. Pero los hombres que fueron conmigo, Aner, Escol y Mamre, sí
tomarán su parte.” (vv. 22-24) El juramento solemne que Abraham ha hecho
delante de Dios es lo suficientemente claro y firme como para que existan
equívocos. Su actuación militar no ha ido encaminada a quedarse con lo que no
le pertenece, sino a liberar a su sobrino y su familia del terrorífico mundo de
la esclavitud. Abraham no necesita nada que no se haya trabajado, en lo que no
haya puesto fe y esfuerzo, y por lo tanto, solamente aceptará el abastecimiento
alimentario que necesitan sus jóvenes soldados.
No quiere que después vayan por ahí
diciendo lo que no es, que Abraham sea un aprovechado, una persona miserable
que se nutre de la desgracia ajena, un individuo que tiene lo que tiene porque
el rey Bela se lo dio generosa y graciosamente. Abraham rompe con la tentación
y se muestra satisfecho con haber sacado del atolladero a su sobrino Lot. Aner,
Escol y Mamre, que son solo sus aliados, y que no tienen nada que ver con sus
principios y valores morales y éticos arraigados en la voluntad de Dios,
tomarán lo que les corresponda en buena ley y gracias a su empeño y coraje.
CONCLUSIÓN
Las riquezas materiales son capaces de
cegar al más pintado de nosotros. La posibilidad de acumular bienes y
propiedades sin importar el coste que tendrá hacerlo, y la ocasión de vivir a
todo tren sin analizar si los medios que llevan a este fin son legítimos o si
esconden letra pequeña, puede llegar a sumergirnos en un mundo peligroso en el
que se nos pedirá cosas que son abominables ante los ojos de Dios. Confiar en
la provisión de Dios, reconocer nuestra dependencia de su misericordia y
bondad, y resistir la presión de las tentaciones materiales, del mismo modo que
hizo Abraham, debe ser nuestro objetivo como creyentes.
Ser magnánimos y sensibles a las
situaciones comprometidas de otras personas, ser capaces de intentar, en la
medida de lo posible, solventar las dificultades en las que se meten nuestros
prójimos, y agradecer a Dios en adoración por la victoria en estas
circunstancias complejas, nos acerca a ser más como Abraham, pero también a ser
más como Cristo, aquel que no estimó su propia majestad como cosa a la que
aferrarse, sino que luchó a brazo partido por nosotros, a fin de que pudiésemos
ser libertados de la esclavitud del pecado.
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