NOÉ: RECUERDO, RENOVACIÓN, RECOMPENSA





SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “VOLVIENDO A LOS FUNDAMENTOS”

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 8:1-19

INTRODUCCIÓN

       La memoria es una herramienta mental que nos permite recordar cosas, personas o contenidos que ocurrieron en el ayer, y que nos dan la oportunidad de aprender de los errores, de disfrutar de las remembranzas felices, de resolver enigmáticas operaciones matemáticas, de armar el puzle de toda una existencia a la hora de fraguar una autobiografía llena de experiencias y vivencias, y de prever el futuro según los resultados de nuestros actos anteriores. La memoria es un elemento sumamente importante para no cometer la equivocación de olvidarse de las cosas realmente importantes como la fecha del aniversario de bodas, del cumpleaños de nuestros seres queridos, de números enrevesados que nos identifican en el día a día cuando realizamos gestiones y trámites, de versículos que nos proveen de esperanza y seguridad en los instantes trágicos de la vida, del pin de nuestro móvil y de la contraseña de nuestros correos electrónicos y perfiles de redes sociales. ¿Qué haríamos sin la memoria en estos tiempos en los que la información nos abruma y satura los sentidos? Ser un desmemoriado en esta época que nos toca vivir ya no es tan problemático como antes, porque existen mecanismos virtuales y bases de datos que suelen recordarnos informaciones que se han borrado sin querer de nuestro disco duro mental. A pesar de todo, la memoria juega un papel fundamental en nuestro entendimiento de la realidad que nos rodea.

     A veces la cuestión ya no radica en la memoria en sí misma. Podemos despistarnos, claro está, y es algo que puede perdonarse hasta cierto punto, dado el trasiego y la vorágine de actividad en la que nos sumergimos diariamente. Lo realmente preocupante es esa memoria selectiva o esa amnesia interesada de la que hace gala el ser humano. Ya vimos que en Malaquías está presente esta clase de desmemoria tan particular y maliciosa, y que es algo que irrita en gran manera a Dios. El ser humano es capaz de acordarse de aquellas cosas que convienen en cada momento, según la coyuntura y dependiendo de las circunstancias. Si deben dinero a alguien y no quieren devolverlo por la razón que sea, si han hecho una promesa a la ligera y no pueden cumplirla, si les han hecho un favor y no les conviene devolverlo en un momento determinado, ahí surge un atrevido y cínico olvido para intentar escurrir el bulto. Esta es la gran diferencia que existe entre la memoria humana y la memoria divina. Dios tiene una memoria de elefante, una memoria prodigiosa que se acuerda de todo lo que prometió para cumplirlo. La única amnesia propia de Dios es aquella que atañe y tiene que ver con nuestro pecado al considerar la sangre derramada de Cristo en la cruz como medio que nos proporciona perdón y justificación.

1.      RECUERDO DE DIOS

       El agua que circundaba el arca construida por Noé y su familia no cesaba de subir y subir. Los collados ya habían sido sepultados por una masa líquida de barro, árboles, y demás desechos, y en el horizonte solo se divisaba agua y más agua. ¿Cuánto tiempo deberían estar encerrados en las entrañas de este gran buque de madera calafateada? Dada la gran cantidad de agua que se movía incansable sobre la superficie de la tierra, pasaría mucho tiempo hasta que decreciese lo suficiente como para poder embarrancar y volver a poner la suela de sus sandalias en tierra firme. Las jornadas pasaban monótonas, sin problemas reseñables, con la parsimonia propia de una singladura constante que no encuentra ni obstáculos ni fondeaderos en su travesía. Trabajo no les faltaba. Cuidar de un auténtico zoológico con todo lo que esto implica, les daría la actividad necesaria como para no aburrirse ni darle demasiadas vueltas a la cabeza. Ciento cincuenta días llevaban contados con sus soles y sus lunas, marcando el paso del tiempo en la madera de gófer del interior de la quilla del arca.

     Todo marchaba sin alteraciones reseñables hasta que por fin pasa algo distinto: “Y se acordó Dios de Noé, y de todos los animales, y de todas las bestias que estaban con él en el arca; e hizo pasar Dios un viento sobre la tierra, y disminuyeron las aguas. Y se cerraron las fuentes del abismo y las cataratas de los cielos; y la lluvia de los cielos fue detenida. Y las aguas decrecían gradualmente de sobre la tierra; y se retiraron las aguas al cabo de ciento cincuenta días.” (vv. 1-3) Cualquier persona que leyese por primera vez estos versículos pensaría que Dios estaba atareado haciendo otras cosas por ahí, y que de repente se acuerda de Noé y de los habitantes del arca, como quien se acuerda de que dejó calentando la plancha en la tabla de planchar mientras escribe un whatsapp a otra persona. De ningún modo se nos está queriendo sugerir que Dios se había despistado y que al considerar su descuido, corre para prestar atención a Noé y su familia. La frase en el original hebreo (“wayyizkar ´elohim ´et-noaj”) del primer versículo nos habla de que Dios ya ha considerado que la raza humana y todo ser vivo sobre la faz de la tierra ha exhalado su último aliento. Ha consumado su juicio y ya es hora de dar comienzo a una nueva etapa de la humanidad en un entorno remozado, renovado y abierto a millones de posibilidades para la reconducción de aquello que había sido corrompido por el mortal pecador.

      Como dijimos al principio, cuando Dios se acuerda, lo hace de manera diferente a como lo hace la criatura humana. Sin ir más lejos, en el Antiguo Testamento, y concretamente en boca del salmista, nos dice que Dios “se acordó para siempre de su pacto, de la palabra que mandó para mil generaciones.” (Salmos 105:8) El recuerdo de Dios siempre precede a la liberación, a la salvación y a la vida, tal como nos atestigua la misma historia de Israel, rompiendo las cadenas de la esclavitud, de la servidumbre y del exilio. Cuando Dios recuerda, actúa en consecuencia con la palabra dada anteriormente al cataclismo, a la desdicha y al infortunio. Como dijo Brevard Childs, estudioso del Antiguo Testamento, “el recuerdo de Dios siempre implica su movimiento hacia el objeto… La esencia del recuerdo de Dios descansa en su actuación hacia alguien a causa de un compromiso adquirido previamente.” Tal es el alcance de la memoria divina que el profeta Isaías emplea la imagen conocida y cotidiana de una madre y un hijo en su amor por Sion: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.” (Isaías 49:15) Dios no especula con su memoria y recuerdo, sino que lo emplea en el momento justo y en las circunstancias más oportunas, como en el caso que nos ocupa de Noé y el arca.

2.      RENOVACIÓN DE LA CREACIÓN

    El viento que sopla con furia sobre las aguas es tan cálido y abrasador que poco a poco va vaporizando su volumen inmenso hasta que el nivel del líquido elemento inicia su retroceso. A esto ayuda el hecho de la clausura de los abismos y de los cielos, permitiendo que, paulatinamente, los moradores del arca se den cuenta de que el instante de posar la planta de sus pies en tierra está cada vez más cerca. Durante ciento cincuenta días más, las aguas fueron huyendo a sus escondrijos subterráneos y subiendo en forma de vapor de agua hacia las nubes. Dios se ha acordado de ellos y está efectuando los cambios climáticos y meteorológicos necesarios para entregarles una atmósfera limpia y fresca y una tierra pacificada y lista para ser cultivada y plantada. De ahora en adelante, la lluvia hará acto de aparición en su estación del año con el propósito de sustituir ese vapor de agua que regaba la tierra en tiempos pasados.

      Un buen día, una serie de crujidos despierta a todos: “Y reposó el arca en el mes séptimo, a los diecisiete días del mes, sobre los montes de Ararat. Y las aguas fueron decreciendo hasta el mes décimo; en el décimo, al primero del mes, se descubrieron las cimas de los montes.” (vv. 4-5) El arca parece paralizada e inmóvil tras varios estruendos y arañazos en su barriga. ¡Por fin! El agua ha retrocedido tanto, que al fin se hallan embarrancados en una superficie dura y seca. De nuevo, el autor de Génesis, se detiene en detallar el día y mes de este acontecimiento ilusionante. El lugar que se identifica aquí como los montes Ararat, se ha prestado a multitud de interpretaciones y confusiones. Posiblemente, la localización exacta se halla en el entorno de Armenia, en unos montes que en el idioma asirio-babilónica se denominaba Urartu. La tradición cristiana ha ido desplazando esta ubicación a la actual Turquía oriental, a un monte llamado Ararat de unos 5156 metros de altitud, mientras que la judía e islámica la sitúan en Al-Chudi, en la zona del Kurdistán, con 4000 metros de altitud. Más allá de los intentos infructuosos por encontrar los restos de una gigantesca arca en alguno de estos lugares, lo cierto es que saber su auténtico emplazamiento no nos provoca una desazón demasiado obsesiva. El hecho de embarrancar es lo que debe llamar nuestra atención, ya que desde el punto en el que se hallaban se iba a desarrollar la nueva tierra.

      ¿Ya podían abrir las compuertas para descender a los valles y comenzar desde cero? Parece ser que no, a tenor del comportamiento de Noé, posiblemente una conducta pactada con Dios antes de zarpar por las procelosas aguas del diluvio universal: “Sucedió que al cabo de cuarenta días abrió Noé la ventana del arca que había hecho, y envió un cuervo, el cual salió, y estuvo yendo y volviendo hasta que las aguas se secaron sobre la tierra. Envió también de sí una paloma, para ver si las aguas se habían retirado de sobre la faz de la tierra. Y no halló la paloma donde sentar la planta de su pie, y volvió a él al arca, porque las aguas estaban aún sobre la faz de toda la tierra. Entonces él extendió su mano, y tomándola, la hizo entrar consigo en el arca. Esperó aún otros siete días, y volvió a enviar la paloma fuera del arca. Y la paloma volvió a él a la hora de la tarde; y he aquí que traía una hoja de olivo en el pico; y entendió Noé que las aguas se habían retirado de sobre la tierra. Y esperó aún otros siete días, y envió la paloma, la cual no volvió ya más a él.” (vv. 6-12) Es curioso comprobar que la primera criatura que sale al fin de las entrañas del arca, es un cuervo, un animal inmundo, carroñero y negro como el alquitrán. Al enviar al cuervo, lo que pretendía conocer Noé era si todavía existían restos humanos o animales sobre la superficie terráquea de los que pudiera alimentarse esta ave. El trasiego constante que el cuervo trae ayuda a Noé conocer el estado de las zonas más bajas de la tierra en la que se hallaban varados. Cuando las aguas se acaban de secar, dejando al descubierto a buen seguro una buena cantidad de cadáveres humanos y animales, el cuervo ya no tiene porque regresar: ya ha encontrado sustento. 

     Al constatar que el cuervo no ha de volver, envía a otro animal, esa vez la paloma, un animal limpio, empleado para los sacrificios a Dios, blanco como la nieve en invierno, y que solo se alimenta de semillas. En varias oportunidades, la paloma no encuentra un sitio en el que reposar y en el que no se pueda manchar su pulcro plumaje. Después de una semana, la volvió a enviar al mundo exterior, y justo cuando el ocaso daba paso a la noche, regresa con algo prendido en su pico: una ramita de olivo, señal clara de que los árboles pequeños ya enseñan su copa por encima de las aguas. Esta es la imagen que hoy simboliza la paz en un dibujo especialmente realizado e ideado por Pablo Picasso para conmemorar el día en el que la humanidad debe repensar y reflexionar sobre la necesidad de los conflictos, de las guerras y del odio. El olivo representa la vida, el fruto que promete una nueva tierra, la salud que cicatriza las heridas infligidas por el juicio divino sobre el ser humano. La paz de un mundo sin mortales peleándose, mordiéndose como perros rabiosos, matándose y autodestruyéndose, es el principio sobre el cual Dios quiere construir una nueva humanidad que se somete a sus dictados y mandamientos. Noé deja pasar otra semana más hasta enviar de nuevo a la paloma, y ya no vuelve al arca, signo evidente de que el terreno ya está listo para recibir a la única familia que ha sobrevivido al diluvio global y a todos los animales que los acompañan.

3.      RECOMPENSA DIVINA

     La recompensa a tanto tiempo de trabajo, fidelidad, obediencia, paciencia y tempestades, no se hace esperar días después: “Y sucedió que en el año seiscientos uno de Noé, en el mes primero, el día primero del mes, las aguas se secaron sobre la tierra; y quitó Noé la cubierta del arca, y miró, y he aquí que la faz de la tierra estaba seca. Y en el mes segundo, a los veintisiete días del mes, se secó la tierra. Entonces habló Dios a Noé, diciendo: Sal del arca tú, y tu mujer, y tus hijos, y las mujeres de tus hijos contigo. Todos los animales que están contigo de toda carne, de aves y de bestias y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, sacarás contigo; y vayan por la tierra, y fructifiquen y multiplíquense sobre la tierra. Entonces salió Noé, y sus hijos, su mujer, y las mujeres de sus hijos con él. Todos los animales, y todo reptil y toda ave, todo lo que se mueve sobre la tierra según sus especies, salieron del arca.” (vv. 13-19). Justo el primer día del año, las aguas recuperan su estatus original en fuentes, ríos, lagos y mares. Un año entero dentro del arca ha pasado, y ha llegado el momento esperado por todos los integrantes del pasaje. Noé retira la parte superior del arca, y el aire puro e incontaminado penetra dentro de la embarcación salvadora. Seres humanos y animales por igual saborean el amanecer de una nueva era, los olores renovados y dulces de una tierra transformada por la mano justa de Dios, la visión de paisajes absolutamente cambiados y prestos para dar rienda suelta a la escritura de una insólita página de la historia. La recompensa de contemplar lo que Dios les ha estado preparando tras un año de caos y desolación es un fruto sabroso que disfrutan extasiados.

      La voz de Dios resuena en medio del panorama desintoxicado de la creación, y lo hace, no ya para condenar ni juzgar, sino para ofrecer a los supervivientes el galardón a su perseverancia y rectitud. Noé recibe el permiso de Dios para salir del arca. La misma mano que cierra la puerta del arca justo antes de que caigan chuzos de punta, es la misma mano que abre los portones del gran barco para dar la bienvenida al ser humano a un escenario completamente distinto al que habían dejado al iniciar su largo viaje. Los animales, nerviosos y con ansias por trotar, correr, volar y reptar, salen del arca como un ejército dispuesto a abarcar las riquezas que les dispensa la naturaleza virgen que se extiende ante ellos. El mandato de Dios es un eco del mandato cultural que ya diera a animales y seres humanos en los primeros capítulos de Génesis. Deben llenar la tierra, recorrerla, asentarse en el descubrimiento de nuevos parajes, multiplicarse gracias a la selección de género realizada por Dios, y fructificar prósperamente en esta tierra que se abre ante sus miradas de estupefacción, felicidad y alegría. El ser humano tiene la oportunidad gloriosa de reemprender su camino desde el temor a Dios y el amor que éste dispensa a su criatura más especial. Esta es su recompensa y premio, y en su libre albedrío, la humanidad que surgirá del acervo genético noánico, tendrá la posibilidad de desarrollar la piedad, la santidad y el amor por la creación de Dios.

CONCLUSIÓN

     Noé besa la tierra que holla con sus pies. Sus hijos aplauden, ríen y celebran el final del diluvio universal junto a sus esposas. Los animales se desparraman en todas direcciones, a excepción de aquellos que deben permanecer con Noé, con un propósito muy concreto y específico. ¿Será capaz el ser humano de ser agradecido con el Señor después de esta demostración formidable del poder y de la justicia de Dios? ¿Aprenderán la lección o tendrá Dios que recordarles para siempre las consecuencias de la perversión humana? Todo esto y mucho más, en el próximo estudio sobre Génesis y Noé.

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