NOÉ: MULTIPLICACIÓN, SOSTENIMIENTO Y PROTECCIÓN





SERIE DE ESTUDIOS EN GÉNESIS “VOLVAMOS A LOS FUNDAMENTOS”

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 9:1-7

INTRODUCCIÓN

      ¿Hasta qué punto la vida en cualquiera de sus expresiones es sagrada? ¿En qué momento decidió el ser humano valorar la existencia de sus congéneres, de los animales o de las especies vegetales desde la santidad de su vida? La historia está llena de episodios amargos en los que la destrucción del semejante, la matanza indiscriminada de animales, y el asolamiento de bosques y entornos vegetales, fueron el signo de lo que vino en llamarse la selección natural o la supervivencia del más fuerte. La vida humana, pongamos por ejemplo, ¿es sacrosanta siempre, en cualquier circunstancia, o puede ser arrancada de cuajo por medios legales o coyunturales particulares? ¿Es lícito derramar la sangre de una persona por motivos de defensa propia, para proteger a tu familia o para lograr la salvación de la mayoría? ¿O en toda situación está penado por Dios? ¿La vida es santa porque Dios, el que la da es santo, o lo es porque la hemos sacralizado hasta el punto de creer que el ser humano abyecto y podrido moralmente siempre tendrá una postrera oportunidad para cambiar de parecer? ¿Está permitido ejercer la pena de muerte como herramienta de intimidación social y justicia humana? Todas estas cuestiones y mil más, surgen de la idea que irradia directamente de la Declaración de Derechos Humanos, y de un intento por tapar con un solo dedo el sol abrasador de la truculenta y cruda realidad en la que vivimos.

     La vida es un bien otorgado por Dios a su creación animada por la sangre o la savia vital. La protección de la vida continúa siendo un tema ciertamente polémico y enrevesadamente interesado. El ser humano es capaz de dar su vida por su prójimo cuando éste está en peligro, pero también puede muy bien segar el hilo de la existencia de su vecino si le estorba, si saca algo beneficioso de ello, o si se ve cegado por el odio y la sinrazón. El ser humano está dispuesto a cuidar apasionadamente de las especies animales en peligro de extinción, aunque tampoco le tiembla el pulso a la hora de perpetrar crímenes como el aborto, la eutanasia y las guerras fratricidas con daños colaterales de inocentes que solo pasaban por allí. El ser humano se encadena a árboles de bosques tropicales y amazónicos con el loable propósito de evitar su desaparición a causa de la tala indiscriminada, pero no vacila a su vez en marginar a determinados grupos sociales menos favorecidos, a etnias culturalmente distintas a su idiosincrasia y a esclavizar con cadenas a personas de otros colores y procedencias. ¿Por qué unas vidas merecen ser conservadas y por qué otras tienen que ser erradicadas del mundo? Ese es el quid de la cuestión. Y la respuesta a esta pregunta se pierde en el eco interminable de las voces de los asesinados, de los maltratados, de los explotados y de los parias intocables de un sistema social y económico que dominan unos cuantos mortales que deciden quiénes viven y quienes sobran.

     En el relato de hoy sobre la nueva vida que se abre ante Noé y su familia, podemos distinguir tres áreas de la existencia renovada en las que Dios pone todo de su parte, todo su amor y todo su mimo. Descartada esa maldición que impedía al ser humano recibir fácilmente de la tierra su sustento cotidiano, Dios quiere multiplicar sus bendiciones, desea sostener convenientemente a la humanidad que recién echa a andar tras el diluvio, y anhela proteger a sus criaturas de sí mismas y de las bestias feroces y animales dañinos que se encontrará en su expansión territorial. 

1.      MULTIPLICACIÓN

       El pacto de Dios con Noé después del juicio diluvial establece que el objetivo primordial del ser humano debe ser el de multiplicarse sobre la faz de esta tierra que todavía huele a húmedo: “Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra… Mas vosotros fructificad y multiplicaos, procread abundantemente en la tierra, y multiplicaos en ella.” (vv. 1, 7) Claramente estas bendiciones y mandatos culturales que Dios establece con los únicos seres humanos que pueblan el mundo, son una evocación y recuerdo de la bendición impartida en el comienzo de la andadura humana en Génesis 1:28: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra…” Tres son los conceptos que aparecen en estos versículos prácticamente iguales en su planteamiento, lo cual ya nos indica el especial interés de Dios en que el ser humano cumpla con esta tarea: fructificación, multiplicación y procreación. 

    La noción de fructificación, en hebreo parah, significa que algo da fruto a su debido tiempo y en abundancia. En el caso del ser humano, la idea nos remite a la prosperidad y al bienestar físico, mental y espiritual de cada individuo dentro de una sociedad. Fructificar adquiere el sentido de que las cosas vayan bien, dentro del orden establecido por Dios, y dentro de los límites de la buena vecindad, la solidaridad y la colaboración. La multiplicación tiene que ver con la necesidad imperiosa de volver a repoblar un mundo vacío de vida humana. La palabra hebrea es rabah, y habla de engrandecimiento y de crecimiento numérico y aritmético. Por último, la procreación se refiere al modo en el que el fruto y el aumento numérico se han de llevar a cabo, esto es, por medio de las relaciones sexuales en el marco del matrimonio, institución que vuelve a perfilarse como monogámica en la figura de Noé. La descendencia ha de encontrar su verdadera esencia en el seno de la familia y en los lazos primordiales que surgen de la consanguinidad. La palabra hebrea, yalad, significa “dar a luz, engendrar” y nos retrotrae a la capacidad comunicada por Dios al ser humano para generar vida.

     El segundo enunciado del pacto de Dios con Noé es también similar a la que hallamos en Génesis 1:28: “El temor y el miedo de vosotros estarán sobre todo animal de la tierra, y sobre toda ave de los cielos, en todo lo que se mueva sobre la tierra, y en todos los peces del mar; en vuestra mano son entregados.” (v. 2). Sin embargo, al leer la segunda parte de Génesis 1:28, encontramos una serie de matices distintivos: “Sojuzgadla, y señoread de los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” Dos palabras saltan a nuestros ojos, y nos deben llenar de inquietud al leerlas: temor y miedo animal. Es la primera vez que Dios habla de que a partir de ese momento, los animales ya no se mostrarán tan sumisos a la voluntad del ser humano, sino que mostrarán una especie de mecanismo de supervivencia instintivo con el objetivo de huir por sistema de las aviesas intenciones del ser humano. Es como si la veda de caza se inaugurara, como si las hostilidades entre la creación animal y el ser humano se iniciaran hasta el día de hoy. El animal se apartará del camino del ser humano, como si de repente notase algo infame y cruel en cualquier movimiento que éste haga sobre la naturaleza o el ecosistema en el que habitan. Es de lamentar tener que constatar que lo que Dios ya dijo sobre las motivaciones juveniles de la raza humana, se hace realidad en la relación entre fauna y los mortales humanos.

    El hecho de que Dios entregue a los animales en manos de los seres humanos no implica hacer lo que deseen con ellos. No quiere decir que el ser humano pueda disponer caprichosamente de sus vidas, ni acribillarlos a balazos por simple deporte, ni castigarlos con torturas deleznables, ni violentar su comportamiento natural para diversión de espectadores en la feria de las vanidades. El ser humano habrá de enseñorearse de los animales desde una correcta mayordomía ecológica que protege a las especies de su desaparición, que lucha por la vida de animales derrengados y explotados hasta límites vergonzosos, y que intenta encontrar un equilibrio en el que los animales puedan coexistir como agentes de bienestar y compañía. Eso sí, lo que no podemos, ni debemos hacer, es creer que los animales están al mismo nivel que el ser humano, tratándolos a cuerpo de rey mientras las personas necesitadas mueren a las puertas de sus casetas. En su medida debida, animales y seres humanos pueden intentar lograr aquella primera comunión que hubo en el huerto del Edén.

2.      SOSTENIMIENTO

      Para que la multiplicación, la fructificación y la procreación alcancen su mayor nivel de efectividad y eficacia, Dios otorga al ser humano una nueva prerrogativa: “Todo lo que se mueve y vive, os será para mantenimiento: así como las legumbres y plantas verdes, os lo he dado todo.” (v. 3) Aquí observamos por primera vez un cambio radical de dieta. Hasta los días de Noé, el menú era principalmente vegetariano, aunque, teniendo en cuenta la multitud de los pecados y maldades de la humanidad pre-diluviana, no descartemos que la gran mayoría de mortales se alimentasen, indebidamente, de aves, mamíferos, peces e insectos. Dios quiere que el sostenimiento de la raza humana se llene del vigor que produce la carne de aquellos animales considerados limpios, lo cual no deja a un lado una dieta a base de legumbres y de verduras variadas, las cuales por sí solas podrían ofrecer vitalidad a cualquier ser humano, ya que son una fuente importante de hidratos de carbono, proteínas, fibra, hierro, vitaminas del grupo B, y glúcidos energéticos. La nueva dieta aportará proteínas, minerales, vitaminas, agua y grasas. Sus proteínas contienen los ocho aminoácidos esenciales para el buen funcionamiento orgánico, indispensables para las defensas, el crecimiento y la regeneración de los tejidos. Las vitaminas de la carne son predominantemente las del grupo B, y este rico manjar animal es rico en hierro, calcio, fósforo, magnesio y potasio.

      No obstante, Dios pone una condición muy concreta y con gran carga simbólica: “Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis.” (v. 4) ¿Qué quería decir Dios con esta prohibición? ¿Estaba diciendo que había que desangrar por completo la carne antes de ser consumida? ¿O tal vez hablaba de determinadas prácticas en las que se comía la carne de animales aún con vida, o de casos de animales mutilados a los que se les cercenaba una de sus articulaciones para cocinarla mientras todavía estaba la criatura viva? Todos estos supuestos podrían ser probables interpretaciones de este versículo. De hecho, los judíos consumen la carne según los estándares kosher en los que se extrae de la carne toda la sangre dentro de las primeras 72 horas de la matanza, y se realiza un proceso especial de empapado en agua y salado. Además, los judíos tienen terminantemente prohibido alimentarse de la carne arrancada del animal mientras está con vida. Seguramente, este veto divino de comer la sangre del animal tenía una vertiente práctica e higiénico-sanitaria, así como un fundamento biológico de una concepción simbólica del líquido manantial carmesí que permite la vida.

    Grupos literalistas, fundamentalistas y fanáticos como los Testigos de Jehová, han querido rizar el rizo y hacer el triple mortal hacia atrás sin manos. Emplean erróneamente, y fuera de su sentido original y contextual, este y otros textos como Deuteronomio 12:23 (“Solamente que te mantengas firme en no comer sangre; porque la sangre es la vida, y no comerás la vida juntamente con su carne.”) y Levítico 17:10-14, para considerar abominable la práctica de las transfusiones sanguíneas. Para ellos, en su ignorancia del espíritu de la ley y de la tendencia vitalista que surge de compartir la propia sangre con alguien que pasa por el trance duro de un accidente u operación compleja, las transfusiones de sangre o trasplantes de órganos están completamente prohibidos para sus acólitos. No pocas personas han muerto irremisiblemente a causa de este radical pensamiento. No se dan cuenta de que precisamente, el hecho de trasfundir sangre es dar vida a aquel que la está perdiendo por causas diversas. Se olvidan de que dar vida está por encima de las tradiciones y eiségesis estrechas que unos iluminados quieren imponer sobre mentes idiotizadas. El problema ético es siempre el que surge de un médico que ha jurado salvar la vida y de un paciente o de los padres de un paciente que rechazan la generosidad humana a costa de seguir en sus trece, y dejar morir a un hijo, una esposa o esposo, o un padre o madre.

3.      PROTECCIÓN

     Al socaire de esta concepción de la vida que Dios propone a Noé en su pacto, Dios prevé lo que pueda acontecer en el horizonte futuro de las relaciones interpersonales y sociales: “Porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre.” (v. 5) ¿Recordamos el episodio siniestro y trágico del primer homicidio? Caín asesina vilmente a su hermano Abel a causa de su envidia corrosiva. ¿Recordamos a Lamec, descendiente cainita, pavoneándose y ufanándose de su poder para quitar la vida a un joven? Dios, en previsión de que esta clase de funestos actos vuelvan a repetirse, ya quiere dejar sentadas una serie de estipulaciones condenatorias contra aquellos que se asomen al abismo del derramamiento de la sangre de su prójimo. La primera de ellas, es que pase lo que pase, la justicia de Dios se abatirá sin contemplaciones sobre aquellos individuos que quieran arrebatarles la vida. Si alguien es asesinado, Dios tomará cartas en el asunto y el castigo será terrible para aquel que desafía al Señor usurpando su potestad de dar o quitar la vida. Solo Dios tiene la autoridad final a la hora de indicar el final de la vida de una persona. Del mismo modo que la sangre de Abel clamó desde la tierra al ser derramada, así lo hará toda vida que es segada egoístamente por cualquier individuo humano o cualquier bestia salvaje.

     La claúsula de la alianza rubricada por el Creador de todos los seres vivientes en cuanto a la violencia humana que desemboca en la muerte prematura de otro semejante queda subrayada por el siguiente texto: “El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre.” (v. 6). Este versículo suscita varias preguntas relacionadas con la venganza, la justicia humana delegada por Dios y la pena de muerte, por no hablar incluso del asunto tan actual de la eutanasia. En esta ocasión Dios no está hablando de revancha a Noé. La vindicación humana solo lleva a una cadena de excesos letales que se suele prolongar en el tiempo y que implica a personas que no tienen que ver nada en el asunto. Jesús ya advirtió a Pedro de que quien a hierro mata, a hierro muere. Dios no habla de una ley del talión que no considera los detalles y la casuística de los homicidios cometidos. Aunque Dios establecerá organismos de justicia en medio de su pueblo que determinarán con la objetividad debida la necesidad de penalizar conductas y prácticas concretas con la pena de muerte, esto no quiere decir que la administración de justicia humana actual esté exenta de errores, meteduras de pata, intereses ocultos y pésimos mecanismos de control de los que toman esta clase de decisiones irreversibles. No será ni la primera ni la última vez que hayamos escuchado de un reo electrocutado en la silla eléctrica, que a posteriori ha sido considerado inocente por la disposición de nuevas pistas, evidencias y huellas que lo absuelven sin lugar a dudas.

CONCLUSIÓN

     Nuestra actitud ante la vida debe ser siempre la misma que demostró Jesús. Es una actitud que pasa por dejar que sea Dios quien juzgue sumaria y definitivamente a un criminal. Sé que a veces, llevados por la indignación, el dolor y la frustración con el simulacro de justicia que ignora nuestra pena, lo que preferiríamos es que el homicida muriese como un perro, que los asesinos confesos y los genocidas fuesen ajusticiados en la guillotina, con una inyección letal, o con el garrote vil. Sin embargo, aunque nos duela en el alma, no debe estar en nuestras manos retorcer el pescuezo del que nos ha arrebatado un ser querido, sino que hemos de fiar a Dios la potestad soberana y plenamente justa de consolar a los que lloran por la pérdida, y de penalizar con todo el rigor y el peso de la ley divina al asesino. 

     ¿Qué señal empleará el Creador del universo y Juez supremo de vivos y muertos para rubricar su pacto de no agresión fulminante y anegadora? ¿Tendrá el ser humano noción o manifestación clara durante el devenir de la historia de que Dios cumple con su palabra de no volver a inundar el mundo? Esto y mucho más, en nuestro próximo estudio en Génesis.
     
    

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