LA SONRISA DE LOS MALVADOS
SERIE DE
SERMONES SOBRE MALAQUÍAS “LA RELIGIOSIDAD A JUICIO”
TEXTO
BÍBLICO: MALAQUÍAS 3:13-18
INTRODUCCIÓN
Algo que siempre
ha llamado poderosamente mi atención como devorador incansable de películas,
series, libros y cómics, es la figura de los villanos o malvados. En toda trama
exitosa que se precie de serlo, siempre aparece el villano de turno que urde y
planea alcanzar el poder, la riqueza o un tesoro de incalculable valor,
enfrentándose al héroe idealizado y estilizado que se interpone en su camino.
Desde el principio de cualquier historia que involucra a malos y a buenos, la
maldad parece alzarse con la victoria con métodos poco ortodoxos y empleando
medios alejados de lo virtuoso y lo lícito. En ese instante, la carcajada
truculenta del malo malísimo resuena con un eco interminable y que anticipa su
victoria sobre el bien. Es esa sonrisa incómoda y repleta de orgullo la que en
muchas ocasiones ha llenado mi mirada de indignación y de miedo a partes
iguales. Desde la estentórea risa del Profesor Moriarty en los dibujos
japoneses de Sherlock Holmes, pasando por la estridente carcajada del insano
Joker cuando aparentemente triunfa sobre Batman, y por la estremecedora mueca
de felicidad y placer de un Hannibal Lecter ávido de carne humana, sin hablar
de la sonrisita inquietante de Norman
Bates en “Psicosis” que parece avanzar nuevas tropelías sangrientas, siempre me
pregunté por qué los malvados sonríen.
La sonrisa es el
producto de la satisfacción, de la realización, del disfrute y de la alegría.
Cuando alguien sonríe, suele hacerlo como respuesta a un estímulo positivo
provocado en el sujeto. Puede ser el resultado de una buena noticia, de un
instante inolvidable, de un amor que se suspira, de un momento que se llena de
gratos recuerdos, o de ver cómo un sueño se cumple. Tal vez la sonrisa sea la
firma de Dios en el rostro de un ser humano que considera lo bueno y lo
entrañable como algo a lo que aspirar en la vida. Sin embargo, también los
criminales sonríen desequilibrados al rememorar sus delitos. También los
corruptos sonríen cuando llenan sus bolsillos de pasta gansa a costa de los
contribuyentes a los que la sonrisa se les borró de la cara hace demasiado
tiempo. También los que cometen injusticias se relamen mientras se ríen de los
honestos y de los humildes. También los poderosos se carcajean y burlan de sus
esclavos, de sus siervos y de sus empleados cuando les arrebata sus derechos
laborales con la excusa peregrina y falsa de una crisis inexistente. También
los religiosos ríen a mandíbula batiente al engatusar y extorsionar
espiritualmente a los honrados y sinceros creyentes empleando abusivamente su
pretendida santidad y piedad.
1. VIOLENCIA VERBAL
Malaquías, el
profeta escogido por Dios para encararse frontalmente con los religiosos e
hipócritas espirituales, vuelve a la carga contra aquellos que insultan a Dios
y escupen en su santo nombre. La injusticia ha llegado hasta tal punto que la
gente decide hacer caso de aquel refrán que dice “si no puedes vencerlos, únete
a ellos.” Los malos se ríen de la religión, se mofan de la rectitud moral y
ética, y han tomado el camino fácil de convertir la maldad en lema de vida.
Dios se siente ultrajado al ser ninguneado y vituperado a causa de la
prosperidad y carcajada de los malvados: “Vuestras
palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos
hablado contra ti?” (v. 13). El pueblo se ha pasado tres mil pueblos con
Dios. Su dignidad y honra le han sido arrebatadas por personas que no dudan ni
vacilan en maldecir a Dios con sandeces e improperios irreproducibles. La
violencia verbal contra el Señor ha agotado su paciencia y pide disculpas y una
explicación a su vocabulario obsceno y vil al hablar de Dios y de su justicia.
Pero como ya hemos visto en los capítulos anteriores, las gentes de Israel
vuelven al cinismo habitual propio de los religiosos. En lugar de retractarse
de sus acusaciones contra Dios, en vez de confesar que sus bocas están sucias,
y en lugar de reconocer su error al insultar al Señor, le desafían con una
pregunta bastante común en pánfilos e insensibles. “¿Qué te hemos dicho a ti? ¿Por qué te ofendes si nosotros solamente
constatamos la realidad en la que vivimos y nos movemos?”
La contestación
de Dios no se hace esperar y enumera sus vergonzosas manifestaciones verbales
contra Él: “Habéis dicho: Por demás es
servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en
presencia de Jehová de los ejércitos? Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son
los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que
tentaron a Dios y escaparon.” (vv. 14-15). La razón que lleva a Dios a
airarse contra los religiosos y los que ponen en duda la verdadera esencia del
Señor es que estos individuos han llegado a la conclusión de que obedecer a
Dios es una auténtica pérdida de tiempo. Servir a Dios no sirve para nada.
Creer en Dios es inútil, vano, fútil. Lo único que nos aporta seguir las
directrices y mandamientos de Dios solo nos trae desgracias, mofas y befas,
problemas de toda índole y pobreza a mansalva. Nuestro arrepentimiento por
nuestros pecados, nuestra tristeza al confesar nuestros errores y nuestra contrición
no nos reporta nada. Dios no es un dios recíproco. Lo menos que esperamos de
Dios es que, al considerar nuestro arrepentimiento y nuestra aflicción de
espíritu, recibamos bendiciones en lugar de maldiciones. Queremos una
recompensa por nuestra obediencia. Exigimos una retribución justa que galardone
nuestra piedad y nuestra humillación ante el Señor. O Dios nos colma de
prosperidad a causa de nuestra adhesión a su religión, o nos borramos. De todos
modos, como todos pueden ver, los ladrones, los orgullosos, los codiciosos y
los corruptos viven mejor que el marajá de Kapurtala, y nada hacen por acallar
la voz de sus conciencias cuando cometen sus barrabasadas y latrocinios.
Los religiosos
consideran su relación con Dios como una especie de “dame que yo te daré” o de “hoy
por ti, mañana por mí” que no se corresponde con lo que la Palabra de Dios
enseña sobre el seguimiento de las ordenanzas divinas. Si Dios no me ofrece
solución a mi problema, si Dios no me sana, si Dios no me llena los bolsillos
de billetes de cien euros, si Dios no me saca de este atolladero, o si Dios no
me permite vivir como un Rockefeller, entonces Dios no existe o no es lo
suficientemente poderoso para concederme lo que deseo, exijo y merezco. Ven la
sonrisa de oreja a oreja de los malvados y se preguntan mirando a su ombligo si
no sería mejor abandonar la fe y su experiencia con Dios para disfrutar de todo
lo bueno que los placeres carnales pueden presentarles. Contemplan el colmillo
afilado de los malos brillando en una sonrisa altiva, y piensan que Dios no
tomará represalias contra ellos, dado que a los pervertidos el Señor no los ha
fulminado con granizo de fuego, sino que al contrario, sus fortunas crecen y
crecen desmedidamente. Observan los movimientos felices de aquellos que se ríen
de Dios y no reciben el castigo debido, y perciben la idea de que siendo como
ellos les reportará una existencia plácida, sin compromisos ni ataduras, y sin
remordimientos de conciencia. Lo que no saben, o no quieren saber, es que Dios
lee la verdad en el arrepentimiento falso y conveniente que ellos quieren hacer
pasar por genuino.
Este es el
pensamiento de la gran mayoría de personas que habitan sobre la faz de esta
tierra. Ser buenos no es atractivo porque inhibe tu deseo de hacer lo que te dé
la gana. Ser honrados no es deseable porque impide que puedas escaquearte para
holgazanear perezosamente. Ser honestos no está de moda porque suele dar más
quebraderos de cabeza que soluciones, ya que solo ascienden los pelotas y los
enchufados. Ser veraces no está en boga hoy día, porque es mejor mentir para no
herir la sensibilidad de los demás. Y así podríamos recitar un largo etcétera
de razones por las que ser cristiano no vale la pena en un mundo en el que la
depravación moral, la integridad, la sinceridad y la verdad son especies en
peligro de extinción que no permiten medrar materialmente a casi nadie.
2. TEMEROSOS DE DIOS
No obstante,
Dios mira con ojos de amor y bondad a aquel pequeño remanente que, en una
sociedad religiosa y aparente, sigue acatando las órdenes del Señor: “Entonces los que temían a Jehová hablaron
cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria
delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre.
Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en
que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le
sirve.” (vv. 16-17). Menos mal que el mal no se había apoderado de todos
los corazones del pueblo de Israel. Y menos mal que Dios sigue contando a sus
justos en la actualidad, entre el gentío que sigue la corriente del pecado y la
blasfemia contra Él.
El temor del
Señor aún estaba presente como esa levadura que tiene el potencial de leudar
toda la masa de harina, como esa luz que en lo alto alumbra en medio de la
oscuridad, como esa semilla de mostaza que puede convertirse en hogar de todos
aquellos que creen en Dios. El ánimo y el aliento son indispensables en el
hecho de perseverar en un sistema social embreado y sepultado en fango. La
exhortación entre hermanos es básica para obviar las sonrisas aceradas de los
malvados y para no sucumbir a la tentación de conseguir por cauces fraudulentos
aquello que creemos necesitar. Por eso los que temen al Señor conversan, se
ayudan mutuamente y se abrazan cuando uno de ellos pasa por una crisis
material, emocional, espiritual o moral. Dios escucha nuestras pláticas y se
goza al comprobar que no todo está perdido, que todavía hay pueblo suyo que le
teme, le venera, le adora y le honra.
Aquel que teme a
Dios no se implica ni se involucra en cometer maldades: “No seas sabio en tu propia opinión; teme al Señor, y apártate del
mal.” (Proverbios 3:7). Su meta y razón de ser es la obediencia plena a
Dios: “Y teman al Señor vuestro Dios, y
cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley.” (Deuteronomio 31:12). Su
estrategia de vida es buscar la sabiduría de lo alto para sintonizar con la
voluntad de Dios cada día: “El temor del
Señor es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la
inteligencia.” (Proverbios 9:10).
Y no solo escucha
a los que le temen, sino que además registra en un libro quiénes se han abstraído
de la religiosidad inoperante vigente, quiénes le obedecen sin envidiar la
suerte y la sonrisa de los malvados, quienes viven para Él sin esperar más
recompensa y galardón que su amor inacabable. Cuando ese libro sea leído en la
presencia de Dios, en ese juicio final en el que todos comparecerán para
recibir su merecido en orden a sus obras en este mundo, todo nombre que
aparezca allí anotado tendrá el privilegio de ser considerado precioso y amado,
un tesoro escogido y santo que será justificado por Cristo en virtud de su obra
redentora en la cruz del Calvario. El libro de la vida y del perdón será abierto
ante toda la humanidad de todos los siglos y épocas, y solo aquellos que no
insultaron a Dios ni se rindieron a los encantos de la sonrisa de los impíos,
serán salvados por gracia mediante la fe. A pesar de sus pecados, por medio de
la sangre de Cristo, vertida por amor en el madero, el Padre celestial abrazará
a sus hijos, les pondrá un anillo en su dedo, les vestirá con túnicas gloriosas
y celebrará una fiesta en su honor.
CONCLUSIÓN
Cuando el Señor
actúe, es decir, cuando el alto tribunal de los cielos determine el destino
eterno de vivos y muertos según el camino que decidieron seguir en este plano
terrenal, veremos la gran diferencia que existía entre ser honesto y bondadoso,
y ser deshonesto y malvado: “Entonces os
volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que
sirve a Dios y el que no le sirve.” (v. 18). No necesitamos esperar a que
este acontecimiento cósmico se haga realidad, para distinguir entre una vida
entregada a cometer fechorías sin nombre aunque esté forrado de billetes, y una
vida consagrada a servir a Dios y a los demás del mismo modo humilde en que lo
hizo Cristo.
Tal vez perpetrar
crueldades, traficar con las adicciones de alguien, o venderse al mejor postor
pueda retribuir a la persona con dinero a espuertas, pero si crees que eso es
lo único que vale la pena, y que te puedes burlar de Dios sin que tus actos
tengan consecuencias eternas, estás muy equivocado. Vuélvete a Dios y podrás
comprobar que vivir para Él es mejor que una caja blindada en un banco de algún
paraíso fiscal. Que no te encandile la sonrisa de los malvados, porque ésta,
tarde o temprano, desaparecerá de sus labios convertida en una mueca de miedo y
angustia en el día postrero.
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