NOÉ: ADORACIÓN Y REAFIRMACIÓN DEL ORDEN NATURAL
SERIE DE
ESTUDIOS EN GÉNESIS “VOLVAMOS A LOS FUNDAMENTOS”
TEXTO
BÍBLICO: GÉNESIS 8:20-22
INTRODUCCIÓN
El calentamiento
global se ha convertido en los últimos tiempos en un asunto de preocupación
mundial, especialmente entre aquellos países que están sufriendo las
consecuencias nefastas y estragos que un clima tambaleante, caprichoso y
violento puede llegar a perpetrar. Aunque algunos, interesados seguramente en
que no se acabe el negocio de los carburantes y recursos energéticos no
renovables, sigan negando una realidad palmaria como la que estamos viviendo
particularmente en España, lo cierto que es que el ser humano nota con cada vez
mayor frecuencia los embates y embestidas de fenómenos meteorológicos que
suceden en fechas y tiempos en los que no corresponde su presencia. El
incremento del nivel del mar, las sequías pertinaces, la desertización paulatina
de zonas del sur de la península, olas de calor agobiantes que duran un buen
puñado de días, inviernos gélidos y acompañados de temperaturas cada vez más
bajas, especies de mosquitos nunca vistas antes como el de la variedad tigre,
que originalmente vivía en zonas tropicales, son solo algunos de los efectos
que pueden constatarse a lo largo del año.
El mundo en el que
vivimos se está viendo influido por las ansias avariciosas y codiciosas de una
élite de seres humanos que se lucran a costa de producir energías que provienen
del procesamiento contaminante de materias fósiles. Las ciudades se ven
rodeadas de un halo grisáceo, tirando a negruzco, que envuelve la población en
un efecto invernadero tóxico. Las personas de a pie tampoco es que tengan una
mentalidad ecológica o una cultura del reciclaje que marque una diferencia
contra la polución urbana. Los pirómanos contratados por especuladores de
propiedades rústicas se dedican a quemar y devastar con fuego los pulmones
naturales de nuestro país. El empleo de aerosoles agujerea la capa de ozono y
las toallitas húmedas matan a especies de peces y demás fauna marina. Los
vertidos incontrolados de sustancias químicas sobrantes de procesos
industriales de manufacturación y fabricación de productos de consumo se echan
barril a barril, gota a gota en los acuíferos y demás corrientes de agua de
nuestra nación. El panorama que nos espera, si seguimos por la línea de
corromper la creación que Dios nos ha legado y nos ha entregado para
administrarla desde el respeto a Dios y a sus criaturas y creaciones, estamos
apañados. Y eso no lo arreglará la tecnología a menos que la mente humana
voluntariamente honre la revelación general que nos rodea, nos da de comer y
nos provee de aquello que necesitamos cada día.
El mundo que se
abre ante los ojos arrasados de lágrimas de alegría de Noé y su familia, es un
mundo completamente nuevo. No es nuevo en términos esenciales, ya que la misma
materia prima con la que Dios modeló la creación sigue siendo la misma. Es
nuevo en tanto en cuanto, Dios dará un respiro a una creación maldita por causa
de la humanidad perversa y pecadora. Noé anticipa en su pensamiento por dónde
empezar, cómo planificar un nuevo inicio, de qué forma administrar
correctamente y según la voluntad divina
todo lo que se extiende ante él. Es un nuevo Adán que considera su tarea de dar
nombre a las cosas y a los seres vivos, que se asombra ante la aparición de
nuevos elementos meteorológicos, que sopesa la multiplicidad de las
posibilidades de esta tierra renovada. El trabajo será ingente, la dedicación
exclusiva y la materia gris evolucionará hacia una estrategia sensata y
equilibrada para lograr una recreación remozada y transformada para la gloria y
alabanza de Dios de todo un mundo.
A pesar de que no
tiene tiempo que perder en reorganizar el remanente de vida que ha sobrevivido
al diluvio universal, Noé no olvida cuál debe ser su primer paso tras abandonar
la seguridad del arca: “Y edificó Noé un
altar al Señor, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció
holocausto en el altar.” (v. 20) Nadie en su sano juicio puede emprender
una empresa titánica como la que iba a llevar a cabo noé y su familia, si
primero no es agradecido con Dios. Noé tenía muchos motivos por los que adorar
y glorificar a Dios por medio de este altar. Daba gracias por haberlos librado
del castigo más terrible que Dios haya desatado sobre la faz de la tierra. Daba
gracias por la provisión de Dios durante la duración de su singladura en el
arca. Daba gracias por la providencia divina al preparar para él y para su
familia un nuevo comienzo sin violencias, ni muertes de inocentes. Daba gracias
a Dios por recompensar su fidelidad con la vida. Y seguramente un interminable
etcétera se agolparía en la mente de Noé cuando va colocando piedra a piedra la
base de este altar de adoración. No sería una persona bien nacida, si en primer
lugar no venerase solemnemente la soberanía y señorío de Dios en su vida y en
la vida de su descendencia.
El sacrificio que
Noé realiza en honor del Señor es un holocausto. El holocausto también es
conocido como una ofrenda quemada e incinerada. En este tipo de sacrificio, el
animal en cuestión debía ser un animal limpio, sin taras físicas, y se le daba
muerte, derramando su sangre, antes de ser depositado en la cúspide del altar
de piedra, sobre la leña previamente colocada. El adorador encendía la leña y
el fuego devoraba por completo el cadáver, haciendo que el humo ascendiese a
los cielos. Normalmente el altar se situaba en un lugar alto y prominente, de
tal forma que el adorador pudiese estar lo más cerca posible de los cielos,
morada de Dios. Este holocausto tenía un sentido simbólico muy profundo, ya que
significaba básicamente que el adorador se entregaba por completo a sí mismo
ante Dios, y era una declaración reverente de que toda su vida era totalmente
de Dios. Noé estaba afirmando con este sacrificio animal que su vida no le
pertenecía, que era propiedad de Dios, que dependía integralmente de Él.
Dios no suele
mirar tanto el tamaño o la cantidad de lo sacrificado, como la actitud y las
intenciones del corazón del adorador. Aquel que ofrece al Señor un holocausto
debe hacerlo con sinceridad, generosidad, reconocimiento y gratitud. De otro
modo, Dios no valora ni estima ese sacrificio como digno o válido. Noé cumplió
con ambas condiciones, la ritual, es decir, ofrendar a Dios lo mejor y lo puro,
y la espiritual, esto es, ofrendar a Dios desde un corazón auténtico, con
motivaciones de amor y con la mente puesta en el pacto que el Señor había
cumplido fielmente para con él y su familia. En respuesta a este holocausto,
Dios se deleita en la adoración: “Y
percibió el Señor olor grato; y dijo Dios en su corazón: No volveré más a
maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del
hombre es malo desde su juventud; ni volveré más a destruir todo ser viviente,
como he hecho.” (v. 21)
De nuevo, el
autor emplea una figura literaria muy común en el Antiguo Testamento: la
antropomorfización. Como bien sabemos, esta figura implica otorgar partes de la
fisonomía humana o características emocionales mortales a Dios para señalar y
enfatizar una mejor comprensión del estado de ánimo de la divinidad. En este
caso, Dios huele, olfatea con agrado, el humo que sube a su presencia
celestial, junto con una motivación genuina de parte de Noé. Por supuesto, Dios
no tiene narices físicas, aunque la fragancia de un sacrificio aceptable
siempre será bien recibido por Él.
Aparte de la
respuesta de agrado hacia Noé, Dios también contesta desde su gracia y
misericordia. Lo hace desde su corazón, desde su diálogo interno trinitario,
desde la comunión de las tres personas de la Trinidad. En principio, no se
trata de una conversación con Noé, sino que es una afirmación personal que se
fundamenta en su verdad y en su compasión. No volvería a maldecir la tierra
como hizo tras la caída en pecado de Adán. La creación daría sus frutos sin las
dificultades de antaño, y el ser humano comprobaría la bondad de Dios en la
sencillez de la provisión. La razón primera que llevó a Dios a maldecir la
tierra, fue el pecado del ser humano, y de ese modo los espinos y los cardos
crecerían a pesar los esfuerzos ímprobos de la humanidad por sacar partido de
ella. Esto pasa a la historia. Pasa a la historia porque Dios sabe que aunque
por un poco de tiempo, tras el diluvio, la devoción a su persona y la
obediencia a su pacto y a sus mandamientos irían degenerando
progresivamente a causa del pecado
humano.
Dios sentencia
que el ser humano es malvado desde su juventud. Esto puede significar dos
cosas: o que el ser humano en su conjunto eligió ser perverso en la juventud
del tiempo de su creación, o que el ser humano individualmente escoge pecar
cuando en su juventud tiene capacidad para discernir entre el bien y el mal. Si
la explicación es la segunda, podría ser un argumento más para rechazar la idea
del pecado original preconizado por Agustín de Hipona, y dogmatizado por la
iglesia católica.
Dios no tratará de
destruir su obra maestra de manera global hasta que el fin de la historia dé
paso y entrada a la consumación y plenitud del Reino de Dios. El ser humano
podrá estar relativamente tranquilo hasta el preciso instante en el que la
tierra y los cielos pasen con gran estruendo, siendo consumidos por el fuego
purificador de Dios. Mientras tanto, la gracia de Dios reafirmará y recompondrá
el ecosistema terrestre con el fin de que el tiempo sea medido, que los
instantes oportunos para cada cosa sean reconocidos y para que, en una correcta
y subordinada mayordomía de todo lo creado, el bienestar de la humanidad sea un
hecho: “Mientras la tierra permanezca,
no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el
invierno, y el día y la noche.” (v. 22). Dios promete a la humanidad desde
su fuero interno que la vida continuará en su debido orden, con sus tiempos
medidos y con la regularidad que requiere la multiplicación y fructificación de
una nueva humanidad que nace desde el linaje de Noé. Es interesante resaltar
esta enumeración de elementos antagónicos, pero absolutamente necesarios para
la supervivencia de todo ser viviente que puebla y recorre la tierra.
Dios habla de
sementera y siega, lo cual nos señala una ley inquebrantable que requiere de un
orden muy particular. Primero hay que sembrar la semilla para después recoger
el fruto en la siega o cosecha. Esto habla de que el ser humano debe ser
prudente en el balance existente entre consumo y previsión futura. Si el ser
humano comienza a pervertir este orden o siembra menos de lo que consume, la
catástrofe humanitaria es un hecho, tal y como podemos comprobar en la
actualidad en muchos países del tercer mundo.
Dios presenta el
frío y el calor como factores complementarios aunque contrarios. El frío es tan
necesario como el calor para que la vida surja con fuerza y prosperidad. Muchas
veces nos quejamos de que hace frío y otras tantas de que hace demasiado calor.
Sin embargo, Dios sabe equilibrar ambos elementos para que todo marche como es
debido, y la tierra entregue sus productos con la calidad más alta al ser
humano. Lo mismo sucede con el verano y el invierno. Si siempre fuese verano,
las plantas se marchitarían por falta de agua, la tierra se abriría a causa de
las sequías y las cosechas se agostarían, provocando hambrunas y malnutrición
global. Si siempre fuese invierno, todas las plantas se helarían y perderían su
vitalidad, la tierra sería un manto blanco que impediría el calor vital, y las
cosechas se quemarían a causa de las ventiscas y el frío congelador. Verano e
invierno están entrelazados en la previsión creativa y sabia de Dios para
nuestra felicidad y alimento.
El día y la noche,
estos dos estados en los que se divide el tiempo de una jornada completa, son
parte de nuestros dichos para hablar de que algo es diametralmente opuesto a
otra cosa: “Son como el día y la noche”,
solemos decir para subrayar la gran diferencia entre dos cosas que no se
parecen en nada. Del mismo modo que con los demás ejemplos anteriores, el día
nos posibilita para trabajar bajo la luz brillante del sol, con su templado
toque y sus instantes de diversión, alegría y color. La noche, por su parte,
nos ayuda a descansar el cuerpo y la mente, a soñar y a reposar de los arduos
trabajos diurnos. Ambos son sumamente necesarios para un correcto funcionamiento
de la naturaleza y de nuestro ser. Con todos estos elementos contrapuestos,
Dios nos asegura que el ser humano puede ser feliz en este mundo, mientras sea
capaz y sensato en la administración de cada uno de estos factores propios de
una mano genial que sabe lo que se hace.
CONCLUSIÓN
El adorador que
enaltece a Dios es una persona que empieza con buen pie cualquier tarea que el
Señor le asigne. La creación es ordenada, reorganizada y reafirmada para los
siglos venideros. El marco incomparable de la gracia de Dios alumbra el camino
de una nueva humanidad y la promesa de prosperidad y progreso que hace Dios,
siempre y cuando el temor de Dios venza los intentos pecaminosos del corazón
humano, nos anuncian un tiempo histórico repleto de oportunidades para hacer el
bien y para cuidar de lo que Dios ha creado. ¿Hará buen uso el ser humano de
este renovado despertar? ¿Acatará la humanidad desde Noé en adelante los
mandamientos y el pacto que Dios establecerá con ellos para su felicidad y bienestar?
¿Cómo rubricará Dios esta alianza con la corona de su creación? Lo veremos en
el próximo estudio sobre Génesis, “Volviendo a los fundamentos”.
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