SALIDA DE EGIPTO


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE ÉXODO “DIEZ PLAGAS Y UN CORDERO”

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 12:37-51

INTRODUCCIÓN

       La liberación de un pueblo que ha estado sometido durante muchos años bajo la bota de otros imperios y naciones es un acontecimiento que siempre se ha recordado como un hito histórico que señala el principio de un futuro colectivo e independiente. La humanidad ha vivido desde prácticamente casi siempre cómo civilizaciones más poderosas se han apoderado de la voluntad de otras etnias y culturas, a fin de emplearlas para su beneficio y disfrute. Ahí tenemos múltiples ejemplos que podríamos citar para ilustrar esta realidad de todas las épocas y edades, pueblos hechos prisioneros y esclavos para llevar a cabo las tareas más indignas y bajas, naciones sojuzgadas sin misericordia y controladas en términos demográficos, etnias minoritarias aplastadas y explotadas sin margen a la integración, reinos otrora ricos y prósperos, y ahora saqueados y humillados.

      Con el paso del tiempo, mientras algunos optan por la resignación de su suerte, sin visión para cambiar su triste y miserable estado, otros, los menos, piensan y sueñan con poder desatar los lazos inmovilizadores de sus dominadores, hasta lograr en última instancia provocar una revolución, una movilización popular que les permita enfrentarse al sometimiento establecido, y poco a poco, no sin sacrificios y bajas personales, consiguen su objetivo de ser liberados de las cadenas de la opresión extranjera. Miguel de Cervantes, en su Quijote, escribe una frase dirigida al bonachón escudero, que siempre recuerdo cuando se habla de libertad, y que aporta una cierta sabiduría al tema: La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.”

      Tengamos en cuenta que el ser humano siempre ha deseado lo que tienen los demás, domeñar a sus semejantes para extraer de ellos un rédito que les rente, cautivar la voluntad de los más débiles y humildes a fin de aprovecharse egoístamente de ellos. No es de extrañar, pues, que imperios más potentes y grandiosos intentasen hacerse con el mayor número de personas posible, con el propósito de emplearlas como mano de obra barata o gratuita. La esclavitud se convirtió y se convierte en una circunstancia lamentable propia de las invasiones y de las conquistas de otros territorios, y es harto difícil poder sacudirse el peso de la autoridad cruel e injusta de aquellos que disponen de tu vida como si de un producto mercantil se tratara.

       Griegos, macedonios, romanos, hunos, mongoles, aztecas, incas, ingleses, españoles, franceses y portugueses, por poner algunos casos más renombrados de invasores que doblegaron a otras tribus, pueblos y etnias en su momento, sembraron a su paso la tiranía más infame, obligando sin piedad a que los que no eran de su cuerda, se ciñesen a sus órdenes caprichosas y abyectas. Si lo pensamos con perspectiva, casi todos los pueblos han sido conquistadores y conquistados, probando ambas caras de la moneda, tomando de la misma medicina que administraron a sus invadidos. A pesar de todo esto, la libertad siempre fue el anhelo de cada nación y país sometidos, y alcanzarla era la meta deseada por todos los acogotados vasallos y siervos.

1. UN EJÉRCITO EN MARCHA

      Para el pueblo hebreo, la hora de poder gritar su liberación a los cuatro vientos ha llegado al fin. Después de diez plagas, a cuál más tremebunda, los egipcios se han rendido a la evidencia de que deben dejar que los israelitas se marchen lo antes posible: Los israelitas partieron de Ramsés en dirección a Sucot; eran más de seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. Además, partió con ellos una enorme muchedumbre de gente con gran cantidad de ovejas y vacas. Como la masa que sacaron de Egipto no llegó a fermentar, la cocieron e hicieron panes sin levadura, pues al tener que salir precipitadamente, expulsados por los egipcios, no tuvieron tiempo de hacer otras provisiones para el viaje.” (vv. 37-39)

      Una vez Moisés ordena a todas las familias y clanes hebreos que se pongan en marcha para ir rumbo al Sinaí, una ruta concreta es detallada, previa planificación de Dios. Deben salir desde Ramesés, la ciudad de almacenamiento citada en Éxodo 1:11, hoy adscrita a Qantir, y ubicada en algún lugar del delta del Nilo, hasta Sucot, un enclave del que no se tiene demasiada evidencia de su situación, aunque algunos estudiosos de la arqueología sugieren que podría estar a unos veinticuatro kilómetros al este de la tierra de Gosén, hogar hasta ese entonces de los israelitas. Esta era la primera etapa de su viaje a través del desierto para adorar al Señor en su santo monte. El escritor de Éxodo añade a esta ruta el número de los que deciden marcharse de Egipto para participar de esta celebración religiosa. El número, aunque para algunos entendidos en la materia, puede ser causa de cierta improbabilidad, esto no prueba que no pudiera ser un dato real. Si los hombres de a pie ascendían a seiscientos mil, se calcula que el total de personas que componían esta muchedumbre sería de alrededor de dos millones.

       Sea que el número fuese exacto, algo que no podemos ni corroborar ni negar, o que fuese una expresión propia de la hipérbole oriental, lo cierto es que una ingente cantidad de individuos acataron las indicaciones de Moisés, y que, incluso, personas que no pertenecían al pueblo hebreo, posiblemente también sometidos por los egipcios de algún modo, se añadieron a esta espectacular comitiva junto con sus ganados. La liberación de Israel también fue la liberación de otros pueblos en su misma situación.

      Como ya vimos cuando hablamos acerca del día de los panes sin levadura, los israelitas cargaron sus artesas de amasado junto con la masa de forma inmediata y urgente. Aquí tenemos la razón de que Dios dictase a Moisés que no habría tiempo para dejar que la masa leudase. A paso vivo, los hebreos debían alejarse lo antes posible de sus antiguos opresores, y para alimentarse no había otra cosa más rápida que comer que pan sin levadura. Cocieron los panes que les recordaría el día de su libertad, el instante en el que deprisa y corriendo debían poner pies en polvorosa a fin de marcar una buena distancia entre los egipcios y ellos, no fuese que su despótico monarca cambiase de opinión.

      Dado que habían sido expulsados por los egipcios, animados apasionadamente por ellos para que abandonasen lo antes posible sus tierras y dominios tras la muerte de los primogénitos. No querían verlos ni en pintura, y esto debía aprovecharse al máximo. No había tiempo para descansar, para preparar convenientemente los alimentos que debían llevarse consigo, para lograr otra clase de comida más elaborada, y seguro que más suculenta. Dios sabía lo que estaba por venir, y conocía el futuro de los acontecimientos siguientes. Ahora los egipcios estaban devastados y conmocionados por el luto y el duelo nacional, pero ¿quién podría decir que no se darían cuenta de su error al expulsarlos, y querrían hacer que volviesen a su anterior estado de esclavitud? Era preciso mantenerse en movimiento y nutrirse con lo más básico hasta recibir de Dios una provisión mucho más sustanciosa en tierra de paz.

2. UNA LARGA ESPERA QUE LLEGA A SU FIN

      Imaginemos lo que supuso para los hebreos tener acceso a esta inimaginable e irrepetible oportunidad de dejar atrás el dominio de los egipcios, y sobre todo sabiendo la gran cantidad de años que habían estado viviendo en medio de ellos: “Los israelitas estuvieron en Egipto cuatrocientos treinta años. Y justo en el mismo día en que se cumplían los cuatrocientos treinta años, todos los ejércitos del Señor salieron de Egipto. Aquella noche el Señor veló para sacarlos de Egipto. Esa es la noche del Señor, noche en que los israelitas también deberán mantenerse en vela generación tras generación.” (vv. 40-42)

      El cálculo que hace el escritor de Éxodo es escalofriante. Durante cuatrocientos treinta años los hebreos habían compartido espacio, cultura y tiempo con los egipcios. Las primeras décadas fueron increíblemente benditas y prósperas, puesto que estaban bajo la protección de José, y más tarde de aquellos faraones que guardaron memoria de todo lo que este hizo por Egipto en sus horas más tenebrosas y críticas. Pero en cuanto se alzó en el trono un monarca que nada sabía sobre la historia pasada y sobre el hecho de que los israelitas morasen en armonía con sus súbditos, la cosa cambió radicalmente. En ese instante, los hebreos pasaron de ser vecinos y compatriotas, a ser extraños y esclavos. Durante varios siglos, los israelitas tuvieron que tragarse su orgullo y penar como animales en las fábricas de adobe y ladrillo, levantando los edificios ciclópeos más memorables e impresionantes. Muchos murieron a causa de las condiciones misérrimas a las que fueron sometidos en estos auténticos campos de trabajos forzados, y fue su clamor el que llegó a oídos de Dios hasta levantar para ellos a un libertador en la persona de Moisés. La profecía del Señor a su siervo Abraham se cumplía totalmente por fin: “El Señor le dijo: — Es necesario que sepas que tus descendientes vivirán como extranjeros en una tierra extraña; allí serán esclavizados y maltratados durante cuatrocientos años.” (Génesis 15:13)

       Es interesante observar que Dios hace coincidir el día de la llegada de Jacob y su familia a Gosén con el día de su marcha fuera de Egipto. El Señor maneja el tiempo y las circunstancias según el consejo de su divina y soberana voluntad, y aquí tenemos una prueba más de esto. Los ejércitos del Señor es un término sugerente que emplea aquí el autor para entender que el pueblo hebreo no se iba de Egipto como vaca sin cencerro, sino que Moisés había sido instruido de parte de Dios para formar y organizar a sus compatriotas al modo de un ejército resuelto. Cada tribu y familia ya tenía asignado su lugar en la procesión hacia el Sinaí. Todavía con la luna contemplando sus primeros pasos en pos de la libertad tan anhelada durante años y años, el Señor vela porque todo se ajuste a sus planes y propósitos. Y en ese momento nocturno en el que, después de haber cenado según la institución de la Pascua, estaban despiertos y expectantes ante el siguiente paso a dar, una nueva ceremonia tradicional aparece para ser observada por siempre, conmemorando la tensa espera de los israelitas antes de ser libres. Este rito deberá pasar de una generación a otra, con el propósito de que nunca pudiesen olvidarse de que Dios es el que los había rescatado de toda una vida de humillación y deshonra a manos de sus enemigos.

3. INSTRUCCIONES PASCUALES DE INTEGRACIÓN

      Justo en medio de esta marcha multitudinaria a Sucot, el Señor entrega a Moisés y a Aarón una serie de disposiciones relativas a la Pascua que se iba a celebrar en sucesivos años tras este hito histórico y liberador de Israel: “El Señor dijo a Moisés y Aarón: — Estas son las instrucciones relativas a la Pascua: Ningún extranjero podrá comer el cordero pascual. En cambio, sí podrá comer de él el esclavo que hayas comprado y circuncidado. Tampoco lo comerá el inmigrante ni el jornalero. Lo comeréis todo en la misma casa. No se sacará de la casa el más mínimo trozo de carne del animal sacrificado, ni se le quebrará un solo hueso. Toda la comunidad de Israel celebrará la Pascua. Y si el inmigrante que vive con vosotros quiere celebrar la Pascua en honor del Señor, antes deberá circuncidar a todos los varones de su familia. Después de esto podrá celebrar la Pascua como uno más de vosotros. Pero ningún incircunciso participará de la Pascua. Habrá una misma ley para los nativos y para los inmigrantes que habiten entre vosotros. Los israelitas lo hicieron todo según lo ordenado por el Señor a Moisés y Aarón. Y aquel mismo día, el Señor sacó de Egipto a los israelitas como un ejército en orden de batalla.” (vv. 43-51)

       Como dijimos anteriormente, junto con los hebreos, una serie de personas ajenas a ellos también los acompañaron en su travesía rumbo al Sinaí. No se nos nombra su procedencia, pero es muy probable que fuesen originarios de pueblos de Canaán que fueron también empleados por los egipcios como mano de obra barata y que habían sido tratados como ciudadanos de tercera categoría. El Señor quiere que su pueblo sea consciente de que, aun a pesar de que estos extranjeros que conviven con ellos se están beneficiando de la liberación, siguen siendo pueblos que no lo conocen o no lo tienen como su Dios. Es por ello que el Señor marca un límite en cuanto a la celebración de futuras pascuas: solo pueden participar los hebreos de pura cepa.

     Otra cosa es que el extranjero fuese parte del clan en virtud de su servidumbre, y estuviese obligado a circuncidarse para poder vivir y trabajar en este. La Pascua era un instante que debía ser santificado y la reverencia debida solo podía darse desde un entendimiento claro de la historia y cultura de Israel. Ni personas que viniesen a habitar en medio de ellos provenientes de otras latitudes, ni jornaleros extranjeros que viniesen a trabajar como temporeros en sus cosechas, podían ser parte de esta ceremonia tan importante y simbólica.

      Ya describimos en su momento el modo en el que debía tratarse el cordero asado de la Pascua. Debía ser comido dentro del contexto hogareño, no se permitía sacar, aunque fuese un pequeño pedazo de este, fuera del límite de la vivienda familiar, y no debía romperse ninguno de los huesos del cordero pascual. Todas las casas de Israel debían festejar la liberación de Egipto y la conservación de la vida de sus primogénitos sin excepción. La Pascua era una ceremonia religiosa colectiva y cualquier intento de soslayar este solemne momento nacional podría crear un problema de índole comunitaria bastante grave. En el caso de que el extranjero que habitaba entre los hebreos deseara formar parte del pueblo escogido por Dios, debía ser circuncidado junto con todos los varones de su familia, en señal de que dejaba atrás su anterior identidad cultural y religiosa, para integrarse por completo en la dinámica espiritual de la nación que lo acogía.

      Es muy hermoso y justo entender que el pueblo hebreo no iba a marginar legalmente a quienes no desearan convertirse en seguidores de Dios. Todo lo contrario. La ley dada por Dios a Moisés debía aplicarse a todos por igual, israelitas o forasteros, puesto que la justicia divina no hace acepción de personas. Así, ya con todo aclarado antes de partir definitivamente rumbo al Sinaí, como un ejército disciplinado y ordenado, inicia su viaje de descubrimiento nacional el pueblo escogido especialmente por Dios.

CONCLUSIÓN

      Me parece digno de mención el espíritu con el que sale el pueblo de Israel de Egipto, un espíritu de confianza en Dios y en sus siervos, un espíritu de obediencia y fe a pesar de dejar atrás un lugar que había sido su hogar durante siglos, un espíritu de acoger a los extranjeros y forasteros en su seno. La bendición que el Señor profetizó desde tiempos de Abraham sobre que Israel iba a ser de bendición a todas las naciones de la tierra, ya fue una realidad en tiempos de José, y, de nuevo, podemos constatar que otros pueblos sometidos por Egipto también iban a disfrutar colateralmente de la bendición del Señor. Es importante entender que las raíces y la esencia de un pueblo son nucleares, y que siempre debe haber espacio para otras culturas y etnias que deseen compartir un mismo destino, un mismo Dios y una misma patria de forma integrada y justa. La convivencia en libertad de una nación antaño oprimida es el resultado de una experiencia traumática que no es deseable para nadie más, venga de donde venga y crea en lo que crea.

     El camino se hace al andar, como dijo el poeta castellano Antonio Machado, y los hebreos ya han comenzado a recorrer la senda que los ha de llevar a la absoluta liberación de sus antiguos amos egipcios. ¿Será todo tan fácil? ¿Habrán respirado aliviados e ilusionados al abandonar paulatinamente las fronteras de Egipto? La respuesta a estas preguntas y a otras muchas más, en el próximo bloque de estudios sobre Éxodo, “A mar abierto.”

 

 

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