SU TESTIMONIO, NO EL MÍO
SERIE DE
SERMONES SOBRE MAYORDOMÍA BÍBLICA “SUYO, NO MÍO”
TEXTO
BÍBLICO: MATEO 5:13-16
INTRODUCCIÓN
Tras
haber tratado sobre la mayordomía de las parcelas del tiempo, de los dones
espirituales, del dinero y del cuerpo, terminamos esta serie de sermones
hablando de la mayordomía de la misión evangelizadora que el Señor Jesucristo
nos legó en lo que se conoce como la Gran Comisión. El testimonio personal del
creyente y el ejemplo de vida de la comunidad de fe cristiana son valores
insoslayables que pueden determinar el acceso al plan de salvación de aquellos
que se encuentran en nuestro medio social y local. Como creyentes tenemos una
función primordial que no supone una opción. Se trata de marcar una diferencia
en la sociedad en la que vivimos, en la localidad en la que desarrollamos
nuestra actividad y en medio de nuestras familias y relaciones interpersonales.
Somos llamados por Dios para ser de influencia a los demás. De manera
consciente o inconsciente todos aquellos que hemos decidido seguir los pasos de
Cristo logramos afectar a las personas de nuestro alrededor, tanto para bien
como para mal. Dependiendo de nuestro estilo de vida individual y comunitario, reflejaremos
negativa o positivamente ante el mundo nuestra verdadera lealtad y fidelidad.
La
realidad de la iglesia es la siguiente: vivimos, estamos y nos movemos en este
mundo. No vivimos en un universo paralelo indiferente a lo que sucede a nuestro
alrededor, no estamos aislados cerrando nuestra mirada a la dinámica social que
nos circunda, y no nos movemos con el legalismo propio de los fariseos que no
querían mezclarse con otros estratos marginales por miedo a impregnarse de la
impureza ritual. Somos un pueblo de personas que asumen su responsabilidad para
con el mundo en el que vivimos y así lo entendemos al escuchar las palabras de
Jesús: “No ruego que los quites del
mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como yo tampoco soy del
mundo… Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.” (Juan
17:15-16, 18). Nuestra misión debe ser la de administrar correcta y
sabiamente nuestra influencia en el lugar en que nos toca vivir, trabajar y
entablar relaciones con nuestro vecindario, amistades y familia.
Por
supuesto, quisiéramos vivir fuera de un mundo cuyo presupuesto central es la
corrupción y la oscuridad. Jesús ya nos advirtió del carácter del mundo en el
que hemos de desarrollar nuestro testimonio cristiano: un carácter cruel,
despiadado y opuesto frontalmente con el Reino de Dios y su evangelio de
salvación. La cosa no va precisamente a mejor. La tendencia del sistema social,
moral e ideológico es la de una espiral descendente a los abismos: “Mas los malos hombres y los engañadores
irán de mal en peor, engañando y siendo engañados.” (2 Timoteo 3:13). Tal
vez se progrese en numerosos campos de la ciencia, de la tecnología, del
conocimiento y de los derechos humanos, pero no obstante, continúa la misma
tendencia pecaminosa del ser humano. Se sigue apostando por una moral
progresivamente degenerada y depauperada, no se halla paz para el corazón y el
sentido de propósito y significado ha desaparecido del alma humana sin dejar
rastro. Nuevas formas de corrupción y de destrucción son ideadas por mentes
enfermizas a pesar del supuesto progreso o de la presunta evolución positiva de
la humanidad. No nos llamemos a engaño: el mundo en el que vivimos está
profundamente enfermo, infectado con el virus letal del pecado, virus incurable
mientras el mundo siga odiando o mostrándose indiferente ante Dios. Las
personas, en su amplia mayoría, solo desean refocilarse en su decadencia y en
su egoísta forma de hacer las cosas, y Dios y su justicia son relegados al
olvido y el desprecio. Y ahí es donde entramos nosotros y la mayordomía que
ejerzamos sobre nuestro testimonio cristiano.
A.
MAYORDOMÍA SENSATA DE NUESTRA IDENTIDAD CRISTIANA
“Vosotros
sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada
sobre un monte no se puede esconder.” (v. 13 a, 14)
¿Qué
papel cumplimos en un mundo repleto de tanto dolor, pecado y maldad? En primer
lugar, decir que nuestra actitud para con el mundo ha de ser la de no aceptar
ni el egocentrismo, ni las soluciones fáciles, ni la inmoralidad, ni la
amoralidad ni el materialismo que éste nos ofrece como individuos y como
comunidad de fe. ¿Qué sucede, por desgracia, en nuestros círculos eclesiales
evangélicos? Pues que la iglesia está siendo más influenciada por el mundo, que
el mundo por la iglesia. Cuando el mundo penetra poco a poco en la dinámica de
la iglesia, Satanás ya ha logrado su victoria. Cuando la incoherencia en el
testimonio personal, la insolidaridad para con el hermano, la falsedad
doctrinal y la abulia espiritual se instalan en la comunidad cristiana, se
están poniendo los cimientos de su ruina.
Pero, ¿qué
sucedería si escuchásemos con atención las palabras de Jesús de ser sal y luz
de la tierra? ¿Qué pasaría si la iglesia de Cristo reuniese todos los granos de
sal y todos los rayos de luz individuales de cada creyente? No cabe duda de que
el panorama sería muy distinto. Jesús apunta con su dedo a cada uno de nosotros
como discípulos suyos y nos dice: “Vosotros”.
No el vecino, ni los organismos paraeclesiales o las agencias de evangelismo a
nivel nacional e internacional. Nosotros. La iglesia de Cristo unida para ser
sal y luz en medio de nuestro contexto local. Además Jesús nos dice que somos
sal y luz. No que podremos serlo si queremos o nos apetece, o tenemos tiempo
libre para serlo. Somos sal y luz en virtud de la habitación del Espíritu Santo
en nuestras vidas. Es una cuestión de identidad más que de acciones u obras. La
fuente de esa sal y luz que somos y encarnamos en nuestro día a día es Cristo: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue,
no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12);
“Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz.”
(Salmos 36:9). Y en función de este seguimiento de Cristo y de esa vida que
reluce en nosotros, debemos comportarnos tanto con los de adentro como con los
de afuera como es digno de nuestra identidad: “Porque en otro tiempo erais tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor;
andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad,
justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis
en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas.”
(Efesios 5:8-11).
¿Qué
implica ser la sal de la tierra? Implica sobre todo preservación. Del mismo
modo que se trataban con salazones determinados productos alimentarios de la
época de Jesús, del mismo modo la sal retarda la corrupción de la sociedad en
la que estamos enclavados. Se trata de una influencia indirecta que se
corresponde con nuestros actos, con nuestro estilo de vida piadoso y recto, con
nuestra manera de caminar por la vida y con nuestro modo de relacionarnos con
los demás. Es un testimonio silencioso que retarda el esperpento y la
depravación moral y espiritual que los que el mundo se siente orgulloso. Con
nuestras actitudes y acciones, atemperadas y guiadas por el Espíritu Santo,
podemos llegar a influir en nuestro alrededor de tal manera que la degeneración
existente no se acelere hacia su catastrófica y miserable consumación. La sal
es capaz de preservar de la corrupción, pero sin embargo, no puede cambiar lo
corrupto por algo incorrupto. Por tanto, cada uno de nuestros gestos de
testimonio vital permitirá que el mundo no se lance desbocado a la perdición
con demasiada velocidad.
¿Qué
suscita el ser la luz de la tierra? Ser luz sugiere otra forma de dar
testimonio, más abierta, más verbal, más reveladora. Se trata de comunicar
directamente, a través de la enseñanza y de la predicación, la verdad de Dios
para la humanidad. Es influenciar a todos los que conocemos en torno nuestro
revelando la verdad del evangelio, la verdad de la naturaleza humana y la
verdad del destino que aguarda a aquellos que persisten en su postura
anti-teísta. Con nuestras palabras somos capaces de dejar al descubierto el
error, la maldad y la falsedad de los postulados mundanales. Y además, a
diferencia de la sal, podemos marcar una gran diferencia en la vida de aquellos
que nos escuchen, puesto que ser luz implica ayudar a producir lo justo y lo
verdadero en sus corazones con la ayuda del Espíritu Santo. La luz es el Verbo,
la Palabra de Dios que nos ha sido dada para alumbrar al mundo. Y no es lo
mismo tener la luz, que ser la luz, puesto que podemos conocer las Escrituras y
no vivirlas. Es preciso que nuestras palabras encuentren la coherencia con
nuestro testimonio de vida, porque si no es así, seguiremos sumidos en las
lúgubres tinieblas de la hipocresía: “Si
decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no
practicamos la verdad.” (1 Juan 1:6). Además, un cristiano no puede ser un
cristiano clandestino o secreto, dado que la visibilidad es lo que
verdaderamente da sentido a la naturaleza y esencia de la luz. Pasar
desapercibidos no es propio de un cristiano; influenciar a otros con nuestra
predicación del evangelio sí es la verdadera señal de un auténtico discípulo de
Cristo.
B.
MAYORDOMÍA INSENSATA DE NUESTRA IDENTIDAD CRISTIANA
“Pero si la
sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para
ser echada fuera y hollada por los hombres… Ni se enciende una luz y se pone
debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en
casa.” (vv. 13b, 15)
¿Qué
sucede si ni la sal ni la luz cumplen su objetivo y propósito? ¿Qué pasa si en
vez de salar y alumbrar, renunciamos a nuestra identidad en detrimento de la misión
que Dios nos ha encomendado como hijos suyos? En el caso de la sal, si ésta
perdía su sabor a causa de la contaminación con minerales como el yeso, era
echada inmediatamente en el camino o en la senda por la que los viandantes y
carros pasaban. La sal inservible e inútil perdía su valor y efectividad, del
mismo modo que el cristiano puede llegar a perder poder e influencia sobre los
que le acompañan en la dinámica cotidiana cuando la mundanalidad y el pecado
contaminan su devoción hacia Dios. Cuando el mundo entorpece, mengua, e incluso
sustituye la pasión que el creyente debe demostrar a la hora de testificar de
hecho y palabra, el mal está hecho, porque arrebata a la sal las propiedades
que la hacen útil y valiosa. No podemos ser instrumentos en las manos de Dios
para retardar la corrupción que carcome esta sociedad si nuestras vidas han
sido corrompidas por el pecado.
Del mismo
modo, nuestra luz se torna en inútil cuando por miedo a ofender a los demás,
por vergüenza de qué dirán, por indiferencia o por falta de amor, decidimos
ocultarla de los demás. Si incurrimos en esta traición a la causa y misión de
Cristo y de su evangelio, estaremos convirtiéndonos ante Dios en siervos
infieles y desleales. Poseemos la Biblia como nuestra regla de fe y conducta,
la luz de su consejo y el resplandor de su mensaje, y sin embargo, ¿por qué la
ocultamos temerosos ante aquellos a los que amamos y que están abocados a la
perdición eterna porque no han visto ni oído de nuestra fe? De igual manera que
es absurdo y una idiotez sublime esconder una luz bajo un almud o bajo una
cama, ocultar la verdad de Dios es un ejercicio estéril e insensato, puesto que
el Señor un día demandará cuentas de nuestra mayordomía de la Palabra de Dios y
de nuestro testimonio de vida.
CONCLUSIÓN
EL
PROPÓSITO DE LA MAYORDOMÍA DEL TESTIMONIO: QUE EL MUNDO GLORIFIQUE A DIOS
“Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (v. 16)
Si la
luz que desprendemos a través de nuestro testimonio personal de vida y de
nuestra proclamación del evangelio de salvación y de perdón de los pecados
llega a alumbrar el corazón de aquellos que consideramos cercanos a nosotros,
estaremos agradando al Señor y estaremos propiciando un encuentro con Dios con
aquellos que nos observan y escuchan. Ante la sociedad, la luz que debe
transmitir la iglesia de Cristo debe desvelar los frutos abundantes y hermosos
que el Espíritu Santo derrama en ella para beneficio de la comunidad vecinal y
local. Porque lo cierto es que cuando las personas que no conocen de Cristo ven
las buenas obras en las que se ocupa la comunidad de fe, están viendo a Cristo
a través nuestro y consiguen atisbar algo del poder y de la gracia que Dios está
dispuesto a dispensarles. Para que esto sea una realidad, debemos dejar que el
Señor haga su voluntad y despliegue su plan de redención por medio de nosotros.
Nuestra
decisión, por tanto, debe ser la de esconder la luz mientras perdemos el sabor
salado de nuestro testimonio, o la de dejar brillar la luz de Cristo y seguir
luchando para preservar de la corrupción la sociedad en la que vivimos. Según
cual sea el sentido de nuestra elección, así nos juzgará también el Señor
cuando rindamos cuentas de la mayordomía que hicimos de nuestro testimonio y de
su testimonio.
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